Elegía a Ernest Hemingway

 

 Presentamos, en versión de G.A. Chaves, una elegía que Thomas Merton (1915-1968) dedica a Ernest Hemingway (1899-1961). En palabras del poeta polaco Czeslaw Milosz, “Cuando Hemingway se suicidó, a la edad de sesenta y tres años, el servicio fúnebre por su alma se convirtió, para el monje Merton, en un adiós a su propia juventud”.

 

 

Antes de convertirse en monje en el monasterio trapense de Gethsemane, Kentucky, Thomas Merton había sido escritor, y es obvio que sentía un gran respeto por los escritores que habían marcado el estilo de su generación. En prosa, la influencia más fuerte la ejercía Ernest Hemingway. Cuando Hemingway se suicidó, a la edad de sesenta y tres años, el servicio fúnebre por su alma se convirtió, para el monje Merton, en un adiós a su propia juventud, a su aventurero “Yo” del que había buscado escapar en el monasterio.

—Czesław Miłosz

 

 

 

ELEGÍA A ERNEST HEMINGWAY

 

Ahora por primera vez en la noche de tu muerte tu nombre es mencionado en los conventos, ne cadas in obscurum.

Ahora, con una campana verdadera, tu historia se convierte en final. Ahora los hombres de los monasterios, hombres de réquiems, familiarizados con los muertos, te incluyen en sus oficios.

Eres otro anónimo entre miles, esperando en medio de la oscuridad de grandes estaciones en los confines de países que sólo la oración conoce, donde las hogueras tienen piedad —esperemos—, y también fin.

Pasas rápido entre nosotros. Tus libros y escritos no han sido consultados. Nuestras oraciones son pro defuncto N.

Y aún así algunos miran hacia arriba, como si entre una muchedumbre de prisioneros o personas desplazadas vieran al amigo que una vez conocieron en un país lejano. Luego de una guerra olvidada, el sol también salió para ellos sobre un idioma que hiciste grande. Ellos no te han olvidado. En su silencio aún eres famoso, no una mera sombra ritual.

Qué lenta dobla esta campana de monasterio por toda una era, y por la rápida muerte de una dinastía desprevenida, y por esa ilusión valiente: ¡el aventurero Yo!

¡Y es que con sólo un disparo acabó toda la cacería!

(Traducción: G.A. Chaves, 2011)

 

 

 

An elegy to Ernest hemingway

 

Now for the first time on the night of your death
your name is mentioned in convents, ne cadas in
obscurum.

Now with a true bell your story becomes final. Now
men in monasteries, men of requiems, familiar with
the dead, include you in their offices.

You stand anonymous among thousands, waiting in
the dark at great stations on the edge of countries
known to prayer alone, where fires are not merciless,
we hope, and not without end.

You pass briefly through our midst. Your books and
writing have not been consulted. Our prayers are
pro defuncto N.

Yet some look up, as though among a crowd of prisoners
or displaced persons, they recognized a friend
once known in a far country. For these the sun also
rose after a forgotten war upon an idiom you made
great. They have not forgotten you. In their silence
you are still famous, no ritual shade.

How slowly this bell tolls in a monastery tower for a
whole age, and for the quick death of an unready
dynasty, and for that brave illusion: the adventurous
self!

 

 

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