Nandino y Artaud

Elìas Nandino y Antonin Artaud

El siguiente artículo de José Vicente Anaya da cuenta de algunos episodios de Antonin Artaud (Francia, 1896-1948) durante su visita a México el siglo pasado, a través del testimonio del poeta Elías Nandino (México, 1900-1993).

 

Uno de los pocos testimonios escritos por quienes tuvieron trato con el enorme poeta  Antonin Artaud en México es del gran poeta y acucioso humorista Elías Nandino. Lo cual quedó escrito en sus dos autobiografías. La primera: Elías Nandino: una vida no/velada (1986), que el poeta le dictó a Enrique Aguilar y que más tarde don Elías la desaprobó; la segunda: Elías Nandino. Juntando mis pasos (Aldus, 2000). Ambas autobiografías coinciden en lo relatado, la desaprobación de Nandino para la primera se debe a un pleito personal y seguramente a detalles que no aceptó. Pero el recuerdo de sus encuentros con Antonin Artaud son relatos semejantes.

     La llegada y actividades de Artaud en México fueron muy importantes, tanto en la vida y obra del poeta como por sus puntos de vista sobre las culturas de Europa y México. De hecho, el poeta surrealista venía desencantado de su continente. “La civilización actual de Europa está en quiebra. La Europa dualista no tiene ya qué ofrecer al mundo sino una inverosímil pulverización de cultura.” En esta aseveración y otras el poeta muestra su brillante postura, conocimiento y aprecio por las culturas originales de México; y desde mi punto de vista, esto encierra el mejor y más sólido testimonio de su paso por México (ver de Artaud: Mensajes revolucionarios, Editorial Fundamentos, España, 1973; y México y Viaje al país de los tarhumaras, Fondo de Cultura Económica, México, 1984).

     El testimonio de Nandino tiene valor por su frescura anecdótica. Cuenta que José Ferrel le pidió que hospedara a un “escritor francés”, y le ofreció el cuarto “de servicio” para sirvientas que suele estar en la azotea. Un día llegaron Ferrel y Artaud a su casa: “…noté un estado nervioso en el escritor, y Pepe Ferrel me explicó que era drogadicto y que andaba sumamente mal de salud porque tenía como cinco días que no había tomado droga… yo le pregunté qué acostumbraba tomar, a lo que él me contestó que opio o derivados del mismo. Recordé al momento que yo tenía elíxir perogórico, que es extraordinario para calmar los nervios y quitar dolores. Saqué el frasco, lo puse sobre la mesa y fui a al comedor a traer un vaso con agua para que se tomara unas gotas, pero fue tremenda mi sorpresa porque al volver se estaba tomando los veinte centímetros cúbicos que contenía. Me dio pendiente y esperé a ver si no tenía trastornos, pero Antonin Artaud me dijo que él había tomado hasta treinta centímetros cúbicos y que no le pasaba nada.” Esta anécdota contada en público suele propiciar la risa de los escuchas. Artaud desde muy joven tuvo crisis nerviosas y hasta el final de su vida pasó por varios manicomios, donde fue “tratado” por psiquiatras que le recetaron el opio del cual dependía siempre que caía en depresiones profunda, los médicos lo hicieron adicto…

     Según Elías Nandino, Antonin se hizo amigo de los drogadictos de la colonia Buenos Aires, a donde en una ocasión fue llevado por el poeta para sacar de una sobredosis a un enano. Después cuenta que por meses no supo de él hasta que un día un hombre harapiento con un costal al hombro se le presentó, don Elías se extrañó ante aquella figura hasta que oyó que le decía: “¡Nandino! Yo soy Artaud” y moviendo su costal le decía: “Con tarahumaras… ¡Peyote!” También con estas anécdotas (contadas por un periodista) he presenciado las carcajadas del público. Quienes han leído Viaje al país de los tarhumaras han conocido el valor etnográfico de esos relatos.

     Nandino acota: “La verdad es que ni yo ni ninguno de los ‘Contemporáneos’ tuvimos idea del valor intelectual de Antonin Artaud.” En 1936 Artaud vivió en México durante unos nueve meses, tiempo en el  que escribió brillantes textos sobre nuestro país, algunos de los cuales fueron conferencias que posteriormente se publicaron en el periódico El Nacional. Contrario a la idea que del desconocimiento de quién era Artaud, se sabe que lo apreciaron, e incluso hicieron las traducciones al español de sus ensayos conferencias, Samuel Ramos, José Gorostiza, José Ferrel y Luis Cardoza y Aragón.

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