Foja de poesía No. 081: Xavier Oquendo

Xavier Oquendo

De Ecuador, presentamos a Xavier Oquendo (Ambato, 1972), una de las voces más significativas de la poesía de su país. Con ocho poemarios publicados, el lector encontrará una selección del más reciente volumen del autor, Esto fuimos en la felicidad (2009).

 

 

 

Esto fuimos en la felicidad

(Selección)

 

 

Diario de los Bíblicos

 

Nadie jamás

vio amigos más unidos que esos dos

que a un tiempo descubrieron

el fuego del licor, el brillo del dinero,

el automóvil, el cine y la mujer.

Joan Manuel Serrat

(“Juan y José”)

 

Que la vida va en serio

uno lo empieza a comprender más tarde

-como todos los jóvenes, yo vine

a llevarme la vida por delante.

 

Dejar huella quería

y marcharme entre aplausos

-envejecer, morir, eran tan solo

las dimensiones del teatro.

 

Pero ha pasado el tiempo

y la verdad desagradable asoma:

envejecer, morir,

es el único argumento de la obra.

Jaime Gil de Biedma

(“No volveré a ser joven”)

 

 

 

 

 

 

Los Bíblicos

 

Cuando juntos estuvimos

y nos convocó la llama suave

de los ojos de la noche,

ahí, junto al silencio

de la brasa, nos cobijamos

bajo el sol de su candela.

 

Entonces nos miramos

y en silencio nos dijimos

los otros a los unos:

somos, seremos, Los bíblicos.

 

No pandilla, no grupo:

una atmósfera,

un diccionario propio,

una palabra abierta,

un camino en deltas,

un hechizo en verso.

 

Somos una tribu

de judíos errados

que se han estrenado

en las mil y una noches.

 

Seremos como el fuego, como el hambre:

insaciables a nuestras pasiones;

como el Noé que se nos hunde,

como el fruto del Jordán,

como el amor samaritano.

 

Venimos a luchar contra el olvido

que somos. Contra lo que siempre fuimos.

 

 

 

 

Bautizos

 

Yo soy Abraham. Otro es Josué y otro Jonás

según el agua de nuestro bautizo.

 

Atrás están Moisés, el Pedro conocido,

la hija de Lot y la reina de Saba.

 

Estudiamos una escolástica atroz.

 

Había, para nosotros, los libros, el espejo,

el coñac para pobres y la resaca del vino.

 

Éramos un poco de amigo entre todos,

una amistad en telaraña.

 

Decidimos irnos

y fue la rosa del desierto quien guió.

 

Nos quedamos solos, un día,

y al fin nos encontramos: la barba

era mullida y habían selvas en los ojos.

 

No queríamos crecer. Sin embargo

las estrellas que brillaban

quedaron bajo nuestra cerviz.

 

Y el mundo ya no era de porcelana.

 

 

 

 

La tierra prometida

 

De esta ciudad del Ande,

con olor a sahumerio y eucalipto,

surgimos Los bíblicos.

 

Cerca del fuego,

al lado de la boca del caimán

donde las estaciones son postales.

 

Nos reunimos todos los días

y hacemos el amor a los capulíes,

nos desnudamos frente a la chirimoya de los valles

y penetramos en la pluma azul de los tucanes.

 

Hemos tocado

la columna vertebral de la luz.

 

Estamos lejos del pueblo antiguo

donde siguen llorando los pastores.

 

Distante quedó el mar que estaba muerto.

 

El Arca nos dejó por estos lados

donde no hace frío ni calor,

solo nacen orquídeas en la selva.

 

Atrás habitan los tatarabuelos del mundo.

 

Los bíblicos de acá,

estamos sacudiendo las dalmáticas

para salir a reconocernos,

tomarnos de las manos dolidas

y dar una vuelta amarilla

por el sol equinoccial.

 

Calentar la amistad,

sofocar el recuerdo,

asarle al olvido.

 

 

 

 

La oscura resignación

 

Ya no podemos ser

los modelitos de época.

Somos feos y maltrechos.

 

Nietos de flacos. Figuras raquíticas

que se desvanecen en los figurines.

 

 

 

 

Cédula

 

Mi nombre es Abraham:

me bauticé a mí mismo

con sangre de gitano compulsivo.

 

Di de comer y beber a Los bíblicos.

Juntos subimos al monte

y en él dejamos grabada

la huella de nuestra parábola de viento.

 

Al bajar, comenzamos a buscar

la tierra prometida

y saltamos enormes lagunas

de desavenencias.

 

Entonces, nos hicimos mayores

y salimos de fiesta por cada casa

y de estrella por cada noche.

 

El silencio ha sido mi arma,

pero he hablado mucho.

 

Tuve los guantes del poder

y los perdí con creces.

 

Los amigos no hicieron caso omiso

de la ley de mis palabras.

 

He decidido sacrificarlos.

 

Subiré al monte

y llevaré un cordero

que los sustituya.

 

Los lloraré en silencio.

 

En ese silencio que no es el olvido.

 

 

 

 

Campos de pentagrama

 

La canción es la amiga que me arropa

y después me desabriga.

Silvio Rodríguez

(“Compañera”)

 

Nuestra torre de Babel era la música.

 

El mundo nos cantaba

ay que pesado, que pesado

siempre pensando en el pasado.

 

Los jinetes del otro tiempo

emprendían la marcha

rodeados de la ceniza de su historia

hecha en los campos de un pentagrama.

 

Somos el perfume

de la canción que nos suena

temblando

con los ojos cerrados,

el cielo está nublado

y a lo lejos tú…

 

Se va tu voz, tu acorde desentonado,

el aroma que se inquilinó en tu blusa;

la vanidad y la infancia con sus chocolates,

pero la música se queda

como la madre,

como el olvido.

 

 

 

 

Cacería

 

Decidimos tener novias. Ir a cazar, de entre las fieras, la que más cercana se halle a nuestro barrio. La que logre aposentarse en nuestras ansias.

Pero la libertad del viento y unos tragos nos atrapan. Atrás quedan las muchachas vestidas de amarillo. El deseo se opaca.

Somos los feos que buscamos la flor en la orilla del charco.

Ya no hay a quien cazar en esta noche.

Y Quevedo es un montón de mentiras: solo es el polvo y ya no el enamorado.

 

 

 

 

El segundo de abordo

 

Mi nombre es Moisés.

 

Nací bajo el cielo del equinoccio,

cinco mil años después de las noches amargas

de mi abuelo, el que abrió el mar

y me dejó la sal de sus olvidos.

 

Aquí yo, su principal heredero,

fruto de sus equivocaciones y sus tablas.

 

He venido a conquistar

la tierra prometida de tu vientre,

las insinuantes llanuras de tu cordillera

en donde haré valer

la ley de mis mandamientos.

 

Abriré, como el abuelo,

el mar de los misterios

y quedarás en mí, siempre,

como un tatuaje áspero.

 

 

 

 

Borrachos

 

Nos bebimos del mar

su concha parca, del sol

su elegante mantequilla.

 

Tomamos el néctar

de una rosa marchita

y lo pusimos a reposar

con aguardiente.

 

Ahí sentimos vibrar

por nuestros cuerpos

la gasolina azul de las palabras

que emergían del licor

huyendo de los poros.

 

 

 

 

Chicos cocodrilo

 

Nunca hemos sido los guapos del barrio,

siempre hemos sido una cosa normal

David Summers

 

Y llegamos a tener un automóvil. No era un descapotable como el soñado en una noche mojada. Era un modelo en blanco y negro. Lo pintamos con su propio brillo.

Desde el retrovisor de nuestras ansias vimos el mundo. Éramos James Dean en nuestro mito: nos peinábamos con brillante brillantina a ver si las mujeres nos amaban.

Pero el automóvil no fue suficiente. Había que encontrar ese aire que nos mueva los cabellos engominados. Ese halo de niebla que nos pase por la frente y que nos haga saber que no éramos tan guapos, que no éramos dechados de virtudes. Que solo éramos nómades del pueblo hebreo y que, antes de encontrar la tierra nuestra, debíamos hallar a la mujer a la que invitáramos a nuestro automóvil, mientras el cielo nos encapota con sus lluvias.

 

 

 

 

Colegio de monjas

 

Te esperamos

arrimados al auto

de nuestras ansiedades.

 

Con nuestras hormonas desatadas

nos fumamos nervios

y vemos pasar el día

y al cometa Halley.

 

Llegas a nosotros y el auto se enciende con el olor

que expele tu colegiala profunda.

 

El viento te vuelve una copia

de la Marilyn más sediciosa del planeta

 

La cómplice radio nos canta:

Despiértame

cuando pase el temblor

y cuando pase el olvido, claro.

 

 

 

 

Buscador

 

Luego de cenar

el último alimento de la pesca

corríamos a buscar a la mujer

en todos los costados de la vida.

 

Buscábamos mirarlas

por entre sus túnicas cerradas

y hallar en sus corpiños

la luz del nuevo día.

 

Ellas nos miraban como ver llover,

como un anuncio de tormenta.

 

Éramos solo adolescentes

que nos faltaba sol en las costillas.

 

Las mujeres se reían desde las azoteas de sus miedos.

 

Alguna lloró, pero las más se carcajeaban,

mientras masticaban un polvo de estrellas,

regalo del sol del otro día.

 

 

 

 

Diagnóstico reservado

 

Pedro enfermó. Se perdió en las medicinas. Hizo terapia de dolor con sus recuerdos. Resistió y convaleció junto a nuestras fotografías veladas.

Volvió tarde a nuestro abrazo bíblico. No nos negó. Nosotros lo negamos más de tres veces. Y los gallos siguen cantando. Quiso recuperar el tiempo perdido, pero ya aquel tiempo pasado fue peor.

Ha vuelto como el pródigo y nosotros hemos enfermado.

Nuestra enfermedad no la cura el olvido ni los antibióticos. Pedro nos coloca heridas en la sal y paños remojados de recuerdos en la frente que marchita.

No sé si mañana amanezcamos.

 

 

 

 

Diva

 

Tiene azules ojos, es maligna y bella;

cuando mira, vierte viva luz extraña:

se asoma a sus húmedas pupilas de estrella

el alma del rubio cristal de Champaña.

Rubén Darío

 

La reina de Saba era una fiesta. Con la luz de su candela fabricamos el baile.

Nos enamoró el oído. Mordió nuestros besos y aprisionó en su piel nuestras debilidades. Entonces, recalentados, como una merienda, la buscábamos en su balcón de Julieta, escalando sus enredadas palabras.

Es hija de Darío, el gran poeta, hermana de la princesa triste, qué tendrá la princesa. Una reina venida a más. Por sus ojos caminaba un Dios, en su boca actuó Greta Garbo.

Tuvo amigas en Roma. Fue famosa como las melcochas. Se perfumaba en uva y enjuagaba su cutis en las mañanas de luna.

El tiempo caminó con firmeza implacable.

En ella ahora muere un sol y vive entera la soledad que es el adiós a su reinado.

Ella es su recuerdo.

 

 

 

 

Mochileros

 

Queríamos ser los apóstoles del mundo.

 

Vimos el mar, abrazamos las olas.

 

Los amigos abrían sus mochilas,

sacaban la cerveza

mientras la espuma del agua

llenaba las botellas de algún pirata cojo.

 

Nos hicimos amigos

y el mar era testigo. Y los cangrejos,

que tenían una marcha tan parecida

a nuestra dolorosa vida de amanecer.

 

 

 

 

Recuento de los hechos

 

Todos nos fuimos.

 

Atrás se escucha el torpedo de la fiesta,

la corona roja de los bares,

el aguardiente azul que nos amaba

y la marcha desigual de la jarana.

 

Después, la madrugada con olor a miel.

Los amigos dormidos, amontonados

como un pozo de trinos,

como un manzano cargado.

 

Éramos todos, solo el viento era solo.

Los demás, los otros nosotros,

éramos uno en la soledad del nuevo día.

 

Nos dolíamos juntos y eso era la felicidad.

 

 

 

Datos vitales 

Xavier Oquendo Troncoso (Ambato, Ecuador, 1972). Periodista y Doctor en Letras y Literatura. Ha publicado 8 libros de poesía. Su obra poética está recogida en Salvados del naufragio (poesía, 1990-2005); En narrativa: Desterrado de palabra (Cuentos, 2000, 2001). Antologías: Ciudad en Verso (Antología de nuevos poetas ecuatorianos, 2002); Antología de Nuevos poetas ecuatorianos (2002). Literatura infantil: El mar se llama Julia (novela, 4 ediciones) Su último libro de poemas es Esto fuimos en la felicidad (Quito,  2009). Representante del Ecuador en importantes encuentros poéticos y literarios en España, México (“Primer Encuentro de poetas del mundo latino”, -Oaxaca, 1998-), Colombia, Chile y Perú. Premio Nacional de poesía, en 1993. Es director y editor de ELANGEL Editor. Parte de su poesía ha sido traducida al italiano, inglés y portugués.  

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