Presentamos, en el marco de la columna “Camisa de once varas” del poeta, traductor y ensayista Edgar Amador (1967), un texto que abre un tríptico sobre las relaciones entre la física y la poesía. Inicia su exposición al discurrir sobre la luz y el universo.
Física para poetas: La Incertidumbre Y El Fin Del Universo
Los poetas, al menos los de lengua castellana, se mueven aún en un mundo newtoniano. Para casi todos los poetas las paralelas nunca se tocan, la luz es una perturbación del éter, la materia es inequívoca y el jardín de los senderos que se bifurcan es una ficción borgiana. Ese mundo ya no existe, los físicos y los matemáticos han demostrado que las paralelas se tocan, que algo puede estar y no estar al mismo tiempo, y que al contrario, dos eventos no pueden ocurrir al mismo tiempo.
Pocos poetas de lengua castellana se han asomado al universo de la física actual, cuya realidad puede ser más poética que muchas de las voces de la poesía contemporánea. Pocos poetas conocen que el mundo es más complejo de lo que ven sus ojos, y deberían de confiar en que lo que no ven con sus ojos, es muy similar a la realidad física tal y como la conocemos hoy en día.
Pienso como contraejemplo en ese verso de Jorge Fernández Granados; “el hecho es que hay un punto donde dos cuerpos coinciden sin tocarse”[1], como el punto ad-infinitum de Lobachevsky-Poincaré.
La disolución del mundo newtoniano hace ya más de cien años y el advenimiento de la teoría cuántica develó a los físicos una naturaleza del espacio, del tiempo y de la materia muy distinta a la que los románticos conocieron en un mundo newtoniano y euclídeo. Para muchos poetas ese nuevo mundo era ya conocido, pero lo que sucedió después ha ido más allá de la imaginación poética.
Estas breves notas de física para poetas tratan de comentar la realidad física de algunos de los temas más comunes de la poesía. En esta primera entrega nos ocuparemos de la luz y el universo, en la segunda entrega, hablaremos del espacio y tiempo.
Trato de escribir estos temas de la física lo más llanamente posible, si no se entienden es porque no he sabido explicarlo.
La Poesía de Einstein
En el annus mirabilis de 1905 Albert Einstein publica en los Annalen der Physic, cuatro artículos que acabarían por cambiar la forma en que los físicos (y a final de cuentas, todos nosotros) comprenden al mundo: uno de ellos explicaba el llamado movimiento browniano, que tanto divierte a Cortázar en “Ultimo Round” y que acaba evolucionando en esa imagen poética tan usual ahora del aleteo de una mariposa en Shangai causando tormentas y cataclismo en el otro lado del mundo; otro establecía el tamaño de las moléculas y de los átomos; el tercero descubría la naturaleza esquizofrénica de la luz, místicamente, la luz es cuerpo y alma, es una onda inasible y es partículas materiales, es materia y energía, al mismo tiempo; el cuarto artículo establece que es imposible saber quién es el que se mueve, si el poeta escribiendo en su estudio, o el poeta que va a un Encuentro en un avión.
En un año y cuatro artículos Einstein reveló un mundo completamente distinto al de Newton y al de los poetas románticos y muy cercano al de los poetas místicos y la literatura de ficción.
Más aún, el mundo de Newton y los románticos era un universo infinito e inmutable. El mundo de los románticos y newtoniano flotaba en un universo aristotélico: no había tenido comienzo y no tendría fin, y su curso era lineal y mecánico, las leyes de la físicas o el amor lo dirigían con absoluta certidumbre y armonía.
El mundo que surge de los argumentos y las ecuaciones de los artículos de Einstein de 1905 y sobre todo, del de 1915, es curvo, incierto y en evolución. A tal grado evoluciona el universo de Einstein que muy pronto la realidad resultante de la relatividad produjo teorías que llevaron al rechazo radical del mismo Einstein. Los mundos resultantes de sus teorías llegaron a ser intolerables incluso para su creador, pero, y esto es lo importante: debieran ser mundos armónicos con el lenguaje poético y la imaginación literaria.
La Mecánica Cuántica y El Principio de Incertidumbre
Del descubrimiento de Einstein de 1905 de la naturaleza dual de la luz sabemos que ésta es al mismo tiempo, una onda y una partícula, y que esas partículas se transmiten en paquetes, llamados cuantos.
Newton, y los poetas románticos probablemente podrían tolerar que la diáfana luz, esa piel del mundo de los versos de José Emilio Pacheco no fuera una etérea y pura onda, pero que fuera además, una molesta partícula obscenamente material, fue quizá demasiado para la sensibilidad romántica y la barroca. Que la luz, al tiempo de ser esa mística vía (a la San Juan de la Cruz) con la que se manifiesta el ser, es al mismo tiempo una partícula, indistinta del polvo o del lodo, probablemente no sea la imagen más adecuada para los poetas, pero quizá sea un mal menor.
Mejor que Einstein lo dijo Octavio Paz: “La luz es tiempo que se piensa”[2]
Pero lo que los poetas no pueden tolerar hasta hoy es uno de los resultados más perturbadores de ese descubrimiento, como queda patente en ese bellísimo libro de Jorge Fernández Granados: “Principio de Incertidumbre”.
Imposible culparlos, el Principio de Incertidumbre era tan insoportable para el mismo Einstein, que nunca lo aceptó, a pesar de ser resultado directo de su artículo de 1905, como tampoco pudo aceptar al enorme corpus que se desprendió de esa herejía: la Mecánica Cuántica.
El principio de incertidumbre es el límite en donde la física termina, y comienza la literatura. El dictum de Heisenberg significó, en su tiempo, el golpe mortal a la física clásica, con sus leyes deterministas, y el paso hacia la física de la incertidumbre, de la probabilidad y del caos.
Junto con la teoría de la relatividad, el principio de incompletitud de Dedekin y el teorema de Gödel, el principio de incertidumbre acabó para siempre con la idea, pero sobre todo, con la sensación de certeza. Desde entonces sabemos que Dios, si es que existe, es insondable, caprichoso e inevitablemente probabilístico.
A pesar de los desvelos de Einstein, el enterrador de la física newtoniana, pero a quien la insondable incertidumbre provocada por sus propias teorías le pareció siempre intolerable, Dios juega a los dados con el universo con la pasión de un adicto al cubilete.
El principio de incertidumbre forma parte de ese corpus de la ciencia que ha transformado a la filosofía, a las vidas humanas…y a la poesía.
El principio de incertidumbre es muy sencillo de comprender: a nivel subatómico, dado que la luz y la energía se emiten en cuantos, es decir, en paquetes fijos, si se quiere conocer la posición de una partícula es necesario alumbrarla, pero al echarle luz a la partícula, el investigador provoca que ésta cambie de lugar. El investigador nunca podrá saber en donde está una partícula: si quiere aumentar la precisión de su localización, tiene que alumbrarla más, pero entre más luz le echa, más la mueve, y por tanto, menos sabe de su localización.
El principio de Heisenberg es en efecto, una tragedia, es imposible conocer en donde se encuentra una partícula. Con cierta probabilidad se encuentra en una parte, y con cierta probabilidad se encuentra en el lado opuesto. Toda certeza es imposible.
Si queremos conocer a alguien, debemos de involucrarnos con él, pero al involucrarnos lo cambiamos, y por tanto, ya no es aquél al que quisimos conocer inicialmente. Nunca podremos conocer a alguien, al conocerlo lo cambiamos.
“Principio de Incertidumbre” de Jorge Fernández Granados toma al vuelo el reto de la mecánica cuántica. Jorge Fernández es un poeta inteligente. El es en ese sentido, un heredero de esa tradición, poco seguida en la poesía mexicana, en la que se inscriben por ejemplo Jorge Cuesta, Gilberto Owen, Octavio Paz, Gabriel Zaid, Gerardo Deniz, David Huerta y otros poetas más jóvenes. Jorge Fernández es un intelectual curioso y ávido al que todo parece interesarle, y para quien todo lo que pasa por sus ojos es materia prima para su poesía.
Pero a Jorge, como a Einstein, le asusta la incertidumbre. En ese sentido Jorge es un poeta romántico y newtoniano, le da pánico el abismo del azar y la probabilidad.
“Presenciar es participar…
si alejarse es preciso para mirar y entender aproximarse es preciso para pertenecer”
La sentencia de Heisenberg es implacable, Jorge, entre más te aproximas menos vas a conocer, menos vas a participar, entre más te acerques más se alejará de ti lo que quieres mirar, y si quieres pertenecer, será otra cosa, no la que quisiste al principio de la aproximación. La belleza del poema de Fernández Granados es que es un poema romántico, no un poema del caos místico de Heisenberg.
El Universo en Expansión:
Los poetas románticos son newtonianos y euclídeos. Los poetas místicos son relativistas y cuánticos. Estos versos, que debo a Glafira Rocha, de uno de los poetas místicos por excelencia, describen uno de los mayores descubrimientos de la cosmología moderna consecuencia de las ecuaciones de la Teoría de la Relatividad:
Auguries of Innocence
“To see a World in a Grain of Sand
And a Heaven in a Wild Flower
Hold Infinity in the palm of your hand
And Eternity in an hour.”
(La hermosa rima inglesa se pierde, pero la traducción es más o menos la siguiente: “ver un mundo en un grano de sal/ y un cielo en una flor silvestre/ tener el infinito en la palma de tu mano/ y la eternidad en una hora”)
Este cuarteto de William Blake no es una alegoría, no es ni siquiera una experiencia mística: es una iluminación, es una descripción precisa del universo antes del instante que se ha conocido como el “Big Bang”, hecha más de 150 años antes que los físicos lo descubrieran.
El físico ruso, Alexander Friedmann trabajando en las ecuaciones de la Teoría General de la Relatividad de Einstein de 1915, llegó a una conclusión que perturbó a todo el mundo, empezando por Einstein. Si la Teoría General era correcta, como se había ya demostrado empíricamente, entonces el universo, contrario a lo creído por la escolástica aristotélica, adoptada por el cristianismo y aceptado por los físicos de entonces, estaba en expansión.
Einstein, asustado por las implicaciones de sus ecuaciones, incluye entonces una variable espuria, a la cual llama la constante gravitacional, con el fin de evitar que el universo se expanda. Pero en 1929, el astrónomo Edwin Hubble descubrió que las estrellas y las galaxias se alejan constantemente entre ellas. Einstein, avergonzado, borra la constante gravitacional de sus ecuaciones y la llama “mi más grande error”. (En la próxima entrega hablaremos de la importancia actual de ese “gran error” de Einstein)
El Corán, 1,400 años antes lo decía de la siguiente manera: “y somos Nosotros quienes hemos edificado el Cielo con nuestro poder, y Nosotros lo expandemos por siempre” (Surat adh-Dhariyat: 47) .
Octavio Paz lo supo también:
“Es grande el cielo
y arriba siembran mundos.”[3]
El universo no sólo se expande, sino que lo hace a una velocidad acelerada, como se ha descubierto recientemente. Un corolario perturbador de esa expansión inflacionista es que si echamos el reloj hacia atrás, estas estrellas que se repelen, necesariamente en un momento, hace billones de años, estuvieron juntas, en un solo punto. En ese punto, en ese mundo en un grano de sal, estuvieron, como en el Aleph, todos los puntos.
De la expansión acelerada del universo se sigue de inmediato que todas las galaxias, toda la materia y todo el tiempo estuvieron en un solo punto: un punto en donde están todos los puntos. Pero el problema es que en ese punto la ley de la relatividad no aplica, y lo que funciona (o así lo creemos hasta hoy) es la mecánica cuántica, la incertidumbre de Heisenberg: le eternidad en una hora, la probabilidad, la indeterminación del espacio.
Borges lo supo decir bien, tanto en prosa (en “El Aleph” por supuesto), como en verso:
El Desierto
“El espacio sin tiempo.
La luna es del color de la arena.
Ahora, precisamente ahora,
Mueren los hombres del Metauro y de Tannenberg”
(de, La Rosa Profunda)
¿Cuál es el fin del universo en expansión? El universo crece como un globo, las galaxias que se alejan como las vio Hubble, se comportan como dibujos hechos sobre un globo que inflamos, y así se dilatan. Como un globo que se infla, el universo tiene confines, pero no tiene fin; tiene límites pero no acaba nunca; empieza en cualquier parte y cada punto es su extremo: como el mar de los poetas.
Para muchos físicos esa inflación esférica acabará dentro de varios miles de millones de años como acaban inevitablemente los globos que se inflan, estallando en jirones. Dejemos aquí entonces esta primera entrega de “Física para Poetas”, con la voz de alguien que ya vio ese momento, y que ha vivido para contarlo:
“Se me ha perdido el mundo
y no se cuándo
comienza el tiempo de empezar de nuevo”[4]
[1] Armónicos, en Principio de Incertidumbre, Ediciones ERA, México, 2007
[2] La Vista, El Tacto, de Arbol Adentro, en Poesía Completa (1935-1988), FCE, México, 1990
[3] Estrellas y Grillo, de Arbol Adentro, en Poesía Completa (1935-1988), FCE, México, 1990
[4] José Emilio Pacheco, Horas Altas, en Islas a la Deriva, Ediciones ERA, México, 1975.