Foja de Poesía No. 120: Jorge Dávila Vázquez

Jorge Dávila Márquez     Jorge Dávila Vázquez (Cuenca, 1947) es uno de los escritores más representativos de la literatura ecuatoriana actual. Es el único escritor ecuatoriano que ganó dos emisiones del Premio Aurelio Espinoza Polit, el más importante reconocimiento literario del Ecuador.

 

Hora 29

 

A veces te recuerdo

con el asombro

que contemplaste

un loto en los jardines

de aquel palacio florentino

convertido en albergue

 

A veces vuelvo a mirar tu rostro

frente a las catedrales

góticas

 

A veces retorna tu estupor

ante la música escuchada

en un teatro inmenso

y lejano

perdido entre la bruma

del recuerdo

de una ciudad

con su medialuna de mar

entre las casas.

 

A veces cuando azotan

mistrales a mis velas

y caen a lo lejos arboledas enteras

tu rostro de Granada

fascinado

regresa

y te siento

remota,

pero también más cerca,

íntimamente amada

piel a piel

sueño a sueño

 

A veces

no retornan

ni tu voz,

ni tus manos,

todo vaga en remotas aldeas

de infortunio,

todo es piedra de olvido

y raíz de tiniebla,

sólo me queda entonces tu rostro desvaído

ante la luz asida

por los impresionistas

o tu voz en la noche helada

de un febrero en que todas las aguas

cantaron

como un coro

de sirenas de plata. 

 

 

 

 

Hora de erratas

 

Dice sol

debe decir oscuridad

dice tú

debe decir adiós

dice Novena Sinfonía

debe decir tristeza mortal

dice manos entrelazadas

debe decir mentira

 

Pero también

en ciertas líneas

dice sombra

y debiera decir luz

dice cuervos

y debería decir palomas

dice cardo

y debería decir crisantemo

dice ceniza

y debería decir hoguera

dice nosotros dos

y debiera  sin duda

decir todos

 

Dice tantas cosas

y no debiera decir nada.

 

 

(De Libro de horas)

 

 

 

 

Memoria de la Poesía

(Fragmentos)

 

Ella es

la poesía,

nace de la palabra como el día

y muere en las sombras del silencio.

Ave fénix eterna, de la ceniza surge,

vuela, se confunde con el sol y se consume en él,

mas retorna a los hombres y los ilumina.

 

Momentánea,

parece que se extingue,

pero renace siempre:

en el llanto del hijo, en su alegría,

en la primera, imperfecta

y balbuceante carta enamorada,

en el cuerpo junto a nuestro cuerpo,

en la mano que llega en el dolor,

en el gesto heroico y silente que cuesta la vida,

en la frase hermosa e inesperada,

en la luz, el agua, el pájaro y la rosa

que sin estar está, como dijo Dulce María Loynaz.

 

Ella es

la poesía,

el verbo,

y se hace carne en tantas voces diariamente

y gracias a Dios habita entre nosotros

y vemos su gloria

y aunque a veces no la recibimos,

sin embargo, permanece, según Dávila Andrade,

aun en medio de la miseria, y hasta cuando tiene que inclinarse

ante el plato de azafrán de las posadas,

porque pese a ser de sombra y sueño, como diría Shakespeare,

es inmortal,

y solo se extinguirá el día en que los hombres

desaparezcamos de esta tierra,

materia prima de toda creación,

el más hermoso y cruel, el más intenso y perenne

de todos los poemas.

 

 

 

 

6

 

La noche

a veces

un árbol

que crece

sin medida

en el abismo

de lo oscuro.

 

 

(De Sólo la noche)

 

 

 

 

9

 

Peregrino en la noche

Henry Klein

solo

y callado

—tal vez un poco

triste—

apagas tu lámpara

acá abajo

y allá arriba

se extingue

una estrella.

 

(De Peregrino en la noche)

 

 

 

 

Remoto 

  

Y Sheherezada

se instalaba

en una silla destartalada

entre las dos camitas

de los hermanos

y narraba cada noche

el cuento de dormir.

 

Y cuando crecieron

Sheherezada

leía a la luz escasa

de una lámpara

usada

las interminables historias

de las mil noches

y una.

 

Pasó la vida.

La voz de la princesa

que imaginaba cuentos

se ha callado.

Solo queda en el aire

la magia de algún eco

de surtidor

o de canción extraña

entonada por esclavos

bajo los naranjos floridos

un jirón de esos velos

bordados

de las favoritas

o el brillo de los ojos

melancólicos

de un sultán taciturno.

 

 

(De Río de la memoria)

 

 

 

 

4

 

El rostro

de la mujer amada

húmedo de llanto

ante el retablo mayor

de la catedral

de Toledo.

Instante

de emoción

que vale una eternidad.

 

(De Recuerdos en Río de la memoria)

 

 

 

 

2. El ángel

 

Desconcertado vuela

en torno a tu frente.

 

Este ángel inexperto, madre,

no conoce la muerte.

 

No la conoce, este ángel,

madre, y se aterra.

 

(De Pequeña Canción en Río de la memoria)

 

 

 

 

4

 

Me miro

pienso en las largas

noches del insomnio

los túneles de la pesadilla

el dolor taladrando

el cuerpo

el alma

los sentidos

todo.

 

Soy la res

abierta en canal

que empezó a pintar en claroscuro

el viejo Rembrandt

y acabó de hacerlo

siglos después

Soutine.

 

Y con esa imagen

desgarrada

duermo

despierto

alucino

soy.

 

Heme aquí

ante el dolor

que azota

crucifica

corona de mínimas

espinas de sudor.

 

Cristo,

perdón por los

paralelismos, perdón

pero esta cama

es semejante

a una cruz

y estoy,

Señor, aquí

crucificado.

 

De Cuaderno del convaleciente, en Río de la memoria)

 

 

 

 

David

 

Iba

dicen los Libros

tocando el arpa

y cantando

delante del Arca

de la Alianza

aquella

que bajo las alas

de los querubes de oro

guardaba la Palabra.

 

Cuando amaba

debe también haber

entonando cantos

de gozo

y la danza quizá

le llenaba el cuerpo

de ese fuego

de la carne

fervorosa.

 

Debió ser una fuerza

semejante

a la que le colmaba

el pecho juvenil

de músicas guerreras

hechas de grito

de fuerza

de alarido

cuando iba

en pos de Goliath

con su silbante

honda de pastor.

 

Y en el dolor

entre la ceniza

que le marcaba

el rostro de elegido

y penitente

su queja

se elevó a través del tiempo:

¡Apiádate de mí,

Señor,

ten misericordia

de David tu siervo!

 

(De El corazón de la música)

 

 

 

 

No. 7

 

Nada ha de cambiar

en el libro de la eternidad

lo que se dijo

un día

con amor.

Ni el tiempo implacable

ni la terrible muerte

ni siquiera ese otro morir:

la desmemoria.

 

(De Canciones de amor en forma de vals)

 

 

 

 

 Dios

 

Señor:

No soy Moisés,

sin embargo

la zarza ardiente

aún crepita

en mi sangre.

 

 

(De La palabra, el silencio)

 

 

 

 

 Poética

 
 
 

 

Solitaria espera
¿de qué?
Quizás
de una luz.
De un amor,
¡quién sabe!
De una palabra
—la palabra—,
siempre.

 

(De Árbol aéreo

 

 

 

 

Datos vitales

Jorge Dávila Vázquez (Cuenca, 1947) es Doctor en Filología por la Universidad de Cuenca, donde fue docente. Crítico de arte. Obras: María Joaquina en la vida y en la muerte (novela) y Este mundo es el camino (cuentos), Premio “Aurelio Espinosa Pólit” 1976 y 1980; Los tiempos del olvido (cuentos), premio CCE, 1977; Con gusto a muerte y Espejo Roto (premio CCE, 1990) (teatro); De rumores y sombras (novelas cortas), 1991; Cuentos breves y fantásticos y Acerca de los ángeles (ed. trilingüe),1995; César Dávila Andrade, combate poético y suicidio (ensayo), 1998; La vida secreta (novela breve) y Memoria de la poesía (lírica), 1999; Piripipao (novela breve) 2000; Historias para volar, Entrañables, Libro de los sueños (Premio Joaquín Gallegos Lara, 2001) y Arte de la brevedad, 2001 (cuentos);  Río de la memoria (poesía), 2004 (ed. venezolana) y 2005 (ed. ecuat.);  La luz en el abismo (antología de cuentos, Campaña de Lectura “Eugenio Espejo”), 2004. Minimalia, cien historias cortas, 2005, y La noche maravillosa, antología personal, Libresa, Antares, 2006. Árbol aéreo (lírica), Bienal de Cuenca, 2008. Consta en antologías nacionales y extranjeras, con textos traducidos al francés, inglés, alemán, portugués, italiano y hebreo. Colabora en numerosas revistas y en El Mercurio de Cuenca, Diario Hoy de Quito y Mundo Diners.

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