Foja de poesía No. 106: Néstor Perlongher

Néstor PerlongherA cóntinuación un viaje por la poesía del desaparecido poeta argentino Néstor Perlongher (1949), referente irrenunciable de la poesía latinoamericana de los últimos años. Recibió el  Premio “Boris Vian” de Literatura Argentina.  Murió de SIDA en Brasil en 1992.

 

 

 

EL CADÁVER

 

¿Por qué no entré por el pasillo?

Qué tenía que hacer en esa noche

a las 20.25, hora en que ella entró,

por Casanova

donde rueda el rodete?

Por qué a él?

entre casillas de ojos viscosos,

de piel fina

y esas manchitas en la cara

que aparecieron cuando ella, eh

por un alfiler que dejó su peluquera,

empezó a pudrirse, eh por una hebilla de su pelo

en la memoria de su pueblo

                                                Y si ella

se empezara a desvanecer, digamos

a deshacerse

qué diré del pasillo, entonces?

Por qué no?

entre cervatillos de ojos pringosos,

y anhelantes

agazapados en las chapas, torvos

dulces en su melosidad de peronistas

si ese tubo?

Y qué de su cureña y dos millones

de personas detrás

con paso lento

cuando las 20.25 se paraban las radios

yo negándome a entrar

por el pasillo

reticente acaso?

como digna?

Por él,

por sus agitados ademanes

de miseria

entre su cuerpo y el cuerpo yacente

de Eva, hurtado luego,

depositado en Punta del Este

o en Italia o en el seno del río

Y la historia de los veinticinco cajones

 

Vamos, no juegues con ella, con su muerte

déjame pasar, anda, no ves que ya está muerta!

 

Y qué había en el fondo de esos pasillos

sino su olor a orquídeas descompuestas,

a mortajas,

arañazos del embalsamador en los tejidos

 

Y si no nos tomáramos tan a pecho su muerte, digo?

si no nos riéramos entre las colas

de los pasillos y las bolas

las olas donde nosotras

no quisimos entrar

en esa noche de veinte horas

en la inmortalidad

donde ella entraba

por ese pasillo con olor a flores viejas

y perfumes chillones

esa deseada sordidez

nosotras

siguiéndola detrás de la cureña?

entre la multitud

que emergía desde las bocas de los pasillos

dando voces de pánico

 

Y yo le pregunté si eso era una manifestación o un entierro

Un entierro, me dijo

entonces vendría solo

ya que yo no quería entrar por el pasillo

para ver a sus patas en la mesa de luz,

despabilando

Acaso pensé en la manicura que le aplicó el esmalte Revlon?

O en las miradas de las muchachas comunistas,

húmedas sí, pero ya hartas

de tanta pérdida de tiempo:

ellas hubieran entrado por el pasillo de inmediato

y no se hubieran quedado vagando por las adyacencias

temiendo la mirada de un dios ciego

Una actriz –así dicen–

que se fue de Los Toldos con un cantor de tangos

conoce en un temblor al General, y lo seduce

ella con sus maneras de princesa ordinaria

por un largo pasillo

muerta ya

                                                Y yo

por temor a un olvido

intrascendente, a un hurto

debo negarme a seguir su cureña por las plazas?

a empalagarme con la transparencia de su cuerpo?

a entrar, vamos por ese pasillo donde muere

en su féretro?

 

Si él no me hubiera dicho entonces que está solo,

que un amigo mayor le plancha las camisas

y que precisaría, vamos, una ayuda

allá, en Isidro

donde los terrenos son más baratos que la vida

 

lotes precarios, si, anegadizos

cerca de San Vicente (ella

no toleraba viajar a San Vicente

quiso escapar de la comitiva más de una vez

y Pocho la retuvo tomándola del brazo)

 

Ese deseo de no morir?

es cierto?

en lugar de quedarse ahí

en ese pasillo

entre sus fauces amarillas y halitosas

en su dolor de despertar

ahí, donde reposa,

robada luego,

oculta en un arcón marino,

en los galeones de la bahía de Tortuga

(hundidos)

 

Como en un juego, ya

es que no quiero entrar a esa sombría

convalecencia, umbría

–en los tobillos carbonizados

que guarda su hermana en una marmita de cristal–

para no perder la honra, ahí

en ese pasillo

la dudosa bondad

en ese entierro.

 

 

 

 

CORTO PERO LIGERO

 

(Y no habría de ser: esa chupada, ese lambeteo: cebado el mate

          junto al fogón de los arrieros, que arden de…

          ese descanso de la tropa alzada, en grupas: no

          habría de bajarme el chiripá, descendiendo a este

          encuentro. Ahora susurra el viento en la ventana

          que da al aljibe: hurras blande

                          no desacordonarme la manea

          donde tremolo temblorosa?)

 

Una historia de sables, de pistolas

De trincheras con flores de sapo y de zarza parrilla

Como hecha a dedo, a pecho

Echada en el camino de Tarija

Por un gendarme ríspido, montés

Trasiego, belicosa?

Belfo y flande

Congoja

 

Si tuviera que ver este lenguaje

con el terror de esos paisanos

que al ver al General piensan en Hoffman

Si su respiración no moviera las borlas de la cama de Rosas,

                            de Esmeralda

Y él no se lo encontrase, al regreso de un vado, en la catrera:

          en el encame jabonoso, como un lagarto entre los lienzos

aparece con labios de obsidiana y perfume de ajenjo: huele a chipre

 

(Si no me hubieras dicho qué paso

en esa noche de Cañuelas, la última

– un bolero: si bien –

aún te querría?)

 

Un general moviendo espadas en la sombra

Cacha y espuela, blonda y nácar

Coro de férulas:

 

           Un general que agita los pendorchos

           y se entrega al de enfrente, saltando los tapiales

           es más mujer que hombre, es más mujer para ser hombre.

           hombre de más para mujer: un general,

           un artesano de la muerte ‘

 

Chupa, lame esta hinchazón del español

 

 

 

 

MOREIRA

“Aquellos dos hombres valientes, con un corazón endu-

recido al azote de la suerte, se abrazaron estrechamente

una lágrima se vio titilar en sus entornados párpados y

se besaron en la boca como dos amantes, sellando con

aquel beso apasionado la amistad que se habían profe-

sado desde pequeños.”

 

 

Gutiérrez                

 

 

Delia, arrastrándose por ese cuarto descampado, se hacía cargo de ese

espanto, esa barba arrancada que babeaba junto a la verga del amigo:

de ese despojo, de esa cornamenta

 

esa lengua amputada deslizando la baba por el barbijo de ese vientre

 

Y si, querida Delia, ornada Dalia, no le hubieras dejado combatir?

Huyendo en ancas con el juez, haciendo estrecho el laberinto?

El laberinto de carcomas donde coleaban esos lagartos de las ruinas,

esas flores azules de las zanjas?

                    Ventruda campanilla!

                    Restallaba!

Si no

 

hubieras vestido esa pollera de muselina acampanada con flores tan

burocas que parecían no engarzarse y flotar muellemente en las

dobleces, en el bies (y el barbijo!): y estaban enredadas en el

clítoris-en los nervios musgosos del estribo

 

Oh rusa blanca

botando pozos y lagartos

y pifias de caballos encabritados que se boleaban en el ruedo,

                          tronchos

 

– era la moda Líberty (o Liberty) y cabeceabas espejada entre

andamios temblequeantes y casi ponzoñosos

 

El amigo Francisco

El amigo Giménez

 

El amigo Julián

 

con quien descangallada viste esa escena (torpe) de los besos:

esa lamida de las lenguas esos trozos de lenguas, paladares y

cristales brillosos, centelleantes, brillosos del strass que

                          desprendido

de las plumas del ñu hedia en la planicie

                    superficial, en balde

 

-en lo profundo, él y ese pibe de Larsen, en los remotos astilleros,

se zambullían en las canteras arenosas, en el vivero del Tuyú,

a pocas millas de la tumba

 

“a vos te dejo – dijo – el pañuelo celeste con que me até las bolas

cuando me hirió ese cholo, en la frontera; y el zaino amarronado;

y los lunares que vos creías tener y tengo yo, como en un sueño de

comparsas que por sestear pierden la anchura, el sitio justo de la

hendida; y se la pasan cercenados como botijas en el trance:

y se los come la luz mala

 

“y te dejo también esos tiovivos, con sus caballos de cartón que

ruedan empantanados en el barro; y cuántas veces ayudé a salir

del agua movediza a esos jinetes que fiados en la estrella montan

grupas hacia la comadreja; y se los come

 

“y también esos pastos engrasados donde perdí ese prendedor, de

plata, si lo encontrás es tuyo”

 

 

 

 

EN EL REFORMATORIO

 

a Inés de Borbon Parma

 

O era ella que al entrar a ese reformatorio por la puerta de atrás veía

una celadora desmayada: calesas de esa ventiluz: Inés, en los cojines

de esa aterciopelada pesadumbre, picábase: hoy un borbón, mañana

un parma. La hallaban así, yerta: borboteaba. Los chicos se vigilaban

tiesos en su torno-y unos se acariciaban las pelotas debajo del bolsi-

llo aunque estaba prohibido embolsar los nudillos, por el temor al

limo, pero se suponía que la muerte, o sea esa languidez de celadora

a lo cuan larga era en el pasillo, les daba pie para ello; y asimismo,

esta mujer, al caer, había olvidado recoger su ruedo, que quedaba

flotando – como el pliegue de una bandera acampanada-a la altura

del muslo; era a esa altura que los muchachos atisbaban, nudosos, los

visillos; y ella, al entrar, vio eso, que yacía entre un montón de niños

– y el más pillo, como quien disimula, rasuraba el pescuezo de la

inane con una bola de billar; y un brillo, un laminoso brillo se abría

paso entre esa multitud de niños yertos, en un reformatorio, donde

la celadora repartía, con un palillo de mondar, los éritros: o sea las

alitas de esas larvas que habían sido sorprendidas cuando, al entrar

en la jaula, se miraban, deseosas, los bolsillos; o era una letanía la que

ella musitaba, tardía, cuando al entrar al circo vio caer ante sí a esos

dos, o tres, niños, enlazados: uno tenía los ojos en blanco y le habían

rebanado las nalgas con un hojita de afeitar; el otro, la miraba callado.

 

 

 

 

CADÁVERES

 

a Flores

 

Bajo las matas

En los pajonales

Sobre los puentes

En los canales

Hay Cadáveres

 

En la trilla de un tren que nunca se detiene

En la estela de un barco que naufraga

En una olilla, que se desvanece

En los muelles los apeaderos los trampolines los malecones

Hay Cadáveres

 

En las redes de los pescadores

En el tropiezo de los cangrejales

En la del pelo que se toma

Con un prendedorcito descolgado

Hay Cadáveres

 

En lo preciso de esta ausencia

En lo que raya esa palabra

En su divina presencia

Comandante, en su raya

Hay Cadáveres

 

En las mangas acaloradas de la mujer del pasaporte que se arroja

         por la ventana del barquillo con un bebito a cuestas

En el barquillero que se obliga a hacer garrapiñada

En el garrapiñiero que se empana

En la pana, en la paja, ahí

Hay Cadáveres

 

Precisamente ahí, y en esa richa

de la que deshilacha, y

en ese soslayo de la que no conviene que se diga, y

en el desdén de la que no se diga que no piensa, acaso

en la que no se dice que se sepa…

Hay Cadáveres

 

Empero, en la lingüita de ese zapato que se lía disimuladamente, al

         espejuelo, en la

correíta de esa hebilla que se corre, sin querer, en el techo, patas

arriba de ese monedero que se deshincha, como un buhón, y, sin

embargo, en esa c… que, cómo se escribía? c. .. de qué?, mas, Con

         Todo

Sobretodo

Hay Cadáveres

 

En el tepado de la que se despelmaza, febrilmente, en la

menea de la que se lagarta en esa yedra, inerme en el

despanzurrar de la que no se abriga, apenas, sino con un

saquito, y en potiche de saquitos, y figurines anteriores, modas

pasadas como mejas muertas de las que

Hay Cadáveres

 

Se ven, se los despanza divisantes flotando en el pantano:

en la colilla de los pantalones que se enchastran, símilmente;

en el ribete de la cola del tapado de seda de la novia, que no se casa

                           porque su novio ha

……………………….!

Hay Cadáveres

 

En ese golpe bajo, en la bajez

de esa mofleta, en el disfraz

ambiguo de ese buitre, la zeta de

esas azaleas, encendidas, en esa obscuridad

Hay Cadáveres

 

Está lleno: en los frasquitos de leche de chancho con que las

         campesinas

agasajan sus fiolos, en los

fiordos de las portuarias y marítimas que se dejan amanecer, como a

         escondidas, con la bombacha llena; en la

humedad de esas bolsitas, bolas, que se apisonan al movimiento de

         los de

Hay Cadáveres

 

Parece remanido: en la manea

de esos gauchos, en el pelaje de

esa tropa alzada, en los cañaverales (paja brava), en el botijo

de ese guacho, el olor a matorra de ese juiz

Hay Cadáveres

 

Ay, en el quejido de esa corista que vendía “estrellas federales”

Uy, en el pateo de esa arpista que cogía pequeños perros invertidos,

Uau, en el peer de esa carrera cuando rumbea la cascada, con

una botella de whisky “Russo” llena de vidrio en los breteles, en ésos,

tan delgados,

Hay Cadáveres

 

En la finura de la modistilla que atara cintas do un buraco hubiere

En la delicadeza de las manos que la manicura que electriza

las uñas salitrosas, en las mismas

cutículas que ella abre, como en una toilette; en el tocador, tan

…indeciso…, que

clava preciosamente los alfiles, en las caderas de la Reina y

en los cuadernillos de la princesa, que en el sonido de una realeza

que se derrumba, oui

Hay Cadáveres

 

Yes, en el estuche de alcanfor del precho de esa

¡bonita profesora!

Ecco, en los tizones con que esa ¡bonita profesora! traza el rescoldo

de ese incienso;

Da, en la garganta de esa ajorca, o en lo mollejo de ese moretón

atravesado por un aro, enagua, en

Ya

Hay Cadáveres

 

En eso que empuja

lo que se atraganta,

En eso que traga

lo que emputarra,

En eso que amputa

lo que empala,

En eso que ¡puta!

Hay Cadáveres

 

Ya no se puede sostener: el mango

de la pala que clava en la tierra su rosario de musgos,

el rosario

de la cruz que empala en el muro la tierra de una clava,

la corriente

que sujeta a los juncos el pichido – tin, tin… – del son-

ajero, en el gargajo que se esputa…

Hay Cadáveres

 

En la mucosidad que se mamosa, además, en la gárgara; en la también

glacial amígdala; en el florete que no se succiona con fruición

porque guarda una orla de caca; en el escupitajo

que se estampa como sobre en un pijo,

en la saliva por donde penetra un elefante, en esos chistes de

         la hormiga,

Hay Cadáveres

 

En la conchita de las pendejas

En el pitín de un gladiador sureño, sueño

En el florín de un perdulario que se emparrala, en unas

brechas, en el sudario del cliente

que paga un precio desmesuradamente alto por el polvo,

en el polvo

Hay Cadáveres

 

En el desierto de los consultorios

En la polvareda de los divanes “inconcientes”

En lo incesante de ese trámite, de ese “proceso” en hospitales

donde el muerto circula, en los pasillos

donde las enfermeras hacen SHHH! con una aguja en los ovarios,

en los huecos

de los escaparates de cristal de orquesta donde los cirujanos

se travisten de ”hombre drapeado”,

laz zarigueyaz de dezhechoz, donde tatúase, o tajéase (o paladea)

un paladar, en tornos

Hay Cadáveres

 

 

En las canastas de mamá que alternativamente se llenan o vacían de

esmeraldas, canutos, en las alforzas de ese

bies que ciñe – algo demás – esos corpiños, en el azul Iunado del cabe-

llo, gloriamar, en el chupazo de esa teta que se exprime, en el

reclinatorio, contra una mandolina, salamí, pleta de tersos caños…

Hay Cadáveres

 

En esas circunstancias, cuando la madre se

lava los platos, el hijo los pies, el padre el cinto, la

hermanita la mancha de pus, que, bajo el sobaco, que

va “creciente”, o

Hay Cadáveres

 

Ya no se puede enumerar: en la pequeña “riela” de ceniza

que deja mi caballo al fumar por los campos (campos, hum…),o por

los haras, eh, harás de cuenta de que no

Hay Cadáveres

 

Cuando el caballo pisa

los embonchados pólderes,

empenachado se hunde

en los forrajes;

cuando la golondrina, tera tera,

vola en circuitos, como un gallo, o cuando la bondiola

como una sierpe “leche de cobra” se

disipa,

los miradores llegan todos a la siguiente

conclusión:

Hay Cadáveres

 

Cuando los extranjeros, como crápulas, (“se les ha volado la

papisa, y la manotean a dos cuerpos”), cómplices,

arrodíllanse (de) bajo la estatua de una muerta,

y ella es devaluada!

Hay Cadáveres

 

Cuando el cansancio de una pistola, la flaccidez de un ano,

ya no pueden, el peso de un carajo, el pis de un

”palo borracho”, la estirpe real de una azalea que ha florecido

roja, como un seibo, o un servio, cuando un paje

la troncha, calmamente, a dentelladas, cuando la va embutiendo

contra una parecita, y a horcajadas, chorrea, y

Hay Cadáveres

 

Cuando la entierra levemente, y entusiasmado por el su-

ceso de su pica, más

atornilla esa clava, cuando “mecha”

en el pistilo de esa carroña el peristilo de una carroza

chueca, cuando la va dándola vuelta

para que rase todos.. . los lunares, o

Sitios,

Hay Cadáveres

 

Verrufas, alforranas (de teflón), macarios muermos: cuando sin…

acribilla, acrisola, ángeles miriados’ de peces espadas, mirtas

acneicas, o sólo adolescentes, doloridas del

dedo de un puntapié en las várices, torreja

de ubre, percal crispado, romo clít …

Hay Cadáveres

 

En el país donde se yuga el molinero

En el estado donde el carnicero vende sus lomos, al contado,

y donde todas las Ocupaciones tienen nombre….

En las regiones donde una piruja voltèa su zorrito de banlon,

la huelen desde lejos, desde antaño

Hay Cadáveres

 

En la provincia donde no se dice la verdad

En los locales donde no se cuenta una mentira

–Esto no sale de acá–

En los meaderos de borrachos donde aparece una pústula roja en

      la bragueta del que orina-esto no va a parar aquí -, contra los

azulejos, en el vano, de la 14 o de la 15, Corrientes y

Esmeraldas,

Hay Cadáveres

 

Y se convierte inmediatamente en La Cautiva,

los caciques le hacen un enema,

le abren el c… para sacarle el chico,

el marido se queda con la nena,

pero ella consigue conservar un escapulario con una foto borroneada

         de un camarín donde…

Hay Cadáveres

 

Donde él la traicionó, donde la quiso convencer que ella

era una oveja hecha rabona, donde la perra

lo cagó, donde la puerca

dejó caer por la puntilla de boquilla almibarada unos pelillos

almizclados, lo sedujo,

Hay Cadáveres

 

Donde ella eyaculó, la bombachita toda blanda, como sobre

un bombachón de muñequera como en

un cáliz borboteante – los retazos

de argolla flotaban en la “Solución Humectante” (método agua por

         agua),

ella se lo tenía que contar

Hay Cadáveres

 

El feto, criándose en un arroyuelo ratonil,

La abuela, afeitándose en un bols de lavandina,

La suegra, jalándose unas pepitas de sarmiento,

La tía, volviéndose loca por unos peines encurvados

Hay Cadáveres

 

La familia, hurgándolo en los repliegues de las sábanas

La amiga, cosiendo sin parar el desgarrón de una “calada”

El gil, chupándose una yuta por unos papelitos desleídos

Un chongo, cuando intentaba introducirla por el caño de escape de

         una Kombi,

Hay Cadáveres

 

La despeinada, cuyo rodete se ha raído

por culpa de tanto “rayito de sol”, tanto “clarito”;

La martinera, cuyo corazón prefirió no saberlo;

La desposeída, que se enganchó los dientes al intentar huir de un taxi;

La que deseó, detrás de una mantilla untuosa, desdentarse

para no ver lo que veía:

Hay Cadáveres

 

La matrona casada, que le hizo el favor a la muchacho pasándole un

         buen punto;

la tejedora que no cánsase, que se cansó buscando el punto bien

discreto que no mostrara nada

– y al mismo tiempo diera a entender lo que pasase –;

la dueña de la fábrica, que vio las venas de sus obreras urdirse

         táctilmente en los telares-y daba esa textura acompasada…

                                    lila…

La lianera, que procuró enroscarse en los hilambres, las púas

Hay Cadáveres

 

La que hace años que no ve una pija

La que se la imagina, como aterciopelada, en una cuna (o cuña)

Beba, que se escapó con su marido, ya impotente, a una quinta

         donde los

vigilaban, con un naso, o con un martillito, en las rodillas, le

tomaron los pezones, con una tenacilla (Beba era tan bonita como una

         profesora…)

Hay Cadáveres

 

Era ver contra toda evidencia

Era callar contra todo silencio

Era manifestarse contra todo acto

Contra toda lambida era chupar

Hay Cadáveres

 

Era: “No le digas que lo viste conmigo porque capaz que se dan

         cuenta”

O: “No le vayas a contar que lo vimos porque a ver si se lo toma a

         pecho”

Acaso: “No te conviene que lo sepa porque te amputan una teta”

Aún: “Hoy asaltaron a una vaca”

“Cuando lo veas hacé de cuenta que no te diste cuenta de nada

…y listo”

Hay Cadáveres

 

Como una muletilla se le enchufaba en el pezcuello

Como una frase hecha le atornillaba los corsets, las fajas

Como un titilar olvidadizo, eran como resplandores de mangrullo, como

una corbata se avizora, pinche de plata, así

Hay Cadáveres

 

En        el campo

En el campo

En la casa

En la caza

Ahí

Hay Cadáveres

 

En el decaer de esta escritura

En el borroneo de esas inscripciones

En el difuminar de estas leyendas

En las conversaciones de lesbianas que se muestran la marca de la liga,

En ese puño elástico,

Hay Cadáveres

 

Decir “en” no es una maravilla?

Una pretensión de centramiento?

Un centramiento de lo céntrico, cuyo forward

muere al amanecer, y descompuesto de

El Túnel

Hay Cadáveres

 

Un área donde principales fosas?

Un loro donde aristas enjauladas?

Un pabellón de lolas pajareras?

Una pepa, trincada, en el cubismo

de superficie frívola…?

 

Hay Cadáveres

 

Yo no te lo quería comentar, Fernando, pero esa vez que me mandaste

         a la oficina, a hacer los trámites, cuando yo

curzaba la calle, una viejita se cayó, por una biela, y los

carruajes que pasaban, con esos crepés tan anticuados (ya preciso,

te dije, de otro pantalón blanco), vos creés que se iban a

dedetener, Fernando? Imaginá…

Hay Cadáveres

 

Estamos hartas de esta reiteración, y llenas

de esta reiteración estamos.

Las damiselas italianas

pierden la tapita del Luis XV en La Boca!

Las ”modelos” –del partido polaco–

no encuentran los botones (el escote cerraba por atrás) en La Matanza!

Cholas baratas y envidiosas – cuya catinga no compite – en Quilmes!

Monas muy guapas en los corsos de Avellaneda!

Barracas!

Hay Cadáveres

 

Ay, no le digas nada a doña Marta, ella le cuenta al nieto que es

         colimba!

Y si se entera Misia Amalia, que tiene un novio federal!

Y la que paya, si callase!

La que bordona, arpona!

Ni a la vitrolera, que es botona!

Ni al lustrabotas, cachafaz!

Ni a la que hace el género “volante”!

NI

Hay Cadáveres

 

Féretros alegóricos!

Sótanos metafóricos!

Pocillos metonímicos!

Ex-plícito !

Hay Cadáveres

 

Ejercicios

Campañas

Consorcios

Condominios

Contractus

Hay Cadáveres

 

Yermos o Luengos

Pozzis o Westerleys

Rouges o Sombras

Tablas o Pliegues

Hay Cadáveres

 

– Todo esto no viene así nomás

– Por qué no?

– No me digas que los vas a contar

– No te parece?

– Cuándo te recibiste?

– Militaba?

– Hay Cadáveres?

 

Saliste Sola

Con el Fresquito de la Noche

Cuando te Sorprendieron los Relámpagos

No Llevaste un Saquito

Y

Hay Cadáveres

 

Se entiende?

Estaba claro?

No era un poco demás para la época?

Las uñas azuladas?

Hay Cadáveres

 

Yo soy aquél que ayer nomás…

Ella es la que…

Veíase el arpa…

En alfombrada sala…

Villegas o

Hay Cadáveres

 

……………………………………….

……………………………………….

……………………………………….

……………………………………….

 

No hay nadie?, pregunta la mujer del Paraguay.

Respuesta: No hay cadáveres.

 

 

 

 

COMO REINA QUE ACAB A

 

Como reina que vaga por los prados donde yacen los restos de un

ejército y se unta las costuras de su armiño raído con la sangre o

el belfo o con la mezcla de caballos y bardos que parió su aterida

monarquía

así hiede el esperma, ya rancio, ya amarillo, que abrillantó su blondo

detonar o esparcirse —como reina que abdica— y prendió sus pe-

zones como faros de un vendaval confuso, interminable, como

sargazos donde se ciñen las marismas

Y fueran los naufragios de sus barcas jalones del jirón o bebederos de

pájaros rapaces, pero en cuyo trinar arde junto al dolor ese presentimiento

de extinción del dolor, o de una esperanza vana, o mentirosa, o aún más

la certidumbre

 

de extinción de extinción como un incendio

 

como una hoguera cenicienta y fatua a la que atiza apenas el aliento de

un amante anterior, languidecente, o siquiera el desvío de una nube, de

un nimbo

 

que el terreno de estos pueriles cielos equivale a un amante, por más

que éste sea un sol, y no amanezca

 

y no se dé a la luz más que las sombras donde andan las arañas, las

escolopendras con sus plumeros de moscas azules y amarillas

 

(Por un pasillo humedecido y hosco donde todo fulgor se desvanece)

 

Por esos tragaluces importunas la yertez de los muertos, su molicie,

yerras por las pirámides hurgando entre las grietas, como alguien que

pudiera organizar los sismos

 

Pero es colocar contra el simún tu abanico de plumas, como lamer el aire

caliente del desierto, sus hélices resecas

 

 

 

LAS TÍAS

 

 

y esa mitología de tías solteronas que intercambian los peines grasien-

tos del sobrino: en la guerra: en la frontera: tías que peinan: tías que

sin objeto ni destino: babas como lame: laxas: se oxidan: y así ‘flotan’:

flotan así, como esos peines que las tías de los muchachos en las guerras

limpian: desengrasan, depilan: sin objeto: en los escapularios ese pubis

enrollado de un niño que murió en la frontera, con el quepís torcido;

y en las fotos las muecas de los niños en el pozo de la frontera entre

las balas de la guerra y la mustia mirada de las tías: en los peines:

engrasados y tiesos: así las babas que las tías desovan sobre el peine

del muchacho que parte hacia la guerra y retocan su jopo: y ellas pien-

san: que ese peine engrasado por los pelos del pubis de ese muchacho

muerto por las balas de un amor fronterizo guarda incluso los pelos de

las manos del muchacho que muerto en la frontera de esa guerra amo-

rosa se tocaba: ese jopo; y que los pelos, sucios, de ese muchacho,

como un pubis caracoleante en los escapularios, recogidos del baño por

la rauda partera, cogidos del bidet, en el momento en que ellos, solita-

rios, que recuerdan sus tías que murieron en los campos cruzados de

la guerra, se retocan: los jopo; y las tías que mueren con el peine del

muchacho que fue muerto en las garras del vicio fronterizo entre los

dientes: muerden: degustan desdentadas la gomina de los pelos del

peine de los chicos que parten a la muerte en la frontera, el vello des-

peinado.

 

 

 

 

OPUS JOPO

 

En el condón del jopo, engominado, arisco, mecha o franja de sombras

en la metáfora que avanza, sobra, sobre el condón del jopo la mirada

que acecha despeinarlo, rodar la redecilla en las guedejas:

un público pudor, irresistible, tieso en la goma del spray: la goma

libidinizada, esa saeta de la mata en el enroque de la fima, el gime, el

fimoteo: denuedo de las uñas en el mechón de grima. Guedeja en muslos

enroscada, húmedo pelo, espesor de las cejas en lo ebúrneo cobrizo, un

jaloneo de papilas en los estrechos del olor, jugoso, el ronroneo de los

labios ante las curvas, su salitre, el tartaleo de la transpiración, sudores

finos, atascaban al muslo en ese rulo. Jadean las harás sus aros de

peltre, jaleo lúcido, luminiscente en el rebote de las ligas en la película

infusa, taza de té en los bordes del revoque. La trama, en ese punto,

en la lisura de ese cascabel, serpeante, de esa rima dejado en los ja-

bones de los pies, melecas, masca en el erizar de los penachos la pro-

mesa de un guante.

 

 

 

TROTTOIR

 

Si a la pelambre de los güeldos lía, caparazón de anís, la sobreceja,

enarca sus trebejos un aceite de alambre. El encarnado pie, si avanza,

atrácase, en la remolina de los pliegues, en los pegasos de limozul

asaetinados en el brete, que se emberretan en el vuelto: el derrame de

flejos sobre las cejas almendradas. Almena, almena da a castillo sobre-

ceja que si líquenes vierte sesgo aceza. Jadea, en esa almena, el casti-

llejo regodeante, el zalameo de las tejas en el peje jaspeado del alambre.

El cinto, de las cinchas, en el empeine terciopelo casca las limbas del

jabón. El vierte, si prepucio, sobre la lima azul el atorrante jopo de

la jarcia, el limonero de la leche en el dije de chambre. La chambona,

campera, campechana, si se olvidaba la campana, era por acezas las

ristras del jadeante, esterillarlo en cremas de calambre, en paniazul

nostalgia paniaguada de un desagüe rellano. En esa incertidumbre,

vespertina, del jadeo al masaje, del raye del Luis XV en la manguera de

la calle, jopo, esa aspereza de la chapa, guiño, el parpadear errante y fijo.

Renguea al ramonear la pestaña de nylon de la mirada que se aplasta.

 

 

 

 

Defensa de los homosexuales de Tenochtitlan y Tlatlexlolco

 

Mientras

los homosexuales se acarician en los baños

viejas arpías hilan largos largos echarpes

en lo alto de las ciudades

coloquian en torno a grandes lavarropas azules

sobre la representación de las tragedias griegas y los principios de la catarsis

 

mientras que sus maridos los aztecas

cazan en sus oficinas para los sacrificios de la cena

los canarios duermen la siesta de los gusanos.

Cuando

les sea concedido el derecho a la caricia – qué cosas éstas –

saldrán de sus baños subterráneos con humeantes tazas de té entre las manos

en donde proyecten celestes espacios aires istamdos de sofocantes islas tropicales

pobladas de dulces nativos cimarrones devastados tímidos por el inexplicable ataque de los cañones

ingleses, inexplicable!

 

rostros

en donde la solitaria humedad de los caracoles socialmente oprimidos

ha cultivado tristes flores de afeite

y labrado el sudor desfiladeros de baba en torno a sus pupilas

lluviosas como la conmoción del mar en los acantilados de Escocia

tal vez

-como quien desconoce el placer de los besos en los parques soleados-

quizás

-como quien desconoce el placer de los besos en los parques soleados-

contemplan ásperamente desde sus colchones fermentados de ácidas rancísimas emanaciones

con la indiferencia de las viejas perras sorprendidas en los zaguanes

acostumbradas como están a ver morir a sus hijos ahogados en las ollas de guisado

donde las mujeres de los aztecas resuelven los sacrificios de la cena.

Es demasiado tiempo

porque las Plazas de Toros están repletas

si descubrieran a un marica lo mandarían a las cuadras

donde los grandes campeones no pueden entender –qué cosas éstas-

la proyección de celestes espacios aires istmados de sofocantes islas tropicales

pobladas de dulces nativos cimarrones devastados tímidos por el inexplicable ataque de los cañones

ingleses, inexplicable!

como la proliferación de las agencias matrimoniales y los hoteles alojamiento protegidos por el Estado

cuyos policías recorren las cerraduras en busca de víctimas expiatorias para los templos

del brazo de sus amantes las princesas rusas

mientras

los homosexuales se acarician en los baños

tienden sus cálidas manos hacia los villancicos de amor de las campiñas sus gordos ojos

sueñan sueñan las islas

bellas extrañas islas inexistentes subjuntivas donde se mimetizan con los plumajes exóticos de grandes aves lujuriosas injustamente perseguidas

que abandonan durante la noche los zoológicos sitiados las fortalezas

las ciudades sitiadas que defienden los aztecas.

 

 

 

LA DELFINA

 

La Delfina, fumaba

y la puntilla de la enagua marrón de la Delfína que, ronca, levitaba y el supremo encendido que miraba, los ojos encendidos, que miraban, los ojos sin colirio por entre los barrotes de la jaula de la cabeza de la jaula de López que la corta: corta, cercena y corta: la cabeza que roma imaginaba desde la pajarera un pañuelo de cuello color lila como aquellas enaguas que al alzarse, entre la polvareda, blanca, blanca, fueron su perdición

el pañuelo de cuello -era celeste -con que Delfina retorcía la manivela del paisaje -y aparecían gauchos con carretas tiradas por alambres -una escena del West americano: ella se levantaba lentamente la enagua colorada en la tranquera y dejaba escapar un tufo de mejillas puestas a macerar durante noches

y noches: noches romas: donde ella cabalgaba los caballos gigantes atada de los pelos, de las crines, parecía flotar en ese despacioso espacio en esas noches borlas suprema de los ríos en que el Feroz soñaba con la daga -a solas con la daga -y los púazos: y las esquirlas del florero vuelan, al desgaire, al garete: al alzamiento

Fumaba en medio de esos abordajes, de esas patas de palo y muñones celestes apenas protegidos por una gasa leve y diminuta Fumaba cuando ella se dejaba caer desde lo alto de un caballo mancado y misterioso

” la postrera visión de los gauchos adictos que huyen a toda furia llevando con ellos a la mujer a la que amó locamente “.

(Molina)

 

 

 

 

EL CIRCO

 

soledad del lamé: de lo que brilla no llora lo que ríe sino apenas la máscara que ríe lo llorado llorado en lo reído: lo que atado al corcel, lo que prendido al garfio de la soga: la écuyère: domadora la que penachos unce por el pelo prendida a lo que mece: a lo que engarza: ganchos alambres jaulas animales dorados a los aros atados a los haros halos aros: la mujer más obesa, la barbuda: la de más fuerte toca: la enganchada en el aire en el delirio: en la burbuja del delirio: el mago en sus dos partes: la que cortada en dos desaparece. y la que festoneada por facones sangra de corazón: la que cimbréase sin red, la que desaparece.

 

 

 

 

PARA CAMILA O’GORMAN

 

Con su sencillo traje de muselina blanca tijereteada por las balas, rea La caperuza que se desliza sobre el hombro desnudo (bajo el pelo empapado de cerezas) Como una anilla de lombriz de tierra que huye Así ella se levanta El ruedo del sencillo vaporoso de muselina blanca, sin breteles Los jirones del fux de vaporosa, sencilla (pero blanca) Como nieve de rata de la noche detrás de los altares Así huidiza Como rata que jala del incienso nieve que se disipa Que tras roer la anilla de vaselina blanca se disipa En d aire, como una fantasía De lombriz cuya anilla roen las nevadas ratas de los altares La infantería col orada partió en persecución de las infantas Blanca Como un terror de rata que cernida por las anillas de una lombriz de tierra, gualda Jala la nieve de las guaridas de la noche que se disuelve como un humo Blanco Que desbordada Por los jirones de ese vestido pegajoso. por las burbujas de ese encaje Se trepa a las anillas de una lombriz de tierra que presurosa roe los terrones Que se deja engarzar por esa baba

 

 

 

 

AMELIA

 

Y la que vio caer al novio con el frenillo ensangrentado, el glande: quisiera que reapareciera: el glande, ese frenillo de color marrón, como de chocolate, que tascara: el estribo -de aquellas tempestades -y por ello, se disfraza de madre -y sale a los balcones -en el balcón terraza, junto al porch -con un solero antiguo, y un bretel, estirado en la mata; y los increpa: que reaparezca o vuelva, que retorne -siempre esas confusiones -de la vuelta -en la huerta, el hortelano cava las fosas, y la azada, puntea: en la marmórea hialinidad del témpano: esa concupiscencia, esa complicidad glacial, artística: el cuello, el fino cuello. ante sus zarpas. se fue, por los jardines. y le pides que vuelva -por lo menos que manden su cadáver, envuelto en un jubón de percalina (arpillera o brocato) / o sea que venga muerto caminando y se pare ante ti y te diga: chupala -con la banalidad que da la militancia -militancia de bánalos y ojillos, de floretes y coxas: transplatina, azuzabas la inhiesta -era la hirsuta suegra que desde unas coronas -o unas calas -movía la manivela del tatuaje: alambres y rituales. y poetisas lloronas en el vano. la puerta, al entreabrirse, por un golpe de viento, por un flato, dejaba ver la bota, el chiripá: en esos bailes -pilla -de salón, trotas y marchas. tolerada.

por una tolerancia del lenguaje. o sea, que esté de nuevo ahí, en ese sillón, de florcitas inglesas, y alistada, en la mamosa tropa, lo asilaras: en esas embajadas de la caña -y el templo del oviedo. En medio de ese ritmo de pavanas -paraván -pavoneas. en el cruce del clásico. que vuelva, que sea él mismo y no otro. que no trolo -y dado por el cable, que se enganchaba por atrás, el nombre -ni brisco. sino que lo devuelvan enterito, con su ferocidad de caracol babeante y fijo. fijeza de la horqueta. jugaban al ahorcado en las mesas -colombianas , de una bar: y de repente -penis! -le piden que -se-identifique: y él dice: soy eslava, llamen al cónsul húngaro. pero éstos eran búlgaros, no albanos. y así se lo llevaron -prendido a unas caronas -y a lo sumo que me den las maneas que han hecho con su barba -de unitario. eso, por cajetilla. y aquesto, por judío. banal, banal la pinta de su glande. no era otra la excusa de ese pólder donde te embalsabas como una vieja austríaca. de vueltas al florero, a la metralla. recuerda, enjuta, sus filosas nalgas: ahí le clavetearon -eso es lo que se tapia.

y pululas, hecha una madre ebria, en esas listas, de presos y de muertos. escapada.

 

 

 

MUSICA DE CAMARA

 

Como esa baba que lamosamente fascínase en la raya: de ese campo: de un lado: los poliedros ubuescos: del otro: las liendres polacas: en ese lado: al lado: esa ladera helada: donde se desparrama: la babosa: lamiendo el mismo deshabillé marrón que tantos años lleva colgado en el ropero entre las perchas de los trajes que tuvieron alcanfor: y que tuvieron, en las mangas, pistolas: o de cuero de Rusia o de chinchilla: el traje de la boda: deshabillé marrón que al darse vuelta como mano de pulpo -una pulpa lorquiana -deja ver la presteza de un anillo: mostaza amanerada: o la amarilla marca de un enano que vomita y se enanca: en esas correrías -con el deshabillé marrón -y desabotonado en los pasillos de hoteles calcinados por un viento nudoso -y desabotonandose ahí mismo en el palier: se la palpa, nudosa

 

como esa baba que lamosamente: ante esa mano: ráyase y fascínase: en la demarcación de esos terrenos aúreos: alamedas, ligustrinas holladas por el paso de un topo, de una veloz gacela: de unos tropos; esas ropas tiradas al costado del campo -cuando los desnudaban y les decían que era para tomar un baño dime Delia, tú crees en esas músicas que tan mortuorias suenan cuando antes de las ejecuciones batuteamos: y crees acaso en ellas? y crees? dime sí crees

Dime ya, Delia: creo en esas músicas que como liendres se agazapan tras las axilas de los pobres que condenados a los gases se desnudaban en las cámaras y aspiraban el fino -o el bravío -hedor del mediodía: creo, decime, en esas melopeas de músicos de cámaras que toman la batuta y suenan los violines violentos y los vientos ventrales cuando ellos se retuercen, desnudos, en el gas: dime más: dime, creo en las batutas que los ejecutores blanden en ese aire con leve olor a gas que escapa de las cámaras de música en que el público, desnudo y demudado, yace: dime, acaso lo crees? dime sí: que creo en esos públicos desnudos que yacen demudados cuando por sus orejas penetran los brumosos sonajeros, los dulces violoncelos de la cuna, del gas: dímelo ya.

 

 

 

 

 

ETHEL

 

Como en ese zaguán de azulejos leonados donde ella se ata el pelo con un paño a lunares -y sobresale un pinche como un punto: en el bretel donde el mendigo gira las huellas de los hombros embarrados en la gasa desnuda: eran plateados esos velos, plúmbeos: ella que recogía, al pie de la escalera, los volados tropezaba en la huella que embarrada por la sed de un mendigo huía en espiral: esas farmacias donde ella se soltaba blandamente una liga y el pinchador pulía la nalga, con un algodoncito: ese capullo huele a cerveza, como un bar: ella se arremangaba toscamente y veía la huella, en el estaño -como un peso de plata : en medio de un poema sentimental, con bultos en los trenes y una cesta (de paja) con una vieja trusa renga como el linyera que posaba sus dientes en la manija y Etheles que baldeaban, casi a ciegas, su cuerpo: vago echado en las lajas, coraje y lavandina: trapos con que una Ethel arma un hatillo, y prende sus orejas, como aros o fotos de un hipódromo: en círculos, alrededor del lago artificial donde se ahoga un lagarto, en torbellinos oye con la cabeza pesarosa el tintín de la plata en ese vaso donde ese pordiosero lía las gomas de alambre de sus babas

 

 

 

 

 

DAISY

 

el titilar de esas monedas en los boleros de estrellita: en los tajos del corte, las hamacas, y majas que halan, entre tules “batón” y un follaje de sombras: junto a ese velador, que apagas, y dejas caer la cadena de plata en una palangana: la lavandina de esas velas con que sobas el tajo: no hay un corte? en esos botoncitos) nacarados, no hay una navaja que se lima, y mondada se lame? o ese corte, no es el de la ”heridilla” (humo de follo)?: si al follaje ebrio lames, no es ese rouge que dejas pringar en el pescuezo, como una boa nacarada? no es eso que drapea lo que a la almendra dado, tasca en el cuello del que baja, volcando el velador?

no es el volado el que rasguña su lengua de insignificantes llagas (llamadas ”heridillas” en la foto): la escena del que mama, el cuarto de esa escena sobre un neón de nomeolvides, y la ebriedad de la que baja, y el descangallamiento de esos tacos en las escaleritas de azulejos, y ese soutien que tironea hosco el lamé? hala de ese bretel el hombro erguido el barro de ese hombro?

 

 

 

 

MICHE

 

El travesti, drapeado entre fantoches de irisable mondura: monda, monda: ronda, cercena y raspa: la mondura montada en cardenales, en fetiches: pescuezo de lamé, cuello de gata: botella atravesada: el irisado almácigo: hortelano: curva, cencerro y paja: la travesti echada en la ballesta, en los cojines crispa el puño aureolado de becerros: en ese vencimiento, o esa doblegación: de lo crispado: muelle, acrisolando en miasmas mañaneras la vehemencia del potro: acrisolando: la carroña del parque, los buracos de luz, lulú, luzbel: el crispo: la crispación del pinto: como esa mano homónima se cierne sobre el florero que florece, o flora: sobre lo que florea: el miché, candoroso, arrebolado de azahar, de azaleas, monta, como mondando, la prístina ondulación del agua: crueldad del firmamento , del fermento: atareado en molduras microscópicas, filamentosos mambos: tensas curvas

Pero es acaso la curvación lo que crispa?: lo curvado? el marqués de Courvel, en la corbeta, atándose el jabot a una teta de almíbar: palillo y siliconas

Pero no, no es así? la curvatura, el glaceado pecíolo el irisado almíbar de la teta que rancia se desploma sobre el hombro del marqués que marcado en esa teta rancio se desploma, cual sobre un pastillero es el marqués, la blanca jeta (recta) del marqués, la pulseada: esos cueros peludos que tan prolijamente depilados dejan ver la cabeza nudosa de un enano, de un enano grasiento y lujurioso: prolijas, tersas grasas -o grasosas superficies de un crol, de una piscina en ella, se zambulle el miché, zampándose la almeja en esa cosa que pudorosa acecha en esa rosa de un pecíolo lila en esa tersa costra del pescuezo gillette y afeitadora en esa barba que desprendida cae como babeando: y raya

 

 

 

 

Mme S.

 

Ataviada de pencas, de gladíolos: cómo fustigas, madre, esas escenas de oseznos acaramelados, esas mieles amargas como blandes el plumero de espuma: y las arañas: cómo espantas con tu ácido bretel el fijo bruto: fija, remacha y muele: muletillas de madre parapléxica: pelvis acochambrado, bombachones de esmirna: es esa madre la que en el espejo se insinúa ofreciendo las galas de una noche de esmirna y bacarat: fija y demarca: muda la madre que se ofrece mudándose en amante al plumereo, despiole y despilfarro: ese desplume de la madre que corre las gasas de los vasos de whisky en la mesa ratona: madre y corre: cercena y garabato: y gorgotea: pende del cuello de la madre una ajorca de sangre, sangre púbica, de plomos y pillastres: sangre pesada por esas facturas y esas cremas que comimos de más en la mesita de luz en la penumbra de nuestras muelles bodas: ese borlazgo: si tomabas mis bolas como frutas de un elixir enhiesto y denodado: pendorchos de un glacé que te endulzaba: pero era demasiado matarte, dulcemente: haciéndome comer de esos pelillos tiesos que tiernos se agazapan en el enroque altivo de mis muslos, y que se encaracolan cuando lames con tu boca de madre las cavernas del orto, del ocaso: las cuevas; y yo, te penetraba? pude acaso paranne como un macho ebrio de goznes, de tequilas mustio, informe, almibararme, penetrar tus blonduras de madre que se ofrece, como un altar, al hijo -menor y amanerado? adoptar tus alambres de abanico, tus joyas que al descuido dejabas tintinear sobre la mesa. entre los vasos de ginebra, indecorosamente pringados de ese rouge arcaico de tus labias?

cual lobezno lascivo, pude, alzarme, tras tus enaguas, y lamer tus senos, como tú me lamías los pezones y dejabas babeante en las tetillas -que parecían titilar el ronroneo de tu saliva rumorosa? el bretel de tus dientes?

pude madre? como un galán en ruinas que sorprende a su novia entre las toscas braguetas de los estibadores, en los muelles, cuando laxa desova, en los botones, la perfidia a él guardada? ese lugar secreto y púbico? cómo entonces tomé esa agarradera, esos tapires incrustados con mangos de magnolia, aterciopeladamente sospechosos y sosteniendo con mi mismo miembro la espuma escancorosa de tu sexo, descargar en tu testa? Sonreías borlada entre las gotas de semen de los estibadores que en el muelle te tomaban de atrás y muellemente: te agarre: qué creías?

 

 

 

 

VAPORES

 

lo que en esa goteja raspadura de barba humedecida el azulejo, o azulejo de barba amanecida, lo rocíado de esa puntillez, el punto de esa toca, en el rocío de esa puntilla que se raspa, o gota que lamina: porque la mano que ávida raspa, como una barba, el ejo azul de esas axilas, o esos muslos-se divisan los muslos en la bruma de humo, en el vapor de esa corrida: toca rozada, rosa el lamé, el “por un quítame de allá esas pajas”, o manotazo de mojado, papas de loma en la fundidad, o el resbalón de esas acaloradas mangas, como fleca de sudo: o esa transpiración de la que toca, tocada, ese tocado ese tocado de manuelitas y ese jabón de las vencidas, sofocadas esa respiración entrecortada, como de ninfas venéreas, en el lago de un cuadro, cuadriculan; cuadran, culan en el kuleo de ese periplo: porque en esas salas, acalambradas de lagartos que azules ejos ciñen, o arrastran, babeándose por los corredores de cortina, atrapalhada como una toalla que se desliza, o se deja caer, en los tablones, de madera, mad, que toca, madra, toca lo madrastral de ese tocado, casi gris; pero que en su puntilla, acaso deja ver algo? se trasluce esa herida de manteca que el gollo, o ese fólego, fuellante, en una oreja que no se ve o no se sabe de qué cara es, en ese surco que no se ve, esa arruga de la transpiración: azoteas de lama, donde el deseo en, suave irrisión, se hace salpicadura…

 

 

 

 

DEGRADEE

 

recorres en espejo galerías con espejos de mano galerías, vítreas, de vidrio y lama, ve un ”viril” virtuosismo, una vidriosidad de escapulados, o “pulados”: pues, porque si en ese abismo, o callecita-baja -el pescuezo de la niña -, porque si ese pezcuello, doblegado bajo ese resplandor, nade, espejo que nace, jade y vidrio? jala, y en ese recorrer, del resplandor lamé, burilo; corta el ruedo, da una “terminación”. y si se usa el deambular brilioso, señas de lona verde -para un ahorcado verde-, verme, por qué no? si ese desliz, ese arrastrar se amplía? y en el ruedo, de ese pez-cola, aparece un detalle en “purpurina”? sobretatuado en el escote, draga el seno; de ésa que hiere: vidrio cortado, tajo luminoso e infecto, cuyos esparadrapos, en el alcohol de esas miradas que chorrean, en la frialdad de ese glacé, o nomás el incienso de ese humo cala la carne del pescuezo, marca los ”caminillos” de esa horca, como si esa cabeza, de rodar, por enaguas almidonadas, tiesas, jale lo ase. rima su aspereza de pieles vivas, con esa estola de “marrón”

con que ella se cubría los hombros? -disimulando esa pilosidad. y lo batracio, de ese desfallecer, no lleva a las patitas de yacaré, estagnadas, o colocadas en una cierta inercia?…

pero que lo que araña si. cala y no calla. no necesariamente, ya que al borde de aquellas piletitas de sarmiento, hay una madre que se ahoga, y otra que se desnuda, en el palier, delante de unos oficiales está esa madre y esa ausencia. el cuadro, enmarcado en cristal, da el resplandor de esas arañas paralíticas.

Esa, y acaso la otra.

porque ella, al rodar, por esos pasillitos, azogados, no padecía el ahogo de esas ligas, y la sofocación de esos panderos, el pesar de esos brincos, o pendientes, o anillos, ya excesivos? y lo que se recarga, en esa cuenta, no es la vuelta de más, el disparate de enjoyados breteles, o el enojo de un cirio que pendea? deja caer acaso el celo? de qué cielo nos habla?

o paniamores, o chafalonerías de coral, o strasses como estros…

 

(grades)

y por las gradas esa estola que radas rodas, rueda, greda en el degrau -degrádase, desagradable boa, la de esa moquerie, y cuyos flejos, gelatinosos, lame. losa la de esa escala. pues en sus ascensiones, o descensos, o líneas, de laberinto, boas de fleco y ”filipetas,,, botas lo que se pisa: paño de ”pranto” y ”maquerie”: machette ruinosa, lo que enella rolaba, o el rolar de esos vahos, mohosos, musga el rielar de ese desliz: pétalo caviloso que, pecado en su pasmada esplendidez, tremola; vino que áspero en los rajados torsos se disipa, pringado: gredas o paño, botas, gelatinas

 

(lobos)

lebos lobos ajax rodrigo guesavenda gruesa venda venérea madreselva del ánade cohonestas ebúrneos mercados tasa la marca del pito rito colomí cárpido lesma leve losa lontano lamé pero la cercanía de escarpe arroja lanas desamor ocaso o no alba fibrosa, no está en ajax rodrigo al mediodía espinoso y reblandecido, por lo tostado de las carnes o escarpe del bozo enjuta adarga en pliegos de furtivo jaguar desala y ronda ronco rebota ronronea rutila hosco

 

(Mamparas)

estentóreo vitral trizas del cuello la gorguera manchada como un tímpano por el eco de un flato trema crema lagartija cariosa que en el pecado de esa lavandina -oriental y estentórea -jala del pene de la anciana madre el hilo de una cicatriz. Oh mustio piojo que a su pubis acaramelas de escozores y gargoleantes nimbos de pecera.

Pescada peca en el aventurado retirarse detrás de unos jarrones al contemplar el paso de la silla por los estrechos de terracota y mármol en el piso pintado con eructos de epopeyas silvestres. Caudalosa ases el puño del que bate, en un canapé asombrillado, la crema de esos días apagados y marchos como una estalactita que separada de la gruta toma la flaccidez de un ano falso. El orificio que se menta y el rapé que se ahueca en el soplor gamado de las cruces que como ligustrinas distribuyen los pasos de las ocas en el juego de almíbar y mimbre que gime. Claraboyas semienterradas en el corset de cornucopia alastran en su anillado parpadear la sombra de una calesita empinada sobre los muros de alacranes como un precipitado templo de cantoras.

Oasis de flema que en el amasado carmesí de una sonrisa falsa, como una niña que se traviste o pinta, tasa, pringosa. los jaspes del jardín y los espejuelos al acaso olvidados. El canto de la ajorca está timbrado dé macetuelas poco actuales El dorso como un velamen que se arquea en la senectud de un rimmel pasado o echado a dos manos sobre las aguas quietas del lavabo. El corte de la pinza azotea cardenales airados en el pingense monte. Se deslizan por el moflete acochambrado goterones de pinga de esmirna de ”dolores”: los cálculos la doblan y la almizclan en un perpetrado redoblar de jarcias que instilan en el muelle de las aguas internas la precisión de una piragua, o la pira de las aguas ardientes o fogosas en el vestuario de los lobos grises. Acuclillan al papa de la argentina y lo obligan a lamer el estirado o romo clito de la madre romana. una matrona de crepé y arroz contorsionándose a la velocidad del ganglio o celosía, como mirilla vigilante abre al flaneur el desdoror de un can o de una cana echada entre almohadones cuya sarnosidad dice del paso, su ázimo olor del pis de otros. Sorbe sin resistir, ya que le obligan, con una agilidad impropia al cargo o a la norma. Levanta áspero del bies del cornillero colonial el hilo de una aguja empantanada e inservible, porque no pincha ni ara el ruedo. Uñas tibias que rasan al demorado olor como martillos en una tez desnuda, depilada. Palpan alérgicas la chinche empotrada en los dos oídos.

Pululan cosquilleos alambrados, cárdenas insensibles, líneas de puntos flacos y aunque borroneados pegajosos. Pegasos de vidrio de ciruela vuelven a hacerse trizas en el cuello gargóleo de marmitas que ella llamaba mamparas.

 

 

 

EL PALACIO DEL CINE

 

Hay algo de nupcial en ese olor o racimo de bolas calcinadas por una luz que se drapea entre las dunas de las mejillas el lechoso cairel de las ojeras que festonean los volados rumbo al olor del baño. al paraíso del olor, que pringa las pantallas donde las cintas indiferentes rielan guerras marinas y nupciales.

Los escozores de la franela sobre el zapato de pájaro pinto dan paso al anelar o pegan toques de luna creciente o de frialdad en el torcido respaldar que disimula el brinco tras un aro de fumo y baban carreteles de goma que dejan resbaloso el rayo del mirador entretenido en otra cosa.

Aleve como la campanilla del lucero el iluminador los despabila y reparte polveras de esmirna en el salitre de las botamangas y en el rouge de las gasas que destrenzan las bocas esparciendo un cloqueo diminuto de pez espada atrapado en la pecera o de manatí vuelto sirena para reconocerlos.

Pero apenas los prende de plata se aja el rayon y los sonámbulos encadenan a verjas de fierro para recuperar la sombra o el remanso del cuerpo derramado como yedra las palanganas de esmerilo, el caucho que flota en la redoma donde se peinan, tallarinesco o anguiloso, el pubis con un cedazo de humedad.

Y el sexo de las perras arroja tarascones lascivos a las tibias de los que acezan hurtarse del lamé que lame él brin de marinero que fumando ve mirar la pantalla donde los ojos pasan otra cinta y entretendido en otro lado mezcla las patas a la ojera carnosa, que acurrucada en el follaje folla o despoja al pájaro de nombres

en una noche americana.

 

 

 

FRENESI

 

El enterizo de banlon, si te disimulaba las almorranas, te las ceñía al roce mercuarial del paso de las lianas en el limo azulado, en el ganglio del ánade (no es metáfora). Terciopelo, correhuelas de terciopelo, sogas de nylon, alambrecitos de hambres y sobrosos, sabrosos hombres broncos hombreando hombrudos en el refocilar, de la pipeta el peristilo, el reroer, el intraurar, el tauril de merurio. Y el volcán, en alunadas ágatas, terciopelo, correíta de nácar, el mercurio de la moneda ensalivada en la pirueta de la pluma, bIanca, flanca y fumóla en el brumulo noctural. El saurio, al que te dije, deslelicorreaba. descoloría, coloreaba, las errancias gnomosas, como flatos de goma o silicone afluentes en el nódulo del ganglio lenitar, róseo maravedí en carbunclo alzado, lo prometido por las mascaritas, mascaba, macaneaba la mazota. Campanuela de telgopor y el frunce de la ”imitación seda”.

tildaban lentejuelas los breteles, esmirna, pirca de lapislázuli, carmelo. cortióla rompiamor el encaracolado calacrí. el alacrán de la ponzoña abisagrada como esputo, o carpiólo, rompiometió en el carrancudo lince de los senos plastificados el estilete, en la cartera la tronera de una ventana vigilante, el signo del acuario en el mangle movedizo, oleante, arde de las ardillas casi encintas la delicia de la mentirilla linguajar, lúpulo del burdel, pupila de éter. Corceía el lanzaperfumes su pesadilla de puttos ondulantes, como olas u onduelas bandidejas, bandidas. carricoche en la reja, el espumar, en runa la inscripción (borradiza) del himen de la verja, el alcahuete paga el servicio de la consumición, ahoga en cerveza lo furtivo del lupanar, tupido, apantallado por maltrechas ecuyères en caballitos de espinafre, la pimienta haciendo arder el sebo carnoso del ánade.

 

 

Datos vitales

Néstor Perlongher nació en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, la noche de Navidad de 1949. En 1982, terminada su licenciatura en sociología, se fue a vivir a San Pablo, donde ingresó en la Maestría de Antropología Social, en la Universidad de Campinas, de la que en 1985 fue nombrado profesor. Su obra poética publicada comprende seis libros: Austria-Hungría (Buenos Aires, Tierra Baldía, 1980), Alambres (Buenos Aires, Último Reino, 1987; Premio “Boris Vian” de Literatura Argentina), Hule (Buenos Aires, Último Reino, 1989), Parque Lezama (Buenos Aires, Sudamericana, 1990), Aguas aéreas (Buenos Aires, Último Reino, 1990) y El cuento de las iluminaciones (Caracas, Pequeña Venecia, 1992). Colaboró asiduamente en las revistas El Porteño, Alfonsina, Último Reino y Diario de Poesía. Preparó la antología Caribe transplantino. Poesía neobarroca cubana y rioplatense (San Pablo, Iluminuras, 1991), y publicó numerosos textos en prosa, entre los que se destacan El fantasma del SIDA (Buenos Aires, Puntosur, 1988) y La prostitución masculina (Buenos Aires, La Urraca, 1993). “Néstor Perlongher fue un escritor insaciable. Creó un estilo propio que apodó “neobarroso”, en el que reunía contradictoriamente los bucles barrocos y el barro del Plata: es decir, él mismo … la figura de Néstor Perlongher se fue agigantando de un modo tal que a esta altura aparece como una de las voces más necesarias de la última poesía argentina” (A.Schettini, La Nación). Trotskista, anarquista, ex-militante del movimiento de liberación homosexual argentino, Néstor Perlongher murió de SIDA en San Pablo, el 26 de noviembre de 1992.

 

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