Poetas en la vida, por José Vicente Anaya

Gérard de Nerval

En cada una de las siguientes historias que recoge José Vicente Anaya, los protagonistas fisuran el mundo de las convenciones. Y es justo decir que sus actos responden a un principio poético. El reparto lo integran Rubén Darío, Henry David Thoreau, Ezra Pound, Allen Ginsberg, Salvador Novo y Gérard de Nerval.

 

 

 

Morir por amor

Cuenta Rubén Darío que fue invitado a una fiesta en un pueblo de Andalucía. Con toda la emoción del cante jondo, una cantaora interpretaba una historia de desamor narrada en primera persona. Aquel rompimiento amoroso en la canción terminaba con el deseo de morir de la mujer desairada. La última frase de la canción fue: “¿No hay aquí ningún valiente, / que me ayude al buen morir?” Un hombre caminó hacia la cantaora y la apuñaló.

 

 

 

Dignidad implícita en dos preguntas

El anarquista, filósofo y poeta estadounidense Henry David Thoreau, autor de la teoría y práctica de la resistencia civil, reprobó la guerra e invación militar que el gobierno de los Estados Unidos realizó contra México en 1847. Su protesta hecha pública provocó que oficialmente lo declararan “traidor”, por lo que fue encarcelado. Su amigo Ralph Waldo Emerson, también filósofo y poeta, fue a visitarlo en la prisión donde le preguntó: “¿Por qué estás encarcelado?” Thoreau le respondió: “¿Y tú por qué no?”

 

 

 

Palabras de un poeta mudo

Mucho se ha hablado del largo silencio de Ezra Pound en sus últimos años de autoexilio, real negativa a hablar como protesta y decepción ante el mundo real. Algún poeta ególatra se frustró al creer que con su sola presencia Ezra le dirigiría alguna palabra. No fue el caso de Allen Ginsberg quien lo visitó  en Rapallo, Italia, el 22 de septiembre de 1967; y después, durante varios días en el mes de octubre. Ginsberg no llegó a hacerle preguntas a Pound sino a cantarle cada día que lo visitaba; con su armonio de la India le cantó mantras, himnos hinduístas, poemas propios y canciones de los Beatles (“Eleanor Rigby”, “Yellow Submarine”, etc.) de Bob Dylan (“Gates of Eden”), de Donovan (“Sunshine Superman”) y otros. Pound sonreía con agrado y poco a poco rompió el silencio con algunas palabras. Parece que Allen Ginsberg fue la única persona que logró que Pound volviera a expresarse con palabras. Ya en confianza Ginsberg le preguntó si algún día había fumado hashish, el no de Ezra fue acompañado de una suave sonrisa.

 

 

 

El otro oficio de Salvador Novo

En su autobiografía Elías Nandino cuenta: “Un viernes logramos que Salvador Novo, quien no era afecto de asistir a fiestas, nos acompañara a una reunión con una señora cubana que nos tenía adoración. Hacía tamalitos y antojitos, y le encantaba que leyéramos poemas, que contáramos anécdotas y que hiciéramos crítica de la gente que conocíamos… Salvador se apoltronó en el banco largo del piano… con cierto tedio contemplaba la reunión. Una hermana de la anfitriona recorría el lugar incitando a los invitados a que tomaran algo o hicieran algo de sus actividades literarias o musicales… La señora insistía cuando pasaba por Novo, pero éste se negaba a todo; estaba molesto por haber ido. Después de tanta insistencia… la señora le dijo: ‘Ay, señor, por favor, tome algo, haga algo’ Y como no lo conocía, le preguntó: ‘¿Usted qué es?’ Y Novo le contestó ‘Joto’. La señora abrió más los ojos, se avergonzó y le pidió: ‘Entonces, no haga nada, por favor'”

 

 

 

Críticos resentidos

Hay críticas que se hacen por pura envidia, es la de los resentidos. José Juan Tablada a esos críticos los llamó “…lémures [monos, changos de Madagascar / genios maléficos según los etruscos / fantasmas, sombras] de las letras que se parecen a los calamares (en que la cabeza se les confunde con los pies, exoneran mucha tinta, en que son oscuros y viscosos)…” J. J. T., La feria de la vida. Y Vladimir Mayakovski decía “El pequeño burgués más que crítico, es criticón.” V. M. Yo mismo. Cómo hacer versos.

 

 

 

Ostentación burguesa

Por la segunda mitad del siglo XIX, en las calles de París, burguesas y burgueses solían ostentar sus riquezas mostradas en sus atuendos y muchas veces paseando a un  perrito faldero french poodle, llevado con cadena de oro y collar con piedras preciosas. Muchas veces entre esa gente aparecía el poeta Gérard de Nerval quien, emulando a esas señoras ricachonas, con un cordón jalaba una langosta muerta.

 

jovianaya@gmail.com

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