El poeta y narrador hondureño Murvin Andino, nacido en los años setenta, nos presenta una de sus aproximaciones al género narrativo.
Canibalismo de otoño
“Tempus fugit” Publio Virgilio Marón
Vivimos en esa búsqueda de la salida por escapar de algo tan serio como es morirse, sufrimos tanto y somos apenas el vértigo de los zapatos -pensó Larsen justo antes de salir otra vez, en busca de otra noche de suicidios etílicos y verdades olvidadas.
Siempre recordaría lo mismo, la misma angustia que a veces parecía salirle por los poros y por la sombra, la misma soledad desgarradora.
¿Qué es esa brevedad que nos propone siempre el fin? ¿Qué es esa mierda de morirnos? -Decía más tarde mientras pedía otra ronda de cervezas y las horas seguían su rumbo arrollador por la noche, mientras escuchábamos Pink Floyd y platicábamos en el balcón del bar como muchas noches anteriores y las otras que vendrían después.
Esa vez no habría necesidad de continuar en otro lugar, el bar cerraba tarde los sábados y habría mujeres para escoger, las más bellas de la ciudad llegaban allí, teníamos la oportunidad de enfrentarnos al nuevo amanecer. Si lográbamos conseguir un par de chicas para sangrar la soledad, estaría bien, quizás al amanecer lográsemos llevarlas al apartamento y darles una buena cogida. Recordé a Luisa y a María, dos en una noche fantástica hace un par de semanas, Robert no salió conmigo esa vez, buen augurio para los próximos retornos, así que regresé otras noches, pero nunca fue lo mismo, nunca más las volví a ver, eran dos chicas espectaculares que desparecieron de mi vida por alguna razón del destino, ambas parecían tener cierto tipo de demencia o esquizofrenia, una trabajaba en la morgue de un hospital, la otra simplemente vagaba por las calles sin rumbo fijo y sin nada que hacer por sí misma ni por los demás.
Un hombre es un pájaro ciego que se pierde en la memoria de los días, un perfecto asesino, perfecto imbécil… un donnadie siempre anónimo e invisible, desaparición del espectro del dios del suelo y redención del mal como recompensa por todos los abismos transcurridos en noches de separada tristeza y soledad, imaginé a mi amigo Larsen a punto de caer en uno de esos terribles períodos de depresión que solían atraparlo durante muchos días, a veces eran hasta semanas completas en las cuales apenas decía unas cuantas palabras que consistían en monosílabos afirmativos o negativos
-No, Robert, no todo es así nomás, tenés que aprender. Para ellas es mucho mejor si existen canciones románticas, más profundas que el alma y que el mar, nada ni nadie las mata fácilmente y ellas tan dulces como costumbre y como todas las mujeres, aman, besan, duelen, sufren y escarban lentamente hasta doblarnos la carne.
Me dijo Larsen que también es malo enamorarse, que es mejor ser odioso y cruel, despreciable, sólo se ama por ratos, cuando estás en la cama con ellas, después no hay nada que te quite la nostalgia, pero eso no importa, la soledad es a veces mejor que nada.
Los cuervos son los peores asesinos en este desierto y nosotros nos volvemos a la suerte para estar un poco vivos o despiertos caminando a veces por lo ya andado con los ojos cerrados, inciertos y desnudos como una sombra en el frío. Larsen estuvo un rato pensando algo que no llegaré a saber nunca, un par de lágrimas parecieron salir de sus ojos, como un grito desesperado.
Son puras mariconadas esas del amor Robert, -me dijo casi susurrando- mejor follar y follar hasta que el mundo aguante, a todas la chicas posibles, sin importar cómo, ni cuándo, ni dónde. Sólo fornicar hasta que se termine el universo por el cansancio o por el dolor.
A veces platicábamos largos ratos mientras bebíamos cerveza o ron, le gustaba hablar de chicas, de cine y de los mejores libros que leíamos. Sí, Larsen era un lector obstinado, de esos que siempre andan llevando un libro para sentarse a leer a la menor oportunidad, leía cuando cagaba, en el autobús, antes de dormir y al levantarse. Prefiero Dostoyevski, Camus y Beckett -me dijo- y yo le confesé mi pasión por Kafka y Octavio Paz, ese magnífico poeta mejicano, y cómo mi pasión por su poesía nació precisamente luego de leer en varias ocasiones, en una misma noche, Pasado en Claro, el mejor libro de poesía que he leído en mi vida.
El tiempo es lo más cruel que hay Robert, vos sabés que sí, apenas nacemos y ya estamos llegando a la adolescencia y cuando menos acordamos estamos más viejos que la nada y qué bien por tí que ya conociste todo en la vida, que ya anduviste por el mundo, que probaste la locura, el amor y el fracaso, eso es bueno, sobre todo si ya pasaste por eso y aún sigues aquí, con ánimos de doblegar a la muerte, sí Robert, esto no es nada más que el recuento de momentos que hemos pasado a lo largo de la vida, en los que hemos dicho que el tiempo en realidad no vale nada y que nunca habrá tiempo más que para hoy, nunca habrá un mañana que nos permita la revancha con las horas, las dolorosas horas que son en realidad abismos, pequeños abismos que nos consumen la vida.
Larsen, mientras miraba lo solitaria que estaba la calle a esa hora de la noche, parecía lanzarse al olvido, a ese infinito constante de los condenados, con todos los sueños posibles, como una hoja en el viento, y su mirada parecía llegar al infinito.
Además, nos moriremos pronto, tan pronto como podamos -susurró de nuevo y volvió la mirada otra vez hacia la eternidad, como solía hacerlo cuando estaba triste.
Salimos al amanecer, unas cervezas después y sin mujeres, esta no ha sido nuestra noche Larsen, la cerveza estuvo muy bien y eso es lo más importante. Caminamos unas calles hasta llegar a casa. Al entrar todo estaba oscuro y en silencio, no hay nada que hacer contra la soledad, nada que decirle al miedo y al dolor, tan sólo el inagotable y doloroso diálogo con las horas.
Encendí la luz y recordé que teníamos pendiente el pago de algunos meses de la renta del apartamento y que seguramente mañana temprano alguien tocaría la puerta de nuevo para recordarnos que debíamos pagar lo más pronto posible o encontraríamos frente a la puerta algún aviso indicándonos que desocupáramos el apartamento a la mayor brevedad y entonces no tendríamos un lugar a dónde ir.
No sabríamos qué hacer. Pero no es momento de pensar en esos asuntos, no importa nada. Hay cosas mucho más importantes por las cuales preocuparse.
Larsen duerme como un tronco, yo aún no he podido hacerlo, apagué el televisor, hace poco vi El Laberinto del Fauno de Guillermo del Toro por quinta vez y me llama cada vez más la atención la manera como se juntan fantasía y realidad. El hecho de que lo fantástico pueda existir como algo paralelo a nuestra vida ordinaria.
Sonó el teléfono, no contesté, ojalá todos se fueran al demonio… repetía en mi mente mientras buscaba en las bolsas del pantalón las llaves de la puerta. Ahora necesitaba salir de nuevo, sólo un momento, para pensar en algo que me oriente a lo que realmente deseo hacer de mi vida.
Larsen dormía profundamente, mi querido amigo, poeta maldito… La noche está estrellada…pensé en Neruda, en el infinito y en la muerte, a dónde iré al morirme. Hacia dónde me conducirá la noche.
Quizás, como todos los días, mañana vuelva a despertar pensando que nada es suficiente para sentirme bien, ni el amor, ni el dolor, ni la soledad, nada, absolutamente nada.
Mañana, al igual que hoy, será un día de esos lluviosos, infernal.
Robert, ¿escuchaste lo que dije hace un rato?
De repente se levantó y me dijo que estaba a punto de suicidarse, que se sentía terriblemente mal…
Recordé a Elise…, nuestra siempre reciente ruptura, esa noche andaba ebria y pensé que era una broma suya, igual que otras veces, pero era cierto, tenía otra razón para estar deprimido… hoy no la vi, ni siquiera recibí alguna de sus acostumbradas llamadas, de seguro se marchó con otro.
Lo más duro de la vida es el amor, lo más difícil es saber que te han dejado, que te han mandado al demonio… mejor no amar, nunca.
Eso de amar es una mierda, una plasta enorme de mierda. Sobre todo cuando la distancia no es tan sólo el océano de por medio que escupe el rostro en tardes vacías y noches de tormenta, sino el hombre interior que desangra el alma con todo y sentimientos.
Madrid, trece grados, los últimos instantes son cada vez más eternos y las horas se confunden con el miedo.
Datos vitales
Murvin Andino Jiménez (San Pedro Sula, Honduras, 1979) es Licenciado en Letras con especialidad en Literatura. Ha publicado Corral de locos. Mimalapalabra editores. San Pedro Sula, 2009. (Poesía)