Una mirada a la poética de Francisco Tario

Francisco TarioJuan Rivas (Puebla, 1987) estudia Lingüística y Literatura Hispánicas en la Universidad Autónoma de Puebla. A continuación nos presenta un ensayo que ahonda en la estética de uno de los mayores narradores mexicanos del siglo XX, portero profesional con el Asturias, Francisco Tario (1911-1977).

 

En términos estéticos podríamos decir que la obra de Francisco Tario cuenta con valores y contravalores. Y aunque en este análisis se pretende concebir la obra de Tario (primordialmente narrativa) como una totalidad en la que se adivinan recursos líricos, la distinción de los mencionados valores, denominados positivos y negativos, se hará hurgando en los matices, escenarios, temáticas y formas a las que remiten diferentes trabajos de su creación.

            Así, en sus libros de cuentos La noche, Una violeta de más, Tapioca Inn: Mansión para fantasmas, y otros cuentos de publicación independiente, destacan cualidades oscuras, escatológicas y más bien terroríficas, mientras que Breve diario de un amor perdido es un texto escrito en prosa poética, es decir, transmite sensaciones y detalla imágenes más que narrar una historia. Este último, pues, se configura a partir de elementos de una estética positiva, a la que podría llamarse sublime.

            Raymond Polin, estudioso francés de la estética citado por Dacal Alonso, clasificó los campos en los que puede reducirse una estética negativa:

            Lo monstruoso: Estéticamente, lo monstruoso aparece como una figura deforme y ambigua en cuanto es elemento, que por un lado resulta repugnante y por otro permite la manifestación de aspectos o cualidades de las cosas.

 En El mico, incluido en Una violeta de más, se nos presenta la historia de un hombre adinerado que encuentra, atascado en el grifo de su bañera, un ser viscoso, antropomorfo, al cual únicamente denomina como “él”, “eso”, “aquello”, y posteriormente, “hechicero” y “renacuajo”. Al no darle un nombre específico, el narrador convierte al ente en algo siniestro (otra categoría de la estética negativa); el epíteto de mico sólo es sugerido en el título del cuento. El hombre asume una actitud de protector (su primera angustia es que el animal lo llame “mamá”) pero, desconociendo la naturaleza de la criatura, se ve llevado a la desesperación, al punto de confundir su identidad sexual y considerar la posibilidad de embarazarse para darle un hermano al renacuajo: “Aborrecí un día mi pipa y dejé de fumar. Me afeité el bigote. El tedio y la melancolía rara vez me abandonaron y comprendí que me encontraba seriamente enfermo. Posiblemente estuviera encinta.”

             La lengua poética, según O. Brik, está regida por dos tipos de leyes: las leyes sintácticas y las leyes del ritmo; estas últimas complican la sintaxis  y responden a la naturaleza musical de los sonidos del verso. Tario manejaba cautelosamente la puntuación en su prosa, valiéndose de las pausas y el ritmo para obtener efectos narrativos. Particularmente, se daba maña para acotar a una oración, con un punto y seguido, alguna imagen incongruente, que pudiera muy bien contradecir lo que hasta entonces se fraguaba a ojos del lector. Es así como determina el completo sentido fantástico al final de El mico: “(…) Regresé a mi cama y no desperté sino hasta muy entrada la mañana. Así continué durmiendo día tras día, risueñamente, inefablemente, sin preocuparme ya más por el hechicero. Y tres meses más tarde di a luz con toda felicidad.”

            Lo horrible y lo desmesurado: Ambos involucran una alteración en el orden natural de las cosas. El primero explota el lado mórbido y escatológico de la realidad; el segundo, el exceso en las proporciones naturales de las cosas, produciendo rechazo en el contemplador.

            En La noche de los cincuenta libros, incluido en La noche del féretro y otros cuentos de la noche, un niño precoz y desubicado, rechazado y vilipendiado por su familia, huye a una cueva en las montañas, y jura que se dedicará a escribir libros obscenos, terribles, inmorales. En el clímax, es atacado por todos los horrores que concibió:

Devolveré la razón a los muertos, y haré bullir en torno a los vivos una heterogénea muchedumbre de monstruos, carroñas e incongruencias: niños idiotas, con las cabezas como sandías; vírgenes desdentadas y sin cabello; paralíticos vesánicos, con los falos de piedra; hermafroditas cubiertos de fístulas y tumores; mutilados de uniforme, con las arterias enredadas en los galones; sexagenarias encinta, con las ubres sanguinolentas; perros biliosos y castrados; esqueletos que sangran; vaginas que ululan; fetos que muerden; planetas que estallan; íncubos que devoran; campanas que fenecen; sepulcros que gimen en la claridad helada de la noche.

Lo pedestre: Se aplica a una cosa o ser cuya manifestación exterior, sea por los elementos que la componen o por su tosquedad o incultura, la hacen notoriamente vulgar, carente de profundidad.

            En La noche de la gallina, es narrada la historia de un animal de granja (desde el punto de vista del animal), y una crónica de cómo se lo van a comer. La gallina hace una profunda introspección en la que deduce concepciones existenciales, y su ser animal se reduce a la particularidad de un ente con vida, cuya única inferioridad es contar con un alma más pequeña. Es una historia de rebelión y venganza, bajo la mirada de un pollo.

Lo ampuloso, lo intrincado, la desproporción y el desorden: El primero carece de validez objetiva de acuerdo con la naturaleza de la obra, al recargar  innecesariamente con adornos de escaso mérito técnico o estético un objeto. Aplícase a cosas henchidas de adornos, recargadas o exageradas en sus colores, e incluso al lenguaje con giros complicados. Lo intrincado se trata de un objeto cuyos elementos compositivos lo hacen parecer oscuro o embrollado en sus partes, líneas, colores, formas, materia, perspectiva, composición u otros elementos. La desproporción y el desorden aparentan carecer de un principio rector que les dé armonía.

            La noche de los genios raros, según Juan Ramón Vélez, anticipa los flirteos con el teatro de lo absurdo de las piezas teatrales posteriores de Tario, y a juicio de Mario González Suárez, es un diálogo entre las manecillas de un reloj.

            Es presentado como drama en un solo acto, cuyo escenario ofrece una poética surrealista:

Noche tonta del triángulo azul del suburbio. Plenilunio y paralelepípedo tête a tête. Un alfil en el cuadro negro. El rey con su corona. Humo, humo, humo. Y el stacato del piano muerto sobre un mi sostenido. El reloj –contrapunto, patíbulo, longitud- aúlla con sus gritos romanos. No es ninguna hora en la vida. Eolo gira. Terpíscore es lento (adagio). Dos sombras se inmiscuyen: las ve el farol, Jesucristo y Picasso. Hay ambiente de subconsciencia, ciencia de residencia, sopor.

Fragmento del diálogo:

II. (Reparando.) ¡Y en endecasílabos!

I. (Touching Wood.) ¡Lagarto!

II. Un drama azul y plomo…

I. La onomatopeya que se sumerge…

II. Pienso en Oscar Wilde; no puedo evitarlo.

I. (Confuso.) Bien, talvez… Pero un Oscar Wilde sin vidrieras.

 

Y concluye con el I, que declama y se aleja, caminando como Charlot:

 

“La fábula, fécula que fecunda

cunde

en el mundo Donde

se tiende allende, aquende –aluminio-

la muerte

-mordaz geometría-

La fábula médula espátula que inquieta

la mar

y “la mer”

The sand, and the taxi, and the boatman, and

the fruit, and the yes

¡yes, yes, yes!

and the tree, and the miss, and the goose

AGAIN.”

            Francisco Tario confiaba plenamente en el poder sonoro de las palabras. Cuando un entrevistador le aseguró que Tario era un vocablo purépecha, él contestó: “no tiene otra significación que la grata resonancia que produce esa voz metálica al unirla con el común Francisco.”

            De principio a fin el uso del lenguaje parece centrarse en la musicalidad del conjunto. Como en la poesía surrealista, las piezas semánticas pasan a construir melodías; por otro lado, la carga de imágenes transmitidas no se anula y proyecta una serie de imágenes extraordinarias. Dan Swäno, fundador de una banda sueca de death-metal progresivo llamada Pan.Thy.Monium, propuso, como vocalista, usar su voz como instrumento, en vez de cantar alguna letra concreta.

             Visión escatológica: Maurice Nedoncelle, filósofo francés, propone que el arte se aboca a la zona del mal: “A este problema turbador hay que responder que todas las cosas, hasta el sufrimiento y el crimen, están llamadas a una salvación estética (…) Admirar la belleza de un incendio o el patetismo de Lucifer es rendirles el único homenaje a que tengan derecho o más bien conferirles la única grandeza de que sean capaces.”

            En La noche del traje gris, un traje describe sus neurosis, su religiosidad y cómo es seducido por el lado concupiscente de la vida: “El tiempo huye” –pienso encomendándome a Dios. Pero acude el Diablo.”

            El bien y el mal, lo burdo y lo sublime, se emparentan en una relación dicotómica y producen un efecto escatológico en el observador. Cuando el traje gris decide tomar el dinero de su dueño y salir a divertirse en la ciudad, se detiene a analizar el paisaje: “Las ramas son muy exuberantes, se entrelazan caprichosamente y adoptan posturas ingenuas: ora es un hombre a horcajadas sobre una serpiente; una bruja anciana junto a un pozo; una joven peinándose; un diablo; un apóstol…”

            Las imágenes siguen sucediéndose mediante elementos opuestos y contradictorios: “decepcionado de la noche, de los billetes, de Lucifer y del regocijo humano.”

             El traje decide matar a un hombre de concepción similar a la de su dueño, y ponérselo. Va al casino, a bares, y encuentra a unas prostitutas.

            “Y me siento con el muerto en una silla. Ahí sigue: tieso, de gris, solemne; las piernas, velludas y azules; el vientre repleto de intestinos muertos. Quito la luz y las mujeres flirtean.”

            Parafraseando a Nodelle, Dacal Alonso dice que bastaría citar a la Divina comedia para hacerse una idea clara: “Esta alianza inaudita entre lo bueno y lo malo sólo cabe en la mente del poeta y del artista, y es válida desde esa perspectiva (…) Calar en el misterio del hombre y en su doble y turbulenta faz de bondad y maldad.”

            En Breve diario de un amor perdido, Tario encamina su creatividad a estadios bellos, sublimes. No obstante, la desazón, el desasosiego de un amante taciturno, siguen presentes en esa atmósfera incierta, poco concreta y, aunque pletórica de armonía, amenazada por lo siniestro de la soledad y el recuerdo: “Y acepta todo, admite todo. Oponerse es remover el estiércol.”

            “No me tortura tu cuerpo. De entre tan renovada niebla solamente distingo tu atmósfera, como un inmóvil caos violeta. Inmensa e ínfima como un firmamento: incalculable.”

            Incontables veces una voz poética ha escrutado el firmamento y comparado los astros con el objeto amado. Gaston Bachelard dice, en El aire y los sueños, de las estrellas, que “se advierte que han girado, mas no se las ve nunca girar. El cielo estrellado es el más lento de los móviles naturales. En el orden de la lentitud, es el primer móvil. Esta lentitud confiere un carácter dulce y tranquilo (…) Las imágenes de lentitud se enlazan con las imágenes de la gravedad de la vida.

               Tario continúa:

Mas de tu belleza no se ha escrito nada. Sí, eres bella –insisto- como se imagina el niño que debe ser necesariamente una estrella (…) Aceptaba todo: Tenue eres en presencia; en la ausencia eres inconmovible (…) Veo tus ojos –pero ya más tarde- iluminados desde adentro.

            Dacal Alonso arroja la pregunta: ¿cómo puede lo feo y su constelación de contravalores ser objeto de una reflexión estética? Y propone dos caminos por los que se puede llegar a lo feo en el arte: como un acto fallido, o mediante una intervención deliberada del artista.

            En su estudio de Estética general prefiere adjudicar la presencia de los contravalores estéticos al mal gusto de la estética de masas (constantemente los sitúa en comicbooks, filmes de exploitation y arquitectura kitsch); se muestra arraigado al clasicismo en el arte y, abiertamente, desacredita a las vanguardias como plenas expositoras de la visión escatológica del arte: “Sin apelar al arte moderno, que se deleita en lo informe, monstruoso y horrible.”

            Pero en la obra de Francisco Tario, al igual que en la de muchos autores de la segunda mitad del siglo XX, los valores y contravalores estéticos se alternan, se confunden y se complementan en el juego de las imágenes y lo novedoso. Dejan de ser valores semánticos, se tornan en símbolos, y abandonan toda intención de transmitir con claridad y precisión un panorama armónico, ordenado y segmentado.

 

 

Bibliografía:

Estética General, José Antonio Dacal Alonso. Porrúa, México, primera edición, 1990. Páginas 189, 190, 193, 260 – 275, 358, 359

Cuentos completos Tomo I, Francisco Tario. Editorial Lectorum, México, Primera edición. Páginas 43, 47, 53, 88 – 91.

Cuentos completos Tomo II, Francisco Tario. Editorial Lectorum, México, Primera edición, 2003. Páginas 55, 77 – 82.

La noche del féretro y otros cuentos de la noche, Francisco Tario, Editorial Novarro, México, segunda edición, 1958. Páginas 36, 37, 49 – 51.

El aire y los sueños, Gaston Bachelard. Fondo de cultura económica, México, 2006. Páginas 220 – 222.

Teoría de la literatura de los formalistas rusos. Antología de Tzvetan Todorov. Fondo de cultura económica, México. Undécima edición, 2007. Páginas 71 – 73, 107 – 110.

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