El poeta Álvaro Solís (Villahermosa, 1974) reseña el poemario de Luis Jorge Boone (Monclova, 1977), Traducción a lengua extraña, que mereciera el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino.
Parecemos tener siempre menos palabras
de las necesarias
Luis Jorge Boone
Luis Jorge Boone, pertenece a una nueva generación de poetas originarios del norte del país, nacido en Monclova, cultiva el ensayo, la narrativa, la traducción literaria y la poesía.
Su generación está conformada por numerosos poetas, de los cuales yo mencionaría a Omar Pimienta, Francisco Alcaraz y Julián Herbert, este último sureño por nacimiento pero norteño por adopción y que comparte precisamente con Boone, la escritura polifacética, ya que también cultiva lo mismo la narrativa que la poesía o el ensayo.
A diferencia de Herbert, que funda su poética en la disolución del sentimiento, Boone apuesta por lo contrario, ya que la manera en que resuelve sus poemas es confrontando lo emotivo en el texto, no rodeándolo, sin salidas humorísticas, sino tomándolo por “los cuernos”. Boone utiliza, eso sí, diferentes motivos para cantar y contar lo profundo, lo importante, lo que a todos nos roba la tranquilidad del sueño.
Su poesía confronta también el tono narrativo con el tono poético. Sus poemas, que son historias ya que cuentan y cantan lo cotidiano del mundo, sin naderías nadando en la nada, su poesía está hecha de las cosas del diario y de los sentimientos que todos nosotros conocemos, donde una corbata, nos hace sentir literalmente, un nudo en la garganta, como en el poema que abre el libro Traducción a lengua extraña (FETA), allí una atadura que nos hace sentir la fuerza de los nudos que nos atajan, los que buscan quitarnos la respiración a lo largo de la vida, así la muerte, el amor, la circunstancia.
En el libro citado, poemario con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino en 2007, todo es pretexto para hablar del destino, para confrontarlo, las momias de Cocachacra, aquella otra del Valle de los reyes, aquellos versos fríamente encuadernados de Safo de Lesbos y que aún permanecen inéditos, las dos mil almas de los romanos encerradas en el instante calcáreo de su muerte en Pompeya, Pedro II contemplando a solas su secreto, los aduaneros del Cairo tasando igual los cadáveres de la dinastía egipcia por el mismo precio del pescado seco, ese cráneo que nunca fue quien era, ese cráneo sin cuerpo que no sabía solfeo y que todos creyeron que era el genio del Salzburgo y por ello le rendían tributo.
Todo es pretexto para hablar del destino de todos los hombres, de aquella tumba que nos espera con paciencia, lo inefable del tiempo que nos enfrenta con los otros, los que antes han levantado la voz, los que han construido también sus destinos con palabras que han tomados de otros, y estos a su vez de sus antecesores, bloque por bloque, palabra por palabra hacia el pasado remoto o inmediato, el mundo envejeciéndose irremediablemente.
Luis Jorge Boone comprendió en la hirviente soledad del desierto (de donde es originario) que es posible besar una pequeña boca sin herirla, que es lo mismo besar la suavidad de la mejilla de una hija que besar la frente del padre que sale temprano hacia el trabajo, que es posible recordar sin hacer sangrar aquel recuerdo en una foto, que es posible mirar por primera vez el mar y traer sobre la espalda, o bien fundidos al corazón, todos nuestros recuerdos apilados, bloque por bloque, palabra por palabra, en aquella memoria que no envejece con los días.
Si como dice Boone en uno de los poemas que conforman el libro que nos ocupa, el silencio de cada personaje está escrito en otro idioma, entonces resulta que este libro es testimonio de aquel silencio, de todo aquello que nos callamos porque no es posible decirlo sin sentir el nudo que nos ata desde otros reinos aun desconocidos, que, como escribiera Jorge Bocanera, afuera la lluvia habla en otras lenguas, y uno necesita tasar de alguna manera, como aquellos aduaneros del Cairo que sabían lo que hacían, pues tasaban la muerte por la muerte misma, encontrar esas otras palabras, para esos otros idiomas que cantan desde el silencio de todos los hombres.