Foja de Poesía No. 048: Carlos Villalobos

Carlos Villalobos

Carlos Manuel Villalobos (Costa Rica, 1968). Es maestro en literatura latinoamericana y licenciado en periodismo. Se ha desempeñado como docente en prestigiosas universidades de  su país. Obtuvo en 1999 el Premio de la Editorial Universidad de Costa Rica. Su último libro es Insectidumbres, 2009.

Carlos Manuel Villalobos (Costa Rica, 1968) es bachiller en la enseñanza del Castellano y la Literatura, Maestría en Literatura Latinoamericana y Licenciatura en Periodismo por la Universidad de Costa Rica. Ha trabajado como profesor universitario para la Universidad Estatal a Distancia., para la Universidad Nacional de Costa Rica y para la Universidad de Costa Rica. Actualmente prepara su tesis doctoral en el programa Interdisciplinario de la Universidad Nacional en Letras y Artes en Centro América, y se desempeña como Vicerrector de Vida Estudiantil de la Universidad de Costa Rica. Entre otras actividades culturales ha sido miembro del grupo de teatro Guadaña, integrante del taller literario Café Francisco Zúñiga Díaz y de la fundación Casa de Poesía. Es co-fundador del Taller Literario Rafael Estrada en San Ramón y director de la publicación literaria Tertulia. Ha sido ganador en dos ocasiones del certamen Arturo Agüero Chaves y del Premio de la Editorial de la Universidad de Costa Rica en 1999.En el campo académico ha publicado más de treinta artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras, y ha dictado cursos, conferencias y ponencias en universidades en Estados Unidos, España, México, Centroamérica y Sudamérica. Entre sus publicaciones literarias están Los trayectos y la sangre, 1992 (poesía), Ceremonias desde la lluvia, 1995 (poesía), El libro de los gozos, 2001 (novela), El primer tren que pase, 2001 (poesía), Tribulaciones, 2003 (cuento), Insectidumbres, 2009 (poesía).

Insectidumbres

Los insectos,
los insectos solos,
crepitantes, mordientes, estremecidos, agrupados,
y la luna
con un guante de humo sentada en la puerta de sus derribos.

Federico García Lorca

Santa lascivia

De la mantis en realidad se tienen pocos datos: Se sabe que es delgada y que pasa rezando noche y día. Se sabe que es profundamente devota de Santa Teresa de Jesús. Se sabe que quedó viuda durante la luna de miel y que posiblemente aún conserve su virginidad. Seguramente por eso es que tiene fama de santa, y seguramente por eso mismo es que si uno le pide algún milagro con fe se lo concede.

Pero la mantis también tiene algunos rostros ocultos que aparecen solamente cuando estallan los orgasmos. Dicen las malas lenguas que en la noche de bodas, harta de tanto oprobio masculino, se cenó al esposo.

Seguramente por eso es que cuando no está rezando, la mantis es el caballo con el que el Diablo nos visita.

¿Quién morirá esta noche
ardiendo en sus brazos?

¿Qué suicida querrá
besar el filo de sus besos?

¿Qué pasión clavará esta noche
las uñas en la tumba?

¿Quién le hará el amor a la muerte
hasta matarla?

¿Quién le arrancará la soledad tan sola
a esta pobre viuda embarazada?

¿Qué novenario de luto
estará rezando hincada en el silencio?

¿Qué plegaria estará invocando
en busca de un abrazo?

¿Qué sortilegio le ha lanzado
a los dioses del orgasmo
para que esta noche
le concedan un amante?

Hacer el amor volando

Algunas especies son capaces de aguantar varios soles antes de que la urgencia de restregarse la piel las enloquezca, pero hay otras que no pueden esperar ni siguiera más allá de misma tarde en que nacieron. Parece como si vinieran con una orgía incontenible en cada célula: no piensan otra cosa más que amar con toda el alma. Si unas ganas así nos ocurrieran a nosotros, ni Dios con todos sus profetas y sus curas, serían capaces de parar el relajo. Pero como se trata de unos pequeños insectos llamados efímeras o cachipollas, los puritanos se hacen de la vista gorda y prefieren no mencionar el tema. Pero aunque no quieran admitirlo, el carnaval nudista de estas criaturas recién nacidas existe. Salen del agua como resurrecciones de la tarde, y sin haber probado bocado, y habiendo perdido la virginidad, minutos después mueren abrazadas a las pozas y a los lagos. Pasado algún tiempo, al caer otra tarde de verano, estas pozas y estos lagos estallan otra vez en un incendio de alas y de besos; y otra vez, sin haber probado una pizca de alimento, vuelven a morir con un orgasmo en la mirada.

¿Dónde aprendieron estas niñas primitivas
el sagrado ritual del Kamasutra?

¿Dónde aprendieron las prohibidas danzas
que solo saben los gatos cuanto están en celo?

¿Quién las hizo princesas del ocaso
y les dio por reino la libertad de amar volando?

¿Qué fuego las hizo gritar del agua
y volverse un canto de caricias en el aire?

¿Son acaso los lirios que las recogen al morir
los padrinos nupciales de esta orgía?

¿Quién les ha dicho a estas doncellas de una tarde
que la vida es un brindis y un incendio de abrazos
y que la muerte es una fiesta de acrobacias y alegrías?

Los escribanos del agua

Quizá los escribanillos estaban aquella milagrosa tarde cuando Jesucristo caminó por el agua y fueron bendecidos entonces con arte de la levitación acuática, o quizá fue al revés: El Maestro aprendió el secreto de ellos mirándolos atentamente durante sus años de silencio. Los especialistas en entomología jamás podrán dilucidar este dilema. Lo que sí se sabe es que estos insectos tienen alma de poetas y apuntan en el agua metáforas que el viento oye cuando pasa. Lo que sí sabe es que son innatos bailarines y es por eso que parecen cisnes del Parnaso cuando llegan a los arroyos. Se sabe también que pueden mezclar ingeniosamente las líneas de la luz con los tonos surrealistas de los estanques. Quizá algún día, si desciframos este lenguaje de rayas misteriosas, en vez de lienzos los pintores pinten poemas en las albercas, mientras bailan levitando.

¿Qué secreto aviso escribirán
con tanta prisa de borrarlo?

¿Qué entresijo dirá su rastro
de huellas imposibles en el agua?

¿Qué cifrado cuento querrán decirnos
con su danza jeroglífica?

¿Cómo diablos pudieron
estos pequeños acertijos
domar a los raudales
y nadar corriendo contra corriente?

¿Cómo pudieron agarrarse de la luz
para no hundirse en los estuarios?

¿Cómo pudieron vencer
los sorbos de la muerte
en el lomo furioso de los ríos?

Acepciones infinitas

Toda oveja es un abrigo. Toda vaca es un vaso de leche. Todo perro es una alegría de colas columpiándose. Todo elefante es un presente de marfil para una sala. Fácil es definir a casi todos los seres de este zoológico llamado Tierra. Pero no es posible decir lo mismo del cóccido o la cochinilla.

Toda cochinilla es una goma de laca para barnices, es una tinta litográfica que avisa los avisos, es un aprestado de sombreros, un aeroplano, un disco fonográfico, un botón de muestra, una flor artificial.

Toda cochinilla es un linóleo, un tinte rojo para teñir los sueños comerciales de los colonos europeos en México y Centroamérica.

Todo cóccido es un dulce de taray cayendo en el desierto. Es un panadero al servicio de Moisés para que no mueran de hambre las ganas de una tierra prometida.

Todo cóccido es un cosmético, un medicamento, un colorante para refrescos, una goma de mascar entre los indígenas de California, una cera para bujías en el Extremo Oriente.

Todo cóccido es un acertijo de acepciones infinitas.

¿Quién tiznó su porvenir con inmundas
tintas y cochinas sustancias pegajosas?

¿Quién prohibió nombrar su hazaña
cuando hacía milagros de maná para Moisés?

¿Quién masticó sus huesos de chicle
y escupió su nombre en un rincón de la memoria?

¿Acaso fue esta criatura de alas tristes
la que pintó la sangre de Dios aquella
transfusión creadora, según las Escrituras?

¿Acaso fue este ser de ingredientes imposibles
el que pintó de ganas rojas la prohibida
manzana del Edén?

¿Acaso fue esta forma de amalgama viva
la que untó Noé en las mojadas esquinas de su delirio?

¿Quién echó a andar este mercado de mil
enjundias y mixturas ilimitadas?

¿Quién está usando sus huesos
para pintar la Coca Sangre de nuestra sed?

¿Quién está usando sus riñones diminutos
para teñir la bata comercial de Santa Claus,
o el babydoll de la Gran Puta, según el Apocalipsis?

Los dragones de la noche

Si uno pudiera estar despierto cuando duerme, vería al ángel guardián combatiendo a muerte con la muerte. Entonces uno podría advertirle que no gaste el filo de la espada en vano. Que no es la muerte la que vuela zumbando por el cuarto, que es un pequeño dragón de patas largas. Pero el ángel de la guarda no lo sabe y se asusta y casi siempre pierde la batalla. Es por eso que cada noche hay fiesta de vampiros brindando con nuestra sangre, y hay un ángel escondido en el armario que alucina con el rugido de los leones y la muerte volando sobre la cama.

¿Quién zumba en la sombra siseando la culpa?
¿Qué bronco relajo me clava las uñas en el sueño?

¿Qué acertijo de dragón sonámbulo
busca en vano una espada que
le alumbre el camino hacia la muerte?

¿Quién está tocando las trompetas de la guerra?

¿Quién este ser de zancudos gritos que
aturde con su vuelo los insomnios?

¿Quién es esta criatura de zigzag sonoro
que busca mi piel desnuda para besarse con mi sangre?

¿Quién este pequeño vampiro con pecho de gato
que salta por las noches
y asusta el ángel que me guarda?

Las espinas de la eternidad

Las plantas, al igual que los animales, lloran, se alegran y tienen orgasmos. En conclusión, las plantas tienen alma. Pero para evitar matorrales en el Cielo, el Hacedor se cuidó de que el alma vegetal no fuera eterna. Pero los pérfidos vampiros, secuaces sin cansancio del Destructor, contaron la fatal noticia a cuanto ser pudieron. Muchas plantas murieron de terribles depresiones vegetales y prueba de ello son los desiertos. Otras en cambio, creyendo aún en los milagros o quizá por herejía, se arrancaron las hojas y las ramas más sensibles, y dejaron que el viento las anduviera por el mundo andando.

Pero es tan evidente el engaño, que los arbustos que tenían espinas, ni siquiera tuvieron tiempo de quitárselas. Hoy los científicos, que desconocen esta verdad primigenia, las confunden con ortópteros y las llaman fásmidos, pero no son ortópteros: son bastoncillos arrancados de alguna rama, son hojas sin alma que vagan por el mundo tratando de engañar a Dios.

¿Pueden las flores desear
a gritos que los pájaros las amen?

¿Pueden las raíces
volverse un mar de ganas cuando llueve?

¿Pueden las hojas
mirarse en los espejos
y soñar que los príncipes azules
están a punto de llegar
con el caballo y los anillos?

¿Puede acaso un árbol
arrancarse los ojos para no mirar la madre
que lo abraza?

¿Puede una rama bajarse
de sí misma
y darse a la fuga andando?

¿Puede acaso Dios escribir un verso
y dejar perdidas las metáforas en el bosque?

¿Puede acaso esta hoja asustadiza
o este bastón andante
poner un huevo
y que nazca un árbol?

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