Un cuento de Laura Fuentes Belgrave

Presentamos un cuento de la poeta, narradora y periodista costarricense Laura Fuentes Belgrave (1978). Actualmente estudia el Doctorado en Sociología en l’École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS). Ha publicado el volumen de cuento Cementerio de Cucarachas. Editorial de la Universidad de Costa Rica y el poemario Penumbra de la paloma. Ministerio de Cultura de Costa Rica.

 

 

 

Tras las huellas del Quinto Sol

 

 

            Una imponente puerta de hierro forjado en un apacible distrito parisino, le dio la bienvenida al inspector Sainte-Beuve. Entró al edificio sacudiéndose el frío del invierno, sus huesos ya no lo toleraban como antes. Había olvidado sus guantes y la bufanda raída le provocaba más comezón que abrigo, pero algo le protegía. Junto al ascensor lo esperaba Boulanger, quien con el resto de la brigada especial se hallaba en la escena del crimen desde una hora antes.

            Sainte-Beuve esbozó un saludo un tanto cínico al oficial. Subieron al séptimo piso y se dirigieron al apartamento N°2. La puerta estaba entreabierta, algunos vecinos cuchicheaban al lado. Con gesto displicente y voz cascada el inspector les ordenó retirarse. Los policías entraron al apartamento. A diferencia de lo esperado por el inspector; un río de sangre, vísceras distribuidas a diestra y siniestra, el espectáculo a primera vista era más austero. Aquella era una habitación de anciana triste, con antiguallas nacionalistas a guisa de decoración, repleta de fotografías en sepia y alguna vajilla de plata sin pulir desde el inicio de la Quinta República.

            Los miembros de la brigada habían congelado la escena, como acostumbran decir en su jerga. Habían filmado, tomado fotografías y medido cuidadosamente cada ángulo del lugar. Alguien le tendió al inspector un croquis al cual apenas le echó un vistazo. Miró interrogativamente a Boulanger, éste le señaló el dormitorio. Sainte-Beuve pensó en sus zapatos al entrar, pero era parte del oficio. El parquet estaba pegajoso, la sangre hacía una segunda piel con la madera. El Sol comenzaba a levantarse dando un hermoso brillo al acabado. Enroscada en un rincón la asesina sonrió al contemplar la perplejidad de Sainte-Beuve.

Cuando ella había tocado a la puerta de su vecina del piso de abajo, todo nerviosismo había desaparecido. La invadía la certeza de nutrir a Huitzilopochtli con la sangre de su enemiga. La vieja se quejaba del sonido que hacían sus pantuflas, del ruido del sanitario, de su respiración. La había amenazado incluso con denunciarla al consejo vecinal. No soportaba un minuto más su presencia en este mundo. Conocía también su odio por los extranjeros y su pasión exacerbada por el chauvinismo francés.

Hacía muchos días que la luz apenas se asomaba. La noche parecía cubrir tanto la ciudad como sus almas. El tiempo había llegado. Ella conocía su misión, tatuada en su pecho desde el nacimiento. La única forma de evitar la extinción del Sol era realizar un último sacrificio. Eran otras las coordenadas, pero el fin era loable. La humanidad nunca sabría cómo había tenido lugar la salvación de la debacle.

La policía revisaba pormenorizadamente el dormitorio. Los indicios no revelaban una entrada forzada. El equipo forense había utilizado el polilight para descubrir toda huella invisible al ojo humano. Sainte-Beuve contempló el brillo de unas pisadas con dirección a la cama. Ahí yacía un cuerpo pequeño y desmadejado cuyas extremidades eran fácilmente identificables, contrariamente al resto, que formaba una especie de amapola gigante. El inspector se acercó a mirar el rostro de la víctima.

            Esos detestables pómulos mofletudos que vibraban con indignación al quejarse. En el umbral de la puerta ella sonrió a su vecina ofreciéndole con la tarta de albaricoque hecha en casa, sus más sinceras disculpas por el ruido cotidiano. La vecina tomó la tarta y la invitó a pasar. Acariciaba su puñal de obsidiana en el bolsillo derecho del pantalón cuando se sentó a la mesa.

            El inspector siguió con la vista los restos de albaricoque escapándose de la boca exánime. Imaginó que la víctima y su homicida quizás compartirían un postre antes de la agresión. Era una persona conocida quien había perpetrado el crimen ¿Sería entonces un pariente, un amigo, un vecino?

            Después de cinco minutos sentadas a la mesa, ella preguntó por el baño. Esperaba que una ausencia prolongada hiciera a la mujer entrar al dormitorio, donde efectivamente, se encontraba el baño. Una vez adentro de la habitación retiró su blusa para dejar a la vista la imagen ancestral. Esperó al lado de la puerta. La escuchó aproximarse, ella preguntó si todo iba bien. La otra inmediatamente empujó la puerta contra ella. La víctima exhaló un quejido y se desvaneció. Con algo de dificultad la arrastró hasta subirla y tenderla sobre la cama. Algunos movimientos tenues reflejaban que la mujer comenzaba a recuperar la conciencia.

            En el laboratorio todas las muestras serían debidamente identificadas. El investigador regresó sobre sus pasos, se quedó mirando el quicio de la puerta. Volvió entonces al cuerpo, notó en su frente un cardenal de apariencia reciente. El homicida le había tendido una trampa a la mujer. Aquello era un asesinato premeditado.

            De pie, al lado de la cama, esperó su despertar. Cuando la vieja abrió los ojos, ella levantó hacia el cielo el puñal de obsidiana que sostenía con ambas manos. Su pecho se inflamó con las escamas del antiguo dios y la pirámide formada por sus brazos descendió como un pájaro ávido sobre su presa. El grito de la mujer fue opacado por una loa en náhuatl que atraviesa el tiempo sin tiempo de lo arrebatado y perdura en la memoria.

            Abrió su pecho y cortó las articulaciones repitiendo devotamente el gesto que procura la inmortalidad del Sol. Extrajo el corazón mezquino y sangrante para devorarlo en el acto. Sintió la saciedad de la venganza, así como la satisfacción del deber cumplido. Supo que su naturaleza se transmutaba cuando el alba anunció su llegada.

Sainte-Beuve miraba la escena a lo largo y a lo ancho, algo presentía. Habían encontrado un cuchillo ritual sobre la cama. Boulanger pretendía que el homicidio tenía visos de culto satánico. No obstante, el inspector insistía que la anciana no habría abierto la puerta ni compartido un postre con alguien de esa calaña. De mutuo acuerdo decidieron esperar los resultados del laboratorio. Cerraron la escena y se dirigieron al ascensor con toda la brigada.

En la planta baja, el inspector notó que había olvidado su bufanda. Subió nuevamente mientras reflexionaba sobre las huellas en el parquet. Repentinamente, descifró lo que había pasado inadvertido para todos. Ninguna pisada se alejaba del cuerpo, todas convergían en él. Era como si el homicida nunca hubiera salido de la habitación. Con cautela, Sainte-Beuve desenfundó su arma y empujó suavemente la puerta.

Escuchó un leve chasquido en el dormitorio. Saltó apuntando hacia donde supuso se encontraba el origen del ruido. La ventana estaba abierta, sobre su marco un animal mitológico, o al menos eso pensó Sainte-Beuve, lo miró por una fracción de segundo. Acto seguido, el animal se arrojó por la ventana. El inspector corrió hacia allí, pero por primera vez en su vida tendría que falsear su reporte. Lo único que distinguió en el cielo fue una serpiente alada elevándose hacia el Sol.

 

París, 2012

 

 

 

Datos vitales

Laura Fuentes Belgrave nació en Costa Rica el 19 de diciembre de 1978, pero parte de su espíritu fecunda con su sangre la tierra de Guatemala. Como tantos otros, tiene un alma escindida a la espera de justicia. En el campo académico, cursa el Doctorado en Sociología en l’École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), tiene una Maestría en Estudios Latinoamericanos de la Sorbonne Nouvelle, Paris III (IHEAL), así como una Licenciatura en Periodismo de la Universidad de Costa Rica. Ha trabajado como periodista, promotora cultural e investigadora. Tiene publicados un libro de poesía y otro de cuentos. Ha publicado poesía, cuento y ensayo en antologías y revistas de Costa Rica, México y Guatemala. Ha publicado el volumen de cuento Cementerio de Cucarachas. Editorial de la Universidad de Costa Rica y el poemario Penumbra de la paloma. Ministerio de Cultura de Costa Rica.

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