Muestra de poesía hondureña

Ezequiel Padilla Ayestas

A continuación, un acercamiento a la tradición lírica hondureña a través de distintos poetas de las últimas promociones. Una mirada al actual quehacer poético de una Honduras desgarrada.
 
 
 
  

 

Paisajes fracturados

Las ideas producen pavor.
A. Artaud

Y por un momento con su eco otros ecos.
C. Cavafis

 

Me asignaron ser el último heredero de la peste y respiré en lo más hondo,
en lo más hondo
de un sol caído. Suspiré la brisa en la miseria y me llamaron monstruo.
Monstruo porque donde hubo rostros imaginé el mío.
No conocí jamás mi rostro.
Monstruo porque donde entregué suspiros, cenizas recibieron.
Jamás me interesó hablar de pobres.
Siempre oscurecí los nombres y me enternecieron los locos.
Me eligieron yerro y pecado.
Fui capaz de corromper al hombre.
Era mejor antes que el fracaso.
Monstruo porque dejé la amapola en la piedra,
la piedra en la sombra, su sombra en la luz.
Fui mi umbral de ruina
y mis sobras la tierra
y mis lenguas la vida.
Monstruo al fin y al cabo porque ninguna estructura
pudo acreditarme; porque jamás supliqué a la sombra
no derramarse
en los párpados rojos
de un pueblo que sabía la hora exacta de su muerte.
No dejé a un pueblo mirar por mis ojos, escribirse en mis ojos.
Su esperanza castigó mis sueños opresores.
Soñar para mí es un obstáculo y para ellos un principio.
Y destruí, porque ese era mi comienzo. Mi destino. Devolver la belleza a la belleza
despojándola de su silueta estilizada de pústulas y úlceras de mármol de carne saludable.
Y la escuché gritar. Después gemir. La violación es un acto de absoluta sinceridad.
Mi distancia es un pensamiento verdugo.
Fui.
Grité un poema y nació la ciudad.
Me juzgaron despectivos
…me aíslo.
Una variedad de voces fluyó y éste acto fue su inicial argumento contra mí.
Hoy mis ojos sin vida miran sin regreso. Monstruo. ¿Para quién? Monstruo ¿Por qué?
El implacable verdugo degolló el sentido.
Ningún silencio pudo. Ningún grito. Ningún grito.
La conciencia es un destino inevitable, dije.
Sonrieron.
Donde hubo un grito queda el mío. ¿Y si jamás hubo un grito?
¿Si jamás hubiese existido el grito?
¿Quién salvará el sentido y su descanso?
Es difícil ser siempre. Soy mi enemigo. A veces tiendo a amistarme.
Aún llegar a mí es difícil. El camino está lejos de casa y es la casa.
Siempre están lejos de casa.
¿Quién regresará sin ellos, sin palabras? ¿Sin piel, sin alma agujereada?
Debo volver en otros ecos. Lo dijeron los que me eligieron.
Los que me obligaron a esconderme del mensaje presagiaron mi fracaso.
Mi peor enemigo ha sido el pensamiento. He sido. Me obligaron…
Los que construyeron la nostalgia lo hicieron bajo efectos del trago.
Procuré no hacerlo. Ni serlo. Me distancié de ellos. Y me eligieron yerro y fracaso.
Los que pronunciaron mi nombre, aspiraron al fracaso.
No conocí jamás mi rostro sino los nombres.
Quien lloró de recuerdos futuros e imaginados, aspiró al fracaso.
No viví jamás del tiempo sino del llanto.
Alguien que aspiró al fracaso confesó llamarme monstruo.
Algunos pronunciaron mi nombre aún sin conocerme.
Creyeron en significados cifrados de la vida, del lenguaje y de la muerte.
Y los que más creyeron descubrieron que no debían entenderlo.
¿Dónde está el camino de regreso a casa?
¿Dónde la palabra que justifique las palabras?
Un río de cenizas fue el río de suspiros.
En cenizas ríen de sí mismos.
¿Descubrieron que la indiferencia es otra forma de afecto?
Quien recibió suspiros creó un principio,
quien recibió cenizas agonizó en la sombra,
quien recibió amapolas desestimó la orquídea,
quien conoció las piedras guardó la luz,
y entonces la belleza manoseó una rosa en su umbral de ruina. 

Gustavo Campos

Gustavo Campos (San Pedro Sula, Cortés, Honduras, 1984). Estudia la Carrera de Letras con especialidad en Literatura en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula. Es miembro fundador de mimalapalabra y del Grupo literario “La hermandad de la uva”. Ha publicado los libros de poesía Habitaciones sordas (Editorial Letra Negra, Guatemala, 2005), Desde el hospicio (Editorial Nagg y Nell, Honduras, 2008) y está por aparecer Bajo el árbol de Madeleine (mimalapalabra editores, Honduras, 2009). Tercer lugar en narrativa con el relato “Los inacabados” en el certamen literario “Premio Hibueras 2006”, auspiciado por las embajadas de Francia, Alemania y España y publicado por la Editorial Cultura de la Secretaría de Cultura, Artes y Deportes en el mismo año.  
 
 
  

 

 

Juicio parcial para un desertor de la poesía

 

Porque un día hiciste de la poesía
tu lámpara maravillosa
y usaste de su genio
la palabra filosa
que ahora
se herrumbra en la selva.
Porque un día atestiguaste
la fe sin Dios de por medio
y coleccionaste del mundo
los milagros imprevistos del azar.

Porque en las noches
porque en la rabia,
porque juraste ser de los primeros
cuando la luz del día llamara
y araste con metáforas
la infertil materia del olvido.
Porque ahora finges de notario
y te apresuras por llegar a casa
y te sirven en los restoranes
y callas cuando el jefe grita
y te caes de la puerta de los buses
y te sabes las fronteras de los mapas y organigramas
sin acordarte
que un día cruzaste en bandadas los cielos
y diste palabras a los mudos
e izaste banderas de rebeldía
y soñaste más allá del despertador
y de los rechazos al préstamo bancario
y no decidiste morir con el diagnóstico equivocado
que prometía miserias, congojas
y la misma risa burlona que persigue al payaso
de un circo que no funciona.

Porque ahora
se te caen los dientes cuando mencionas poesía
y bajas la mirada
cuando de reojo
ves pasar la vida
como quien ve pasar
un tren en llamas.

Fabricio Estrada

Fabricio Estrada, Sabanagrande, Francisco Morazán, Honduras, 1974. Perteneció al Taller Literario Casa Tomada. Autor de los libros de poesía Sextos de lluvia (1998), Poemas contra el miedo (2001), Solares (2004), Imposible un Ángel (Antología, 2005), Poemas de onda corta (2009). Fabricio Estrada  es  uno de los últimos militantes del Realismo Social en Honduras.  

 

 

 

 

 

Habla el inmigrante

Yo también soy Nadie, hermano Ulises.
Cada día, o más bien cada noche,
el Cíclope me interroga, y yo contesto: Soy Nadie.
Nadie por mi color, por ser portador de indocumentados sueños.

En una tarde amarilla de mi país
soñé una barca que surcaba el mar de los trigales.
Había tanto sol, tanto cielo,
Que abandoné los muertos atados a mis pies,
y pagué con lágrimas de mis hijos el precio de una estatua de sal.

Llegué a esta isla, Ulises.
Mis brazos son más vigorosos que los del náufrago
que partió las aguas para hacerse un lugar en la muerte.
Pero soy Nadie y me moja más la lluvia que a las catedrales,
y el Cíclope vigila
el pan luminoso que llevo a mi mesa,
mientras me habla de leyes y de fronteras.

José Antonio Funes

José Antonio Funes. Poeta, académico y profesor universitario de Literatura. Doctor en Literatura Española e Hispanoamericana, Universidad de Salamanca, España. Ha sido Vice-Ministro de Cultura y actualmente ejerce el cargo de Director de la Biblioteca Nacional de Honduras. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Modo de ser, Editorial de la UNAH, 1989; A quien Corresponda, Centro Editorial de San Pedro Sula, 1995 y Agua del tiempo, Centro Editorial de la Diputación de Málaga, 1999. Asimismo, ha participado en las siguientes antologías: Aventuras Sigilosas, [Colombia]: antología de poesía hispanoamericana, 1989. Palabras de Paso: Antología de poetas en Salamanca, 1975- 2001, Ediciones Amaro, Salamanca, España, 2001; Antología de poetas hispanoamericanos, Ayuntamiento de Salamanca, España, 2002. Es Premio de Estudios Históricos Rey Juan Carlos I [2004] con la obra Froylán Turcios y el modernismo en Honduras [Banco Central de Honduras, 2005].

 

 

 

 

 

Confesiones 

 

Hoy, día de octubre lluvioso y, pendenciero,
mientras Clapton, al fondo, hace llorar las cuerdas,
decido confesar algunas cosas:
Confieso que he amado poco a los que me han amado,
también haber perdido mi guitarra la tarde
en que amé a una mujer lejana,
confieso, además, haber bebido durante muchas lunas,
hasta acabar llorando por razones menos hondas
que una cerveza vertida.
Tuve los mismos sueños de conquistar el mundo,
de acumular instantes para los días de tedio.
Creía impostergable el abrazo de las pasiones diarias.
Desestimé los consejos de mis antepasados
por el afán de vivirlo todo nuevamente.
Entré, la mayoría de las veces, a las cuevas profundas
sólo para pedirle a Dios que se desentendiera
de mi vocación a las razones prohibidas.
He sido, entonces, un hombre equivocado.
Por eso he querido ahora confesarme,
para explorar mi culpa
y además
para dejar constancia de que he sido humano
absolutamente todos los días de mi vida.
Y hoy que la lluvia es una furia incesante
sobre el techo y Clapton le cede el turno
al heavy metal para que la música afiance más
su huella en los oídos y la lluvia
sólo sea una imagen rompiéndose en el aire,
me digo que ha valido la pena ser poeta
para decir al menos unas cuantas cosas.
Decir, por ejemplo, para hablar del amor
que la tristeza se queda para extrañar los besos.
o acaso decir, para entenderla,
que la vida no es más que la acumulación feliz
o dolorosa de los instantes pasados,
o decir, cuando ha acabado todo,
que hemos vivido o soñado ya lo suficiente.
Un hombre equivocado es lo que he sido.
Ni feliz ni desdichado,
humano nada más, humano,
un hombre para quien la locura no es sino
el ejercicio absoluto de la libertad,
un hombre que ha tenido los amigos necesarios
y que ha amado a las mujeres necesarias.
Aprendí de las palabras a mirar la vida
con ojos menos sedentarios.
me nutrí de mis propias experiencias
y de las ajenas,
abandoné las luchas colectivas y me concentré en las mías
porque antes que social fui solitario.
Ahora soy sólo un hombre equivocado,
pero creo en el amor, en la justicia y en la libertad,
en los amigos que acortan el camino de la desesperanza,
creo además o he creído al menos,
que la vida no vale mucho sin los libros;
y por todo esto en que creo he perdido el respeto de unos cuantos.
He sido siempre y soy un hombre equivocado,
pero no me arrepiento,
antes bien, querría que todos equivocaran alguna vez
una lágrima, un suspiro por la mujer amada,
querría que todos olvidaran, por un instante al menos,
el sonido de la canción que los hace renacer de las cenizas,
querrían también que todos, absolutamente todos,
pudieran reconocer, sin sobrecogerse de miedo,
e1 lado oscuro de su humano corazón,
querría en suma,
que se reconocieran a sí mismos como humanos.
En adelante seré tan leve como el aire que roza las hojas en las
tardes,
me dejaré arrastrar por las vicisitudes.
En adelante el hombre equivocado que he sido
dejará de sonreír con ironía
y empezará a pulir los rasgos de su indiferencia.
No solicito de nadie alguna forma del perdón.
Si he querido ahora confesarme
ha sido sólo para explicar algunas cosas:
explicar por ejemplo que he vivido siempre al filo de la angustia,
que he sido proclive a la melancolía,
que he practicado por igual
el ejercicio de la razón y el ejercicio de la pasión
y que mis sondeos al abismo de la culpa
me han servido para enterarme de que soy humano,
ni feliz ni desdichado.
humano nada más, humano.

Giovanni Rodríguez

Giovanny Rodríguez, San Luis, Santa Bárbara, Honduras, 1980. Estudió Letras en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula. Es miembro fundador de mimalapalabra y editor del blog www.mimalapalabra.com. Durante 2007 y 2008 coeditó la sección literaria del mismo nombre en Diario La Prensa de Honduras. Ha publicado los libros de poesía Morir todavía (Editorial Letra Negra, Guatemala, 2005) y Las horas bajas (Editorial de la SCAD, Tegucigalpa, 2007). Este último le valió en 2006 el Premio Hispanoamericano de los Juegos Florales de Quetzaltenango, Guatemala. En 2008 fue uno de los ganadores del certamen de poesía La voz + Joven, de Madrid. Poemas suyos han aparecido en el ABCD las Artes y las Letras, suplemento cultural del diario ABC. Es columnista del diario Hoy de Guatemala. Ficción hereje para lectores castos es su primera novela. Reside en España desde 2007.

 

 

 

 

 

Papiro

La noche tiene el aroma de un jardín lejano,
pasado,
perdido en la maraña de una selva
loca.
Su corazón es un poeta ciego
mirando un cielo distinto,
definitivo,
bebiendo como un terco la humedad de dos
senos
pringados de sereno.
Noche es mujer,
hembra oscura,
cumbre silenciosa,
c
a
í
d
a
horizontal y misterio.
Noche es beso de pan
y pan martino.
Yo soy el poeta que te canta,
soy el que navega en tus lagos aromados,
soy el que vaga en tus olas con una muceta de amarilis.
Soy el que ama tu tarde más muerta,
y tu polvo,
y tu cabellera poblándose de estrellas.
Soy el que bebe tus aguas profundas
y tus leguas antiguas y oscuras.
El que besa tu grama caliente,
el que muerde las uvas de tus labios de sombra
y rocío.
El que espera que te abras para ver el carbón
hambriento que gime.
Tú seguirás descorriendo las cortinas del ocaso,
yo a la espera de tus espinas llameantes.
Tú la bocanada de palomas silenciosas,
yo la saeta que se incrusta en tu viento.
Caerás suavemente como gota de universo sobre el mundo
y otra vez serás un hilo de agua,
el beso del aire contra el aire,
la luna desnuda en un lago de espejos.
El muslo de un lirio, la llama que gotea
gotea
y se apaga.
Y seguirás cayendo como gota que se abisma
y busca ser arcilla o polvo humedecido en las manos.
Y tendrás un cuerpo a imagen y semejanza de la
dicha,
un aliento y un corazón que resista la brevedad de un sueño.
Serás los animales de nube desapareciendo a cada
mirada posible,
la madrugada cediendo su pezón adolescente,
su axila desordenada y olorosa.
El pan nocturno que sabe a pan del alba,
el temblor del agua en la última embestida del viento,
el rocío constelado en un oleaje de caricias.
Serás la hembra asediada por el sol,
el arco de piel y la boca incendiada,
la danza que se fuga sobre un camino de ceniza
rumbo al cielo.
Tu talón de fuego frío será la última imagen del
poeta que aún mira tus huellas
en la tierra.

Jorge Mertínez

Jorge Martínez Mejía, Las Vegas, Santa Bárbara, Honduras. Poeta, ensayista y narrador. 

 

 

 

 

 

Junto al último sol

Hundo mis manos en la última luz de la tarde.
Busco en ella quizá tan sólo
el fervor de un recuerdo.
El fruto que nos llama desde el fondo de las aguas.
La huella feliz que espera a lo lejos
el retorno de mi planta.
La luna colgada en los naranjos.
La soledad de aquellos patios.
Hundo mis manos en la última luz de la tarde.
¡Y todo está aquí!
Felizmente impalpable.
Como el fuego que yace en la memoria.
Como el vuelo reposado de las aguas.
Como el tiempo que me sueña
junto a la palabra que desciende
y me nombra.

Marco Antonio Madrid

Marco Antonio Madrid, San Nicolas, Santa Bárbara, Honduras. Catedrático universitario de literatura y español en la Unah-Vs.

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