Foja de Poesía No. 308: Juan Manuel Rodríguez Tobal

Rodriguez TobalPresentamos el trabajo del poeta español Juan Manuel Rodríguez Tobal (Zamora, 1962). Es poeta, traductor y profesor de lenguas clásicas, es actualmente editor de la colección de poesía “El sinsonte en el patio vecino” de la Fundación Sinsonte

 

 

EL AHOGADO

 

Como un viejo barquero la memoria

cuidadosa sondea los cabozos del río,

uno a uno recorre sus mortales engaños,

las heridas de un fondo

que no ha llegado nunca a conocer.

 

Al fin, donde la tierra era más firme,

allí donde creyó segura el agua,

se hunde lento el varal

y da en lo blando.

 

 

 

 

 

TUS OJOS

 

En la orilla del sueño

soñaba yo un paisaje de cigüeñas,

alzadas espadañas y sed rosa.

 

Bajo el puente del sueño yo soñaba

tus ojos sobre el río, la mirada

del río deshaciéndose en tus ojos,

y el súbito aleteo de la nieve,

y la ronca ansiedad de las colmenas.

 

En la orilla del sueño

(no la orilla de cal ni de la infancia,

sino orilla del hombre tercera e insegura)

dije adiós a tus ojos como aquel olmo muerto

que agitaba sus ramas a los trenes del sur.

 

A la orilla del sueño, junto a la vía muerta,

apenas me miraron, tan azules, tus ojos

cuando yo me volvía sin mundo hacia las flores

y era un alba la tierra de savia y carbo­nilla.

 

 

 

 

 

LOS NIÑOS DE MOMPAYO

 

En primavera mueren los lagartos,

los enfermos de amor

y ciertos árboles.

 

Los niños de Mompayo,

en primavera,

levantan breves tumbas junto al río

con sus cóncavas manos sin leyenda.

 

Nunca esperan milagro

de primavera

los niños.

 

También mueren los pájaros.

 

 

 

 

 

LAS GOLONDRINAS

 

Cuando llegue septiembre

nos encontrará muertos.

Como quien sabe el agua,

como quien tiende el humo

desde el solar sin fe

de la mirada.

 

El espacio del ala,

la desnudez del día.

Cuando llegue septiembre

se habrán llevado el fuego

(nos encontrará muertos)

las golondrinas.

 

  

 

 

MANZANAS

 

Arco frágil del canto.

Desde los dedos últimos del aire

el corazón de otoño:

grillos breves.

 

Abre otoño las aguas

sobre un fondo amarillo de manzanas.

Abre otoño las aguas y allí creces

como crece el espacio en ojos ciegos,

como crecen los labios olvidados

cuando la piel del mundo se aquieta en lo que besa.

 

¿Fue el gallo en su verdor

el canto nunca?

 

Arco frágil. 

                     Otoño.

Grillos breves.

 

Tal vez la terquedad de las manzanas

o el exceso de azul en lo que mira.

 

 

 

 

 

UNA VERDAD

 

Venir bajo las flores.

                                    Dar al tiempo

un corazón no hollado por el día.

Darlo.

            Llevarlo lejos.

                                     Despojarlo

de la cadencia enferma de las alas.

Detenerlo.

                   Que el cerco de la nieve

no acaricie el amor de su caída.

Quemar.

                Quemarlo todo

                                           (así los ríos).

Agrandar la negrura de la noche

con la sombra de un canto,

de un latido

que no va a dejar eco en nube alguna.

Y ya no abrir camino.

Y ya silencio

ser sin lecho de sangre y sin riberas.

Ritmo ardido,

eternamente fuera.

 

Grillo ido.

 

                   La nada soñadora

que primavera pulsa en las cortezas.

 

 

 

 

 

LA NIEVE 

 

Miras la nieve ahora

desasida del frío y sus cortezas

y ya no ves paisaje.

 

Como quien desaprende los aromas

miras su largo hastío,

sus pájaros ilesos,

su asombro en la inminencia del sonido.

 

Miras

como quien aligera el corazón.

 

Pero no ves paisaje.

                                  No remontan tus ojos

su lenta soledad inacabada,

su insomne lasitud sin impaciencia,

su amarillo de bienes y abandonos.

 

Miras la nieve ahora

y miras una brecha en tu mirada.

 

Nadie la abrió.

                          El canto se hace en ella.

 

Un pico que del aire sólo espera

el poso dulce de las lejanías.

 

 

 

 

 

UN NOMBRE

 

Si escucharas un nombre,

si manara hasta ti desde la arena,

despojado del último cansancio,

en toda su blancura,

si pudieras traer el hilo frágil

de su belleza breve y sigilosa

sin abrasar tus alas al nombrarlo,

tal vez la lluvia al fin resistiría.

 

Mas sólo oyes la tierra,

su hospitalaria sombra diminuta,

su silencio indoloro,

rubio,

ardiente,

y no puede ser cierto tanto olvido.

 

Era una luz hermosa.

                                    Yo no sé recordarla,

pero aún tiento en el aire

la humedad de aquel miedo.

 

Encuentra tú el sonido.

                                       No dejes que se pierda,

como su cuerpo leve,

su adiós en la corriente.

 

Cuando nada nos tiene, sólo quien canta puede

sostener en la nada lo poco que tenemos:

 

Sólo apenas un nombre.

 

 

 

 

 

EL ALA

 

Inmensa es la extensión

del ala herida.

 

Tú te adentras en ella.

Atiendes la palabra

que no será por nadie allí escuchada.

 

Tú dices la ceguera,

la blancura sin lindes

que no conoce sombra de la lluvia.

 

Saberse así perdido

en esta llama horizontal del canto.

 

Saberse no encontrado

por más que este sonido,

ebrio de soledad y de certeza,

en la oquedad del cielo

acaso exista.

 

El ala o el desierto.

 

Decir.

            La huella apenas

que prepara el camino

para los pies del frío.

 

 

 

 

 

LOS RÍOS

 

Todo se va con ellos:

el corazón,

la lluvia,

el peso de las flores.

 

También tus alas se hacen transparentes

cuando rozan su aliento

sin cuerpo todavía.

 

Todo se va con ellos.

El silencio que arde en la raíz del canto

y aquel que no es promesa

porque nada ilumina.

 

Ahora sabes mirarlos.

                                     Reconoces su muerte

como quien oye el vuelo

en la sombra de un pájaro.

 

La luz es un aroma cada día más tenue.

La luz en ti se cumple,

no termina.

 

Has perdido los ojos.

Ya no crees en la noche.

 

También la sed se marcha con los ríos.

 

 

 

 

 

ICARIA

(fragmento)

 

Por eso busco la bondad

en este tacto de la noche

que es la certeza de tus senos.

No vino aquí a dejar tu piel

hilachas tristes de alegría,

hebras de luz desabrigada

como un naufragio de cristales

en los charcos de la nostalgia.

Toco la noche y son tus senos

el lugar ciego de la gracia

donde no cabe desamparo.

Toco tus senos y eres buena.

 

No es la bondad de las palabras.

Es el concilio de las alas

de tantos pájaros atados

al vuelo de una misma altura.

Es la inminencia que no ensucia

la realidad de su inminencia.

Es tu desnudo y la amapola

que te desnuda. El pintalabios

con el que marcas hoy las telas

vivas del alba. Tu bondad.

 

Creo que más allá no hay nada.

 

 

 

 

Datos vitales

Juan Manuel Rodríguez Tobal (Zamora, España, 1962) es poeta, traductor y profesor de lenguas clásicas, es actualmente editor de la colección de poesía “El sinsonte en el patio vecino” de la Fundación Sinsonte. Ha publicado los libros Dentro del aire (1999, XVII Premio de Poesía Ciudad de Badajoz), Ni sí ni no (2002),  Grillos (2003, Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz), Los animales (2009) e Icaria (2010). Sus traducciones de los poetas líricos grecolatinos conocen varias reediciones en España. Destacan entre ellas las de Catulo, Ovidio, Virgilio, Safo, Anacreonte y Teognis. Ha traducido también a Philippe Jaccottet y, en colaboración con Neva Mícheva, a Gueorgui Gospodínov.

 

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