El silencio y la poesía

Mallarmé por Manet

Moisés Robles Rodríguez, estudiante de filosofía en la Universidad Autónoma de Tlaxcala (ganador del Premio de Ensayo literario en el marco del XIX Festival ” La muerte tiene permiso”, UAT), reflexiona en torno a las posibilidades significativas del silencio además de pensar la naturaleza del decir poético.

 

 

 

 

El silencio y la poesía

 

El primer ser que cantó

era poeta sin palabras

que reivindicó el misterio.

José Vicente Anaya

 

Cierto que la poesía es canto transmitido y visible mediante las palabras. Las palabras, entonces, son la significación que cobra sentido en el misterio de la conjugación de pensamiento y sentimiento. Es el poeta que traslada a lenguaje universal lo que él sólo puede decir; su decir sin embargo, es el decir de todos los hombres, entonces la palabra vuela sobre el firmamento hasta rozar la universalidad. El verbo es entonces palabra y la palabra cobra vida cuando logra penetrar en la escucha sincera del hombre situado en el mundo. La poesía es un modo del habla.[1] Y sin embargo hemos de admitir que al habla la precede la actitud más reverente del ser humano: el silencio.

     Tal vez sea el silencio estado vital donde se desarrolla todo germen de comunicación, desde él, la conversación más banal es precedida por la mudes de los propios interlocutores. Es también el silencio el espacio de escucha, de contemplación de lo que se oye y por tanto, es imprescindible para hablar de cualquier forma. Es el silencio el estado que precede y sin embargo poco o nada se le concede importancia, no estamos acostumbrados a una vida de silencio; si a algo teme el hombre es a ser silenciado, pues sería regresar al estado primigenio donde el pasmo y el asombro habían confundido hasta las entrañas del hombre y solo atinaba a mirar. En una época cada vez más invadida por los ruidos parece no sólo absurdo sino hasta imposible un verdadero y profundo silencio, y pese a esto la poesía sigue siendo la música callada donde el sentido y la significación cobran verdadera relevancia.

    Así parece ser el silencio una cárcel que impide el vuelo de las palabras, por tanto el afán del hombre es ser libre, y así la voz humana que suscita el eco donde no había antes sino silencio, es tanto milagro como escándalo, sacramento como blasfemia. (G.Stainer) El hombre parece decidido a no regresar a la prisión silenciosa de la palabra, es el lenguaje el medio en que se ha acercado a los dioses, aún no los mira de frente pero los escucha y puede responderles. Impensable entonces otra vez, la posibilidad de hacer silencio; sería un retroceso en la trascendencia humana. Y pese a esto la poesía, vehículo del lenguaje más potente y trascendente al que los hombres pueden aspirar, reconoce que es necesario bajar la voz, susurrar, callar, enmudecer. ¿De dónde vendrá pues, esta necedad de aferrarse a lo ilógico, este nadar contracorriente que parece infructuoso, hacia dónde se dirigen estos esfuerzos que no acaban por aterrizar y engranar con el ritmo del mundo actual?

    Sólo poetas en esencia, filósofos y otros herejes de la palabra pueden sostener esta actitud de rebeldía. Es rebeldía a fin de cuentas, ya que si algo se intenta es comunicar. Sin embargo para este selecto y minoritario grupo, el silencio es la referencia directa con el mundo, el mundo y las cosas se hayan frente al hombre y entonces no hace falta nombrarlas, se les contempla y se les conoce.

     Sólo la captación inmediata del en sí del mundo permite al hombre enmudecer, las palabras sobran, habrá que reservarlas para cuando hagan falta, ya las ausencias cobrarán factura de su desperdicio, y es que como dice Villoro, antes del discurso, estamos en contacto directo con las cosas, las experimentamos y manejamos, nos conmovemos con ellas o en ellas actuamos; pero siempre necesitamos de su presencia.[2] Así entonces el habla sólo es precisa ante la ausencia de las cosas, ante la terrible soledad de la que el hombre es presa fácil, y aún en la soledad el hombre habrá de conceder espacio a su propia voz; habrá de callar para escuchar lo otro. Es pues claro que el poeta y el filósofo comprenden esta situación; el mundo estalla, se presenta ante la mirada siempre joven, es preciso escuchar, ya cuando el hecatombe pasa, entonces las palabras habrán de cumplir su función y rememorar lo que han vislumbrado en el silencio de la soledad.

     En el silencio el poeta encontrará la tinta con que ha de plasmar sus letras, el lenguaje escrito sólo es lo subsecuente, no hay sonidos articulados en la contemplación y la emoción del primer asombro, su silencio, el del poeta habrá de ser la reverencia mostrada a la gracia concedida que habrá de transformarse en palabras y cantos; aún entonces, la poesía cercana a la música tendrá que respetar los silencios del pentagrama del universo, sólo así alcanzará la articulación rítmica que habrá de leerse en otro momento. El filósofo de modo parecido, no puede conceptualizar nada sin antes haber contemplado el silencio. El silencio precede aun al pensamiento, es el lugar de la visión monumental que le enseñará a comprender su pequeñez y lo vano de sus intentos por explicar todo, y pese a esto en el silencio, ha de encontrar el filósofo el impulso para seguir con su vida de búsqueda incluso cuando la razón a cedido. Así es el silencio lugar de asombro, desde donde siempre se ha de partir para nunca dejar de regresar a él.

    Si el asombro es el lugar de origen de la poesía y el pensamiento, habrá de ser entones el silencio autoolvido en la palabra misma (Gadamer), luz común donde se forja el arte del bien decir, un decir que no sólo expresa algo, sino que busca mediante una conciencia individual, trasportar  el verdadero conocimiento a una conciencia universal que combata el olvido de si mismo. Entre la s múltiples posibilidades del hombre esta el callar, pero nunca la de olvidarse así mismo pues entonces dejaría de ser.

    Lo que se escucha y contempla en el silencio es lo irrepetible del ser, ya nada volveremos a mirar igual, a lo sumo habremos de asombrarnos por no volver a tenerlo frente a nosotros; extrañaremos ese asombro y como consuelo para todos los hombres el poeta habrá de nombrarlo, con la esperanza de alcanzar en el recuerdo el sentimiento de la presencia del misterio nuevamente. La palabra ahora edificará la eternidad de una vida que se gesto y vivió en el silencio, Ahí en el silencio sólo habrá el misterio del símbolo.

     La diferencia entre el habla poética y el habla común, es que el habla común pretende hacer de sus palabras una realidad en sí, entonces el objeto de referencia pasa a segundo término, esta muerto, ya no importa. Tampoco importa el hombre que habla, es sólo lo que dice lo que cuenta, lo que le da reconocimiento, lo que lo sitúa en el mundo, el hombre solo es el instrumento, no es lo propio de la palabra.

     En cambio el habla poética es más que la figuración de una realdad, aún más; el poeta no se limita a comunicar o a describir una realidad sino que, con su nueva interpretación actualiza la realidad, la hace presente, no la deja morir, la eterniza y es eso lo más grande de la poesía. Para esto el poeta se da a si mismo y a los otros una nueva significación de las palabras, un nuevo uso, ya no habla, canta. Su canto pues edifica ciudades (G. Stainer), so palabras llenas de nuevas significaciones, llenas de poder, así el poeta se sitúa sólo un poco debajo de los dioses, el no produce la vida pero hace que perdure por la eternidad; y todo esto porque ha encontrado en el silencio su mejor forma de expresarse, de mostrarse, de vivir.

    Entonces la palabra de la poesía es la negación del habla ruidosa común, quizás por eso es poco escuchada, el habla de la poesía es siempre nueva y por eso poco comprendida. La nueva significación que da a las palabras es el medio en que se expresa el silencio. Es pues, paradójico, un hablar forjado en el silencio, y sin embargo es el más potente; el poeta si edifica ciudades, con su misma palabra también las estremece, las derrumba y todo, siempre, vuelve a ser silencio. La palabra de la poesía es la revelación, el silencio es el misterio que ha de ser revelado por el poeta. El logos poético intentará con fidelidad mostrar la cosa tal como se muestra en el momento en que se origina y por eso el poeta será el mensajero; los otros apoyados en el habla común articulada según la lógica de la razón habremos de intentar comprenderla con fe incierta y a la vez con la esperanza de trascender a un lenguaje superior donde ya no se precise de palabras, dónde el tiempo ya no sea tiempo, y el silencio sea el único sonido al que prestemos verdadera atención.

   Si el primer ser canto sin palabras intentemos que nuestras palabras ahora sean sólo el murmullo del silencio, si lo logramos tal vez podamos acceder a un estado donde el eco que se escuche sean los pasos de una presencia que nos trasciende. La re-ligación de los hombres con los otros, teniendo en cuenta su condición dialógica, ha de estar contemplada en el diálogo puro del silencio, ahora transmisión espiritual y reverente de nuestra propia voz. Sea el silencio ya no la cárcel de las palabras, sino el sitio donde se recrean y logran romper con la monotonía cansada del sin sentido de siempre decir lo mismo. Sea el silencio la voluntad que nos arrastre a nuevas manifestaciones y creaciones de lo verdaderamente humano, sea la poesía su mayor expresión. Y por que no pensarlo, si en el silencio una vez el hombre aprendió a hablar, habrá que aprender a callar.

 


[1] Villoro, Luis, La significación del silencio, “La significación del silencio y otros ensayos”, UAM, 2008, pg. 49

[2] Ibidem

 

Datos vitales

Moisés Robles Rodríguez, estudiante de filosofía en la Universidad Autónoma de Tlaxcala (ganador del Premio de Ensayo literario en el marco del XIX Festival ” La muerte tiene permiso”, UAT).

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