Los argentinos no existen, de Luis Arturo Ramos

Luis Arturo RamosLina Mundet nos presenta una reseña sobre la novela de Luis Arturo Ramos Los argentinos no existen, editada por Eón y la Universidad de Texas at El Paso. Ramos (Minatitlán, 1947) fue ganador del Premio Nacional de Narrativa Colima en 1980 por Violeta-Perú.  

 

Consideramos, con Borges, que la buena literatura de intriga

acostumbra a depender en menor medida del dictamen de ciertas

normas estilísticas que de la sutil y acertada transgresión.

 

 

Para referirnos a la obra ficcional Los argentinos no existen, de Luis Arturo Ramos, de clara estirpe policial y satírica a la vez, tendremos que aproximarnos a algunas convenciones de la narrativa policial para establecer cuáles son las observancias a sus leyes y cuáles las transgresiones. Para ello, acudiremos a una serie de reflexiones vertidas por Jorge Luis Borges en reseñas y notas periodísticas publicadas en revistas argentinas como El Hogar o Sur, entre las décadas del 30 y el 40. Allí, el autor argentino ensaya una suerte de exégesis y bosqueja algunas normas básicas o “mandamientos” para el relato policial clásico.[1]

          Nuestra misión girará en torno de establecer un paralelismo entre las convenciones que Borges propone como constantes de este tipo de narrativa y las coincidencias o infracciones a las que la nouvelle de Ramos apunta.

          Para comenzar diremos, respecto de los rasgos formales de Los argentinos no existen, que se trata de un auténtico prototipo de lo que denominamos nouvelle en la jerga de los clasificadores de narrativas, dado que su estructura lineal nos aproxima más a la tensión del cuento poeniano que a las distensiones de la novela propiamente dicha. El narrador omnisciente de todos sus capítulos se desvanecerá en el “Epílogo prescindible”, dado que el relato cambiará de perspectiva al enterarnos de que hemos leído una historia enmarcada, puesto que se trata de “apretadas cuartillas” garrapateadas por el protagonista, el doctor Bulmaro Zamarripa, para legado de sus hijos. En este caso, quien retoma la trama para plantearse interrogantes será el propio yerno quien citará párrafos enteros de los sucesos vividos y contados por su suegro.

          ¿Por qué nos arriesgamos a pensar que se trata de una narrativa policial, con dejos irónicos y paródicos, o más precisamente, a un subgénero de ésta: la novela negra? Tal vez llevados por la propia clasificación que realiza el único personaje del marco, el yerno de Zamarripa, cuando juzga que “la historia de la reliquia parecía desprendida de la pluma de Dashiell Hammett”. Sí, sin dudas, aquí está el guiño del autor porque, Dashiell Hamett –como todos sabemos– junto con Raymond Chandler, es el creador de la novela negra, surgida a partir del agotamiento de la novela policial o detectivesca.

          Si partimos de las consideraciones teóricas de uno de los cultores del género como es Jorge Luis Borges se debe a que, a parte de sentar las bases del género y de sugerir otras, las explora y deconstruye en su propia literatura de tal manera que abre las compuertas a una proyección posterior. De ahí que, esta evolución genérica tan rica que nos presenta el panorama de la literatura actual nos obliga, en cierta forma, a reformular la categoría genérica policial en pos de acercarnos a las nuevas derivaciones que tienden más a transgredir que a acatar códigos. 

          Si nos ocupamos de definir hoy el concepto de lo policial en el sentido tradicional diremos que es el descubrimiento metódico y gradual, por mecanismos racionales, de un hecho criminal o al menos misterioso, apoyado en una tríada de agonistas: delincuente-detective-víctima. Sobre este esquema, sobresale el razonamiento inductivo basado en la observación y encarnado en el personaje reconocido como detective.

          Si bien miramos, casi nada de esta definición se adecua al texto de nuestro análisis, salvo el razonamiento inductivo aplicado con mucha astucia por Zamarripa para desorientar a todos, a pesar de no ser el detective. De ahí que coincidimos con Borges al afirmar que “los géneros literarios dependen, quizás, menos de los textos que del modo en que éstos son leídos”[2]. El lector de esta nouvelle adopta una actitud especial frente a los hechos, ya que entiende que no se busca al culpable de la muerte de los hermanos gemelos (las víctimas) ni siquiera al motivo que moviliza el andamiaje de las acciones que es la famosa Luger con la que se ha suicidado Hitler (el enigma). En esta historia no hay nada por descubrir sino que todo se organiza para encubrir. El supuesto detective no busca evidencias sino que las entorpece. Podríamos afirmar que es la historia de una gran mentira, protagonizada por un eximio embaucador cuyo heroísmo se sostiene en medio de un ingente enredo que él mismo mantiene hasta el final y donde el lector también resultará engañado. ¿Se nos permitirá asegurar que es una historia policial que contiene su propia anulación? o ¿qué es la antinarrativa policial?

          Pero vayamos por partes ya que prometimos establecer una comparación entre las características estilísticas de la narrativa detectivesca según el pensamiento borgeano y la obra que nos ocupa.

 

Primera convención: Existencia de pocos personajes.

Si existe un límite discrecional de personajes, el lector podrá reconocerlos y seguirlos sin dificultad.

          En la obra de Ramos, este principio se cumple a rajatabla. Es más, debido a la acertada presentación de cada uno de ellos podemos señalar tres categorías de personajes:

a)      Los personajes centrales: Zamarripa, quien lleva a sus espaldas la acción hegemónica, es decir, el hilo conductor de toda la secuencia; el Comandante del Partido y los gemelos González (aunque el lector supone que el protagonista se entrevista siempre con el mismo, dado que recién en el capítulo X se maneja esa hipótesis).

b)      Los personajes secundarios: En su mayoría grupales y no identificados por nombre alguno, salvo por la designación gentilicia de argentinos auténticos o falsos, o bien, por sus funciones subalternas: el guardaespaldas, la afanadora, el conserje.

c)      Los personajes nombrados pero sin actuación en la trama: la esposa, la hija (Brunilda), Hitler, entre otros.

 

Segunda convención: Presentación de todos los términos del problema.

Es indispensable que el lector conozca todas las piezas del tablero sin apariciones imprevistas de otras que desbaraten lo ya establecido.

           Sabemos que en la obra que nos ocupa el lector sigue como un alter ego todas las vicisitudes del protagonista y va descubriendo, junto con él, de manera incrédula al principio, todos los resortes de la trama. Es más, confía en que el narrador omnisciente le transfiera, sin retaceos, todos los pensamientos y actitudes de Zamarripa.

 

Tercera convención: Extrema economía de medios.

La estructura del relato de Ramos trabaja en profundidad y no en extensión. Por ende, la brevedad del texto está dada por la suma de unidades que caracterizan un buen cuento o nouvelle: unidad de construcción (pocos elementos pero significativos); unidad de interés (en gradación ascendente); unidad de efecto (golpea la sensibilidad del lector desde los primeros párrafos); unidad tonal (suma de notas emocionales o indicios que anuncian el final sin develarlo).

 

Cuarta convención: Primacía del cómo sobre el quién.

La nueva narrativa policial se orienta a descubrir más que el nombre final de quién lo hizo, el cómo se organizará el mundo afectado por los acontecimientos. Esto es: la verdad profunda y esencial subyace y va más allá del nivel fáctico.

          Es ésta una definición que encaja perfectamente en esta obra donde el quién nunca se develará, por lo menos a lo implicados en la trama. Sólo los que estamos en la otra orilla, los lectores en complicidad con el narrador y el protagonista podremos unir ambas fases.

 

Quinta convención: El pudor de la muerte.

En el relato policial clásico, como en la tragedia griega, la muerte es escamoteada. Su función consistirá en dar el puntapié inicial de la jugada de ajedrez pero ella en sí misma perderá perfiles.

          En la nouvelle de Ramos este principio se verá afectado y trasgredido de manera ejemplar y desmesurada. Los lectores advertimos, en numerosas oportunidades, la referencia a la sangre, al cráneo resquebrajado, los cuerpos desnudos y abiertos por el bisturí de médicos y practicantes, la manipulación de los órganos, las suturas de las puñaladas, la expresión de los cadáveres…                                 

 

Sexta convención: Necesidad y maravilla de la solución.

Todo conflicto planteado requiere un cierre a través de una sola solución. Por otro lado, esa respuesta deberá maravillar al lector. Pero para que esto suceda, el escritor tendrá que prescindir de soluciones mágicas o maravillosas, es decir, no apelará a lo sobrenatural.

          Los argentinos no existen se plantea como una obra llena de enigmas en busca de una solución; su planteo inicial, como un teorema, es difícil de resolver de acuerdo con las premisas. Sin embargo, poco a poco, se perfila, a través de un razonamiento ingenioso, una explicación de los sucesos rigurosamente lógica.   

 

Séptima convención: Rechazo por las aventuras físicas.

La novela policial tradicional –cualidad que la diferencia de la novela negra o del thriller cinematográfico– tiende a aquietar los espíritus en función de la elucubración abstracta de un crimen, a veces a muchos kilómetros de distancia del suceso o a muchos años. 

          En esta nouvelle, en cambio, tanto el protagonista, como el resto de los personajes, pero sobre todo Zamarripa se ve asediado por una seguidilla de peligros que ponen en riesgo su vida. En numerosas oportunidades, lo amenazan con armas punzantes o de fuego, lo persiguen o vigilan, lo secuestran y maltratan. 

 

Octava convención: Prescindencia de los valores o juicios morales.

Si bien es una premisa aconsejada por Borges para la perfecta novela policial, sabemos que la novela tradicional tiende a la “justicia distributiva”. Muchos autores como Chésterton, por ejemplo, poseen cierto apego por los valores morales y las bonanzas de la justicia para condenar a los culpables y salvar a los inocentes.   

          Nuestra historia no se adscribe dentro de dichos parámetros. Sus personajes no reconocen otra justicia que la que ellos mismos se han forjado a través de sus creencias e ideologías. Los móviles de sus conductas responden a llamamientos políticos o personales. Los hermanos González o Schultz, miembros de seguridad de Hitler, pretenden cumplir con el mandato de preservar el símbolo del nazismo para su pervivencia; el Comandante como los otros grupos de perseguidores y perseguidos se desviven por obtener el trofeo sobre el cual se reanime el Cuarto Reich; Zamarripa busca poder, reconocimiento y dinero.

            Sentimientos encontrados lo colocaron entre el deber y la codicia. El objeto último del sacrificio estaba en sus manos y todos lo ignoraban. Con el tiempo podría esgrimirlo para hacerse de su propio poder, del reconocimiento requerido para echar a andar los planes que como hombre de ciencia le interesaban.  (pág. 37)

           En todo momento, antepone su propio interés a los de la causa, su bienestar económico ante el sacrificio por la ideología; su reconocimiento profesional ante la humildad del hombre de ciencia. ¿Representa al antihéroe? ¿Cómo encarará “el inmediato futuro luego de su osadía”? ¿Cuál fue realmente el destino de la Luger?

          A los interrogantes del yerno se unen ahora los del propio lector, verdadero detective dentro de esta deconstrucción irónica y lúdica a que somete Ramos la tradición de la narrativa policial y negra. Con Borges podemos afirmar que esta nueva corriente, dentro de la que se inscribe la nouvelle de nuestro autor, instaura un juego muy sutil con el lector. En efecto, familiarizado con los parámetros de lo policíaco, el receptor ve peligrada su confianza en la estabilidad representativa de los signos y en la existencia de la verdad detrás de ellos. Por ende, si bien se presta a participar del juego intertextual a partir de la heterogeneidad de la materia literaria, tiende a crear una nueva historia que el autor sugiere a través de la reelaboración paródica de las constantes del género.   

 

 


[1] Ver BORGES, Jorge Luis, “Leyes de la narración policial” (1933), en Textos recobrados II (1931-1955), Emecé, 2007.

 

[2] Borges, oral (1979) “El cuento policial”, Emecé Editores, Editorial de Belgrano, pág.  66.

 

Datos vitales

Lina Mundet es Licenciada en Letras y Magíster en Comunicación. Se desempeña como rectora del Instituto Superior de Letras Eduardo Mallea para el que creó las carreras terciarias de Corrector literario y Redactor especializado.

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