España en México y México en España. Banquetes que han compartido la poesía

Exilio español

La presencia de España en la poesía mexicana y la presencia de México en la poesía española. Un interesante ensayo de José Vicente Anaya que recorre siglos de intercambio literario y cultural.

 

 

 

Nuestro vínculo primero, principal y permanente es muy sabido: se trata de la base misma de la poesía: la lengua, esto también con todas las variantes que hemos experimentado al desplegar nuestros tiempos históricos. Empezamos por ser  un espejo frente otro espejo compartiendo niveles muy altos de la poesía con Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, fray Luis de León, fray Miguel de Guevara, Francisco de Terrazas y sor Juana Inés de la Cruz. Desde su momento esta poeta fue muy reconocida en España con títulos como el de “Fénix de América” y “Décima Musa”; más tarde el filósofo José Gaos escribiría uno de los más brillantes textos que se conocen sobre esta poeta, en el que se refiere a su poema Primero sueño con estas palabras: “La literatura de lengua española sería paupérrima en este género del poema filosófico, si no contara justo con éste…”

     Aunque con ideas distorsionadas o exageradas debido “a la enorme distancia”, y en aquél tiempo mucho más que ahora con treinta días de viaje atlántico entre España y México, pero dando paso a la poesía que hace gracia y desparpajo con inteligencia, en 1585 dentro de un largo poema Luis de Góngora describía un terroncito mexicano con estas palabras.

Del Nuevo Mundo diré

las cosas que me escribieron

en las zabras, que llegaron

cuatro amigos chichumecos.

Dicen que es allá la tierra

lo que por acá es el cielo

muy abundante de minas

porque lo es de conejos…

Eso sucedía durante el México de aquel entonces llamado Nueva España, el México colonizado. Los novohispanos (españoles, criollos y mestizos, principalmente porque los habitantes originales estaban excluidos) se referían a España como la “Madre Patria”, lo cual denota una convicción de dependencia y enlace que perduraría hasta una buena parte del siglo XIX, es decir, mucho tiempo después de ser un país independiente. Los poetas novohispanos tuvieron como forzosa y principal referencia a los españoles y, sin dejar de lado erudiciones (que las hubo) y una imaginaria propia, las estructuras poéticas eran las mismas y diferían en muchos tonos (algo parecido sucedería en el barroco arquitectónico, que sin renunciar a la suntuosidad de no dejar espacios vacíos, en los frontispicios de los templos católicos y de los palacios aparecían frutas, animales y figuras míticas de los tiempos prehispánicos). Así, Bernardo de Balbuena en su larguísimo poema Grandeza mexicana nos invita a deleitarnos con frutas y paisajes desconocidos en España, en verdaderamente novísimos “valles solitarios nemorosos”. Otros brillantes poemas surgirían de las plumas de Luis de Sandoval y Zapata, Anastasio de Ochoa y Acuña y fray Servando Teresa de Mier, entre otros.

     Es una paradoja que el México independiente, a partir de la primera década del siglo XIX, se haya vuelto mucho más dependiente de España en literatura, dependencia que llegó a la imitación chabacana y acrítica. Los poetas mexicanos estaban apegados a sus colegas españoles hasta el grado de lo insulso y compartieron el mismo romanticismo ramplón, ingenuo y trasnochado (a muy larga distancia de los orígenes germano, británico y francés, en sociedades obviamente muy distintas en lo que respecta estructuras políticas, económicas y sociales). Los dramaturgos españoles de ese tiempo tuvieron mejores logros que los poetas. Émulos incompletos del Joven Werther fueron en México Manuel Acuña, Manuel M. Flores, Ignacio Ramírez  y el todavía más tardío Juan de Dios Peza; con sus paralelos españoles José de Espronceda, Carolina Coronado, Gustavo Adolfo Bécquer (haciendo una excepción con sus narraciones) y Juan Arolas.

     A partir de la segunda mitad del siglo XIX un nuevo volcán de poesía haría erupción en América con la corriente del modernismo. En México los poetas empezaron por sacudirse los resabios del aquel romanticismo a destiempo y pusieron sus ojos principalmente en autores franceses y alemanes contemporáneos suyos, a los que tradujeron y divulgaron en su momento, captando una nueva estética contestataria, lúdica, crítica y con un lenguaje y referencias nunca antes vistas en la poesía de habla castellana. Los poetas Salvador Díaz Mirón y Manuel Gutiérrez Nájera despegaron de incipientes momentos que los ligaban al inmediato pasado, pero dieron un salto enorme hacia la nueva poética; el primero con el poemario Lascas de una frescura sinigual; y el segundo, además de sus poemas renovados, al ejercer un intenso periodismo cultural y fundar la revista Azul que uniría a los jóvenes que posteriormente publicarían la Revista Moderna. Así surgía una verdadera pléyade que tomaba el concepto baudeleriano de modernidad y la aguerrida consigna rimbaudiana de “ser completamente modernos”. Vendrían: José Juan Tablada, José Manuel Othón, María Enriqueta Camarillo, Ramón López Velarde, Luis G. Urbina, Francisco A. de Icaza (éste temprano traductor de poetas alemanes y de pensadores como Fredrich Nietzsche), además de otros notables prosistas, ensayistas y traductores. En América sus lazos de amigos y correligionarios se extenderían a los tempranos José Martí,  José Asunción Silva, Julián del Casal; los notables José Santos Chocano, Rubén Darío, Leopoldo Lugones y Julio Herrera y Reissig. De aquí en adelante, al menos en poesía, España dejó de ser la “Madre Patria” para, con la americana mayoría de edad llegar a ser simplemente hermana, y los poetas a tratarse entre sí como iguales. En esta ocasión se invirtieron los papeles dependentistas del pasado, pues la frescura literaria renovadora llegó de América a España.

     Los poetas españoles que echaron por tierra al romanticismo local y sus extensiones todavía a mayor destiempo, fueron los de la generación del “Noventa y Ocho” y los  literalmente considerados modernistas, como habíamos dicho, ya hermanados y tratándose como iguales con sus colegas de América. Nuevamente España y México fueron en poesía un espejo frente a otro espejo. Los estudiosos J. Llopis y Miquel Ferrer, del “Noventa y Ocho” nos dicen: “Se produce no solamente un cambio de mentalidad, sino de formas de expresión. Más sobriedad y menos retórica en el lenguaje, más sinceridad y honradez en el vivir y en el obrar: tales parecen las consignas de la nueva generación de pensadores y literatos. A las parrafadas triunfalistas y frases ampulosas opone Baroja la observación amarga y justa; al periodo, interminable y prolijo, del estilo oratorio y postromántico, también contrapone Azorín el suyo, de frases secas y cortantes, breves y concisas al modo de comunicados telegráficos. En contraste con la patriotería suicida del mundo oficial y administrativo, despliega Unamuno su frío análisis y sus desconcertantes paradojas; entre el falso optimismo  de los paisajes rientes e identificables, presenta Antonio Machado la suave tristeza y la melancolía de sus estrofas.”  Entre los poetas que de aquí en adelante se entrecruzan, expresando el nuevo lenguaje del siglo XX, están también Manuel Machaco y Juan Ramón Jiménez., éste en  tránsito hacia una nueva etapa en la que destacan grandísimas voces de verdaderos maestros de la poesía como Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Rafael Alberti, Gerardo Diego, Juan Larrea, Luis Cernuda, León Felipe, Pedro Salinas, Jorge Guillén.

     A los poetas antes mencionados y muchos otros, que daban de nuevo un renovado impulso a la poesía, les toca el difícil periodo histórico de la Guerra Civil Española (1936-1939) con el consabido triunfo del fascismo que desata la persecución y los asesinatos. Algunos mueren en esas circunstancias de violencia extrema como Federico García Lorca y Miguel Hernández; otros se quedan a vivir diferentes situaciones que no dejan de ser difíciles y un buen número se ve obligado al exilio. A México le toca recibir a una gran cantidad de estos poetas. Y aquí una vez más se reconstruye el espejo frente al espejo. El crítico literario Enrique López Aguilar, recordando dos encuentros poéticos entre España y México, escribió: “…los [poetas de Lationamèrica] modernistas viajaron a España personalmente o a través de sus libros, y no hicieron dicho viaje por razones de persecución política; en cambio, los poetas y demás intelectuales que salieron de España junto con otros civiles rumbo a México, huían del represivo triunfo del fascismo europeo y de las fuerzas franquistas. Lo común entre ambas vueltas es la riqueza renovada que ofrecieron: la primera, a la cultura y el lenguaje literarios de España; la segunda, a las actividades económicas, editoriales, científicas y artísticas de México.” En estos encuentros mutualistas son muy importantes los poetas de América que ya habían compartido sueños con los españoles en el mismo momento de la contienda, los que asistieron al “Congreso Antifascita”  como César Vallejo, Pablo Neruda, Nicolás Guillén y Octavio Paz.

     Conviene hacer un paréntesis para señalar que también se hermanaron poetas con afanes vanguardistas de una cierta radicalidad, como fueron los ultraístas españoles y los estridentistas mexicanos.

     En México Luis Cernuda sería revalorado con las muchas reediciones de su poemario La realidad y el deseo, obra que creció a partir de declararla “corregida y aumentada”. Además, Cernuda escribe un poema titulado “Quetzalcóatl”, por lo cual vale decir que México se manifestó también en su interior, como le sucedió a otros refugiados, y en este caso el más notable sería el del catalán Agustí Bartra, quien escribe (entre 1957 y 1959) y publica un libro también titulado Quetzalcoatl (en este caso sin el acento, por razones de conocimiento del idioma náhuatl) poema de unas 200 páginas. Bartra rescribe, reactualiza y personifica el mito de Quetzalcoatl en el que encuentra la “patria del exiliado” en la vida misma y no en un territorio circunscrito, cuando por boca del dios azteca dice: “Yo soy el que invoca y anuncia, fundador de horizontes / en la patria de la vida”. Respecto a este poemario, su autor acota: “No creo que en ningún otro mito del mundo haya nada tan bello cargado de símbolo trascendental como el momento en que de las cenizas del corazón de Quetzalcoatl sale su espíritu en forma de estrella y asciende el cielo […] Veo a Quetzalcoatl como el héroe espiritual que se niega a combatir la violencia con la violencia. Ha de crearse por la palabra y por la acción luminosa…” Y nos recuerda unas palabras de Novalis: “La luz es siempre acción” Así encontramos a un poeta no sólo de auténticos altos vuelos sino hasta visionario de un corte ghandiano. La traductora y crítica literaria Ana Muriá, también catalana refugiada, al respecto de la mencionada obra nos dice: [Agustí] “…había penetrado el espíritu de México, había sido penetrado por él, y lo expresaba desde dentro en su lenguaje épico-lírico que había adquirido reminiscencias de la antigua poesía náhuatl, ya superpuestas a las resonancias de la herencia helénica y de las vivencias mediterráneas. / Era Bartra, uno de los muy diversos artistas de la palabra que, venidos de otras tierras, fueron cautivados por el alma mexicana, por la esencia y también la materialidad fascinantes de México.”  En Agustí Bartra se expresa y culmina esta metáfora que hemos estado utilizando de cómo la poesía de España y la de México llegan a momentos de convertirse en un espejo frente a otro, pero todavía más: Bartra nos hace el homenaje de convertirse en poeta mexicano. Durante su exilio en México, Agustí Bartra escribió y tradujo una gran cantidad de libros, y dio a conocer importantísimos poetas de habla inglesa y francesa como Langston Hughes  de los Estados Unidos y Aimé Césaire de la Martinica. Bartra fue, además, literalmente maestro de nuevas generaciones de poetas mexicanos como es el caso del grupo que fue llamado de “La espiga amotinada” (Juan Bañuelos, Oscar Oliva, Jaime Augusto Shelley, Jaime Labastida y Eraclio Zepeda).

     Dos mujeres poetas, Nuria Parés y Mada Carreño llegaron a México muy jóvenes, y en tanto que maduraron y publicaron toda su obra en México tal vez han pasado desapercibidas en España. La primera aún vive en la ciudad de México, es concertista de guitarra clásica y ha traducido mucha obra literaria como es el caso de una brillante serie de haikus clásicos de Japón, entre sus libros están: Romances de la voz sola (1951), Canto llanto (1959), Colofón de luz (1987), éste incluye una carta que en algún momento le dirigiera Vicente Aleixandre. Con los años que va dando el exilio, Nuria enfrenta al famoso verso de Blas de Otero de “Pido la paz y la palabra”, ante el que crítica, irreverente y con un peso existencial que carga el exilio, la poeta escribió:

¿Pedir? ¿Y a quién? ¿Y qué pedimos?

Sé que hubo un tiempo para pedir y para llorar,

el tiempo de la sal y de las lágrimas…

¿pedir? ¿Y qué pedimos?

¿Y a quién dirigiremos la plegaria?

Alguien cerró las manos extendidas

y mutiló la paz y la palabra…

Mada Carreño falleció hace poco tiempo en la ciudad de México. Ejerció el periodismo cultural, fue editora y traductora. En su libro Memorias y regodeos revive interesantes encuentros cotidianos en México con Pablo Neruda, el Dr. Atl, María Asúnsolo, León Felipe, Diego Rivera, Alejo Carpentier, entre muchos más. Escribió dos novelas: Los diablos sueltos (Premio Nacional de Editorial Novaro) y En busca del presente; así como tres poemarios: Poesía abierta, Azulejos y Poesía inédita.

     El poeta Juan Rejano fue editor del importante suplemento cultural del desaparecido periódico El Nacional. Rinde homenaje y reconocimiento al país que lo exilia con su poemario Elegías mexicanas y una serie de poemas tratan temas de México y su gente, como los titulados “David Alfaro Siqueiros”, “Teotihuacan”, “El maíz”, “El poeta de la Suave patria” (en clara referencia a Ramón López Velarde) “1968” (por el año de la rebelión juvenil y la represión gubernamental que culminó con encarcelamientos, torturas y la matanza en la “Plaza de Tlatelolco” el 2 de octubre de ese año). En un tenor semejante al de Juan Rejano, Pedro Garfias, con la peculiaridad de haberse desplazado por mil rumbos de México (pues vivió en múltiples ciudades, lo que le permitió también ser maestro de los poetas mexicanos de “tierra adentro”), mientras viajaba por el Atlántico en el histórico barco Sinaia que transportaba a los refugiados españoles rumbo a México, en 1939 escribió el poema  “Entre España y México” en el que dice:

Qué hilo tan fino, qué delgado junco

—de acero fiel— nos une y nos separa

con España presente en el recuerdo

con México presente en la esperanza…

 

España que perdimos, no nos pierdas;

guárdanos en tu frente derrumbada,

conserva a tu costado el hueco vivo

de nuestra ausencia amarga

que un día volveremos, más veloces…

Otros poetas españoles exiliados en México son: Manuel Altolaguirre, José Moreno Villa, Luis Rius, Tomás Segovia, Francisco Giner de los Ríos y Emilio Prados. Los poetas mexicanos, sus iguales, con quienes compartieron amistad y búsquedas:  Efraín Huerta, Carlos Pellicer, Octavio Paz, Enrique González Rojo. Conviene recordar que el ambiente cultural propiciado por los creadores españoles refugiados fue muy enriquecedor, ya que además de los poetas hubo muchos otros intelectuales en disciplinas como la historia, la filosofía, la narrativa, el periodismo y el ensayo literario, entre ellos: José Gaos, María Zambrano, Adolfo Sánchez Vásquez, Ramón Xirau, Wenceslao Roces, Simón Otaola, Ángel Palerm Vich, Luis Suárez y Max Aub, por mencionar a algunos.

     Durante los 36 años que España estuvo gobernada por el dictador, México había suspendido sus relaciones diplomáticas con aquel país, periodo que se distingue por la intensa participación de los intelectuales españoles en la vida cultural mexicana, siendo todos ellos muy cercanos y entrañables. En ese tiempo sólo llegaban destellos en raros libros o antologías de los poetas que se habían quedado en España o que eran niños en 1939 o que nacieron después, pero igualmente, de muchas formas se divulgó una buena parte de su obra. Es imposible no recordar a José Hierro, Leopoldo Panero, Ana María Fagundo Guerra, Félix Grande (que en 1966 ganó el “Premio Casa de las Américas” de Cuba, con un poemario fuera  de lo común: Blanco spirituals), Ángel González, José Ángel Valente, etc.

     A partir de la muerte del dictador en 1975 España entró en un acelerado proceso de renovación, reactualización y remodernización, con el propósito de recuperarse y de actualizarse en el mundo con la mayor rapidez posible, y bien que lo ha logrado sin que falten las contradicciones sociales que asaltan a los individuos en todo momento de la historia. Ahora es muy notorio el desarrollo de las ediciones de poesía y de los muchos grupos de poetas. Sin embargo, parece que creció la distancia entre poetas mexicanos y españoles. En la actualidad desde México vemos culturalmente a España como una isla muy poco accesible. Entre las pequeñas salvedades contamos el esfuerzo de los poetas que editamos la revista alforja, cuyo número 9 correspondiente al verano de 1999 se ocupó de los poetas españoles del periodo de la Guerra Civil; y alforja 14, otoño del año 2000, presentó una muestra de la poesía actual en española, con un extenso y minucioso ensayo de Josu Montero en el que retrata los momentos claves de esta poesía en el siglo XX.

     Los banquetes en que hemos compartido la poesía México y España han sido un verdadero agasajo, lástima que ahora el panorama entre ambos sea tan desértico.

Ciudad de México-Bogotá, septiembre de 2003

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