La verdad sobre Helena. La mujer en la poesía mexicana

ArtemisaLa cantante y ensayista argentina Agustina Arias (Bahía Blanca, 1986) nos presenta el siguiente texto, “La verdad sobre Helena”, en el que analiza la presencia de la mujer como tópico en la poesía mexicana a partir de la antología “El oro ensortijado. Poesía viva de México”, editada recientemente por The University of Texas at El paso.

 

La verdad sobre Helena

 

Cuando cayó la ciudad y comenzaron los incendios, el saqueo, las violaciones, Menelao creyó que había soñado (¡por fin!) la hora de la venganza. Venganza esperada desde que comprobara la vergonzosa y humillante fuga de su mujer con el deiforme extranjero (¡mil veces traidor, pagar tan vilmente albergue y alimento!). Venganza acariciada, ansiada, imaginada noche tras noche durante el asedio interminable (la espada hundiéndosele en el pecho blanquísimo, o cercenando el mórbido cuello, o desfigurando con salvajes heridas el rostro de belleza increíble). Venganza, si, purificadora venganza que justificaría tanta sangre, tanta guerra, tanto héroe desaparecido. Porque Menelao no olvidaba. A pesar de los años transcurridos, a pesar del rigor de la batalla, del hambre y de la sed de los sacrificios y de los sobornos para convencer a los dioses, sufría de lo que hoy llamaríamos monomanía. Y su monomanía era, por supuesto, el afán de ver una vez más a Helena; llenarse los ojos con su egregia hermosura, embriagarse con el color de su piel, aspirar el excitante perfume que emanaba de ella. Mirarla, mirarla, mirarla… pero solo durante un segundo (cronometrado) y con expresión asesina. Después sería la noble labor de la espada. No iba a pronunciar palabra; no iba a escuchar las quejas, las excusas, los arrepentimientos. No iba a poner un dedo sobre ese cuerpo que sin duda le pertenecía (aún y a pesar de todo). La espada, solo la espada filosa y digna, podía enaltecer ese momento, final infeliz pero irremediable de la Guerra de Troya.

            Buscó a Helena por todas partes. En los palacios incendiados, en los templos, en las murallas. Creía que ya no iba a encontrarla, y masticaba la amargura del fracaso que hubiera sido cerciorarse de que ella había muerto también (y quizás hasta por amor a Paris)… cuando oyó su voz. La voz sonaba a sus espaldas, con ese tono entre ausente y cándido y sensual de siempre, con esa misma nota de ingenuidad que incluso podía ser verdadera. La voz lo llamaba por su nombre: -“¡Menelao, Menelao!” Menelao se detuvo y se volvió lentamente llevando la mano al pomo de la espada vengadora. Helena estaba allí, apoyada lánguidamente en una columna, tendiéndole los brazos. Menelao tardó en reconocerla. Porque durante el larguísimo sitio de Troya, e impulsada por el aburrimiento, Helena había comido demasiado. Además… los años no habían pasado en vano. El rostro de Helena era abotagado, fláccido y muy parecido al de una foca. Los cabellos pringosos, la túnica sucia (no de sangre sino de grasa) y el cuerpo de una obesidad desbordante. Al acercarse un poco más, todavía incrédulo, el pobre Menelao comprobó que el aliento de su mujer olía a cebollas. Envainó resignadamente la espada y, casi sin darse cuenta dijo:

-Querida, ¿no crees  que ya es hora de que volvamos a casa?

 

Moraleja: “No es tan lindo vengarse de una vieja gorda y fea, como de una joven hermosa”

Eduardo Gudiño Kieffer.

Fabulario.

 

  

Pequeña introducción

 

Pensar en las categorías de lo decoroso o lo experimental como dos modos de concebir la poesía mexicana, y la no mexicana también, me llevó  a pensar por extensión en las formas de producción del ensayo en sí. Porque un ensayo puede (¿debe?) ser decoroso pero también puede no serlo. También puede invitarnos a leerlo de muchas maneras, jugando con las formas, enredándose en los múltiples sentidos creados.

Entonces, fui armando mi pequeño collar de flores, con pequeños pétalos, sueltos, dispersos pero que intentan encontrar su conexión en la guirnalda. Fui juntando mis pequeñas flores para hacer de la lectura un recorrido que implique ir recogiendo papel por papel, pieza por pieza, flor por flor, para ir configurando una de las guirnaldas posibles de armar.

 

Comenzando con el análisis…

Revisando viejos mails me encuentro con un fwd que me enviaba mi amigo Diego de Argentina. Asunto: “La verdad sobre Helena”.  Semejante título revelador me intrigó y al abrirlo recordé de qué se trataba exactamente. Es uno de los momentos más divertidos del Fabulario (1960) de Eduardo Gudiño Kieffer[1] que conjuga una mirada actual e irónica de la caída de Troya, la sed de venganza de Menelao y el afán insuficiente de rescatar a la hermosa Helena para “mirarla, mirarla y mirarla”. Finalmente, mal que nos pese, el texto concluye así:

 

“…La voz sonaba a sus espaldas, con ese tono entre ausente y cándido y sensual de siempre, con esa misma nota de ingenuidad que incluso podía ser verdadera. La voz lo llamaba por su nombre: -“¡Menelao, Menelao!” Menelao se detuvo y se volvió lentamente llevando la mano al pomo de la espada vengadora. Helena estaba allí, apoyada lánguidamente en una columna, tendiéndole los brazos. Menelao tardó en reconocerla. Porque durante el larguísimo sitio de Troya, e impulsada por el aburrimiento, Helena había comido demasiado. Además… los años no habían pasado en vano. El rostro de Helena era abotagado, fláccido y muy parecido al de una foca. Los cabellos pringosos, la túnica sucia (no de sangre sino de grasa) y el cuerpo de una obesidad desbordante. Al acercarse un poco más, todavía incrédulo, el pobre Menelao comprobó que el aliento de su mujer olía a cebollas. Envainó resignadamente la espada y, casi sin darse cuenta dijo: -Querida, ¿no crees  que ya es hora de que volvamos a casa? Moraleja: No es tan lindo vengarse de una vieja gorda y fea, como de una joven hermosa….”

 

Entonces esto me llevó a pensar en las mujeres amadas de El oro ensortijado, poesía viva de México. ¿Cómo son vistas?. ¿Siguen siendo Helenas altamente bellas? ¿Pícaras Lesbias? Afroditas Morries o simples pibas de barrio?.

Las mujeres son habladas por las voces masculinas de esta selección.[2] Pero son Helenas como las de Kieffer de carne y hueso, concretas, realmente humanas?¿ O son pedestales inalcanzables?. ¿Cómo se presenta el cuerpo femenino? ¿Con qué imágenes (nuevas o viejas) se lo describe?

 

Para los que llegan tarde a las fiestas.

Uno de los poetas de la generación del 20, Rubén Bonifaz Nuño (Córdoba, Veracruz, 1923) representa uno de los ejemplos más antagónicos del Fabulario de Kieffer.

Su preocupación por el amor ausente y el paso del tiempo lo llevan a pedir: “Amiga a la que amo: no envejezcas”. Su poema 16 es un intento de resguardar la belleza de su amada amiga del inexorable paso del tiempo que, como vemos en la Helena kieffereana, deja sus huellas en el cuerpo.  El poema se construye sobre la oposición: juventud-vejez. Así, la juventud en un cuerpo de muchacha dulce es signo de perfección: belleza, hermosura, perfección, dicha, placer y certidumbre para el amado, mientras que la vejez es: dañina, mordaz y destructora.

En la tercera estrofa encontramos las mayores bondades de la mujer que abarcan desde lo más pequeño y concreto: “dientes parejos” hasta lo más inasible y espiritual: “sin más luz que la tuya, porque tu cuerpo alumbra cuando amas…”

En este poema el que envejece, engorda y queda calvo es el amado. Los años solo pasan para él porque la mujer debe permanecer intacta.

 

Lo anterior del antes

Alí Chumacero (Acaponeta, Nayarit, 1918) Chumacero no personaliza a su amada y construye el sujeto desde un nosotros: “ya éramos tú yo”, “renacemos y somos como aroma…”. Ese otro que completa su plural está presente, circularmente, en otros que lo resignifican: “y en tus labios los nombres nuevamente vuelven a ser memoria de otros nombres…”. No caracteriza a la amada en un aquí y ahora sino que busca lo eterno, repetible, aquello que se sucede incansablemente sin llegar a individualizarse. Algo similar propone Rogelio Guedeo en su Testamento: “y en esos cuerpos sin lamentos ella está”.

 

Besos sin comas ni puntos aparte

Tomás Segovia (Valencia, España, 1927) propone un caudal sintáctico interminable de besos (no hay ni comas, ni puntos ni puntos y comas) para su amada. En su poema-retrato la describe físicamente con imágenes clásicas pero también con metáforas insólitas. Así, habla de “ojos de esfinge virginal” y de un “cuello liso y vertiginoso como un tobogán inmóvil”. La amada es todo eso: desde lo más sagrado hasta lo más terrenal.

Además, en La oscuridad nos muestra a una osada mujer que suspira por otro hombre, ausente. En Llamada nos presenta a su amada  que huye y al hacerlo, el poeta deja entrever su posesivo discurso: “Adónde vas vestida de miradas mías”.

 

Lizalde y su tanto, tanto amor podrido.

Eduardo Lizalde (Ciudad de México, 1929) Le canta al amor que fue en otro tiempo. Se identifica genéricamente como hombre con “dioses, poderosos amigos, perros, niños, animales domésticos, señores, lo que duele”.

En Bellísima, contrariamente al poema de Bonifaz, la belleza se vuelve crueldad, dolor, destrucción: “No soporto su amor”. Nos muestra a través del oxímoron a una amante insoportablemente bella al punto que “su amor daña y destruye”. Hace una exaltación de la belleza de la mujer puesto que aún cualquier defecto podría sentarle bien.

En Bravata de un jactancioso se desacraliza la visión de “la amada”. El poeta habla de su virilidad homenajeada por “ninfas y náyades” (nada menos!) y “alguna muy culta y muy viajada”. Sus amantes, que no son cualquiera, califican sus atributos de hombre.

 

Los animales humanos más hermosos

Juan Bañuelos (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1932) La mujer, a través del cuerpo deseado, se describe como un objeto para contemplar y admirar.

 En Viparita rati encontramos ya otra visión de la mujer a través de los vocativos: “puta regia” y “zorra mía”. Una mujer vista desde otra óptica, distinta de la del decoro. Estos amantes difieren de los del poema anterior, sin embargo, ninguno de ellos carece de un cierto salvajismo. Acá son “pobres amantes pendejos que oyen zumbar a la ironía y la confunden con el deseo”. Mientras que en Brasa desnuda, la pareja es vista como animales hermosos.

 

Gritarle mi pío al oído (hasta que entendiera)

Gerardo Deniz (Madrid, España, 1934) Deniz nos muestra una de las visiones más particulares de la mujer: una amada de la tercera edad en su Edipo al cubo. Se describe una vejez sensual, contrariamente a lo propuesto por Bonifaz Nuño. Es una vejez en la que se deja ver el paso del tiempo en el cuerpo sin dejar de lado la sensualidad. Las contraposiciones entre juventud-vejez como belleza-fealdad, se echan por la borda en este poema.

 

Mujer-tierra

Gabriel Zaid. (Ciudad de México, 1934) En La ofrenda, nos muestra a la amada como una “tierra agradecida” en cuyo seno todo renace y florece.  Hasta ahora no se había hecho hincapié en este aspecto de la mujer: su fertilidad. Resulta un homenaje a la mujer generosa: todo en ella florece y da frutos porque  ella es todo el rito de la ofrenda: el altar, la diosa y el cuerpo.

 

Da mi basia mille, deinde centum

Hugo Gutiérrez Vega. (Guadalajara, 1934) Muestra el cuerpo como un espacio para recorrer y observar recurriendo a la metáfora del cuerpo como una isla.  No es casual que cite en su epígrafe un verso de García Lorca: “verte desnuda es recordar la tierra”. Esta analogía entre cuerpo-tierra es constante en la obra lorquiana y, en este caso, se actualizan ciertas imágenes. El poema se construye por una serie de metáforas: “arduas colinas de tu cuerpo”, “bosque primordial que mi deseo…”. El cuerpo como isla para rodearlo, mirarlo pero tocarlo solo con los ojos.

En Variaciones sobre la Helena de Seferis, la belleza se torna insoportable, hiriente. Una belleza equiparada con la exactitud, la armonía, la perfección al punto que el poeta se confiesa incapaz de describir con palabras esa “geografía alucinante”. La perfección no admite metáforas, por eso a la hora de describirla, reflexiona sobre sus recursos: ¿metáforas o expresiones literales? Concluye en que esa mujer merece lo literal, los escuetos sustantivos, como líneas de dibujo japonés. ¡Claro que no dejan de ser meta-metáforas o metáforas de metáforas! Se pone de manifiesto la exactitud, la precisión a la hora de describir lo armonioso. “No quisiera divagar, pues tal perfección no soporta los excesivos lujos de la metáfora”.

 

“esto ya no es poesía”

José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939) Pacheco se burla del romanticismo gastado y de lo cursi de los amantes en sus Homenajes a la cursilería. Su mirada intenta desmantelar un amor estereotipado: juntar piedras en el río, guardar flores en un libro, los besos románticos de despedidas, golondrinas. Entre paréntesis, y como en voz baja, da a entender que esas escenas románticas ya son obsoletas. “(fue en otro tiempo: allí la primavera lo devoraba con su lumbre)”.

 

…qué agua: no apagas sino incendias…

Jaime Labastida.  (Los Mochis, Sinaloa, 1939) También aquí está presente el cuerpo deseado, como una sed que nunca se acaba. Al igual que Zaid, Labastida confiesa no saber qué nombre darle a su amada para diferenciarla.”Tendría que inventar, para mirarte bien entre la turba de las cosas, un cúmulo de voces y signos”.

 

Amor-taja-dos

Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, Veracruz, 1946).  Lesbia supone la desacralización máxima de la amada: “no basta con sentir”. Desde lo más alto en la expresión con la interjección, arcaica ya, “oh Lesbia mía” hasta la palabra “verga” que rompe sorpresivamente con el tono “elevado” buscado desde un comienzo.  Pareciera que en su poesía ya no hay metáforas suficientes. 

 

Nadie… ¡¡y ahora ni ella!!

José Vicente Anaya. (Villa Coronado, Chihuahua, 1947). En sus epigramas también habla del amor que fue. Habla desde un “nosotros” a su pareja-compañera con un cierto tono de nostalgia: “no sé por qué perdimos ese amor que nos asombraba tanto”. Las culpas se comparten: el poeta asume su error no sin adjudicarle su cuota de culpa a ella también.

 

Pregunta

Marco Antonio Campos (Ciudad de México, 1949) en Pero en serio ¿valió la pena? Se cuestiona sobre el modo anterior de escritura pero rescata lo bueno que le dejó la poesía: una nueva forma de ver las cosas y, entre ellas, “de apreciar más a fondo la ligereza y la dulzura corporal en las mujeres”. Supone un modo de reflexión hacia su propia actividad poética, similar a la que encontramos en Carreto en su poema El poeta regañado por la musa en donde se pone de manifiesto sus filiaciones poéticas y su modo de concebir la poesía.

 

Estoy aquí y no sé dónde comienza el frio…

Efraín Bartolomé (Ocosingo, Chiapas, 1950). En Música solar describe a su amada, que yace junto al poeta aunque él no puede verla. Una de las pocas veces en que la confesión se hace sin vueltas: “Y te amo. Amo el escándalo oscuros de tu cabello…” luego la descripción de sus características físicas son detalladas como un recorrido: “viajo despacio…”, “vago por tus labios…”, “voy por la plenitud”…”el vagabundear abandonado de mis dedos”…

 

Un hueso que se desplaza…

Mario Calderón (Timbinal, Guanajuato, 1951) En Re-creación está presente la visión de la mujer en armonía con la del  hombre: “los dos formamos algo redondo al abrazarnos…” Además, el poeta se confiesa como un hombre que sólo se completa, “como hombre”, al acariciarla. El poeta, como Pigmalión, remodela, construye, recrea a la mujer que luego será su amada.

 

Mujer-continente

Eduardo Langagne (Ciudad de México, 1952) En Descubrimientos nos plantea el hallazgo de una mujer -continente. El poeta, a la altura de grandes conquistadores, descubre en esta mujer un nuevo mundo en donde “se amanece cada día”.

 

¿Qué hada regala más amor?

Héctor Carreto (Ciudad de México, 1953) En Santa Frígida, confesión de toma la voz de una mujer para confesar su infidelidad a modo de “desliz”. En otro de sus poemas subasta a una mujer a través del juego de palabras: “dama” y “dar-más”. Se trata de una mujer objeto que se subasta al mejor postor con sus defectos o virtudes a modo de atributos para una venta: edad, estado civil, detalles físicos e historial amoroso. Nos recuerda al Consultorio sentimental de Nicanor Parra: “caballero de buena voluntad, apto para trabajos personales, ofrécese para cuidar señorita, Gratis…”

El poeta regañado por la musa resulta su ars poética dado que descarga allí su pensamiento hacia su propia escritura. Lo antes escrito representa: “palabras de epitafio”. La poesía anterior es símbolo de quietud, mortandad, “un lenguaje que suena a cristales que entrechocan”. La musa es quien le hace ver al poeta que su imagen cambió y, por lo tanto, necesita renovar su estética. Algo similar propone Parra en su Manifiesto: “los poetas bajaron del Olimpo”.

 

No hay tristes que sean pendejos.

Ricardo Castillo (Guadalajara, 1954) en Muñeca Lili y Ledy, como una tragedia griega, empieza bien y termina mal. En el inicio: “te espero como se espera el día de pago”. Una imagen nueva: una espera ansiada, codiciada, con interés. La amada vista en la realidad: en el día de pago, en la sección sociales, en el mundo empresarial. Y hacia el final: “ay, falsa cara de puta” “ay, hija de la chingada”. La mujer es vista no ya desde un alto pedestal, sino en el día a día cotidiano, con metáforas que aluden a lo corriente al punto que las nalgas son descriptas  como “un artículo de primera necesidad que no afecta la inflación”.

 

Mujer-mercado

José Homero (Minatitlán, Veracruz, 1965) en Desnudo rubio nos presenta a una mujer comestible y sabrosa como cualquier plato mexicano. Supone una novedad el hecho de encontrar en su poesía palabras usadas a diario, en la calle, en ambientes populares como el mercado. Es, quizás, una de las visiones de la mujer más concreta, más natural, más cotidiana.

 

: la vida es un invento del dinero

José Eugenio Sánchez (Guadalajara, 1965) en Mis renteras encontramos humor y coloquialismo. Sus renteras son “señoritas” mayores de sesenta años. Aquí se presenta el tema de la vejez en la mujer como un aspecto desagradable y trágico (siempre con el tono reinante de ironía y desparpajo) El poeta comenta lo que todos, o la gran mayoría, diríamos si estuviéramos en su lugar y lo hace a través de diálogos que, a modo de pensamientos en voz alta, generan una cierta complicidad al mismo tiempo que logran un tono coloquial y cercano.

 

Mujer-teen

Mario Bojórquez (Los Mochis, 1968) Nos presenta una joven adolescente que en plena etapa de rebeldía lleva aretes en los pezones y toma XX Lager. A través de la elipsis, cortes, intromisiones en inglés  y falta de concordancia deliberada, quizás, se nos demuestre esa incomunicación o esa brecha generacional entre el poeta y la niña. “Ella está rubia y tobillos percherones” la elipsis verbal, que pediría un “tiene”, quizás nos remita a la forma de hablar “descuidada” en los diálogos superficiales. Sin embargo, no hay nada “descuidado” en el poema; se trata de una búsqueda deliberada. Además, hay otros rasgos de oralidad: “un para nada también un no inventes”. Esas expresiones, típicas de un lenguaje oral, no están marcadas como tales en el poema lo que genera un “sobresalto” al leerlo puesto que se mezclan con la voz del poeta.

 

Posible conclusión…

Pensar en la poesía mexicana moderna supone plantear el problema de la poesía en general, desde sus fundamentos, a través del eterno interrogante: “¿Qué es la poesía?” ¿y qué significa la poesía para el hombre?.

La poesía resulta  ser la más cercana y a la vez la más lejana de las artes. Puede ser un instrumento de lucha, protesta, un mero juego, una forma de fijar la historia, un Orden, un canto a la alegría o a la tristeza, un misterio o una súplica.

Preguntarnos qué es poesía en México resulta un enigma. Ya no sé si poesía eres tú (o no eres tú) o ¿sos vos?, o es ÉL. Tampoco sé a quién dedicará sus poemas el Pobre Valerio Catulo de ahora en más. Lo cierto es que los poetas de todas las generaciones le cantan a un amor correspondido o no. Desde una búsqueda de belleza pura hasta las formas más lúdicas y escurridizas del experimento. La mujer constituye un tópico que, al pasar por las tantas voces, no hace más que reafirmarse como una de las inquietudes más constantes del hombre.

Todas distintas, bajo distintas poéticas, en el fondo, tienen algo de la mítica Afrodita Morris de Efraín Huerta. Su nombre greco-anglosajón nos da a entender su universalidad y su atemporalidad: desde el comienzo de la cultura occidental hasta una marca inglesa. Su pelo luce como el “vellocino dorado” pero también como una república de abejas. Sus dientes son incisivos de ardilla, ya no perlas relucientes. Su actitud es descripta como la de una amazona anémica y sus gestos, animales, como de potranca. Y está en Becker, en Neruda, en Rubén Darío, en todos. Causa tristezas y admiración, con arrogancia y generosidad. Afrodita es una y todas al mismo tiempo.

Y así susexyvamente…

 

Datos vitales

María Agustina Arias (Bahía Blanca, 1986) estudia Letras en la Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca, Argentina.

 


[1] Escritor y periodista argentino, nacido en Esperanza, Santa Fe. Fabulario es un compendio de cuentos breves entre los que se encuentra: La verdad sobre Helena. Además, escribió novelas, ensayos y guiones cinematográficos.

[2] Claro que hay mujeres poetas en esta antología. Basten los nombres de Coral Bracho, Minerva Margarita, Verónica Volkow, entre otras, pero sólo consideraré la mirada masculina hacia lo femenino.

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