Tres cuentos de Tania Plata

Tania Plata

Presentamos a continuación tres cuentos de Tania Plata (D.F., 1983). Ha publicado el volumen de cuento El Desierto de Diana y Otras Chicas PlayBoy. En 2007 mereció el Premio Estatal de Artes Plásticas Olga Arias de Cuento. textos suyos fueron recogidos en las antologías de cuento La última cópula de la cigarra y 25 Años de Narrativa en Durango.

 

El día libre de Ana

 

Domingo. Once treinta de la mañana, despierto con la boca seca, el rímel dibujando perfectamente mis ojeras, con olor a tequila en todo el cuerpo y demasiado tarde para darle el desayuno a Pablo. Que más da, que espere a la hora de la comida, pienso en voz alta mientras sirvo agua del grifo del baño en un vaso de cristal. Observo mis treintaisiete años en el espejo, bebo el agua tan rápido que se atora en mi garganta. Esto me hace mala, más que mala. No dejo de pensar en ello. Lavo mi cara, seco mi rostro con la toalla verde bordada con las iníciales de Pablo, la tiro al suelo, a dejado de oler a él, es como si no fuera suya. Un intento de sonrisa se me escapa mientras recuerdo lo desagradable que era que todo aquí oliera él, inclusive yo.

Salgo del baño, me quito la ropa de antro, se queda marcado el borde del escote en mis senos, me pongo el camisón naranja y las sandalias de plástico. Camino lento, me pesa tanto que sea domingo, Ana la enfermera que atiende a Pablo se toma el día libre y entonces tengo que limpiarlo, alimentarlo, sentarlo en la silla de ruedas  y cambiar la bolsa donde cae su orina. Me asomo a la habitación, desde aquí se escapa el olor a orines con cloro y apesta todo el pasillo. La luz del mediodía ya lo despertó. Recostado, como perdido en el Tirol del techo, sólo parpadea una y otra vez. Me acerco a él, aun con aliento alcohólico, beso sus labios, aunque el sabor salado de su saliva seca, contrarresta el ambiente a cantina en mi boca. Me ahorro los buenos días. Es difícil y sin sentido hablar con quien no te contesta. Hoy, supongo, también él esta cansado, quizá aburrido de estos siete años de silencio entre nosotros y por eso no trata de mover sus esqueléticas manos, inútilmente como siempre.

Después de limpiarlo, de ya no aguantarme las ganas de vomitar y sentar a Pablo en la silla, le coloco una boina a cuadros  negros y grises y unos lentes oscuros.

-Pareces inspector. Jaja. Te ves guapo -lo digo sin pensar, se me salió y las ganas de hablarle simplemente me llegan-,  Ana es muy paciente; me impresiona como te afeita sin cortarte ni un milímetro de la cara. Lo más probable es que si fuera yo, ya te hubiera cortado, pero la yugular. Claro que seria un accidente.

Empujo su silla hasta la cocina. Enciendo un cigarro con el quemador de la estufa. Pongo sopa instantánea en el microondas y la comida del refrigerador marcada con “domingo” en la licuadora. La sonda que alimenta a Pablo lo ha hecho todo más fácil. Mientras lleno la jeringa, con esa pasta entre verde y café olor a hierro, para introducirlo en la sonda, comienzo a divagar entre la parranda de la noche anterior y la anterior a esa. Noches que de cierta forma me hacen sentir feliz, bueno, felicidad que dura hasta que amanece y a veces retorna como el recuerdo de travesurillas.

-Oye Pablo te extraño. A lo mejor piensas que no, pero si -después de años de silencio solo digo puras estupideces-, ahora ya lo sabes.

Enciendo el televisor. Pablo sigue con la mirada perdida. Es como ver a un perro tristeando en un rincón. Sorbo mi sopa que esta hirviendo y con demasiado picante, cae en mi estomago quemando todo a su paso, junto con la sensación de vacio en mí. Me parece chistoso, aunque sea cruel, la situación en la que acabo nuestro matrimonio. Pablo era el sueño de cualquier mujer, claro dejando a un lado esos sueños de pedófilo que trataba de desahogar conmigo. ¿Cuando deje de ser su niñita? Tal vez cuando permitió que su trabajo lo absorbiera del todo y llegara a casa fastidiado, cansado y después de tantas horas pegado a la computadora, bueno eso quiero creer yo. Aunque la verdad es que simplemente se quedó sin ganas de estar conmigo.  Recuerdo cuando revise su computadora portátil, encontré fotos de niñas de tal vez trece años.

-Mira los Hermanos Caradura, es una buena película. A ti te gusta mucho –es inútil, Pablo ésta más distraído que de costumbre-, no tienes muchas ganas de hablar conmigo, se te nota, pero no importa yo contigo si. De cualquier forma no puedes impedírmelo. El problema siempre fue que te  cansaste de mí. Todos maduran, hasta yo, tu princesita. Te confieso que me gustaba el jueguito donde yo era una niña buena, inocente. Ese era nuestro lenguaje, con todo y esos corpiños que me hacías usar de Las Chicas Súper Poderosas o ese cachetero con pandas en las nalgas. Se que lo recuerdas. Durante muchas noches después del accidente espere tu voz rasposa convertida en gemido, acariciar esa parte de mí que eriza en automático mi piel. Porque solo tú conoces ese secreto, ese tono exacto. La fuerza de tu cuerpo en ese vaivén de caderas, exquisito y delicado; como tratando de no lastimarme. Si el matrimonio se tratara de puro sexo, sin preguntas ni respuestas falsas, el nuestro seria el más feliz del mundo. De verdad, te extraño.

Pablo por fin levanta la cara, pero no la sostiene. Comienzo a llorar. Me siento tan patética, tan hipócrita, tan sola. Pero si todo esto es culpa de él, de su trabajo, de su pervertida pasión por mí, que ni siquiera me permitió un hijo. Lo más probable es que toda clase de fantasía donde yo era una niña se borraría para siempre al verme como una mujer ya de veintitantos, o peor, como madre.

El día del accidente fue uno como cualquier otro, miércoles, me levante tarde. Recuerdo que estrene un conjunto de lencería de encajes rosas, igual no tenía dibujitos pero el color era infantil. Pablo llamó para avisar que llegaría tarde como lo hacia  desde hace tiempo y que no lo esperara. Ahora hoy atando cabos, lo más probable es que saliera con alguna jovencita o se la pasara viendo pornografía como la que encontré en la computadora. Era un problema evidente que ya tenía cuerpo de mujer de treinta, igual seguía delgada, con buen físico, pero no conservaba el mismo busto de setenta centímetros ni la cadera de ochenta. Esa noche me quede dormida viendo televisión, cuando, como a las tres de la mañana me llaman del hospital. Todo es tan vago ahora, recuerdo que todas las decisiones las tomo la madre de Pablo, yo estaba aturdida. Ni siquiera entre a la habitación de terapia intensiva. Cuando estaba en recuperación, entre un par de veces, él me observaba como enojado y al poco tiempo sentía una suplica con su mirada. Desde entonces no le hablo ¿para que? No quiero saber que estaba haciendo tan lejos de la casa a esas horas. Lo bueno es que mientras vivió, mi querida suegra se apoderó de Pablo y yo no tuve que meter las manos hasta hace un par de años.

-Oye, no se si te conté que en la facultad mis compañeros me cotorreaban diciendo que yo era el sueño de cualquier pedófilo, que parecía una niñita pero que ya tenia edad legal. Jaja –Pablo mueve la cabeza pero ya no la levanta-, sabes anoche mientras me revolcaba con un chico de veinte, brinde por tu perversidad. No se por que tú tratabas de mantener esa ilusión conmigo. Nunca hablemos de eso pero yo lo sabia, siempre pensé que eras un pervertido. Que por eso siendo un abogado con tanto prestigió te casaste con tu alumna, quince años más joven. Pero no te preocupes, igual te amaba, eso creo. Si te amaba, en algún momento dejé de hacerlo. No se bien si fue antes o después del accidente, si cuando dejaste de buscarme o cuando decidí que a mi también me gustaba lo divertido. Con razón te casaste conmigo en cuanto cumplí veinte años. No te voy a mentir, me encantaba ser parte de tus fantasía sucias, en algo se parecían a las mías. Me gustaba verme como colegiala, que mi cabello largo y negro, sujetado con dos moñitos, cubriera mis senos y ver tu cara y tu piel estremecer cuando ponía carita de niña buena mientras jugueteaba con la orilla de mi falda. ¿Lo recuerdas?

Pablo no hace ningún movimiento. Mientras yo sigo sorbiendo de mi sopa. No se por que pero se dibuja una sonrisa malvada en mi rostro, bueno si sé: recordé a esos chicos que han aliviado mi soledad, momentáneos y pasajeros, pero en la edad en que los hombres sienten que tienen que demostrar su hombría, con las palabras correctas y el estímulo indicado, hacen todo para complacer.

Se termina la película, dejo a Pablo frente a la ventana de la sala, recojo las cortinas,  para que pueda ver la calle. Que calor. Me tiro en el sillón. Hace falta pintar las paredes, la humedad desprende el azul de ellas. Observo la foto de mi boda, si que soy linda, con cara de muñequita. Ay Pablo, pero que bueno estabas. Es mejor que deje de pensar en estupideces, así que me levanto por más agua, los domingos me sabe a gloria. Camino aun más lento que cuando me desperté, hoy tampoco tengo ganas de alzar la cabeza. Entro a la cocina,  aunque bebo tres vasos grandes de agua con medio limón, la sed parece no tener fin. Mejor enciendo otro cigarro  y regreso al sillón.

Creo que esta vez la soledad impide que la sensación de horas de sexo por la noche se quede un minuto más en mi cuerpo.  De repente durante estos siete años me atacó la culpa, con saña y crueldad. Pero si tan sólo una vez ese sentido de amor por las niñitas no se hubiera interpuesto  entre nosotros, quizá no lo hubiera detestado y engañado con cuanto chico no mayor a veinticinco conocía. Al grado de desear ser libre y que, pues, Pablo muriera. Y sólo así no tendrían que preguntarme porque lo dejaría, si es que la diferencia de edad ya me afecto, si es que encontré a otro más joven, si es que no tuvimos hijos. Donde la repuestas serian tan idiotas como cualquiera de estas preguntas, porque ¿como decirme cómplice de esa perversidad  y que al fin de todo, me dejara porque me crecieron los pechos, como? Era absurdo pensar en dejarlo, es absurdo. Jamás tuve las agallas. Y a pensar que esa, quizá retorcida, forma de amarnos era lo que nos unió. Tendría que mentir, como tengo que mentir y como seguiré mintiendo acerca de nosotros.

-Jamás quise esto –camino lento hacia Pablo, la luz de la tarde enrójese su rostro. Le quito los lentes y la boina. Me hinco, pongo sus manos alrededor mío, como un abrazo, recargo mi rostro en su pecho y comienzo a llorar, duele muy hondo-. Nunca pensé que esto pudiera pasar. No te odio, sólo me siento enojada contigo porque ya no te gusto. Se que tú sabías que me acostaba con otros y nunca me reclamaste nada. Esperabas a que me fuera de tu vida, no me lo pedias, pero lo sabía.  Y por eso también estoy enojada conmigo por no poder irme con la frente en alto, en vez de eso, me deje destrozar el alma con todas mis aventuras mientras tú estabas a un lado pero tan  perdido en tus decesos. Desde entonces, soy incapaz de sentir algo más que  caricias y besos, que lejos de ser míos, son gritos ahogados.

Me levanto corro hasta mi habitación. Grito sin poder decir nada, de cualquier forma quizá ya esté muerta en vida. Me dejo caer en la cama, abrazo la almohada tan fuerte como si quisiera unirme a ella. El teléfono suena, lo aviento contra el espejo. Hay por donde quiera pedazos de mí. Sujeto las sabanas azules con todas las fuerzas que entregan mi dedos, se tornan rojas al desprenderse el acrílico de mis uñas. Después de un rato cierro los ojos.

 Pasan horas, me quede dormida. Ya es de noche. Salgo del cuarto, camino hasta Pablo, que sigue a un lado de la ventana, enciendo la luz, él se me queda viendo fijamente, su mirada trata de no decirme nada, pero me recuerda todas esas noches donde perdí el aliento trepando por las dunas de su cama, que parecían un oasis, aun paso del precipicio.

Es hora de cenar. Lo mejor del caso es que él no puede  hablar y admitir o refutar. Empujo su silla hasta la cocina. Saco del refrigerador el licuado de Pablo, pongo agua para café en el microondas, lleno la jeringa. Tomo su mano, esta helada a pesar de que hace calor, cierra los ojos, yo lo sacudo y él me observa. El microondas anuncia que el agua esta lista.

-¿Estas despierto? –pregunta  tonta, pero es una forma de dispersar el miedo.

El silencio repentino de la cocina estremece la noche. Y valiéndome madre la hora y la cena de Pablo, lo llevo hasta la que fue nuestra habitación.

-Tenia mucho que no estabas aquí, cambie los colores de las paredes, creo que se ve lindo de este tono lila. Y también cambie el estilo de los muebles, lo rústico va mejor conmigo –dejo  a Pablo a un lado de la cama, enciendo la lámpara que esta sobre el buro y apago el foco del techo, así todo queda a media luz amarillenta, abro el closet y saco un coordinado azul de Burbuja-, mira tu Chica Súper Poderosa preferida, aunque ya no me luce como antes, ahora me veo casi tan voluptuosa como una chica Play Boy, creo que no quieres vérmelo puesto, además no pienso desperdiciar esta noche. No es que quiera hacer las paces contigo, es que no soy tan mala, no, no soy mala.

Me quito el camisón, quiero que me vea desnuda. Busco en el closet un negligé rojo con bordados negros. Aquí esta, me lo pongo, me siento como la primera vez que hicimos el amor. Me doy vuelta lento.  Se que debí darme un baño. Acaricio el bordado sobre mis senos, y la uña casi arrancada con el acrílico se atora y me lastima. Meto el dedo en mi boca, el sabor a sangre y Pablo totalmente lacio sobre la silla de ruedas, detienen todo signo de vida en mí.

-¿Pablo? –Casi  no puedo hablar, camino hacia él, lo sacudo cada vez más fuerte, pero no despierta, sujeto sus manos, acaricio mi cuerpo con ellas. Me siento en sus piernas-, Hoy no me dejes sola.

Me aferro a él, como si sirviera de algo. Beso sus labios fríos, que igual cuando vivos, no sienten nada. Trato de cargarlo, pero no puedo con lo que le queda de humanidad. Acerco la silla de ruedas a la cama y lo jalo hasta que lo acuesto en ella. Me recargo en él, cierro los ojos. De pronto caigo al vacío debajo de mi espalda. Despierto. El frío de sus labios invadió las sabanas. Me abraso a su cuerpo, se que esta vacío, pero no importa, porque así esta noche se tragara el abismo. Hoy tampoco puedo dejarlo, solo esperare a mañana, a que llegue Ana.

 

 

 

 

La mujer perfecta

 

Cuando escucho su poesía es como si la viera introducirse una enorme pistola que apenas cabe en su boca. Radiada de labial rosa: bang, se vuela los sesos, pero sus neuronas se aferran a las letras y terminan escribiendo sus versos en cualquier lugar en donde caigan. Al leer sus manuscritos parece no tener ganas de morir, pero cada vez que la beso, su lengua y labios saben a hierro, como a cuchara oxidada, será porque la vanidad le escurre por los poros y la deja insípida.

  La noche es calurosa y después de escuchar su voz asesinando a Neruda se vuelve  infernal. Ella cree que esto es romanticismo, estar tirados bajo el cielo, masturbándonos el cerebro con proverbios falsos del amor y desperdiciando un condón en medio de la nada que esconde este pastizal.  Pero en fin, así no estaría completa su vulgar sexualidad.

 Veo el reloj, las doce. Abrocho mi pantalón. La veo tirada en el piso sobre el cubre asiento del auto, haciéndose la dormida.

-Vamos -le extiendo la mano y la levanto-, ándale, trépate al carro.

-Disculpa ¿Trépate? -comienza a vestirse-, ¿ya viste mi tatuaje nuevo?

-Sí, es horrible -ni siquiera la veo.

-Huuy -enciende un cigarro y se recarga en el automóvil.

-No sé por qué te aferras a contaminarte el cuerpo -le quito el cigarro de la boca y lo tiro al suelo-, fumar es un vicio inmundo.

  De regreso a la ciudad la observo, aun no sé que no me gusta de ella, su pelo rojo artificial, su minúsculo cuerpo o simplemente el absurdo sonido de su voz.

Sólo una vez me topé con una mujer de verdad y no era por la etiqueta de su entrepierna ni por su pequeña cintura que se fundía en sutiles curvas que daban lugar a sus perfectas piernas. Además, no pintaba sus cabellos y labios. Jamás entendió que era poeta. La inutilidad de la mente era su pecado. Debió de escribir.

Veo la carretera. Gracias a Dios hoy no hay luna, la he visto por más de cuarenta años, que estoy cansado de su luz robada. Sonia saca un espejo de su bolso, se pinta la boca. Enciende el radio y comienza a cantar.

-Sonia quiero pedirte que no vuelvas a leerme a Neruda, por favor -la luz de un trailer roban intimidad

-¿Sólo escucharas mis versos? -Me mira enojada.

-¿Sabes por qué  hay malos poetas? -Volteo a la izquierda y veo mis dientes en el vidrio, dibujando cada vez más grande la sonrisa-, Porque son malos amantes, pésimos en la cama.

-¿Soy pésima en la cama? -su tono es serio.

-Si –no puedo quitar la sonrisa del rostro-, creí que lo sabias.

-¿Entonces, por qué te acuestas conmigo?

-Es simple reacción. Si tú llegas a invitar al profesor de trigonometría a una pésima lectura de poesía, inclinándote para que te vea los senos, con aires de mujer de mundo y señas de linfománica, acabas revolcada. Aunque como te dije, terminas siendo una decepción como tus poemas.

-Eres un idiota –parece querer llorar-, tú no eres nadie para decir que soy pésima, en nada.

-Me acuesto contigo, soporto tus versos -esto comienza a excitarme-, pero no te aflijas así son las mujeres…

-Esto se acabo -me interrumpe casi gritando-, jamás volveré a estar contigo ni por error. Todavía que te hago el favor, cualquier chico de veinte años es mejor que tú, comenzando por la conservación de la erección, y se acabo, “viejito”.

-No mientas. Todas las mujeres son unas arrastradas. Y ya volverás, si no conmigo, será con otro. Quizás cumplas tu sueño de cambiar de carrera, estudiar filosofía y terminar acostándote con tu profesor de Teología. Y eso del favor, pues sólo me ahorraste unos pesos.

-¿Y tu mamá también es una arrastrada?

-Todas. Y como era bonita y falsa, igual que tú, ya te imaginarás.

-Basta, solo cállate –inclina el rostro.

-Discúlpame. No es justo que diga todas –no puedo cerrar la boca-, una que no es falsa me espera en casa.

-Vives más solo que un triste perro –mira por la ventana-, dirás que es tu perra, la chihuahua, la que orina tu alfombra. Eso si es gracioso.

-No, te equivocas. Es una mujer bonita. Le gusta leer a Neruda. Cuando me diste aquella invitación para el homenaje a Neruda creí que te parecías a ella –a cada palabra me aferro al volante-, la conocí en la preparatoria, ella no pintaba su cabello. Es la única mujer que me sorprendió al hablar, elocuente, digna de manejar el lenguaje. Pero no tenía el placer por escribir. Quería estudiar matemáticas

-¿Ella está en tu casa? -Su tono es sarcástico-, ¿Cómo se llama?

-Érica -en ese momento trato de no parpadear, el abismo que forma la oscuridad en la carretera, trae los ojos de Erica hasta mí. Es tan parecida a Sonia que al verla volvió esa sensación de hormigas en el estomago. Pero Sonia esta hueca.

-¿Y es tu mujer? No no no, déjame adivinar, ella te ama –mueve la cabeza en son de burla.

-Sí, no. Ella es la mujer perfecta- me siento complacido de hablar de Érica.

-¿Y está en tu casa? -Alza la voz-. No juegues. Eres un pobre imbécil que no merece haber sido parido.

-Ella está en mi casa. Nunca se irá. A veces me arrepiento. Pero cierro los ojos y recuerdo el único momento que valió la pena vivir: caminábamos por el parque y me besó, su saliva sabía a un soberbio café  sin azúcar. Quisiera ver sus ojos a diario, pero me da miedo abrir el refrigerador y encontrarme con ese olor putrefacto que junto con el moho carcome la expresión de su  hermoso rostro –puta  madre, no puedo dejar de hablar de ella-, Érica no sentía mis deseos, no amaba la literatura. No escuchó mis suplicas. Desperdiciaría su vida enseñando trigonometría en vez de seguir los pasos de Neruda y lo peor, me quería abandonar. Por eso está en el refrigerador, no permití que se siguiera desperdiciándose, tirando su belleza al mundo, su elocuencia, dándose a esta sociedad como cualquier ramera.

  Sonia no hace ningún ruido. No espero su comprensión, es tan solo una estúpida que no ha vivido ni un cuarto de siglo. Se frota los brazos con sus manos y sigue en silencio.

 Ya casi llegamos a la ciudad, la puedo ver. Me paro en la gasolinera. Ella baja del carro sin decir nada. Yo camino hasta el baño, me miro en el espejo, repito una y otra vez que todo está bien. Sonia es tonta.

 

   Carlos sale del baño. Lo veo desde adentro del Círculo K. Quiero que se marche. Él espera a un costado del auto. Me mira, se lame el labio inferior y me hace señas con la cabeza. Le digo adiós con la mano. Da tres pasos  hacia mí y yo los doy hacia atrás. El chico que atiende me ofrece café. Carlos se sube al auto y se va. Acepto el café.  El carro se pierde entre las luces de la ciudad. Sorbo del vaso, escupo, no tiene azúcar.

 

 

 

 

Voy tarde

 

El agua esta helada. Tres horas en la tina de baño, a mitad de enero, es mala idea. Siete de la mañana, sin sol. Día abismal aunque se perezca a cualquier otro de invierno. Es mejor salir de la bañera y tomar algo caliente. Me veo en el espejo la nariz roja y tiritar mi quijada. Lo bueno de este viejo departamento, además de la tina de baño, es que todo esta apretado, tan pequeño que de un brinco ya estoy en la cama. Los dedos de los pies los tengo morados a si que rápidamente me cobijo. Duele entrar en calor. Enciendo la tele, solo noticias malas.

Miro el techo de vigas, siempre creí que aquí asustaban, pero hasta el momento, no he tenido la suerte. Durango aun no esta tan embrujado, necesitas ser una solterona de cuarenta, como mi tía Martina, para que por la noche, te ronden los tecolotes. Siempre jure que no seria como ellas. Incapaces de amarse a si mismas. Increíble como retacan de amor demente su corazón y entonces les deja de funcionar. Mi madre tan necesitada de amor, tan embriagada de mi padre, que no le queda tiempo ni cariño para nadie más. La tía Emma, dejada-capada, con delirios de superioridad  por darles de comer a un par de niños indefensos, sus propios hijos, y recordándoles día tras día que los engendro un perro. Y la que da más risa, la que dice que no necesita de un hombre: la tía Martina, soltera hasta la fecha, con la bandera de muy cabrona y miada por todo el que la ronda.

Por eso lo deje ir, aunque a veces creo que el destino no tiene vergüenza y tuvimos cuatro encuentros en esta vida. Maldición, otra vez tú, ¿Cuándo saldrás de mi Antonio? Mejor me levanto por un café y una sopa instantánea. Me pongo unos calcetines rojos y sigo con la bata de baño. Que bueno que todavía no empaco todo, el café es básico. Voy a extrañar esta alacena vieja con sus puertas que rechinan, el color mostaza de las paredes, las tres puertas que separan todo,  a doña Cuca mi casera, y al siempre dispuesto plato de guisado que guardaba para mí.

Hoy hubiera dormido hasta tarde, quizá pasar la mañana con mamá, o simplemente no sentirme con ganas de nada. Tratar de no pensar es cansado, pero más, tratar de ganarle al insomnio de estas ultimas tres noches. No es que no quiera casarme, no es que no lo quiera, no es que tenga miedo, no es que mi chingada madre, ¿Por qué no dejo de pensar en Antonio?

Por fin el agua esta hirviendo, sirvo una cucharada de café, tres de azúcar a la taza y un limón a la sopa. De nuevo a la cama. Pero estoy cansada de malas noticias, a si que me pongo a ver infomerciales. Definitivamente con tantos productos quita grasa, el que esta gordo es porque quiere. Ahora que lo pienso, Antonio está gordo, tampoco me gustó a primera vista, es extraño como es que alguien irrumpe en tu vida. De cierta forma nos andábamos buscando. Yo aún era estudiante, él venía de un universo paralelo al mío, pues también estudiaba, pero una maestría en administración, cosa que, aunque suena a estudiante, no es lo mismo. En su tarjeta de presentación figuraban viajes por casi todo el mundo, padres influyentes y una vida que parecía sacada de alguna serie de chavos promiscuos de USA. Antonio estaba de paso por Durango. En ese momento fuimos el peor es nada de semana santa, o bueno, eso fue lo que acordamos. No es el más guapo, pero de verdad que sabía calentarme la hormona,  simple actitud. Supongo que alguien de veinticinco tiene mucho que enseñar a alguien de veinte, y más si mientras que yo jugaba a las muñecas, él se tiraba a su novia de segundo de secundaria. Era un patán, y con todo y sus cuentos de vírgenes en su miembro, me gustaba y mucho. Con la voz más sexy que ha pronunciado mi nombre, totalmente desinhibida ante él, sus ojos verdes observándome fijo, mis dedos jugueteando con los vellos de su pecho y esa sensación de compenetración, como si antes de esa primera vez hubiéramos tenido un manual de cada uno, porque exactamente sabíamos como tocarnos, como satisfacer nuestra carne. Cosa, que por estúpido que parezca, nos obligó a desbordar amor, porque cualquiera que nos veía aseguraba que estábamos enamorados y nosotros no afirmamos ni desmentimos nada. El último día de vacaciones llego demasiado rápido, nuestra despedida fue aún más rápida, tan solo su voz, como un estruendo, diciéndome “adiós niña”. Que extraño, esto es lo que tienen todos en común, todos me llaman niña, todos excepto Luis, por eso me voy a casar con él.

A veces me doy risa, recuerdo y hasta me siento tonta: extrañaba a un patán, extrañaba a Antonio. Pensaba en él y soñaba que él me recordaba. Patética, esa es la palabra correcta, soy patética, ¿Cómo puede vencerme hasta la fecha, éste sobresalto en mi corazón, cada vez que pienso en él?

 Quisiera decir que si, que si me llamo al día siguiente, pero se acordó de mí dos semanas después. Comenzó a llamarme a diario desde Monterrey y pasábamos horas platicando de todo, desde pendejadillas, cosas que habían hecho mella en nosotros, hasta planes de vida juntos, de conocer a nuestros padres, de que yo lo alcanzaría en cuanto terminara la escuela y así como así, empezamos un romance. Es raro como es que se entrelazan sentimientos en personas tan distantes, diferentes y sin nada en común. Hasta me depile la entrepierna por que me lo pidió.  Cuatro meses de novios por teléfono, internet y mensajitos, para que todo acabara en un fin de semana. Dos días en la playa, arena por todo el cuerpo, hombros quemados y el estúpido comentario de que me faltaban senos. Hubiera sido mejor que me rayara la madre. Porque aun y con todo lo que él provocaba en mí, acabamos gritándonos en el hotel miles de estupideces. Pero terminó por hacerme llorar. ¿Qué esperaba de un patán?

Si todo mundo sabe que una vieja con senos desbordantes, es una vieja estúpida y no por genética sino por elección, cultura general.

Voy a tratar de dormir. No gano nada con recordarlo. Que padre corte de cabello trae la tipa de la tele. Si hasta creo que es el mismo rojo que yo traía cuando me lo volví a topar dos años después. Claro que a mí se me veía mejor, yo no parecía tomate.

Fue en Zacatecas, de ahí eran los abuelos de Antonio y yo estaba de viaje estudiantil, checando la arquitectura de la cuidad. Y así como así, sin ningún perdón, sin ninguna disculpa, terminamos en un hotel, en una habitación blanca con cortinas púrpura. Aunque esta vez, fue diferente, como si, encontráramos algo perdido, porque las miradas cambiaron. El tacto entre nosotros era preciso, dulce y permanente. Pero, nos encontramos en la hora que no era. No estaba lista para entregarme, aun no había cometido todos los crímenes que me perseguirían. Entonces fuimos sinceros, entonces vislumbramos una posibilidad de amarnos, entonces nos dolió tener nuestra carne entrelazada, entonces aprendí que los hombres le dan importancia a lo que no la tiene y entonces perdí mi lugar. De nuevo, estaba en ninguna parte. ¿Qué ganaríamos con ser los primeros en saborear nuestra carne al natural?  No hubo una despedida, simplemente me fui.

Nunca imagine que eso lo haría con un patán, que me valdría madre y me dejaría llevar, como si nuestro romance sobrepasara la voluntad misma, como si Antonio valiera la pena. Ni siquiera me hice una prueba de embarazo o de VIH o de lo que fuera, a pesar de que él es un reverendo puto. ¿Qué sentido puede tener, no usar condón, si lo importante para Antonio es desvirginar quinceañeras?

 Con Luis jamás ha sido así. El romance nunca nos gana, por más urgente que sea la situación, aunque sea el momento más románico, maravilloso, importante o loco, no amerita la aventura. Supongo que por eso a veces me acuerdo de Antonio.

Pasaron más de seis meses donde Antonio estuvo buscándome, pero yo, simplemente no podía estar para él. No conteste ninguna de sus llamadas. Y por fin el destino hizo algo por mí, pude irme muy lejos. Aunque sólo pase unos mese en el D.F. simplemente fui otra.

 

Al regresar de La Cuidad de México sucedió, eso de lo que hablan mis tías y mi mamá, conocí al hombre bueno de mi vida. Porque todas se lo topan en algún momento de su juventud, pero siempre lo dejan ir, prefieren al que las hará sufrir, al que las humillará, abandonará, y las hará llorar una y otra vez. Exactamente como les pasó a ellas. Pero no a mí. Luis apareció, primero fue mi amigo, aunque me gustaba, luego mi mejor amigo y después de conocernos, de dormir juntos, de bañarnos juntos, de almorzar juntos, se convirtió en mi novio. De verdad, mi novio formal. Y la mejor parte es que no era como ningún otro, nunca me ha llamado niña y siempre me he sentido segura a su lado.

Lo admito, necesitaba quien cuidara de mí. Desde la primera vez, soy su princesa. Sabe que babeo la almohada, que hablo dormida, que me gusta la ropa interior con estrellitas y figuritas ñoñas, que de entre mis sueños frustrados destaca posar en una revista Play Boy. Soporta mi mal genio y nunca se mete con mi tabaquismo. Sabe exactamente cuantas pecas tengo en el rostro. Me ama, y su olor es exquisito.

Dos años de novios, porque contamos desde el día en que nos acostamos, y me pidió que nos casáramos. Claro que de inmediato respondí que si, en medio de tantas flores, no podía negarme. Quisiera decir que por fin lloraba de felicidad. Sin embargo, ya me dolía lo que tenia que olvidar, porque siempre he sentido que Luis esta incompleto. A lo mejor es esa forma en que me obliga hacer cosas, aunque sabe que no me gustan. Es que verlo de pie, desnudo, cubierto de sudor, con sus ojos negros penetrantes, majestuoso,  pero con su voz de suplica orillándome a su depravación. En fin, es su naturaleza, ¿Qué se puede esperar de un hombre?

Y ocurre, pienso en Antonio, supongo que es porque jamás me pidió algo así. Extraño su mirada, a veces, de cualquier ángulo: desde la almohada, desde arriba de mí, desde enfrente de mí y a través del espejo.

   

Se acabaron los infomerciales. Medio día. Apago la tele. En cualquier momento tendré que pararme. Lo malo de que la boda sea a las cuatro de la tarde, es que no puedo seguir perdiendo el tiempo en mi camita. Lo bueno es que solo habrá una comida rápida, no tan formal como una fiesta en la noche y lo mejor es que la mayoría de mi familia no puede asistir por ser miércoles.  Por eso me gustan las mentiras, a mis padres les dije que mi boda es inesperada y rápida por el traslado de Luis a Guadalajara, aunque la fecha y todo estaba acordado desde hace unos ocho meses. No objetan porque es preferible, como sea, que me case con Luis a que siga viviendo sola, pues les hablan lumbre de mí. Porque en la familia si no sales de blanco de tu casa, sales para ser una puta.

Voy al baño, me siento en el escusado, veo el mosaico que embona perfectamente y forma triángulos azules. Me entristece dejar este departamento. Pero que hipócrita soy, más de dos años viviendo aquí y no sé cuántos triángulos hay en este baño. Saco un cigarro y el encendedor de la bata de baño. Quizás es la última vez que fumo en este escusado. Ya no quiero pensar. Es que es irónico, yo, yo Diana lo busque. Todo ese tiempo y los hombres que pasaron por mi no fueron suficientes y tuve que salir a encontrarlo. Bastó una llamada telefónica a casa de sus padres en Monterrey. Antonio respondió al día siguiente. Y su voz de nuevo impulsó ese sobresalto en mi corazón. Increíble que aún pueda sentirlo. Entonces sin decirle a nadie me fui con él. A pesar de que Luis ya existía en mi vida y sabía que se quería casar conmigo, no me detuvo. Me sentía bien, sentía que hacía lo correcto. A veces corre por mi cuerpo esa sensación, la misma cuando caminamos junto por el aeropuerto.

Antonio estaba muy cambiado, aunque vestía con mezclilla y camisa, se notaba que era todo un empresario. Admito que bajo su abrazo y mi cara justo en su pecho, todavía me sentía a la deriva. Hablamos y hablamos de todo, de Luis, de Erika, de mis padres, de sus padres, de mi trabajo, de su trabajo y  pasó, me pidió que lo amara, que no lo dejara ir, que nos casáramos, que él podía sentirlo, me preguntó si yo lo sentía. ¿Pero que se supone que debería ser lo que se siente? Lo único que se es que jamás me sentí con nadie como con él. Para mi era suficiente. Por primera ves dormimos juntos. Paso una semana, yo me sentía en casa, el departamento de Antonio era muy bonito y amplio. Pero supongo que tampoco era el momento de nosotros. Creo que Antonio pensó que yo no sabía que los hombres no cambian, que yo era muy ingenua, por eso renunció a mí. Justamente un día después de cumplir apenas una semana juntos me pidió que me fuera, que él era un mal hombre, que debería regresar y casarme con Luis. Yo no dije nada, ¿Qué se dice en un momento así? Iba a llorar pero no quería que él me viera, Antonio se dio cuenta, de inmediato cambió su tono, besó mis manos, y me contó que acababa de descubrir que era padre, que a la mujer siempre la insultó y trato de perra. Es igual que mis tíos para ellos todas las mujeres son unas perras, excepto la que se están cogiendo en ese momento. No me queda la menor duda de que Antonio vale madre.

No puedo creerlo: llevo una hora sentada en la taza de baño. ha de ser un record mundial, nadie dura tanto en el escusado sin hacer nada. Hay Dios ¿Qué me pasa? Me recostare un momento y por favor, cuando me levante, dame las fuerzas necesarias para ir a mi boda.

Tres de la tarde, es mejor que me apure. Siempre tardo mucho en arreglarme. Lo bueno es que no tengo que vestirme de merengue usando un ridículo vestido de novia. Maldición  ¿Por qué no puedo sacarme a este estúpido de la cabeza?

La última vez que estuve con Antonio fue en esta cama. Hace tres noches. No se como me encontró. Estaba a punto de salir al oxxo, abrí la puerta, Doña Cuca me dijo que me buscaban y Antonio apareció frente a mi y su voz me estremeció, con tan solo decirme “Hola niña.” Es raro, en ese momento, pensaba en él. Vestía un traje negro, una gabardina negra y una bufanda púrpura. Sus ojos verdes se iluminaron al verme. No se que expresión hice que Doña Cuca nos murmuró: aquí huele a amor. Solo nos reímos nerviosamente. Él me quiso decir que su vida ya no era igual. No me interesó en absoluto lo que tenía que decirme, por más que intentó disculparse conmigo, nada valía. Si esto no es una telenovela. Los hombres no cambian. Simplemente me abalancé sobre él. Quizá es el último crimen de mi vida. Yo quería eso, eso que solo Antonio tiene, ese beso que termina mordiendo mi labio inferior y que la noche se perdiera entre nuestra carne desnuda. Jugué un rato con su cabello, él me sonreía hasta que cerró los ojos, yo comparaba mi piel con la suya, me gustaba el contraste, a su lado me veía negra. Quise fingir que no me importaba nada más en el mundo. Que él seria el hombre de mi vida. Otra noche sin observar consecuencias. Por la mañana lo volvimos hacer. Y mientras desayunábamos, yo veía el anillo de compromiso en mi dedo. Antonio también lo observó. Guardó silencio. Encendí un cigarro. Antes de que pudiera decirle que se tenía que ir, él se disculpó por haberme dicho hace seis años que me faltaban senos, terminó la frase con: así te amo. No tiene caso. Eso es todo lo que no será.

-Quince para las cuatro. Ya voy tarde.

 

 

 

 

Datos vitales

Tania Plata (D.F.,  1983) actualmente vive en Durango Dgo. Dice de sí misma la autora: Soy Ingeniera Eléctrica, aunque prefiero hacerle al cuento. En mi cortísima incursión literaria he publicado cuentos en la antología La última cópula de la cigarra coordinada por el maestro Guillermo Samperio, gane el Premio Estatal de Artes Plásticas Olga Arias de Cuento 2007, participe en la antología 25 Años de Narrativa en Durango y este año se publico mi primer libro de cuentos: El Desierto de Diana y Otras Chicas PlayBoy

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