Centenario de Jorge Amado, por Eduardo Langagne

Amplio conocedor de la cultura y literatura brasileñas, Eduardo Langagne nos introduce en la figura y la obra del entrañable narrador brasileño Jorge Amado, en el centenario de su nacimiento. Creador de personajes irrepetibles, Amado se definió como “un viejo contador de historias de Bahia”.

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Centenario de Jorge Amado


Queridos lectores de Círculo de Poesía:

Ahora que con el veloz correr del tiempo estamos ya alcanzando el centenario del nacimiento de uno de los más conocidos escritores brasileños, reviso artículos de la Academia Brasileira das Letras y localizo en mis apuntes algunas notas aparecidas en el diario O Globo, de Brasil, en los días que siguieron al fallecimiento de Jorge Amado, ocurrido el 6 de agosto de 2001. “No siento miedo de la muerte porque no creo ni en el cielo ni en el infierno. Sin embargo la idea de morir no me causa ninguna simpatía. Por más viejo que uno pueda llegar a ser, el tiempo de vida que tenemos es demasiado corto. Definitivamente, la muerte es una criatura muy desagradable.” La criatura desagradable se empeñó en llevarse al novelista brasileiro a pocos días de cumplir 89 años. “¿Por qué se conmemora la caducidad? ¿Por qué cumplir 80 años es motivo para conmemorar? Yo creo que es motivo para llorar”.

Fue el 10 de agosto de 1912 cuando Jorge Amado nació en un lugar llamado Itabuna, en el estado de Bahia. Su profundo conocimiento popular nos lleva a ver en su literatura una pintura de su región y dibujos muy bien trazados de sus personajes. “Los personajes que creó”, decía la emocionada nota luctuosa oficial publicada hace poco más de una década, “se volvieron más conocidos y reales que su autor.” “¿Qué mayor gloria puede tener un escritor? La lengua de Jorge Amado es un portugués que seduce los cinco sentidos, lleno de colores, de sonidos, perfumes, sabores y texturas”.

En 1995, durante la Bienal del libro de Río de Janeiro, una larga fila de lectores, más de diez mil, dicen las crónicas, con un libro en la mano esperaban un autógrafo. Con su salud ya bastante debilitada, Jorge Amado, acompañado de su mujer, atendió la kilométrica fila. Fue en ese mismo año cuando el novelista cumplió 50 años de matrimonio con Zélia Gattai, quien a la muerte de Amado fue propuesta para ocupar su silla, la Cadeira 28, en la Academia.

Ante la pregunta de si después de 60 años de carrera tenía una evaluación de su obra, Amado respondió convencido: “No lo hice ni lo pretendo hacer. Siempre me propuse contar historias, no tengo la menor idea del interés que puedan despertar en el público”.

Hace unos años publiqué que la lengua portuguesa no había tenido aún un Premio Nobel y que Saramago era uno de los posibles candidatos. Una vez concedido al novelista portugués, habría de tocar el turno a un escritor brasileño; para todos, el candidato más viable era Jorge Amado, pero ya no tendría tiempo de obtenerlo: “Nunca pensé en recibir el Nobel. Creo que no lo merezco. El premio debe darse a los grandes escritores. No es mi caso”. La frase no constituye un ejercicio de modestia, tan sólo una expresión de su convicción creativa, cuyo resultado, por cierto lo rebasó ampliamente.  “Poco o nada sé de teorías, ni soy un erudito lector de teóricos. Soy solamente un hombre que luchó y lucha por causas que le parecen justas”.

Suele discutirse si la obra de Amado se divide en antes y después de Gabriela, cravo e canela, editada en 1958 y convertida en film años después con Sonia Braga y Marcelo Mastroiani. Gabriela fue su décimo octavo libro. A partir de entonces su obra se vuelve más poética; afirma su estilo personal de observación de los dramas humanos, marcado por lo que ciertos críticos han denominado un lirismo típicamente Bahiano y por una creciente vena satírica. La obra de Amado, a partir de los años sesenta es todavía más precisa en su alcance temático: aparece el mayor novelista del amor que apunta el ensayista Antonio Cándido, “fuerza de carne y de sangre que arrastra sus personajes hacia un extraordinario clima lírico de nuestra literatura moderna”.

Así, entre los colores de las plantaciones de cacao, la fe de los terreiros do candomblé (la religión de los negros Yoruba en Bahia), o el sudor de los trabajadores del puerto, sus temas son cercanos, íntimamente vividos, de ahí que tanto sus historias como sus personajes puedan a su vez vivir por sí mismos. “Las personas no rechazan el candomblé por cuestiones religiosas y sí por prejuicio racial, porque saben que es el culto que vino con los negros y creció entre los pobres […]. Cuando comencé a vivir mezclado con el pueblo de los candomblés de Bahia, el problema racial comenzó a afectarme. Vi la persecución terrible de que eran objeto los cultos afrobrasileños”. Y en otra entrevista agregaba: “Soy materialista, pero mi materialismo no me limita. Yo no podría tener la pretensión de ser un novelista de Bahia si no conociera por dentro los candomblés”.

Para el compositor de música popular brasileña Gilberto Gil, también Bahiano, ciertos ritos, como la pasión por el señor de Bonfim, donde se mezclan elementos religiosos cristianos con antiguos elementos africanos, representan al mismo tiempo resistencia y rendición para los pobladores de la región, y esa mixtura cultural es notable en la prosa de Amado.

Una veta importante por estudiar es la de sus personajes femeninos. Tal vez los más famosos, Gabriela, de la novela ya citada; Doña Flor, la de sus dos maridos y Tereza Batista (cansada de Guerra), representan la sensualidad del mágico mundo de Bahia. “En mi obra hay numerosos personajes que marcaron mi vida, pero en el momento que tomas esa persona de la vida real y la pones dentro de la novela, se transforma”.

El asombroso trabajo del novelista, su tenacidad y constancia, se reflejan en sus más de 30 libros; publicado en 46 países, traducido a 36 idiomas, con historias adaptadas para cine, teatro, televisión y radio tanto en Brasil como fuera de él. Estos datos representan la presencia de Jorge Amado como el escritor más popular y de mayor proyección internacional de las letras brasileñas. “Los libros son como los hijos. Los sacas de tus entrañas. Es difícil decir a cuál hijo quieres más”.

Jorge Amado permaneció fiel hasta el fin a la definición que hizo de sí mismo: “Soy solamente un viejo contador de historias de Bahia”. “Yo puedo decir que soy un hombre afortunado, la vida me dio más de lo que le pedí.” Las notas aparecidas en Brasil recuerdan dos novelas inconclusas que se añaden a la enorme bibliografía del novelista: “Boris el rojo” y “Apostasía universal de Agua Brusca”.

En alguna ocasión al autor declaró que estaba pensando iniciar otro libro que tendría como tema apariciones de Nuestra Señora en Sergipe y Alagoas. Se cuenta también que “Boris el rojo” era una novela sobre la trayectoria de un viejo comunista y las aventuras que vivió a lo largo de un siglo lleno de transformaciones; tal vez estaba destinada a ser el más autobiográfico de los textos del escritor. Y es probable que justo por esa razón que su escritura haya sido dejada de lado varias veces. “Nunca me transformé en anticomunista. Creo que el socialismo es el futuro. La caída del Muro de Berlín significó el fin de las horrorosas dictaduras que existían en nombre del comunismo, pero no eran comunismo”. Y de su reflexión crítica dan cuenta estas palabras “Estuve en Moscú por última vez en 1989. Vi cosas terribles. Volví corriendo, porque estaba seguro que tenía un tumor en el cerebro. Entonces me percaté que no era nada de eso, era la Unión Soviética, era el Muro de Berlín, todo aquello cayendo en mi cabeza”.

En 1992, Amado había publicado “Navegación de cabotaje. Apuntes para un libro de memorias que jamás escribiré”. En él relata sus contactos con algunos de los más importantes intelectuales y artistas del Siglo XX, como Sartre, Camus, Picasso, Yves Montand, Glauber Rocha o Guimarães Rosa. “Nunca fui enemigo de nadie por ser su adversario político, pero tampoco fui amigo de alguien sólo por ser mi correligionario”.

Este bahiano universal, hombre sencillo, contador de historias, a cien años de su nacimiento seguramente anda por ahí, solamente viviendo: “Donde quiera que esté” reconocía el viejo Amado, “no paso de ser un simple brasileño deambulando por la calle, solamente viviendo”.

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