Galería de ensayo mexicano: Britney es inconsciente: eso que no sabemos que sabemos, de Fausto Alzati

Fausto Alzati

Un registro ensayístico que se robustece en los últimos años aborda fenómenos culturales bajo enfoques extraídos de la semiótica, la sociología o la filosofía. Fausto Alzati (Ciudad de México, 1979), autor de Inmanencia viral (FETA, 2009), añade a su perspectiva psiconanalítica y filosófica, el budismo.  

 

 

Britney es inconsciente: eso que no sabemos que sabemos

 

Incluso un reloj parado da la hora correcta dos veces al día.

 

Britney habla

Probablemente en algún centro de investigaciones y encuestas de mercadeo en Francia, (o si no en Japón), ya cuenten con estadísticas detalladas sobre las correlaciones entre el insomnio y YouTube. Incluso podríamos apostar a ciertos patrones de navegación, que varían basándose en factores demográficos y otros estrictamente anímicos. Con seguridad conseguiríamos determinar la clase de insomnio y sus causas al precisar la cantidad y el tipo de clips ingeridos, los temas recurrentes y el ritmo de consumo.

         En fin, en uno de tantos recorridos de esta naturaleza —y no explicaré los motivos de mi insomnio—, me encontré absorto, repitiendo en el monitor un video de Britney Spears (buscar “britney spears stoned” en YouTube). Primero que nada, y ante todo, debo reconocer que es un video francamente hermoso, preciso. Ya ni siquiera inspira ironía pensar en cuánto dinero y tiempo se invierten en las megaproducciones videográficas de esta diva del pop —o cualquier otra—, para que tras tales gastos, sudor, lágrimas, estrés y cantidades industriales de Red Bull, nicotina, canapés y cocaína, resulte ser una breve grabación “casera” la que provoque el fulgurante asombro de quien le mira.

         Pero claro, por qué habría de cobrar un sentido irónico, si sólo gracias a las alucinantes producciones profesionales, un clip amateur filmado con una handycam nos puede llegar a parecer algo tan desnudo, tan sincero: tan “real”. El porno gonzo de esto pide su limosna. Es lo que Baudrillard elabora como el efecto Disneylandia, efecto por medio del cual se sugiere que Disney nos reconforta, porque al regresar a casa logra que ésta nos parezca más real—y así nuestra experiencia se impregna de esa textura de cotidianidad, con sus parámetros y propósitos. Derivamos de ello una cubierta de supuesta esencia y presencia: el eterno retorno a la “vida real”. Aquello que llamamos real suele ser un mero efecto especial-espacial, uno que le sienta muy ad hoc a Britney, quien es más real que lo real, como podríamos sugerir bajo esta lógica.

         Con el rostro bajo la sombra que le dibuja una gorra de béisbol tipo trucker (muy posmo) y ese cuerpo con el que naciones enteras de adolescentes se masturban, cubierto en una insípida playera blanca sin mangas y pants grises, aparece nuestra hiperreal heroína: la Britney. Frente a la cámara empieza con una dudosa demanda en forma de declaración: “Soy fea”, dice incierta. Una voz le responde, es la voz de su entonces marido Kevin Federline, a quien jamás vemos durante el transcurso del video, lo que otorga a su voz una cualidad espectral, fantasmática. Una y otra vez, esta voz se posiciona como la de un sujeto supuesto a saber, como la voz invisible de la razón y la interrogación, la trascendente voz desprovista del drama de la materialidad. Es la voz invisible del panóptico, de un sujeto disociado en la abstracción, que observa e indaga a su objeto.

         (En mi opinión, el segundo mejor video de Britney es aquel en que con ojos desorbitados se despide de la cámara por la pequeña ventana de una ambulancia que habrá de conducirla a un hospital psiquiátrico. Aparece amarrada a una camilla en actitud de tremenda melancolía. Aun creo que éste debería ser el video que acompañe a su canción “You Drive Me Crazy”, melodía en que proféticamente reitera cómo él la vuelve loca.)

         Britney prosigue dando pistas del estadazo que trae encimaestado en que se encuentra: “Tengo comezón”, “Me duele la mandíbula” son algunos indicios redundantes, si no obtusos, de su inTOXICación. Kevin permanece cool, calmo, un invisible representante de la sensatez, mientras que Britney parece oír ecos y voces a los cuales responde con unos impresionantes tics nerviosos: sacude incrédula su cabeza, pregunta y pregunta “¿Huh?”. ¿Con quién estará hablando? ¿A quién cree que se dirige? ¿Cómo se vive a sí misma? ¿Cómo se identifica con su cuerpo? ¿Cómo construye Britney al otro ante el cual se interpela? ¿A quién cree que seduce?

         Entre bocados de comida china (me parece, no está confirmado), ella se percata de que tenía algo que decir. Tras un lapso de tiempo regresa para establecer que quiere ir a ver esa película. Curiosamente después de esto, ella le pide a La Voz que deje de mirar por la mirilla de la cámara, porque hace que parezca que está actuando como un camarógrafo. Así, mientras que parece no molestarle ser grabada, mantiene como requisito que lo haga alguien que se suponga íntimo. Para ella La Voz debe tener una mirada particular e “inmediata”.

         Mientras pregunta sobre la película Spawn, que tiene antojo de ver, es informada que dicha cinta ya fue proyectada en el autobús de la gira. Ese autobús en el que la llevan del tingo al tango para presentarse ante su público. Continúa con sus espasmos y pregunta apasionada y bizca: “¿Dónde he estado?”. Así, nos aproximamos al momento cúspide de este clip: ella, tras una mordida de lo que sigo suponiendo es comida china a domicilio (hotel en este caso), anuncia, “Estoy confundida porque siento como si me estuviera perdiendo de algo”. La Voz responde escéptica con una pregunta: “¿Perdiéndote de qué?”. Ella, con un eructo de por medio, afirma: “De la vida”.

 

 

 

Síntoma

 

El inconsciente […] es el capítulo censurado.

 

J. Lacan, Escritos I

 

La mayoría de las veces tendemos a creer que aquello que concebimos como inconsciente o, dicho de otra forma, “el capítulo censurado” se refiere exclusivamente a los deseos y las afirmaciones descoyuntados y/o prohibidos, a toda una colección de cosas sucias y penosas. Sin duda alguna, en lo que hemos llegado a concebir, pensar, soñar e incluso desear —lo que nos configura— hay elementos que consideramos peligrosos, contradictorios o grotescos: las pulsiones y sus réplicas fantasiosas, impedidas a formularse, expresarse o llevarse al acto. Mas no por ello desaparecen o callan, ni cesamos de procurarlas—sin querer queriendo. Todo esto  hace que nuestra memoria y percepción relaten cuentos engañosos, parciales, modificados por tonos de nostalgia, narcisismos, fetiches y desmedidas demandas sin examinar. Pero considero que eso no es todo lo que está, por así decirlo, “censurado”.

         La conciencia o el registro inmediato de nuestra experiencia es clara, luminosa y vacua (carente de sí). Al decir esto queda implícito que siempre-ya contempla algo, mas no se queda en blanco ni hay una nada que se llene, sino que es pura receptividad en constante registro. En tanto tal, la atención registra la totalidad de nuestras vivencias, a pesar de los síntomas, puntos ciegos y nudos que van gestándose. Así, podríamos también concluir que algunos de estos capítulos censurados aluden a las verdades existenciales y a las terribles ansias que les llegan a escoltar: el hecho de que somos mortales, que la muerte llega sin aviso o excepción alguna y que sea lo que sea es definitiva; la falta de sentido inherente y completo, la circularidad del discurso o la naturaleza asombrosa y elusiva de la gloria del hecho existencial de la vida misma (Existenz) —o como lo plantea Baudrillard, la radical incertidumbre e ilusoriedad del mundo—; la impermanencia y fluctuación ante la cual vivimos y que en sí somos; nuestra íntima interconexión con todos los demás seres, lugares y cosas (por así decirles), la infranqueable fragilidad que somos. Es decir, parte de lo que está censurado es lo que bien podríamos entender como Sabiduría (entendida desde el planteamiento que hace Hegel al contrastarla con el saber, siendo lo segundo algo siempre basado en abstracción y desconexión).

         En crudo, aquello censurado es que no hay división sujeto/objeto; somos inminentes partícipes de este tajante y glorioso diferir que encubrimos con una construcción acordada como realidad. No somos inmunes ni estamos exentos. La radicalidad de nuestra permeabilidad, esa plasticidad que nos caracteriza, la profunda vulnerabilidad que somos, el hecho de que estamos siempre-ya implicados.

 

Oops!…

La ignorancia no tiene una existencia verdadera 

ya que no viene de ninguna parte y no va a ninguna parte,

y ya que de hecho desde un principio ni siquiera existe,

tampoco puede haber un fin de ella.

 

Khenpo Tsultrim Gyamtso, The Sun of Wisdom

 

“Realmente no creo que esa sea la verdad”, replica K-Fed, insertando de paso la cuestión de la “verdad” en el intercambio con su entonces pareja. (Y es buena su réplica, ya que si Britney Spears se está perdiendo de la vida, entonces qué podemos esperar los simples mortales.) Britney, entre espasmódicas sacudidas de cabeza y una peculiar instancia de una imprevista dignidad, insiste: “Esto es de lo que tengo que hablar”. Su decir la rebasa, la palabra la constituye, la padece, tiene que decirlo. Y continúa: “Siento que me he estado perdiendo de la vida”. “¿Cómo de qué parte?”, de nuevo el invisible Kevin osando representar la razón lineal y congruente. Britney responde inspirada: “Tú sabes, de la vida y de las cosas y de las cosas que están pasando; siento que me estoy quedando atrás”.

        Esto que rebasa a Britney, esto de lo que se percata no es una novedad, sino que meramente no tenía acceso a decirlo, sin embargo, la habita y ella a su vez habita estas palabras; por ello hablarlo es una necesidad, un imperativo. Bien podríamos plantear la relación que sostiene el inconsciente con la ignorancia, es decir, con aquello que ignoramos. Para aclarar esto, habremos de remitirnos a la palabra ignorar en su definición más burda de “hacer como si algo no estuviera ahí”, como cuando por pereza, despecho, temor o cualquier otro afán, según la situación, se decide ignorar a una persona o un suceso.

         Recordemos una declaración pública que hizo Donald Rumsfeld, entonces secretario de la defensa de los EUA, en relación con la existencia de armas de destrucción masiva en Medio Oriente en febrero de 2002 (buscar “known knowns rumsfeld” en YouTube). En este informe a la nación yanqui, Rumsfeld planteó, con aires de estar tocado por la mano divina del sentido común (y el apocalipsis, de paso y para variar), que en el caso de Iraq —pero también de manera muy generalizada— había tres categorías epistemológicas que determinarían las estrategias a adoptar: lo que se sabe que se sabe (known knowns), como en efecto se sabe que el enemigo cuenta con armas de destrucción masiva; lo que se sabe que no se sabe (known unknowns), como el número de armas que tiene o dónde están; y lo que no se sabe que no se sabe (unkown unknowns), reservado para aquellas cuestiones que se encuentran por encima de las expectativas y temores previamente considerados. Slavoj Zizek, el filósofo lacaniano, agrega una cuarta categoría lógica como recurso analógico: aquello que no se sabe que se sabe (unknown knowns), aludiendo con ello al inconsciente, según lo propone el psicoanálisis.

En su contundente éxito “Oops!… I Did It Again” (2000), homónimo del disco en que aparece, Britney nos y se confirma que ella no es tan inocente, y habrá de nuevo, que tomarle la palabra, como sugiere Lacan, al pie de la letra. En efecto, hay algo que la rebasa, algo que ella desconoce que conoce, y en este video (Britney Spears Stoned) ella de pronto parece saber que desconoce lo que conoce. Hay algo que ignora, mas sabe que lo ignora. Lo que es más, me atrevería a sugerir que intermitentemente se percata de que su ignorar tiene también un costo—uno que quizás sea inconmensurable, pero que comoquiera se las cobra. Y a qué precio. No es que ella no lo sepa, que no lo registre; no es tan inocente. Lo que ocurre es que se ha encubierto y ahora ella no sabe que lo sabe…pero no por ello se esfuma, sino que esto la perturba, regresa una y otra vez, en pos de ser formulado. Y ella misma lo dice.


 –

Slave

 

If I could be all you wanted.

 

Radiohead, “Fake Plastic Trees”

 

“Es tanta fiesta”, ratifica Kevin de manera peculiarmente atinada. Debajo de esa gorra roja, y con genuino desconcierto, Britney le pregunta de qué está hablando. “Por eso te sientes así”, La Voz pronuncia su dictamen.

         En gran parte de las escuelas budistas, de la amplia variedad de ramas y métodos que se ofrecen, generalmente se comparte la cosmovisión representada en la Rueda de la Vida (bhavacakra skt). Entre la afilada y perversa dentadura de Yama, amo de la muerte (vis a vis la muerte como único y verdadero amo…), la inercia de la ignorancia, la aprensión y la agresión hacen girar el eje de esta rueda. En esta rueda se dice que los seres sintientes dan vueltas incesante y tortuosamente. Para quienes no necesariamente creen en la reencarnación (tal es mi caso), esto puede entenderse como la tendencia repetitiva —compulsiva— de la mente al recorrer ciertos estados proyectivos particulares, en este caso los llamados Seis Reinos.

         Estos seis ámbitos existenciales bien pueden entenderse como sitios o dimensiones materiales o como disposiciones psíquicas específicas (¿dónde dibujar la línea entre la percepción y lo percibido?), esquemas de proceso de información, estados mentales o topologías sintomáticas. Así nos encontramos con seis distintas versiones de la enajenación, de la negación, del doloroso desentendimiento con un principio de realidad. Por ejemplo, se dice que si están frente a un río, los dioses percibirán ambrosía, mientras que los fantasmas hambrientos se verán frente a un flujo de pus y heces, y los seres infernales contemplarán lava hirviendo. De cierta manera, se propone un modelo hermenéutico-fenomenológico.

         Señalo a la par que no creo que toda vivencia humana pueda reducirse a este planteamiento; pero si no informativo, por lo menos resulta entretenido contemplar desde esa óptica la constitución de texturas existenciales. Tan sólo por hacer malabares con la idea —ya que como modelos de entendimiento y abordaje han de saberse radicalmente distintos, inconmensurables—, podríamos elaborar estos seis reinos (o estructuras relacionales de circuitos de retroalimentación básicos), como una suerte de diagrama de estructuras clínicas, como variaciones tono/temáticas de las neurosis, psicosis y perversiones, particularmente si los asumimos como sintomatologías o anudamientos de la vida psíquica.

         En los llamados infiernos (naraka), en los cuales debido al terror y la agresión se vive completamente a expensas de la crueldad de las circunstancias, es imposible reflexionar sobre la naturaleza del mundo o abrirse a ella. Se transita con tal premura desde el incendio de la ira hasta el hielo del odio, en constante necesidad de sobrevivir, imponerse o huir, que no existe la disposición ni el tiempo para apreciar plenamente las cualidades de la existencia. El estado que se describe me hace pensar en alguien que es torturado —tanto en el torturado como en el torturador—, en las atrocidades de la guerra, en la rabia ciega de un hombre golpeando a sus hijos o en alguien tan lleno de rencor que hasta en un paradisiaco hotel del Caribe —a pesar del burbujeante jacuzzi con olor a lavanda y de la cálida brisa que hace girar la sombrilla de su piña colada— todo le parece hecho de mierda, debido al recurrente peso de su resentimiento.

         El reino de los fantasmas hambrientos (preta) se determina por un insidioso y persistente apetito inconsolable y constante. En la iconografía de dicha cosmovisión estas criaturas se asemejan a pacientes cirróticos: amarillentos, con enormes panzas hinchadas y diminutos y febriles cuellos alargados que no les permiten saciar jamás su obsesión y compulsión. Son semejantes al toxicómano que persigue la cumbre de la existencia en la siguiente dosis y que es incapaz de otra cosa más que de ir por otra dosis, y otra y otra…con la apremiante angustia de cómo conseguir la siguiente, lo que impide incluso el alivio de la dosis actual. O semejantes a la histérica cuyo deseo es tener siempre un deseo insatisfecho, como para dar presencia a una supuesta ausencia.

         El reino de los animales es un ámbito obtuso, carente de discernimiento o humor —nunca se ha visto a un animal reír—, en estado de continua lucha por sobrevivir. Sin espacio para lo ambiguo, lo complejo o lo irresoluble, presentan una “lógica” burda, cuadrada, torpe, y por demás reduccionista. (Como Jung, el neoliberalismo, las tendenciosas y gelatinosas “filosofías” new age o la sociobiología). Se trata de la retórica del bottom line (“a fin de cuentas”), tan en boga y recurrente en la publicidad, la política y las charlas de borrachera del viernes por la tarde. Es el espectáculo de cómo los dirigentes del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, a fin de cuentas sólo quieren una Hummer —un falo nuevo—, igual que todos. Homologación. Es el discurso de estado de emergencia de Jorge “doble U” Arbustos (George W. Bush) cuando declara, respecto de la guerra contra el terrorismo, que “si no estás con nosotros, estás en contra”.

         La dimensión humana es un incesante circular por el sufrimiento de querer poseer, de temer perder lo que se cree poseer y de haber perdido lo que se tenía. Estas escuelas budistas sostienen que en este mundo la posibilidad de despertar es mayor, debido a que los estados de sufrimiento y de encantamiento son intermitentes y menos extremos, de manera que se produce un discernimiento que trae consigo la posibilidad de la reflexión, el análisis, el descubrimiento, el método y el entendimiento. Guerra, romance, hambre, empatía, enfermedad, compasión, pobreza, fertilidad, locura, ternura, tormenta, lenguaje… El reino humano nos presenta múltiples contrastes que nos instigan a diferenciar y, con ello, a aprender a responder adecuadamente a lo que el mundo expresa.

         El movimiento cíclico, repetitivo, recurrente y pulsional es característico de todos los reinos. La relación del sujeto para con aquello que se postula como objeto a (objeto causa de deseo) —objeto que se mantiene inalcanzable, siempre-ya objetivo— infunde a su experiencia propósito y sentido. Ya por el trauma que involucra, ya por el miedo a quedar por ello en un desamparo de deseo, desprovisto de fantasías.

         El reino de los dioses celosos (asuras) se caracteriza por ser un ámbito de perpetua competitividad, paranoia y envidia. Constantemente vigilando, defendiendo, atacando y buscando extender su territorio personal, estos titanes infatigablemente hacen gimnasia bélica y desplantes de estrategias, artimañas e ingenio. Así, se pierden en continua batalla, negándose a asumir la soberanía a la cual ya tienen acceso. ¡Si tan sólo cesaran su proyecto, su aguerrida y angustiosa lucha por alcanzar más! Incluso se obstaculizan la realización de su supuesto fin, y así permanecen con su objetivo y su lucha. Su goce se ha constituido del malestar, del displacer de esta incesante envidia y disputa. Es como el caso de un obsesivo maquiavélico, cuyo concepto de sí requiere de la constante tensión y repetición de su obsesión; es decir, que la obsesión permanezca como tal. Como podremos entrever, en todos los casos se va configurando una noción de solidez ontológica, un saber. Más que un saber, un supuesto saber-se.

         Por último arribamos al mundo de los dioses (devas). Estos seres viven la ceguera de su privilegio absoluto; desconocen y mantienen un total desinterés frente a cuanto se encuentra fuera de su almidonado suburbio psíquico. Sus existencias de excesivo confort y perpetua distracción los mantienen en un estado de ensoñación: pasan de un divertimento al siguiente sin interrupción alguna. No por ello lo inevitable se detiene, o como lo expresa García Márquez, “A la vida no la enseña nadie”. Y en su momento, indudablemente, la vida los alcanza. Ésta suele llegar tan sorpresivamente, tan de improviso —la vejez, la enfermedad, la muerte, el nítido reflejo de la impotencia, el decaimiento de la idealizada impunidad— que el shock tiende a mandarlos emberrinchados y confundidos, reino por reino, directo hasta los infiernos. Con esto vuelven a dar vuelta tras vuelta por los seis estados patológicos. Una y otra vez (en ocasiones en cuestión de minutos). Y duele.

        Kevin pone sobre la mesa la condición de endiosamiento que Britney habita. Está enfiestada. En ese momento en el rostro de la cantante se manifiesta una breve epifanía —angustia—; percibe por una fracción de tiempo cómo es que se encuentra sujeta a una existencia derivada de la inercia. Este lapsus de lucidez es fugitivo, ya que resulta brutalmente interrumpido por La Voz, que con sugerente autoridad, postula que la solución reside en una elección básica, imperiosa y planteada como el alivio del sentido común (qué horror): “¿Preferirías salir de reventón o ver la película?”.

         Britney sacude la cabeza, perturbada, confundida, sin mesura: “¿Huh?”.

         Algo en ella se resiste, se rehúsa a negar su experiencia y a encontrar sentido en esta supuestamente “aterrizada” proposición de su galán. Sabe que no está tan loca, intuye algo; sabe lo loca que en efecto se ha vuelto. Se resiste a entregar su epifanía, a dejarse olvidar, a olvidar-se y de nuevo sumergirse en esa inercia. “¿Si tuvieras la opción de salir o de ver esa película [más claro no podría estar: ‘si tuvieras’]?”, K-Fed remata. Esto me recuerda una escena de El Padrino III, en que Michael (Pacino) —de suetercito rojo y paseando domésticamente por su cocina, estilo león enjaulado— alude, con estereotípica pasión italo-americana, a cómo la inercia lo jala de vuelta a su mundo de intrigas y querellas de dioses celosos (dioses mafiosos). Enfáticamente dice con voz aguardientosa: “Just when I thought I was out…they pull me back in again” (“Justo cuando pensé estar fuera…me jalan de vuelta”). Abalanzándose hacia el borde del vértigo de la inmersión y siendo jaloneada de vuelta, Britney asume ser para ese otro que la interpela así y responde a la demanda: “Preferiría ir a ver esa película y luego beber en casa”. Juntos se ríen. ¿Será?

 

Baby, una vez más

 

La angustia, sin embargo, era su oportunidad.

 

Georges Bataille, Inner Experience

 

Cuando Britney se percata de su estatus existencial de esclava (bajo los términos propuestos en la dialéctica del amo y el esclavo en La fenomenología del espíritu de Hegel), cuando en un desplante cae en cuenta de cómo su subjetividad está sujeta, cuando tienta el peso de la contingencia sobre su experiencia, cuando nota los perímetros de su experiencia y su brutal arbitrariedad, sus limitaciones, cuando alcanza a mirar el horizonte al sesgo, cuando dice estarse perdiendo de algo, ahí La Voz la diagnostica y le ofrece la receta disfrazada de opción, aunque se trata más bien de un ultimátum. Es triste, pero así ella regresa a creerse amo, de nuevo. Se le escapa entre los dedos esa posibilidad de asumir su esclavitud y comenzar el trabajo, el cuidado de sí, para procurar la plena expresión de su subjetividad. Adiós Britney.

         Casi a la manera de un guión, de inmediato entra en nostalgia. Ya añora lo que acaba de develar. Se refiere a Back to the Future (“Regreso al futuro”), deshilvanando una pasajera reflexión sobre la posibilidad de viajar en el tiempo, que La Voz no tarda en desmitificar y poner fuera de su alcance, aseverando: “A lo mejor [es posible viajar en el tiempo] pero nunca le dirían al mundo. No dirían nada a nadie. ¿Te imaginas cuánta gente trataría de regresar y cambiar las cosas?”. Así, con ironía, como en una suerte de broma nuestra diva es encantada.

         (Quisiera de momento precisar algo: del asombro a la enajenación hay un pequeño paso, apenas un desliz. Es decir que el asombro mismo es lo que se torna fascinación o enajenación. Cuando se tiene un sueño lúcido si uno se desenfrena o pierde la atención, vuelven a abandonarse al sueño y su inercia: se pierde la lucidez.)

         Recordemos la infranqueable compulsión que presenta McFly (Miguel J. Fox), una y otra vez, cuando intenta saciarse con ser reconocido como amo por otro al meramente oír una palabra: gallina. Y cuán eficaz es este síntoma maquillado de desafío, de bravura, de reto, de valor; desaparece el sujeto: “¿A la fiesta o al cine?” (espectáculo); “A ver, dime quién eres; demuéstramelo”…Pero el paralaje deja huella; el psicoanálisis a eso apuesta.

         Dícese que en cada reino hay un buda —y por favor exorcicemos este término de connotaciones de divinidad o salvación, de grandes iniciados, de desencarnados nihilistas empedernidos con su propia indiferencia, de agrupaciones con nombres sánscritos y peculiares idiosincrasias sexuales, o de asiáticos en faldas marrones—; es decir, un sujeto en relación inmanente y armónica (compasión y sabiduría) con un principio de realidad: un sujeto abierto, pleno, despierto a la radical ilusoriedad del mundo.

         Para cada nudo existe la posibilidad del des(a)nudamiento. La cura (se) expresa como una posibilidad para el sujeto, por medio de paralajes. En el reino de los dioses este buda suele representarse tocando una cítara increíble, cuyas notas y melodías recuerdan a los dioses la impermanencia y la posibilidad del sesgo, exhortándolos a despertar de su ensoñación para asumir la permeabilidad propia y del mundo. Comunicación. Este buda les expresa una realidad por medio de canciones, aunque bien podría ser mediante un encarnado drama frente al panóptico mediático de la sociedad omnivoyeur, por medio de paparazzis…O como dice la máxima emperatriz del pop al inicio de su exuberante éxito “Gimme More” (“Dame más”): “It’s Britney, bitch”.

.

.

Datos vitales

Fausto Alzati Fernández, México DF, 1979. Ensayista, dedicado al análisis de la cultura desde las perspectivas y paralajes de la filosofía, el psicoanálisis y el budismo. Autor del libro Inmanencia Viral (Tierra Adentro, 2009).

Blog: Al Servicio de Quizás: http://www.ataraxiamultiple.blogspot.com/

También puedes leer