A continuación presentamos un acercamiento a la poesía de Juan Carlos Cabrera Pons (San Cristóbal de las Casas, Chiapas, 1986). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Mérida” 2008 por su poemario Cuatro piezas danesas (Fondo Editorial del Ayuntamiento de Mérida, 2009).
Un poema y sus variaciones
Pues yo soy el infierno, y en las
Profundidades del abismo otro se abre
Más hondo, que amenaza devorarme,
Comparado con el cual, el infierno
que padezco, parece incluso un Cielo.
John Milton
[Poema]
El primer ángel cayó de las alturas, cayóse
de la nube más dorada; acarició su grito
la penumbra, hirió de grietas la oscuridad.
Dijo:
«Hay una espina en la tierra,
hay una espina que hiere –dijo en esta tierra–,
y en la punta de la espina hay un jardín».
[Variación]
Sacudiendo a la noche con las alas, así, el gallo,
que acostumbra aplaudir a la aurora con su voz,
no lo pueden resistir leones presurosos, ni mirarlo;
sino que huyen de él al momento,
porque emanan de sus miembros átomos que,
metiéndose en los ojos de los leones,
lastiman sus pupilas, y tal dolor provocan,
que ni su coraje y valentía lo resisten.
(Tito Lucrecio, De rerum natura, IV, vv. 712-719)
[Variación]
Acarició su grito la penumbra
porque si luminoso el golpe, luminoso fue también el grito.
Hirió de grietas la oscuridad
como los ejércitos de antaño
arietes arrastraban contra puertas enemigas.
«Porque si afiladísimos los átomos de luz
–dijo–, afiladísima es la tierra que reflejan».
[Variación]
Criatura, has de saber:
quien creó el cielo
creo también la tierra; esta tierra morada nuestra;
esta tierra cuerpo nuestro lacerable. Quien creó
el fuego, creo también las cenizas, morada nuestra.
[Variación]
El primer ángel cayó. Yo soy aquel ángel primero.
Yo soy Aquél, el escindido, el solitario, el egoísta.
Caí desde la nube más dorada. Dije:
«Que ahora vengas a decir a la profundidad en que discurro
que brillan doradas las nubes a lo lejos;
que vengas a creerte ahora que hay cielos a lo lejos que he perdido
porque se vieron alejarse lentamente en la caída;
que vengas a lo lejos a decirme cualquier cosa,
es un atrevimiento imperdonable, muchacha.
Pero que vengas a creerte aún haber llegado,
y creas haber dicho que llegaste,
y que puedes aún llegar acaso y aún decir, y creas haber llegado y dicho,
eso es sólo el resultado de tu concepción euclideana del tiempo».
Yo soy Aquél, no puedes ya decirme nada. Dije:
«Muchacha, has de saber:
Todo lo veo desde aquí abajo.
Cada fragmento del mundo es igual a la totalidad de mí.
En cada una de mis lágrimas –y mira si he llorado– van los mares,
y en cada mar el cielo, y afilados los átomos de luz rasgan el cielo.
Me duele la luz muchacha, y tu recuerdo, porque la luz es igual
en cada una de sus partes, y cada átomo de luz es una espina, y cada
segundo va sumándose en espina gigantesca; y toda la luz en conjunto,
y toda la historia acumulada, son fragmentos afilados de mí mismo
No puedes más decirme nada muchacha,
porque mi furia es total en cada una de sus partes,
y no hay palabra que te sepas que se escape de mí mismo,
ni fragmento de palabra
que no esté lleno de mi furia espinosísima».
[Intermezzo en que el ángel hace la pica]
Como los ejércitos de antaño arietes arrastraban contra puertas enemigas,
no por amor o por odio sino por furia,
te haría el amor con una furia constante como el musgo en las raíces,
y musgo reptaría tus piernas,
columnas agrietadas de un templo abandonado.
Te haría el amor, muchacha, incluso en esta hora,
pero mi semen negro y frío como la furia
helaría tus muslos en hilillos delgadísimos y fragmentados,
germinando un dolor oscuro entre tus piernas.
[Variación]
Porque yo soy el Infierno,
y por dentro un otro infierno se abre
más ancho y amenaza devorarme.
Yo soy el Infierno
aunque adentro mil infiernos se levanten
más anchos y amenacen devorarme,
porque yo soy el Infierno.
Todos los ríos nacen de mi canto,
va abriendo abismos la palabra mía,
yo soy el Infierno,
vuelven hacia mí todos los ríos,
todo va cayendo hacia mi abismo
porque yo soy el Infierno;
y por dentro un otro infierno se levanta
mucho más ancho y hambriento que el Infierno,
pero yo soy el Infierno.
[Variación]
No fui yo quién para triunfar de ti, Dios mío,
no fui yo quién para retarte, y ahora caigo.
No tengo la paciencia de los héroes;
me urge la vida, Dios mío, ya nada en mí te busca.
Estoy caído lejos, irreconocible;
yo soy aquel ángel primero.
No puedo ya voltear las alas a la inversa, ni puedo,
por más arrepentirme de mí mismo,
ser el Euclides Redentor que me hace falta.
No tengo la paciencia de los héroes,
me urge la vida Dios mío, ya nada en mí te busca.
No quise más reinar bajo tu manto, lo confieso,
y fui caído. No soy Agamemnón, no tengo
reyes a quien reinar, Dios mío, pero sigo siendo el Rey.
[Variación]
No puedo entrar en ti, muchacha,
no puedes comprehenderme;
no tienes tú los góticos portales
apenas suficientes a mi paso;
no tienes el espacio de mis alas,
muchacha, porque yo soy el Infierno,
y yo soy el más ancho de los males.
La gaviota
(Rådhuspladsen)
Como una cabra alada la gaviota desentierra Copenhague
hunde el cuello entre sus brazos de ceniza
se relíe
y todo si no es blanco lo devora.
¿La has visto al amanecer?
¿mareada? ¿la gaviota?
¿mareada desde el alba
en su labor insólita de oleaje?
la corteza del pan no la perdona
y las manchas soñolientas de tu rostro
bajo sus viejas alas blancas las esconde.
Mareada dando vueltas como ciega
–más que ciega la gaviota
todo lo que no es blanco lo devora
y todo si no es blanco contradice.
Y Copenhague
la blanca
la blanca blanquísima Copenhague
el colmo de la nieve
desde una interior fuente se descubre
rompiendo los cimientos del planeta
elevándose en el aire
jalada en las alturas por gaviotas.
Desnuda se relíe
bosteza y se levanta.
El sol de molestarla se enrojece
y toda blanca de boda es Copenhague.
Entonces lo sabíamos
no se puede extrañar en Copenhague
no
ni morirse
que la ausencia que se cae como una roca
sobre sus viejas torres blancas se estremece
y el tiempo que se baila en tus arrugas lo devora
y todo si no es suyo contradice
y no
no se puede morir.
–¿La has visto? ¿la muerte?
¿desnuda como un muerto
en su labor insólita de río?
Es una encrucijada como ausente
y no
no se puede morir.
Toda blanca de boda es Copenhague
y todos expectantes blanquecinos
no despiertan al discurso pajaresco de la muerte
ni a las plumas de aquel pájaro inefable.
Datos vitales
Juan Carlos Cabrera Pons (San Cristóbal de las Casas, Chiapas, 1986), poeta y traductor. Cursa la licenciatura en Literatura y Ciencias del Lenguaje en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Mérida” 2008 por su poemario Cuatro piezas danesas (Fondo Editorial del Ayuntamiento de Mérida, 2009). Actualmente cuenta con un estímulo del Programa de Estímulos para la Creación y el Desarrollo Artístico que otorga el CONECULTA Chiapas en la categoría Jóvenes Creadores.