Gente como usted, cuento de Julio César Toledo

Julio-César-Toledo[1]

En el marco de la Antología de Narrativa Mexicana Contemporánea, presentamos el siguiente cuento de Julio César Toledo (Chicontepec, Veracruz, 1977). Tiene publicados los poemarios Del silencio (FRAF 2003) y Quicio (FETA 2008) así como Suplencias para el nombre del padre (Coneculta2008) con el que obtuvo el premio Rodulfo Figueroa.

 

Gente como usted

 

I.- Antes de la consulta

He decidido compartir con ustedes, colegas, la grabación en audio del caso que les expongo. Mi intención es dejar claro el por qué de la propuesta, quizá violenta, que presento ante este comité. Aunque la grabación no es del todo nítida y ocasionalmente hay mucho ruido creo que lo más interesante de la conversación se aprecia sin problemas. No es en sí un diálogo porque yo estaba de espaldas a la grabadora con que capté el incidente, esa tarde. He dicho ya que fue un azar mi presencia en el lugar. Regresaba de la clínica comunitaria, como todos los martes, y sólo fue que aproveché la oportunidad para ilustrar una idea que ya se venía gestando en mi cabeza:

{..} Es un poco vergonzoso esto. No era mi intención que usted, aquí, y así nada más… pero es que el dolor se ha vuelto insoportable. Y ahora, aparte de todo hay sangrado, qué vergüenza, qué embarazoso resulta esta situación. {…} Es curioso, no le parece, que use justamente ese adjetivo: embarazoso, parece un chiste elaborado. Aaay, qué hace. No, siga. Si no es que me moleste o me duela, es que ha tocado usted un punto que… bueno pues qué le digo que no haya oído ya, usted, siendo ginecólogo, habrá visto de todo; visto y sentido de  todo, ¿no? {…} No, no es ahí. Es más profundo lo que se siente, creo que es más adentro. Me apena, doctor, que se manche así, con todo esa sangre y lo demás. No crea, me da mucha pena pero es el dolor el que casi siempre me obliga a hacer cosas inimaginables. Ese dolor que no se acaba, ese dolor, ése, doctor; justo ese punto es el que quería que sintiera usted, {…} o sentir yo a consecuencia de su tacto. Ahí doctor, le ha dado usted justo al clavo. No pare, doc: siga: sienta qué doloroso: qué distinto a todo lo demás: a lo normal. ¡Ay! Doctor no me deje aquí sangrando así, con este dolor tan dentro y tan húmedo: ¡Abráceme!

Hacia el final de la grabación el audio se pierde y la interferencia es mayor, pero lo que vale la pena resaltar aquí es la desesperación con que la mujer gritaba que no la dejara, que la abrazara. No tengo el término preciso que en psicología se utiliza para estos casos, lo que sí sé con seguridad es que se pone de manifiesto, justamente como dije al principio de mi intervención, que las mujeres son por demás dependientes, abusivas: cosa que en esta ponencia quedará más que demostrado, y ni qué decir de su lívido estúpido e incontrolable. Lo más grave del asunto, si me lo permite el honorable comité, es que la mujer en cuestión hubiera, de no haber tomado yo cartas en el asunto: digo, de no ser éste un ejercicio profesional, llegado al extremo de intentar saciar su apetito con más gritos, primero, y con un salvaje coito sin protección que devendría en un embarazo más. Y ustedes saben ya qué seguiría después… El experimento tuvo una progresión interesante. Desde el principio supe hacia donde me quería conducir el sujeto (la mujer, pues):

Disculpe, doctor. Es usted doctor, ¿verdad? {…} lo note por la bata blanca y la tripa esa en el cuello: cómo se llame {…} yo siempre he admirado mucho a los doctores, con tanta dedicación que se necesita para esa profesión y todo lo que hay que saber para poder hacer las cosas bien. Es mucha responsabilidad tener la vida de alguien en sus manos. Y todo lo que hay que ver siendo médico ¿no?, me imagino {…} ah, ginecólogo. El tiempo que hace que no voy yo al ginecólogo. A lo mejor por eso me pasa lo que me pasa. Sabe, tiene tiempo ya que me dan unos dolores aquí dentro, si sabe a lo que me refiero; Han ido en aumento últimamente {…} como si algo se me estuviera echando a perder {…} Y usted se ve que es un buen médico, además huele muy bien, a loción. No todos lo doctores dan confianza, hay unos muy malencarados, que se nota que no les interesa la gente sino ganar dinero nomás. Pero usted se ve diferente: se ve muy gente, gente como nosotros, como la gente normal. {…} {…} ¿No quisiera, digo si fuera tan amable, decirme qué podría ser?

Disculpen que detenga aquí la cinta. Puede parecer morboso de mi parte hacer una pausa justo en este momento pero es necesario recalcar la habilidad con que la interfecta arrojó el primer “anzuelo”. Claro, quién podría negarse ante la amabilidad elaborada, ante esa cara de cachorro con sueño. Guardando proporciones y siendo muy cauteloso, yo, me dejé llevar por las peticiones bizarras de la mujer; se podría decir que le seguí la corriente. Con los primeros acercamientos noté signos físicos que de alguna manera pude reconocer: su piel era rasposa, sus uñas oscuras. Aunque no era del todo una mujer pobre e inculta de esas que suelo atender en la clínica comunitaria, tenía algunos rasgos que me hicieron pensar que, de alguna manera, era una mala combinación entre la educación y el descuido:

No crea que soy de esas mujeres que no se cuidan y que no van a sus chequeos médicos hasta que están muriendo, no, es sólo que esto ha sido abrupto y me ha tomado por sorpresa. Mire, qué pena me da pero ya estoy aquí, y, como dije, usted inspira mucha confianza, doctor {…} mire es aquí, a esta altura que se agudiza el dolor.

En este momento de la grabación, y antes de que la desfachatez sea evidente, notarán que ya se había vuelto completamente corporal el acercamiento, grotesco. Me hubiera gustado mucho poder hacer grabaciones en video, pero sólo me dio tiempo de alistar la grabadora de voz del celular. Los gemidos  eran cada vez más altos, los fluidos más abundantes. Mi asco, como era de esperarse, también crecía con el paso de los minutos. Quizá fue en ese momento, debo decirlo, donde la idea se aclaró: ¿Si podía hacerlo, por qué detenerme? Debía cumplir con lo que, de alguna manera, era mi obligación.

{…} Ay, doctor. Es sangre. Qué vergüenza, doctor. Me estoy manchando toda. Por favor, doctor {…} Voy a quitarme las pantaletas. Ya está. {…} sí, en realidad estoy bien pero vea, por favor, qué es. Sí, doctor, es más adentro. {…} ah {…} es un dolor pero es un alivio {…} Es un poco vergonzoso esto. No era mi intención, en primera instancia, que usted, aquí, y así nada más…

Esta parte de la grabación fue lo primero que escucharon. De ahí siguió un curso extraño, todo fue subiendo de tono hasta llegar al grito de “Abráceme”.  Me parece que las explicaciones sobran ante la contundencia del caso. La grabación es clara. La mujer fue preparando el terreno para seducirme de forma extraña, y hacer que sus fluidos mancharan la blancura de mi bata. Ahí lo decidí. No sólo haría la operación a esa mujer, dejándola mutilada de sus genitales; cada semana, cada martes y viernes, subiría al metro con la convicción de encontrar más mujeres como ella, de esas que seguro abundan en esta ciudad.

 

II.- Durante la consulta

No puedo dejar de decirle que esta situación me pone un poquitito nervioso, me incomoda, no crea, no es fácil para mí estar de este lado. Soy católico pero eso de la confesión no es algo que halla hecho a menudo, y ahora, eso de contarle cosas a usted y llamarlo doctor…  Lo dicho, me pone nervioso, me siento vulnerable, doctor. Aunque, acá entre nos, si bien estoy nervioso, hay ciertos detalles de su consultorio, de usted, que en cierta medida me tranquilizan. Se nota que usted es una persona sensible y de muy buen gusto, lo cual aplaudo. Hmnnn qué olor. Afortunadamente usted, doctor, huele muy bien. Es algo en lo que me fijo, me parece que una buena loción es como una tarjeta de presentación. Huele realmente exquisito. Hoy en día, usted sabrá,  no es habitual que la gente ande bañada y menos perfumada. Esto me da la seguridad de que usted  es un profesional y de que puedo confiar en usted. En realidad (Tos) esta tos me tiene loco, una bronquitis. El smog. (Tos) no se preocupe no es viral. Usted es de aquí, ¿no? El smog me causa mucha tos… (Tos). No, no me mire, si no, no me atrevo, me cuesta trabajo ¿Puedo tocarle el hombro? Me da un poquito más de confianza, así me hago a la idea de que ya nos conocemos. Pues resulta ser que he mentido y he mentido de manera tan terrible, que mis mentiras han ido creando realidades, ¿entiende?, ficciones que se vuelven hechos. No es que me quite el sueño el asunto de las mentiras pero, de pronto, me parece justo ponerlo a discusión. Me gusta dialogar, me parece que las ideas crecen en el debate, por eso asisto con regularidad a congresos y mesas redondas. Siempre he sido un defensor de las buenas costumbres. Hoy, usted me da una oportunidad de desahogo, me hará tan bien, me permitirá caminar tranquilo por decir lo menos. Y usted, a reserva de cobrar sus honorarios, sentirá haber realizado su trabajo y no se diga una labor humanitaria, tan escasas hoy día; y eso es tan reconfortante. Yo también soy Doctor, apuesto que ya lo había notado, si nos reconocemos la profesión de inmediato y a kilómetros. Pues sí, doctor, soy médico; ginecólogo. Es raro, fíjese que mis manos están siempre húmedas, curioso. No, no crea que vengo con el cuento ese de que me excito con cada paciente y ando con culpa y no puedo dominar mis instintos y todo lo demás. Eso es muy obvio, un lugar común, diríamos. Además yo soy un profesional y como ya le dije, amante de las buenas formas. Atiendo de todo, no tengo reservas para atender señoras ricas o muchachas humildes, les conozco sus mucosas al revés y al derecho, me doy cuenta de quién la está pasando bien y quién no. En realidad, una vez que entran al consultorio se decide el futuro. Pero dos veces por semana voy a una clínica de ayuda comunitaria y las mujeres, morenas con rebozos polvosos, con sus sonrisas complacientes de dientes amarillos, con rollos grasosos bajo el seno… Ah.. Realmente no las soporto. (Tos) Llegan temprano y hacen fila mientras mal comen un pan que se desmorona sobre su ropa, encogidas, temerosas con sus vientres inflados, tratando de ser sumisas, como que así consiguen todo, agachando la cabeza, usted  sabe: “ay doitor, yo nomás con que el niño esté completo, claro, si dios quiere,” Y todas huelen a maza… no le digo. Las uñas, oiga, atroces, entre negras y moradas, con la piel llena de manchas y cicatrices. Y luego ponen esa cara de cachorro con sueño, preguntando “va a ser un machito, doitor”… No entienden nada de lo que se les dice. Luego repiten o bostezan, con ese aliento…  (Tos) Y ahí siento que debo cumplir un deber, descubro cual es mi labor en la tierra, en esta cadena de perfección humana. Imagínese, doctor, que todos esos fetos generarán más hombres y mujeres gordas, morenas de dientes amarillos y coeficiente intelectual limitado, quienes luego buscarán para reproducirse a otros hombres mal vestidos, morenos, hediondos, y de bajo coeficiente intelectual. Y ahí tengo ideas superiores, como quien descubre el camino correcto y sé que no fue el azar que elegí ser ginecólogo…

Las miro atento y busco un gesto de ternura, hago salir a la enfermera, las tomo de las manos –raspan de una manera desagradable-, acaricio sus nudillos y las miro como un sacerdote, siempre respetan más al sacerdote. Y así en voz suave les digo: el niñito viene mal, no se le han formado las piernitas, y la faringe esta mal, eso significa, señora, que no trae boca. Y lloró con ellas. Pienso que con el tiempo he desarrollado cierta habilidad para eso de las lágrimas. Las consuelo, les digo que son jóvenes, que ya habrá otra oportunidad. Las adormezco, procedo al aborto y les ligo las trompas. A veces piden el feto –ellas siempre le dicen por su nombre: que si Juanito, que si Lupita- y dicen que quieren enterrarlos, el cuento este del angelito; yo les digo que ya fueron incinerados, que eran pura materia; no llegaron a tener alma. Hay algunas que hasta aseguran que escucharon sus llantos. Yo pienso, sí, ruidos agónicos de una criatura deforme. (Tos)  Nos abrazamos y dejamos el futuro en manos del señor.

Esto sólo lo hago los Martes y los Viernes y sólo en la clínica que ya le cuento, doctor, y es que cómo no va uno a rendirse y querer hace un bien ante tanta pobreza y promiscuidad que hay en esas colonias marginales. Insisto, doctor, esto me incomoda un poco, pero no crea que usted que es arrepentimiento, no, colega, soy una persona educada. Me siento incomodo porque hace mucho que no hablo tan abiertamente con nadie. Le digo, eso de la culpa está culturalmente superado por mi, no es eso, es que, también, me parece justo que alguien más sepa de esto. Además,  hoy tuve un pequeño malestar, dudé sobre la legitimidad de mis práctica benéfica, por eso decidí venir, sentí que me entendería y me ayudaría a acomodar las cosas y fue así. Ahora sé que todo marcha bien, sé que hago lo justo. Incluso siento que la gente, gente como usted que se baña y se perfuma agradece en forma silenciosa mi labor. Ahora me siento tan bien, no sé cómo agradecerle. Sí, doctor, la verdad es que solamente gente como usted debería tener hijos. (Tos)

 

III.-Después de la consulta

Tomaba una copa de Oporto y te vi. No podría explicar la fuerza de tu figura tras el cristal del restaurante en que una tarde lluviosa como cualquier otra lluviosa tarde te vi. Nadie es tan hermoso y sin embargo no es sueño porque te vi como se ven los árboles en los parques que dan sombra a los niños que juegan en los parques y a los viejos que caminan también en los parques. Te vi y supuse que no te volvería a ver porque me ha pasado ya varias veces en que veo a alguien hermoso y pasa de mí como se pasa de una copa de oporto a otra y luego a otra y luego no le veo nunca más.

–          ¿Otra copita de oporto o le servimos la carne, señor? Hoy no quiero carne, me conforma una ensalada y sí, si quiero otra copa. Disculpe, por cierto, mi retraso; ese ruido gigantesco que se escuchó hace un rato, fue la bajilla que se le cayó a uno de los lavaplatos, dejando un saldo de al menos 30 piezas rotas. Esas cosas pasan.

La calle está muy húmeda y tú no resbalas ni con esos zapatos de tacón que desde aquí se ven tan amarillos. Te has detenido en la esquina como dando tiempo a que termine de observarte y tenerte de una vez y por completo como cuando por primera vez uno se enamora. ¿Cuánto tiempo estarás ahí parada en la esquina esperando a que termine de observarte y esperando a que termine de memorizarte con tu vestido floreado y tu pelo húmedo y tus zapatos amarillos? No podrías usar zapatos de otro color porque no harían juego con tus ojos que a pesar de ser oscuros se ven tan amarillos a través del cristal del restaurante: todo se pinta por tu luz de ese amarillo. Qué distinta eres a todas esas mujeres del metro y de la clínica y de tantas partes donde las mujeres huelen mal y no irradían, como tú, esa luz.

–          ¿Aderezo blanco o mil islas? Es igual. Me da lo mismo. ¡El blanco es delicioso! La semana pasada un cliente derramó todo su aderezo. ¿Se imagina usted? Toda la alfombra roja manchada. Debió haber sido un espectáculo impresionante, la alfombra roja que hace juego con las cortinas rojas y en medio una mancha blanca. No había pensado en eso de las cortinas. Aderezo blanco, entonces. Sí, gracias.

¿A dónde vas? Todo esto que no es más que un pensamiento y que aparece de golpe dentro de mí se va fugando al otro lado de la calle que veo tras el enorme cristal y lo curioso o tal vez extraño es que tú sigues parada ahí, aún cuando caminas a ratos y a pasos cortos como si me esperaras a mí porque estoy seguro que a pesar de tu lejanía y de tus ojos lejanos y amarillos es a mí a quien con tanta ansiedad o desencanto esperas como si supieras de antemano que al pasar frente al cristal del restaurante yo te vi y como si supieras que soy tu futuro que por cierto es incierto y seguramente tormentoso porque que soy un hombre enfermo que se está pudriendo de la piel por el virus que despelleja mi carne y ha dejado mis piernas y brazos al descubierto con la carne viva y sangrante y llena de pus que los doctores no pueden o no quieren curar pero también tengo por dentro un cáncer que me duele más aún porque me hace hacer cosas que no tenía planeadas: el dolor siempre me hace hacer cosas que no tenia planeadas y a menudo le hago daño a la gente pero a algunos les ayudo, los salvo de sus horribles condiciones y qué será de ti cuando te halles enamoradísima de mí y sea yo toda tu vida y tu dicha y de pronto muera por este dolor que consume y te quedes tan sola como estás ahora sola y tan floreada y amarilla y tan ansiosa o desencantada en tu esquina.

–          Ensalada, aderezo y más Oporto twin. ¿Todo bien? Creo que sí. ¿Se ha fijado como llueve estos días? Es raro pero aquí en el restaurante, la gente habla más fuerte cuando afuera, en la calle, llueve. Ahora, por ejemplo, ha dejado de llover y la gente sigue hablando casi a gritos….y el ruido de las copas y los cubiertos, es también muy molesto. Y eso que no ha estado en la cocina. Aún así el ruido es mucho.

Poco a poco voy entendiendo tu postura y tus ganas de seguir ahí esperándome parada. Te conozco o empiezo a conocerte y me gusta porque eres como yo igual de escéptica y apasionada. Estoy seguro que hasta hueles bien porque eres de esa clase de gente como yo o el doctor que no somos de la gente que huele mal y no inspira confianza sino que somos de otra clase.

–          ¿Se siente bien señor? Sí, sólo es un poco de tos, de dolor

¿Me estás viendo a mí? ¿A quién ves? No me gusta que sonrías de esa manera como coqueteando con la gente para que voltee a verte y se de cuenta de lo bella que eres tan parecida a mi y de que sigues parada ahí esperando que yo termine mi copa y termine también de conocerte y de hacerte mía y de convertirme en tu vida y tu dicha y tu todo 

–          Señor, está sangrando. ¿Le ayudo? No, estoy bien.

No intentes amedrentarme con esa actitud porque tú bien sabes que son cosas que no soporto y que me enfadan mucho y me pongo mal y me dan ganas de golpearme o tal vez de golpearte.  

–          Señor ¿Qué le pasa? ¡Ayuda!

Estas tirando todo por la borda y eso me enfurece porque no cumples tus promesas y haces que la gente se sienta mal y se ilusione y se decepcione y ¡maldita sea! Yo no me merezco esto. Ya sabré darte tu merecido.

–          ¡Ayuda!                                              

Tu merecido. A pesar del cristal te daré tu merecido. ¡Abrázame!

–          ¡Ayúdenlo!

Ya no te veo ni veo el cristal ni la calle mojada y tampoco tus zapatos amarillos. Veo el techo rocoso que se pierde en una cortina roja que se pierde en una alfombre roja y aquí adentro ya no hay ruido de copas ni de cubiertos ni de nada sólo una enorme mancha de mí que ensucia la blancura de mi bata. ¿Cómo sucedió? ¿Cómo pasaste junto al cristal de restaurante y yo tomaba mi copa de Oporto y tú seguiste caminando y tan pronto te fuiste? Eras tan bella y me entendías tan bien por ser tan como yo o buscabas a alguien o sabías que yo era tan como tú y a pesar de eso te quedaste y comprendiste y me miraste o pensaste que yo era tu futuro como dijeron en el horóscopo o creíste ser capaz de amarme o simplemente te vi.

–          Señor… señor…

 

 

 

Datos vitales

Julio César Toledo (Chicontepec, Veracruz 1977) Estudió Ciencias de la Cultura en el Claustro de Sor Juana y teatro en el INBA. Maestro en literatura por la Universidad de Aarhus, Dinamarca. Es egresado de la Escuela Dinámica de Escritores. Tiene publicados los poemarios Del silencio (FRAF 2003) y Quicio (FETA 2008) así como Suplencias para el nombre del padre (Coneculta2008) con el que obtuvo el premio Rodulfo Figueroa; y la obra de teatro Hombre, mujer y perro (Anónimo Drama 2004). Es co autor de Owen, con una voz distinta en cada puerto (FETA 2005). Cuentos y ensayos suyos aparecen regularmente en revistas de circulación nacional.

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