Arte poética No. 15: Eduardo Anguita

Eduardo Anguita

En esta entrega de Arte Poética, Mario Meléndez nos ofrece un acercamiento a la poesía del chileno Eduardo Anguita (1914-1992). Entre sus libros figuran: Tránsito al fin, El poliedro y el mar, Venus en el pudridero, Poesía entera, Rimbaud pecador, entre otros. En 1988 obtuvo el Premio Nacional de Literatura.

 

 

 

 

PROHIBICIÓN DE RESPIRAR

 

Vivo en las paredes donde la muerte

tiene colgada su sombra.

Las ventanas cambian de hueco en mano.

De vez en cuando un cielo visita el cielo de mi cerebro,

debido a él los animales se hacen más pesados y caen.

Porque los sonidos fermentan la tempestad,

yo estudio los gestos de los otros,

su mal hábito de irse acabando por los pies,

e insectos cubren mi estrella de la frente.

 

 

 

 

TRÁNSITO AL FIN

 

La puerta puede abrirse,

puede entrar el ladrido del perro,

sin que necesitemos saber nada.

 

Mientras no entre el viento en nosotros

cuando tenemos los ojos viajando entre los muebles

de la diversidad de los miedos de cada muerto,

podemos reír entre la espuma de lo oscuro.

 

La seguridad del que abre su vestido privado,

dejando mostrar las huellas blancas de los delirios,

con un poco de fuerza se logra concentrar la ceniza invisible,

la sombra, mi muerte particular.

 

Piedras en la mirada, ya sólido su silencio,

pasos de las manos solas en el cuerpo.

Es así como amamos el aire de la estatua,

el aire que nos empuja a la vejez.

 

El hombre camina a una habitación semejante

y se coloca el traje que lo conduce para siempre.

 

 

 

 

RECUERDO DE INFANCIA

 

Los mendigos escapan del tallo de las plantas                                                                      

 en gruesas gotas de dignidad y mármol.

Vuelan por el día como los primeros leños

En el monumento espeso del aire de los suspiros.

 

Sobre los techos crecen a toda hora ciegos presuntuosos,

pero los hilos de un muerto extraño a la casa

los enredan y enseñan a caminar despacio.

 

Paciencia: mañana el difunto será convaleciente

y partirá desde su cuerpo

hacia la simplicidad de una voz

en la tiniebla endurecida.

 

 

 

MI MUCHACHA SE VA A CASAR

 

Como un espectro de duración indefinida

como el aliento del caballo que se ha quedado merodeando

en torno al hocico

como la desaparición engañosa del mundo

permaneces, rocío de senos blancos

rocío de risa sin miedo, pero profética

Mi niña que te vas a casar con un ser demasiado presente

mi nieve que en la noche se levanta

con ojos tan terribles que parecen

la mirada de alguien que ha naufragado bajo el té

mi fuego que te avecinas por los firmamentos de la memoria

Oh corazón que siempre desea una temperatura exagerada

 

Niña, mi nieve intranquila, mi fuego dominante

te vas a casar con una piedra segura

¿Qué va a ser del dulce vapor irreal de tu existencia?

Y tus piernas como sorpresas nacidas a medianoche

y tu vientre como sol guardado

¿Qué van a ser al golpe de esa piedra o ese hombre?

 

Me necesitas a mí que soy tu plumaje justo

tu arco por donde debes pasar zumbando al delirio

tu selva en donde debes extraviarte

tu mar de amenazas

tu continente flexible

 

Nadie ha olvidado tu fantasma

que parecía existir a ciertas horas de calor

ni tus palabras lanzadas para empañar las frutas y las frentes

pero que hacían un ruido que recuerdo

de escritura antigua sobre piedra de escritura seca

ni tu sangre hecha para servir de cortina al pensamiento

 

Te vas a casar con una decoración tenebrosa

con un hombre que es una decoración regulada

una decoración con una decoración adentro, como arterias

deshojándose, deshojándose

 

Pero me necesitas, hermoso humo de senos blancos

te hago falta, fosforescencia querida

deseo estar contigo para dudar de mí

porque el amor es una irrealidad

apta para comprobarnos

 

 

 

VENUS EN EL PUDRIDERO

(Fragmento)

 

¿Escucháis madurar los duraznos a la hora del estío,
a la venida del sol, mientras un príncipe danza
en vísperas de su coronación?
Yo pienso en el gusano.

¿Oís podrirse los duraznos en el granero,
al atardecer, mientras las fechas del reino
caen de los tronos
y el viento las amontona, las dispersa y olvida?
Yo pienso en el gusano.

Si veis montar el agua de la noria,
con un niño fijamente asomado al brocal
frente a frente al abuelo
y se siente el beso de los amantes como una hoja seca
que al pie del tiempo aplasta crepitando:
¿los amantes están muertos? No preguntéis con torpeza.
Pensad en el gusano.

Al borde del pozo, gusano y amante,
los dos punteros del reloj.
El agua está vacía y la amada es un torrente
de mil rostros despeñados.
Ambos sedientos, un sol varonil frente al otro
sol, también varonil,
pero llorando y sombrío:
el de la aurora y el atardecer, íntimamente coludidos,
aparentemente enemigos y cuán quebrantados.

Llegan carretas rebosantes de frutas maduras,
se despiden los ancianos,
las raíces quedan en acecho al sol de la espera,
se acumulan los hechos.

Niño, niño mío, nómbrame sin pestañar,
en un segundo,
las dinastías reinantes -siglos, siglos-,
los monarcas desgajados.
Abuelo, abuelo, nómbrame siglos sin pestañar,
en un instante,
antes que el ruiseñor concluya la nota de su silbo.

¿Quién osa alzar el Tarot vertiginoso?
Todas las fechas están prontas, o marchitas, como nunca nacidas.
Niño y anciano, en este instante tenéis la misma edad:
sólo un instante:
¿no habéis empezado?, ¿habéis terminado?
¡A qué pensar en el gusano!

El rey que tomó la ciudad
y con ella hizo una argamasa de sangre,
dejó el horror, dejó el escarnio;
las vírgenes violadas están vivas, las viudas maldicen.
El rey murió. Un muerto es el culpable.

El diabólico motorista que en carruaje veloz
cruzó la calle sin razón aparente,
a un chico dejó inválido, a una novia le quebró la columna.
El motorista ha muerto.
A él se debe este mundo.

Cuanto nos es dado es obra de muertos;
nos dejaron maravillas y desdichas;
cómo pedirles cuenta, todo trayecto es corto.
Muertos poderosos que nos legaron herencias
imposibles de revivir, imposibles de evitar.
¡A muertos, a muertos se debe este mundo!

Tiempo furioso, memoria feroz.
Esa fuerza desprendida del látigo, que sigue ondulando
cuando la mano que lo maneja ya está hecha polvo,
el latigazo aún azota con destreza terrible y melancólica.

¿Podemos comprender que la amada,
apenas pronunciadas las palabras del amor,
cambie, desaparezca, se destituya?
Y todavía sientes la presión del abrazo,
el calor de su beso
y su boca ha expirado?

A un muerto, a un muerto se debe este mundo.

(De modo semejante, el Rosal misterioso,
centro ígneo de radio cero, palpita en reposo
en el corazón del jardín,
y de él fluyen los rayos, los pétalos, la extensión de los prados;
salió al día, y extendiendo los brazos su amor emana
en forma de apóstoles, de mártires, de amantes de todo orden,
y hasta de esas señoras que reparten la piedad
y son tantos más agrias
para que la moneda se vea más dulce y no les pertenece.
El amor, el aroma y los actos fortuitos,
más existentes que sus autores, gemas en reposo,
que no se quieren invisibles, y si se quieren
así, al fin y al cabo,
como sentirse llamados a vivir sólo un instante
y servir para mucho, mucho tiempo).

No lamentes la ausencia de la semilla,
ama grandemente el fruto dado.
La semilla debe morir.

Os contaré, amantes, qué hacéis cuando estáis juntos;
lo que yo hice y sentí
en aquel huerto de espigas corporales.
El gallo a mitad del día, erguido para el amor,
y la luna que espera al ave de fuego,
mojada, abierta y silenciosa.

La tomé por la mirada, rebanando con mi vista su entrecejo,
y desde ahí, humedeciendo con su vista mis manos y con mi vista su cuerpo,
sin dejar de mirarla,
comencé con las yemas a estirar sus ojos a las sienes:
hasta que su cabeza reclinóse en mi hombro.

Su cabeza era una blanda caverna, donde se escondía el torrente,
el que me llevaría hacía abajo, a las zarzas de sigiloso esplendor.
Palpé sus sienes, oyendo latir la piedra,
la piedra azulada por la respiración y el anhélito.

Ella tomó mi boca con su boca -llenar un hueco con otro hueco-,
para partir unidamente exhaustos.
Sus labios se reflejaron firmemente en mis labios.
Mis labios son yo que salgo; los suyos son yo que entro.
Y nos reconocimos íntimos y temblorosamente obvios.

Comencé a ser mi semejante.

Inquirí su cuello, una columna despierta,
hecha de luz intencional explícita.
.
Besos en su garganta de cascada de nieve, y sus pechos,
particulares bóvedas del cielo, copas de árbol, salidas
de sol y cualquier cosa aquí sólo representada.
Y siendo desbordantes, sin embargo formaban parte.
Era dichoso saber que su cuerpo podría haberlos cedido
sin perder nada intrínseco,
pero cuánto más completo con lo que no era suyo!
Yo quería arrancar y volver a poner
para darme la ilusión de poseer lo amado
al punto de disponer de él sin destruirlo.
Luego, al reponer, yo participaría por fin en lo bello,
ya que era como crearlo con mis manos.
Mi boca me ungió único entre los dos calores contiguos.
De ser una la esfera,
yo habría inventado la repetición.

Rodeaba mi cintura para ser ella copa y yo agua.
Quería aprisionarme, y no sólo por fuera,
pues podría escaparme hacía adentro,
y para que no me evadiera así, me insinuó
encerrarse ella dentro de mí.
Accediendo, la ceñí a mi vez por la cintura,
siendo ella ahora el agua y yo el vaso.
Y se hizo tan íntima que aun durmiendo
me encontraba con ella
como si la hubiera habitado y comulgado.
Llorando esta condena feliz estrechamos los abrazos
y caímos veloz
por la corriente que arrastra juntos al pájaro y al vuelo.

 

 

 

LA VISITA

Espéranos bajo el ciruelo, zagal de los difuntos.
Ábrenos ese estanque, el corral silencioso que la resaca de estrellas y el dorado crepúsculo solar lavan día tras día.
Las hierbas altas acallan a medias las lápidas marchitas;
Mensajes antiguos que debemos leer muy lentamente;
Palabras, tal vez: no para ser pronunciadas,
Sino palpadas apenas con la tibieza del sol.
Así pasan el lagarto moroso, la araña, el saltamontes,
Y hasta el viento del páramo marino sobre ellas se encalma
Como un gran espejo tendido sobre la soledad.

Ábrenos ese jardín que sólo se visita
Cuando alguien viene a vivir de verdad.
La colina que nace y muere al pie de esta capilla, ola petrificada junto a la roca enemiga, ahora ambas perdonadas,
Ni odiándose ni amándose: ¡pasadas!
Los huesos ya llegaron al hueso, la sangre llegó al puro fluir,
Y el tiempo al tiempo vuelve.
Colina de muertos que una invisible corriente
Gasta, acrecienta y purifica.

Fin de estío. ¡Qué sentido tiene decirlo en el Cementerio de Totoral!
Jardín donde los años maduran mejor que los mismos veranos en cualquier huerto terrestre.
Fin de estío en este rincón rural adonde han vuelto quienes siempre debieron vivir juntos.
Allí mismo estaba la eternidad, aquí tan cerca de ellos, tras la tapia y el cerco rústico de Cristián, zagal del pueblo;
Allí, tras de la casa, debían ir los amigos a contarse las nuevas familiares.
Estaba reservado el lugar para cada uno -los forasteros frente a la casa, los forasteros en el atrio,
Parloteando, chanceando, despidiéndose estridentes-; pero
atrás, atrás, en el huertecillo oloroso que los dueños de
casa siempre desearon marchito porque lo marchito es signo de vieja amistad leal,
Atrás, detrás de la casa, tras la verja, la conversación íntima de los amigos eternos.

Fin de estío en este cementerio costero, tierra adentro.
Primera tarde de otoño, sol dorado tan lejano de luz,
Tan próximo por su delicadeza,
Deslízate sobre esta ladera cercada como un huerto.
Tumbas detenidas (los remos dejados a los vivos, los jóvenes y los forasteros):
Entre los filos de la alfalfa, mármol desvanecido, eternidad lugareña,
Lee tú en el aliento del sol otoñal:

MUERTA EL 11 DE MAYO DE 1857.

PRONTO SE REUNIRÁ A ELLA SU INCONSOLABLE ESPOSO.

Oh, juventud impaciente: en esta lápida grabasteis la promesa de reuniros PRONTO.
Pronto:
Y el PRONTO tardó tanto en llegar: demoró, dolió, se ocultó, casi se olvidó, germinó, reapareció,
Maduró interminables años.

Pero a su lado, por fin, como si siempre hubiesen estado juntos, vetas tranquilas del mármol que nadie imagina fueron tempestad, A su lado, por fin!:

AQUÍ VINO A REUNIRSE A SU QUERIDA ESPOSA
EL 6 DE ENERO DE 1902.

1857 – 1902. ¡Cuánto tiempo -45 años- separándolos! ¡Y cuánto tiempo
-48 años- desde que aquel otro tiempo
desdichado cesó: cuánto tiempo entre su reencuentro feliz y ahora nosotros!
¡Y cuanto -93 años- entre la muerte de ella, cuando ESO comenzó a transcurrir, y nosotros ahora!
¡Cuánto tiempo amargo sucediendo y por fin cesado para hacerse feliz:
Más el tiempo dichoso transcurrido y poco a poco olvidado hasta hacerse irreal!
Y, nuevamente sumando desde fuera del seto como si todo esto hubiera sido siempre un pasado, hecho para nosotros, decir: “Esta bien. Todo eso es real”.
Y cuanto tiempo más para quien lea estas páginas tanto tiempo después! ¿Quién, quién ha esperado?
Y el mismo sol besando la colina, las tumbas detenidas.
Y…
Fin de estío.

Estamos en 1950 en un huerto marchito de Totoral, la colina donde resbalan los muertos y las enredaderas,
La colina de los amigos. ¡1950! Tanto tiempo perdido estaba aquí, tierra adentro, adonde hemos llegado sin pensar, agolpados como una ráfaga de niños a una charla grave.

Tanta vena febril, tanta impetuosa lágrima, ¡más que existieron! ¡existen! SON: huellas en el mármol, inmóviles, como se ve el mar desde la altura: un epitafio.
Todo ello rescatado para nosotros, que nada hemos sufrido, a quienes se nos da la lejanía del viento.

¡Aquel lejano, largo PRONTO,
Para nosotros, importunos, es PRONTO otra vez!

Ambas vidas, ambas muertes, las dos aquí próximas, sin mediar ni una hierba.
Esposa y esposo cara a cara,
El tiempo hendido, la llaga que debía cerrarse
(Las aguas que una mano fugaz -45 años- separó un breve instante).
La palabra está ahora reunida,
Y el tiempo plácido, lúcido, admirable.
Esposa y esposo, dos extremos vacíos
Para dar vida a la separación.

¡Juntos aquí dos labios de tiempo formando un sólo beso Viejo y nupcial!

 

 

 

EL POLIEDRO Y EL MAR

 

I

Me ha sido dado un poliedro frente al mar:
un cuerpo muy sólido pero invisible,
una compacta reunión de lejanías,
con todo su silencio endurecido,
toda su ausencia próxima,
y cuanto más palpable, despojado.

Dulce dejarse ir por sus aristas,
más veloz que la mirada vuelve al sol,
ciego volar sobre la línea pura hacia un encuentro:
cuando quise pensar en dónde estaba, tuve un vértigo:
¡la arista, la línea, no era nada!

Deslicé por la nada que forman
dos caras del poliedro besándose:
del beso lineal quise subir al labio,
tenderme en las superficies,
reposar por fin en la extensión dorada.

Así, mientras lo hacía,
desdeñe el azul profundo del océano
desde mi valle de cuarzo fantasmal.

Mas, ¿qué es eso? La extensión también era sólo límite puro:
¡donde un volumen iba a nacer, otro cesaba!
En ese silencio cortante,
en ese filo más exiguo que entre beso y boca,
¿Había yo creído tocar la substancia?
Sólo era volumen contra volumen despojándose:
¡y eso que era la nada, inasible y fugaz,
con cuánto amor ausente me atraía!

Frente al océano exclamé:
¡Todo no es más que lejanía!
                  — ¿Qué sabes tú? Cien niños juntos, cada uno de diez años,
¿suman mil años?

No sé. Arrojé al mar el poliedro
porque tuve conciencia que me había mentido.

 

 

II

Cuando el besar del vino hace saber al labio, ¿sabes tú lo que sabes?
Allí en el vino se reúnen, de tantas partes han venido,
sabor, color, olor y cuántas cosas más:
la suave pesantez, la penumbra hecha llama
se juntan allí como en un simple ejemplo.

Pero eso no es el vino.

O bien:
Tras la flexible caricia del agua, presente sólo para retirarse
cuando quieres cogerla,
está,
no lo húmedo, lo fresco, lo que inunda y anega.
Hay otra cosa. ¡El agua
también es un ejemplo!

Contempláis un grabado en blanco y negro. Como niño,
lo dais vuelta
por ver si la calle continúa al dorso
o el rostro muestra al otro lado
la desconocida nuca de la infanta.
Habéis llorado, tal vez,
buscando. No comprendisteis
que es sólo una ilusión para esperar.

Vemos el mundo, las avenidas, la boca viva en profundidad, tibieza, blandura y consistencia;
vemos el mar, concentrado y extenso, moviente y fijo.
¡Quien nos lo hubiera dicho en un grabado!

El rostro del sol…-que aun ahora no podemos mirar-…no es el sol.
Sólo es el sitio donde estará el sol.
El olor del verano es sombra de olor.
El sabor del durazno, ¡sombra de sabor!
Tal como los números respecto a lo sabroso de aquellas cosas que enumeran,
no creas tú que es la relación de nota a nota lo que vale.
¡Es el timbre capitoso del fagot o el oboe,
y es la negra brillantez de la tuba!
¡Viola, tus vinos sustanciales acogen al sol en tu ramaje humano,
ángel caliente en el oído de la miel, venas frutales,
la sangre del estío y la abeja de oro que corona
la cuerda de la vida dichosa que he de oír!
Eso es lo que te espera. No es la línea del agua. ¡Es el agua!
¡Pero lo que todavía bebes
es la línea y el número del agua!

La columna rota yace como un juego inmóvil de distancias:
las abarca y colma en la medida
en que ellas, respetuosas, se contienen.
¿Amarás la distancia, el volumen, la forma?
¡Ah! la columna también es un ejemplo. No está aquí.
Sólo es un sitio y un momento adonde han vuelto
volumen, tiempo, pesantez, forma y distancia.
Ahí se tocan, se taponan, se resisten. Ninguna
puede desplegarse hasta lo pleno.
Pero ella, la columna, ¿qué otra cosa es sino una abstención,
una pausa, una esquina,
un compromiso, un silencio?

Dime: ¿qué tiene lo fresco que no tiene el agua?
¿Y qué tiene lo líquido que no posea el agua?
En cambio, el agua es mucho, mucho más que ellos dos;
y es mucho más dúctil, que lo curvo y lo líquido.
¿Y no es verdad que a ti te importa el agua mucho más que lo fluido, que lo curvo y lo líquido?
Pero yo sé que hay algo que te importa mucho más que el agua.
No lo conozco. Sólo sé que ésta es una sombra de aquella otra.
En un charco de agua lo que ves es el reflejo del agua.
¡Y esta agua que yo bebo
no es sino un hueco reservado al agua!

 

 

III

Sacerdote: – ¡Hermanos! No tomen esta vida más que como un tránsito.
Esta vida sólo es un pacto. Lo que crean encontrar en ella es ilusión.
No se engañen. No se apeguen. No apetezcan las cosas
del mundo más que en la justa medida en que sirvan de instrumento,
un signo para la otra vida.

Mira:
Las flores no tienen color,
El mar es blanco,
La música es blanca,
El aire está vacío,
La aurora no ha comenzado,
Los frutos no tienen peso.
Y yo todavía no estoy.

En toda voz hay un gran hueco.
¿Qué las reviste? ¿Qué las dora?
Una promesa mantiene la situación:
El espacio no es más que una reserva.
¡Oh! el mundo es dos labios distantes.
¡Oh, hermanos míos: el mundo no es un beso!

¿Cuál es la causa?, me preguntarán ustedes. ¿Por qué la vida terrena es imperfecta y falaz, vanidad de vanidades, como dijo el Predicador?

Hemos hecho una gran herida.
El mundo es una llaga. No hay substancia.
La Misericordia ha permitido reservar la órbita.
Vengo de existir.
Ahora vengo de no existir.
Asómbrate con lo que hay y con lo que no hay.
¡Cuán bellas hendiduras las de esa porcelana!
¡O las estrías de la fresadora!
Si el espacio fuera abierto, fuera nada más que vacío,
Ellas no serían posibles.
Y si fuera cerrado como compacta substancia,
¿Dónde se abriría la rosa? ¿Dónde nosotros?
Nosotros no estamos engrosados.
¡Estamos cavados!

Los invito a meditar en esta existencia efímera, en este mundo menguado, materia porosa como las esponjas, carne roída por los días. Y los invito, también, a comparar la inconsistencia de la materia y la eternidad del espíritu.

El ojo es ilusorio. La mirada, verdadera.
El beso es sólido. Los labios, de vapor.
Las lágrimas son blandas. El llanto es duro.
La mano es una nube. Cae en cada caricia.
Lo real no es la voz. Es el verbo.
El objeto desaparece. El hombre queda.
Tú todavía no estás. Yo todavía no estoy.
¡Ay! ¡Cuando estaremos!
Pero la promesa ha sido hecha:
“Yo soy el Camino, la Verdad
y la Vida”,
Sí, hermanos: por El,
Alguna vez llegaremos,
Alguna vez seremos,
Alguna vez viviremos.

Así sea.

 

 

IV

Arrojé al mar el poliedro: y el mar,
soberbio, lo arrastró.

Mas, ¿qué eres tú?
Tus olas de miseria, tus harapos coléricos,
tus salones desiertos donde muere la luz,
¿qué son?… Tan irreales que una y otra vez los sacudes
como queriendo expulsar la inmóvil oquedad.
Tus conos transparentes son hilos dados vueltas,
en donde un ciego mismo se adelgazaría;
y las llanuras que derramas con sal y con estrépito                                                                              

sólo son un espejo de alternados vacíos:
y el tiempo desmenuzado en gotas jamás se junta:
cada instante maldito al mar incomunica.
Más solos, más despojados son tus abismos que las planicies duras
del poliedro embustero que quieres despreciar.

La campana instantánea bate en la soledad,
y cuando sobre la arista efímera de las olas
ruedan tus multitudes de agua ausente,
ya nada existe sino estremecimiento
vasto, de pavor azulado por la inasible infinitud.
¡Vanidad de vanidades, eres el mar!

Suspensión de hilos huecos, rápidamente urdidos.
Sal que cose y cose
nada,
rebanadas de órbitas, ámbitos sin substancia ni cuenco:
puro perfil: ¡tú no me engañas!
Tus coronas, tus lenguas, tus destellos convulsos,
llagas son de infinita, tormentosa distancia.
Tus frenéticos filos, tus delirantes actos de inmodestia
¿qué son? ¡Menguadas líneas!
Y lo que nos ahoga no es el agua, es el vacío
que en ti acecha gota a gota
entre ola y ola
(la línea nada y nada, conjugando incesante,
verbo incansable sin persona que lo hable).

¿Por qué extremas tu convulsión, tu cólera?
¿Acaso no comprendes?
El beso es firme. Los labios, de vapor.
La mano es una nube. Muere en cada caricia.
Las lágrimas son blandas. El llanto es duro.
¡Delgado el aire y sólidos los días!

Hay noches en que creo oírte llorar,
hay días en que creo oírte reír.
¡Ilusión! La risa y el llanto vagan sobre ti
como una idea brumosa sin poder posarse
en el rostro de un demente.
Tus lágrimas no se juntan con el llanto;
tus dientes no alcanzan la risa:
¡Oh, mar inacabado!

Contigo quiero cruzar el Aqueronte
(¡tú, mar, llevado
sobre otras aguas!)
¡Rostro sin rostro, vamos!
También el hueco ardiente del sol
espera al sol.
No temas: la culpa es nuestra.
El mundo es dos labios distantes.
¡Nunca nadie ha besado!

Imagen del hombre, imagen desierta,
mar, tú como yo, aún no tienes nada.
¿En dónde estás, Nada rugiente?
¡Mar: haces falta!

Soy como tú: lugar inhabitado
Soy como tú: lesión horrible.
Tú, como yo, qué loca lejanía.
Tú como yo, con la mitad al otro lado,
y en tu pauta vacía, la música posible.

Tú como yo, tal vez, por fin, seremos.
¿Recobraremos el Verdadero Rostro?
¿Rescataremos la Realidad perdida?

Te lo prometo, mar.

¡Pero no volveremos!

 

 

 

ÚNICA RAZÓN DE LA PASIÓN DE N.S.J.C.

Arlequín:
Nuestro Señor Jesucristo padeció únicamente por Jenaro Medina.
Nuestro Señor Jesucristo subió al Calvario por la señora Hortensia.
Nuestro Señor Jesucristo murió exclusivamente por el Chipo Cruz
Nuestro Señor Jesucristo -Eli Eli lama sabajtani- por Alemparte,
por Gaete por los hijos de Weir Scott.
Por mí y por todos los chilenos todos los uruguayos
…………..los suramericanos los norteamericanos los ingleses
…………..los franceses los alemanes los españoles los italianos
los rusos los ciegos los gordos los sabios los egipcios
los atletas los caldeos los militares los iranios los
liberales los lisboetas los utopistas los explotados
los condenados de la tierra los explotadores los esclavos
sin pan los mormones los vendedores los productores los consumidores
los suizos los músicos los gobernantes los sordos ay

Sus llagas se hicieron por todos ellos por todos nosotros
Y todos cabemos en ellas y todos somos redimidos
Pero Jenaro Medina solo
O yo solo
O la simple señora Hortensia
Es la causa de toda la Pasión y la Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

Coro:
Nuestro Señor Jesucristo subió al Calvario por el chico Molina
Murió exclusivamente por la señora Hortensia
Por los caldeos por los intermediarios los soberbios
………….los jordanos Meneses los ejecutivos…

Arlequín:
No sigamos nombrando por qué única creatura padeció y murió
………….Nuestro Señor Jesucristo.
Todos saben que fue por mí solamente por mí.
Coro:
Miiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii (cantando nota Mí).

Coro Mujeres
Miiiiiiiiiiiiiiiiiiiii (nota Mí una octava más alta).

 

 

 

Datos vitales

Eduardo Anguita (Chile, 1914 – 1992). Poeta, ensayista, antologador y publicista. En 1935 junto a Volodia Teitelboim hizo la polémica Antología de la poesía chilena nueva, donde excluyó a Gabriela Mistral. Durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1955) fue designado agregado cultural en México, donde publica Palabras al oído de México en 1960. Entre sus libros figuran: Tránsito al fin, El poliedro y el mar, Venus en el pudridero, Poesía entera, Rimbaud pecador, entre otros. En 1988 obtuvo el Premio Nacional de Literatura.

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