Reseña: El oro ensortijado. Poesía viva de México

El oro ensortijadoLa poeta ecuatoriana Valeria Guzmán, radicada en México, nos presenta la siguiente reseña de la antología El oro ensortijado. Poesía viva de México, editada por La University of Texas at El Paso, la Escuela de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima, La Secretaría de Cultura de Puebla, Eón y Círculo de Poesía.

 

Oro limpio

 

El oro ensortijado. Poesía viva de México es una antología que reúne, en trescientas veintisiete  páginas,  los poemas de cuarenta y seis poetas vivos y preclaros del siglo XX y XXI.

            Los compiladores, Mario Bojórquez, Alí Calderón, Jorge Mendoza y Álvaro Solís, intentan exponer un panorama literario que dé cuenta de la tradición en aras de reivindicarla como uno de los paradigmas más vitales y prolíficos para generar poesía en México.    

            Es prudente conocer las diversas poéticas que confluyen en un país porque a partir de sus contrastes se da razón de su existencia.

           Hacia 1960 las discrepancias en torno a los poemas que incluiría Poesía en Movimiento produjeron una abrupta bifurcación de caminos en cuanto a la legitimación  de la poesía (legitimación que se agravó hacia la década de los 90). Mientras Alí Chumacero y José Emilio Pacheco pugnaban por  “la dignidad estética, el decoro- en el sentido horaciano de la palabra- la perfección” Octavio Paz y Aridjis se opusieron exaltando la tradición de la ruptura.

            Ahora que parece que la poesía pudiese ser cualquier cosa, o que los poemas son conjuntos arbitrarios de palabras, El oro ensortijado demuestra lo contrario: la poesía no es cualquier cosa, el poema no es un mero conjunto de palabras.

            Por lo tanto, que quede claro que esta antología tiende sin ocultamientos a retomar la poética del movere et delectare latino, que trata de volver a los preceptos horacianos: “En toda obra debe reinar la unidad y la simplicidad”.  “Los poetas tienen licencia para fingir pero no hasta el punto en que se mezclen en desorden ideas confusas que no tuviesen entre sí trabazón alguna”.  De tal modo, con esta compilación, se procura evocar poemas que signifiquen, que sean ricamente literarios. Pero ello no es la suficiencia. El mismo Horacio menciona que un poema debe ser bello y, a la par, conmover: “No basta que sea bello un poema: conmueva también y lleve donde quiera el corazón del espectador… Si quieres que llore debes llorar tú primero” Planteamiento  que fue retomado más adelante  por Robert Graves: “Un verdadero poema motiva que los pelos se ericen, los ojos se humedezcan, la garganta se contraiga, la piel hormiguee y la espina dorsal se estremezca.”, el cual conlleva, a la vez, una reacción fisiológica.  Todo ello podría resumirse en palabras de Jorge Mendoza: “Proponemos una lectura de nuestra tradición a partir de la poesía significada por la precisión expresiva y por la pasión, la emotividad, la síntesis de lo apolíneo con lo dionisiaco, reunión de logopea, fanopea y melopea como lo quería Ezra Pound”

            Si bien en los años 60 proliferan los poemas acerca de realidades inmediatas y las instancias de la vida cotidiana dan origen a una poesía coloquial, no cabe el temor de que no se transforme la palabra cotidiana porque, necesariamente, un buen poeta resemantiza su contacto con el mundo a partir de una operación metafísica y de ello queda el significado sostenible, no la referencia pasajera. Eso sí, se agrega el valor confesional y a partir de la expresión de la experiencia íntima se gana en emotividad, porque el lector se identifica como un ser propenso a las mismas dolencias y además se  reconoce en los temas que han preocupado desde siempre al hombre (amor, desamor, odio, ira, soledad) matizados a partir de un contexto cercano.

            ¿Si los poemas fuesen anónimos y tuviésemos que elegir algunos para leer, qué leeríamos? Yo, en lo personal, elegiría el noventa por ciento de los poemas de El oro ensortijado. Los elegiría por su calidad, por ser altamente emotivos, por mantener el cuidado formal y, finalmente, por su gran belleza y simplicidad.

            Pero también los elegiría por los poetas, porque sus nombres, de por sí, me anuncian el temblor de la buena poesía. Enumero algunos de los incluidos que son más caros a mi gusto, primero los consagrados que son la tradición: Alí Chumacero, Rubén Bonifaz Nuño, Tomás Segovia, Eduardo Lizalde, José Emilio Pacheco; luego otros que son los más vitales y pueden considerarse ya parte de la tradición: Efraín Bartolomé, Francisco Hernández, Eduardo Langagne, Jorge Fernández Granados, Mario Bojórquez, Álvaro Solís. Y finalmente, quienes siguiendo los pasos de sus maestros nos han legado sus primeros trabajos, que no desmerecen sino que continúan la tradición: Balam Rodrigo, Mijail Lamas, Jair Cortés y Alí Calderón.   

            Me permito citar algunos versos para evidenciar los recursos que se tomaron en consideración como lineamientos: lo retórico-estilístico, melopea, fanopea, logopea y conmoción:

 

            De Alí Chumacero, con quien inicia magistralmente la antología:

“Antes que el viento fuera mar volcado,
que la noche se unciera su vestido de luto
y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo
la albura de sus cuerpos.” (Poema de amorosa raíz)

            En este caso, el endecasílabo, los alejandrinos y los heptasílabos generan un ritmo que devienen en  tono lúgubre y oscilatorio. Se plantea una isomorfía entre la separación de elementos en la creación y los sonidos  del soplo, la liquidez y el desgarre representados por la reiteración de los fonemas /b/ /f/ /l/ /r/, sin dejar de lado las vocales que  dan sensación de oscuridad /o/ /u/.  

             De Efraín Bartolomé:

“La luz es un panal que gotea sol

un sol que gotea luz

un árbol derramando su follaje cuajado de sentidos como un ave sus plumas”

(Poema 3 de Cuadernos contra el ángel)

            Aquí se alternan  los versos cortos y largos. Ello produce la vertiginosa sensación de la caída. A través del empleo del retruécano se provoca la inversión del ritmo. La isomorfía se hace evidente a partir del fonemas: /l/ que representa la liquidez de la gota y  la ligereza de la luz;  /t/ que es el golpeteo. Las imágenes son diáfanas en extremo.

             Un gran poema es el oro que debe buscarse fluyendo entre el resto de las piedras. Los poemas de El oro ensortijado son  lingotes relucientes, de elevadas conductividades eléctricas y resistentes a la corrosión. Auguro por ello que esta sortija forjada para el deleite, producto de la más delicada orfebrería, va a engarzarse en la memoria del lector y  en el panorama literario venidero.

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