Foja de poesía No. 163: Rafael Courtoisie

Rafael CourtoisieA continuación presentamos una aproximación al trabajo del poeta uruguayo Rafael Courtoisie, fundamental para entender la poesía actual de su país. Ha merecido el Premio Fundación Loewe de Poesía, el Premio Plural, el Premio de Poesía del Ministerio de Cultura del Uruguay, el Premio Internacional Jaime Sabines y el Premio Blas de Otero.

 

 

Poesía y caracol

            “La poesía es un caracol nocturno en un rectángulo de agua”. Estas palabras  húmedas, untuosas, lentas, provienen del poeta cubano José Lezama Lima.

            La imagen es convocada con harta frecuencia para explicar lo inexplicable, para dar cuenta de una extraña posesión. De tanto repetirlas el agua comienza a evaporarse y el caracol se fuga dentro de su misterio, se enquista.

            El rectángulo de agua queda seco.

            El caracol se va, desaparece.

            Si ese caracol nocturno llega a alguna parte es solamente a su centro, a su boca metafísica, que es desde donde partió.

            El caracol de la poesía, aunque se dirija a alguna parte en concreto, jamás se aleja de su lugar: el caparazón del universo.

            El caracol va al unísono con su saliva.

            Si es verdad que se trata del caracol nocturno en un rectángulo de agua, debe olvidarse por un momento al caracol, debe observarse la geometría líquida de la página de agua, su pátina abundante y plana sobre la superficie de todas las cosas.

            Es una página ambigua donde la mirada, sin el caracol oscuro, intenta escribir algo en vano, puesto que la misma sustancia abstracta del agua termina por borrar el rastro indeciso del caracol.

            Si se piensa el agua sin el caracol, lo que se piensa no es sonido, es nada más que una parte sin la forma.

            Son rocas del sentido, menudas partículas que cantan. Pedruscos que el caracol desliza y hace rodar a medida que avanza sin moverse, que se traslada en su sitio mediante la bizarra  cinética de su desempeño.

            Las motas, las esquirlas semánticas se hunden en el rectángulo de agua.

            Son sílabas mojadas, y nada más que tiempo.

 

 

 

 

El cuento claro

            Todos los objetos de este cuento son blancos: perlas hostias y pañuelos. Palabras de seda, sábanas de encaje, nubes. Sonidos blancos, como el sonido de la palabra

“leche”

como la espuma del mar, como la sal, como las cosquillas.

            Las cosquillas blancas y luminosas que hace una pluma, el color de la palabra dormir y el color de la palabra “antes”.

            Antes las novias se casaban de blanco, sus largos vestidos parecían espuma. Las novias parecían gaviotas. Iban a volar.

            En este cuento la sombra no tienen donde pararse, ni donde sentarse, ni donde acostarse. Está cansada la pobre, tirita, tiembla de miedo y de fatiga, pero se trata de un miedo lindo y de una fatiga blanca, clara, transparente, de un cansancio como de gotas de agua, de pulmones de gritos de alegría y de gritos de alma, gritos que se dan con el cuerpo, no con la boca, gritos que salen del río, de las nueces, gritos de avestruz, que grita de contenta, gritos del pelo de las abuelas que, como todo el mundo sabe es de seda blanca, gritos de amor sin amor sin sonido, sin una pizca, ni siquiera una puntita de oscuridad, gritos sin noche, donde todo es blanquísimo y alegre, en copos, en terrones, en cristales dulces, en pensamientos.

            Piensa en dos cosas al mismo tiempo: piensa en el otoño y en el azúcar.

            Las hojas de azúcar, las cucharadas de otoño dando vueltas, disueltas en el café con leche, dulces, invisibles en la boca.

 

 

 

 

Lágrimas negras

 

in memorian J.C. Onetti

 

            Este es un cuento negro donde hasta las palabras son oscuras. El sonido de las palabras es oscuro, oscuro, tan oscuro que ni siquiera se puede escuchar si alguien pronuncia la palabra:

“luz”

            No se ve nada. Los personajes van vestidos de negro, tienen la cara pintada de negro y usan guantes de cuero negro que brillan apenas en la soledad de la noche como si fueran lagartos negros de cinco dedos, sin anillos ni nada. Todo es negro. Hasta la sombra llora, pues le tiene miedo a la oscuridad y está sola. Hasta las perlas de los collares son negras y, cuando chocan entre sí, hacen un sonido oscuro, un sonido oscuro de llanto, como de lágrimas negras.

            Las sillas parecen murciélagos, los niños piedras, las lechugas de mármol de Carrara y las frutas de ónix.

            Todo es negro, profundo y misterioso. Tan profundo, misterioso y negro que el cuento no tiene fin. Es un pozo sin principio y sin fondo, un pozo oscuro y todo es tan negro, que ni siquiera la boca abierta para decir la palabra “pozo” brilla un poco al hablar,

            Las dos “o” que hay en la palabra pozo, una “o” después de la pe y otra “o” después de la zeta, lloran como ojos abiertos, húmedos y negros, tan húmedos y negros que brillan y resbalan hacia adentro como lágrimas mellizas de un sol ciego.

 

 

 

Apología de las ovejas y de las perlas negras

 

in memoriam Augusto Monterroso

 

I

            En medio del inmenso rebaño de piedras blancas que parecen huevos, en medio de tanta  oveja lacia, de tanta perla sumisa atravesada por el hilo del  collar certero, existen ovejas negras, subsisten perlas desobedientes.

            Aquí y allá aparecen, cada tanto, nadadores contra la corriente. Pobrecitos: muchos se ahogan, dan manotazos, no resisten la fuerza enfermiza del flujo, la razón metódica del agua. Los meandros y caprichos que trazan los ríos sobre la superficie de la geografía tienen un motivo simple: el agua, como todo en el planeta, busca el declive, la línea de menor resistencia, el corazón del agua se orienta hacia el centro de la Tierra, se rige por gravedad, no por latidos. El agua no busca el centro de la emoción, sino su hueco inerte, el agua busca el fondo del pozo, el lecho del océano, su memoria donde crecen las perlas.

            En la pradera, que es otro océano, que es un océano verde y terrestre, el crecimiento del pasto se rige por las leyes del sol, la fotosíntesis y los conceptos. Allí, hundiendo sus partes de bestia, balando, correteando de aquí para allá, crecen como una espuma semejante las ovejas blancas.

 

 

 

II

Toda regla tiene su excepción

            Si toda regla tiene su excepción esta misma regla debe tenerla, por tanto no toda regla tiene su excepción y esto conduce a una conocida e insoportable paradoja griega, a uno de esos oscuros callejones sin salida de la lógica proposicional.

            Las ovejas negras son la excepción. Las blancas son la regla.

            En un rebaño de ovejas negras la rara, la rebelde, la ácrata y desobediente es la oveja blanca. Pero los rebaños de ovejas negras son más raros.

            Defender la existencia de las ovejas negras y de las perlas irregulares es un deber moral, un imperativo supremo de la conciencia.

            Por suerte existen las ovejas negras. Ellas proclaman que no toda lana es blanca. Afortunadamente existen las perlas negras, ellas manifiestan que la costumbre mata.

            Ovejas y perlas son parte del universo. Las estrellas infinitas y las minúsculas bacterias forman parte del orden kantiano y nacarado universal, excepto las ovejas y las perlas negras.

            Gracias a estas ovejas distintas, gracias a estas perlas de raza diferente, la humanidad se salva de las cadenas ciegas de la obediencia.

 

 

 

III

Contra los pastores

 

            Los pastores son como oficiales del ejército en un campo de concentración. Coroneles, tenientes, sargentos.

            Al fin y al cabo, las ovejas van al matadero. Los pastores no las protegen, las vigilan, las celan.

Contra los pastores está el argumento del cordero rebelde. No “the silence of the lambs” sino el berrido insoportable y libertario, la aguja y el sonido de la conciencia. Contra los pastores se levantan las ovejas negras. Su piel distinta, su sombra ovina contradictoria.

            Pastores asesinos, pastores nazis. Cabos y sargentos, carceleros. Pastores de ovejas de la muerte.

            Contra los pastores se levanta el viento, se levanta una canción sin violencia.

            Contra los pastores se levanta el trigo, el pasto simple de los campos y los planetas.

            Pastores sicológicos, gendarmes, siquiatras y loqueros, policías de la sensatez estúpida: cuidado con las ovejas negras.

            Cuidado con la excepción que subvierte la regla.

 

 

 

IV

La hecatombe y la fiesta

            La hecatombe consiste en el sacrificio a los dioses de cien reses, bovinas, ovinas o de otra especie animal. Cuando se eligen para una hecatombe cien corderos, se eligen corderos blancos: a los dioses huraños y remotos les agrada la certeza.

            Se disponen cientos de quilos de madera, la leña se quema y se transforma en brasas que se extienden por debajo de los cuerpos de los corderos cuya grasa nueva, cuya grasa de neonato comienza a derretirse en delicadas lágrimas lentas, hasta caer sobre el fuego con un largo quejido: “ssssshhhhhffff”, un quejido que se parece al calor dormido de la inocencia.

            En cada hecatombe se da alimento a los dioses para apaciguar su ira o conmover su ceño. Los dioses gustan de comer corderos.

            A los dioses les gusta la carne blanca, no las contradicciones, no los reparos, no las quejas ni las paradojas. A los dioses les agrada la sustancia muelle para rasgar con sus dientes inhumanos.

            La fiesta de los dioses paganos suele ser el velorio, la desgracia, el duelo y los quebrantos de algunos hombres cautos o incautos, dicharacheros o taciturnos, creyentes o agnósticos.

            Para algunos dioses y gerentes, los hombres son como ovejas suavecitas, inofensivas. Con su pelo terso se hacen bufandas, guantes y felpudos. Con su ductilidad pirámides, templos monumentales y empresas que cotizan en la bolsa.

 

 

 

V

Las razones y el lobo

            Muchos lobos temen a las ovejas negras, a las que consideran un fenómeno contranatura. Aunque en ocasiones acaban por engullirlas, los lobos presentan cierta reticencia ante los ovinos brunos. Este tipo de cuadrúpedos representa un bocado que los lobos intentan evitar.

            Si bien el lobo tiene razones que la razón no conoce, al fin y al cabo se trata de un animal de presa y rapiña, de un carnívoro cuyos incisivos de marfil coinciden con la apariencia de las perlas más comunes, y en este sentido la semejanza hace explicables muchas peculiaridades de su conducta, los lobos no desean morder una parte de la sombra, una sombra móvil y tibia, un nubarrón de tormenta espesa y misteriosa con vasos sanguíneos y huesos ocultos de quien sabe qué color y textura, como son los que conforman el interior rumoroso de una oveja negra.

            Ese tipo de nubes vivientes puede ser venenosa. Ese tipo de nubes vivientes puede acarrear espasmos y locura para el lobo.

            El lobo ronda en torno a la oveja negra pero si tiene oportunidad se aleja. Si no padece hambre extrema busca en otros lugares, en otras partes alejadas la sustancia apta, digerible y nutricia de los rebaños claros.

            El lobo busca la certidumbre de la regla y no la inestabilidad y el sacudimiento impredecible de la excepción.

 

 

 

 

VI

Crítica de la razón pura de los joyeros

            Los collares son ristras de esclavas. Los joyeros tratantes de blancas, traficantes de putas perlas glaucas.

            Los collares son ristras de ajos endurecidos, cabezas de ajos calcáreos, testas esféricas, ajos y ojos sin dientes, bulbos sin sabor ni conciencia, iguales y mansas arvejas, leguminosas pálidas cosechadas en el reino arenoso submarino.

            Las perlas negras siempre intentan huir, procuran escapar de los joyeros y de los cuellos de las matronas agrias.

            El alma de los joyeros es negra. No hay perlas en su sapiencia. Los joyeros son ostras avaras, moluscos bivalvos desdentados que mercan, transan, heredan y acumulan el valor de su miseria.

            Las perlas blancas son ovejas dóciles. En cambio las negras son como la noche, uvas desobedientes.

No todas las ovejas se dejan cortar el cuello.

Toda regla tiene su excepción.

            Existen, bajo el agua de la humanidad, a veces ocultas en el fondo de los pozos ciegos, en el limo de los cenotes, piedras limpias, ovejas oscuras, joyas rebeldes.

 

 

 

 

Pirámides, manzanas

            Hacer un puente partiendo de la mitad exacta del río. Allí, suspendiendo la respiración sobre las aguas oscuras, colocar sobre el abismo el primer tramo que sostendrá la estructura. Apoyándose en el vacío construir hacia los lados con paciencia, con lentitud, como un funámbulo sin la cuerda, con fe, caminando simultáneamente hasta lograr posar los dos extremos en una tierra que nunca, jamás, será firme.

            Después, otros pasarán por el puente y creerán ver en él la servidumbre de ciertas leyes físicas, el efecto de una elocuente ingeniería, cuando en realidad se construyó sobre nada, usando nada y partiendo del sitio menos indicado: el centro.

            Con la respiración entrecortada, quienes conocen el secreto de la construcción saben que el mismo principio sostiene desde dentro las pirámides: Teotihuacán está construida sobre los mismos núcleos inasibles, inestables de poesía: posee centros confusos que inventan de lo deshecho su energía, su fuerza mística y permanente, esferas de escombro y tierra en medio de sus moles cubiertas con pieles de piedra, definitivamente blandas e inestables ante el avance de la erosión. Así, perpetuas.

            Esos centros de gravedad perduran disolviéndose. Están hechos de una pureza contaminada, inaudita, oscura y viviente. Como en la manzana arrancada y brillante que se exhibe con impudicia en las vitrinas refrigeradas de los supermercados, donde lo único verdaderamente vivo no es la fórmula exacta del colorante artificial, ni la armonía de las curvas que añadió la mutación transgénica, el fertilizante o los residuos órganofosforados, los huesos del nitrógeno que esparcen su brillo agrio y mortal, cancerígeno. Lo verdaderamente vivo, lo que late es el gusano diminuto que todavía alienta, la oruga que hiberna en el nudo de la fruta y acabará por comer la belleza desde dentro, dejando entera, flagrante, la cáscara de su vacío.

            El agujero en la realidad, la carne perforada de la fruta.

 

 

 

La poesía del caracol

En la persistencia hay un sacrificio y en el sacrificio hay un goce y en el goce hay una disipación que requiere, austera, la mecánica de otra persistencia.

¿Cómo salir del ciclo, cómo librarse, cómo construir con el fuego, con las llamas que consumen la ofrenda del sacrificio ese lugar de goce, sin que nada se entrometa?

Uno a uno, ciertos elementos fraguan la apariencia de episodios de una dicha, de una felicidad instantánea y nítida.

El caracol se apega a su pared y no quiere dejarla, su pedúnculo untuoso transporta algo afín a la alegría.

Calcáreo, sabe que va a perder, que siempre va a perder, pero es esa obstinación por estar, esa lentitud sin fin, sin placer ni gracia visibles, lo que lo salva.

Tener cáscara y paciencia: ese es el secreto.

Un manto duro, un misterio que cubra las partes sensibles del cuerpo, la carne viva de la verdad. Una determinación exterior, un exo esqueleto, la razón pura del afuera, empecinada, que puntualice, que sólo por estar ponga las cosas del universo en su sitio: dentro y fuera del caracol.

            Y, en su lugar, la muerte.

 

 

Datos vitales

Rafael Courtoisie nació en Uruguay. Es narrador, poeta y ensayista. Profesor de Literatura Iberoamericana y Teoría Literaria en el Centro de Formación de Profesores del Uruguay, de Narrativa y Guión Cinematográfico en la Universidad Católica del Uruguay y en la Escuela de Cine del Uruguay. Ha sido Profesor Invitado en Florida State University (USA), Cincinnati University (USA), Birmingham University (England), Universidad Nacional de Colombia, entre otras. Fue invitado por la Universidad de Iowa para integrar el Internacional Writing Program. Ha dictado seminarios y conferencias en numerosas universidades e instituciones de España, Inglaterra, Francia, Italia, Israel, Grecia, Turquía, Bosnia, Canadá, Estados Unidos y América Latina. Su novela Santo remedio (Madrid, Lengua de Trapo, 2006) fue finalista del Premio Fundación Lara. Goma de mascar (Madrid, Lengua de Trapo, 2008) es su última novela. Ha recibido, entre otros, el Premio Fundación Loewe de Poesía (España, Editorial Visor, jurado presidido por Octavio Paz), el Premio Plural (México, jurado presidido por Juan Gelman), el Premio de Poesía del Ministerio de Cultura del Uruguay, el Premio Internacional Jaime Sabines (México) y el Premio Blas de Otero (España). Es autor de numerosos trabajos críticos y de investigación sobre literatura latinoamericana y europea. Es autor de la Antología Plural de la Poesía Uruguaya del siglo XX (Seix Barral, 1995), de la Antología de la poesía uruguaya del siglo XX (Editorial Visor, Madrid, 2010) y, junto con Basilio Belliard, de la antología Plata Caribe (Poesía Dominicana y Uruguaya del siglo XXI)., entre muchas otras. Ha traducido a Emily Dickinson, Sylvia Plath, Raymond Carver, Mario Luzi, Valerio Magrelli, y Alessio Brandolini. Ha traducido “King John”, de William Shakespeare. Ha sido jurado de los premios del Ministerio Colombiano de Cultura, del Ministerio de Cultura del Uruguay, de la Institución B’Nai B’ Rith, de la Intendencia Municipal de Montevideo, del Premio Onetti-Rulfo (México-Uruguay), del Premio Casa de las Américas (Cuba), de los Premios Nacionales de República Dominicana, del Premio Loewe de Poesía de España. Ha sido asesor editorial de diversos sellos hispanoamericanos. Palabras de la noche (Caracas, Monte Ávila, 2006) es una extensa antología de su obra poética. Poesía y caracol (Sevilla, 2008) y Mirar de ciego (Mexico, 2009) son sus libros de poesía más recientes. Sabores del país (Planeta, Montevideo, 2006) es su más reciente libro de relatos. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, portugués, rumano, uzbeco, bosnio y turco, entre otros idiomas.

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