La otra poesía mexicana: Raúl Garduño

Iniciamos un dossier de poesía mexicana preparado por Álvaro Solís. Se presentarán aquí poemas que de algún modo han sido olvidados por el canon. El primer poema rescatado es de Raúl Garduño (1945-1980). En 1973, el gobierno de Chiapas publicó su libro Poemas. En 1982 se publicó el volumen de poemas Los danzantes espacios estatuarios.

 

 

 

 

 

POEMAS PARA ANUNCIAR UN VIAJE

 

 

I

 

Ahora escribo,

pongo árboles y caminos frente a mis pies

y comienzo a dar saltos

aplastando el corazón del tiempo.

Vine solo.

Sólo el dolor del árbol me conduce

mientras el aire parte en dos la tarde

y mojadas palabras

son repetidas por duras rocas en lo alto.

Extiendo las manos

para recibir hojas y lluvias,

llanuras dispuestas como una blanca muchacha

en el horizonte;

caminos estos

en los que ando como un desconocido.

No he oído cuando alguien ha dicho:

he ahí el camino que conduce al mar.

 

 

 

II

 

En la casa silenciosa vivo.

Cargo con la vejez de mi almohada,

con mis labios alucinados

con una sed rotunda en el paso

cuando olvido mi nombre.

Veo la tarde

que rueda en la lluvia

como una canica sucia y olvidada,

veo el río

que se echa a andar sobre las aguas,

y estoy contento

de que el solitario que soy

no lo sea tanto.

 

 

 

III

 

¿Quién me prohíbe un bosque, o dos, o tres?

He borrado la eternidad con una mirada eterna

y he puesto el pie a medio patio

para que todos le vean el rostro torpe.

¿Quién rompe mis palabras

antes de ser dichas?

¿Qué danza condenada hay que bailar?

Ahora injurio,

ah, bandolero sol enemigo,

ahora peleo,

ah, testimonio de agua,

tremenda partitura doblegada.

Recuerdo pianos y máscaras.

Ah, ladrones,

a la noche le han robado una palabra,

una sola palabra.

 

 

 

IV

 

No miréis el miedo

que entra por la ventana como un canalla.

La luz anuncia, hermanos,

un regocijo de hojas francamente verdes,

una batalla de pétalos contra la rosa,

una dura canción creciendo como un árbol,

una piedra sosteniendo firmes vegetaciones,

una campana cayendo en la lejanía,

una banda de hielos inquietantes.

 

 

 

V

 

Tal parece, ah luz, que la vida

envuelta en sus celofanes brillosos,

carga con la tempestad del regocijo

y que la sorpresa viene al fin

como una muchacha difícil.

El cielo pone trozos de oscuridad

en la respiración de un ave.

Todo el mes ha llovido

mientras pensábamos en la lluvia.

¡Soporta, oh dicha,

tus plomizos ensayos amargos!

Alguna vez te abandonaremos,

te pondremos en una hoja ciega.

 

 

 

VI

 

A las alturas de la memoria

viene el mástil dorado

como la esbeltez de la tarde,

viene la campana que aprende nuestra voz

la luna dentro de cajones avasallados.

 

Dolor disecado es el mío.

 

Hablo de plantas

que crecen en un ojo de vidrio,

hablo del canto redondo en que me muero

y veo que así se van juntando lienzos,

ropas donde dejamos olvidadas palabras.

 

Descubro la oscuridad

degollada por el sol,

y pienso, Corazón mío,

en los días estrellados sobre el mantel,

en la terca llovizna como una cárcel

que nos encierra a todos

entre sus columnas de nieve.

Digo que estoy solo

y que granizos barren la mirada del cielo

como una austera y apagada escoba.

 

 

 

 

 

 

 

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