Con una introducción de Dalí Corona, presentamos “La cena jocosa”, poema gastronómico del sevillano Baltasar de Alcázar, quien “… Se distinguió por su gran alegría y desenfado al escribir, ya fuera de él o de otros personajes de la época…”
Baltasar de Alcázar: La cena jocosa
El Siglo de Oro español no sólo nos dio en poesía a Gracilaso y Lope de Vega, a Herrera y a Ercilla, este último, autor de La Araucana, poema de épica culta que se desarrolla métricamente en estrofas llamadas octavas reales y que trata sobre la conquista de Chile por parte de los Españoles. También, pero no tan famoso como los anteriores, pero si igual de grande, el Siglo de Oro nos dio a Baltasar de Alcázar (Sevilla, 1530-Ronda, 1606).
Este poeta sevillano no sólo se distinguió por ser amigo de varios artistas ya reconocidos en ese entonces, ni por ser el primer protector de Velásquez. Se distinguió por su gran alegría y desenfado al escribir, ya fuera de él o de otros personajes de la época, esto, sin contar con que fue el precursor de la poesía gastronómica, escribiendo innumerables poemas sobre comida y dejando para goce de sus lectores, su poema más conocido, La cena jocosa, escrita en redondillas y que, con gran humor, nos da una idea muy clara del menú corriente de la España del siglo XVI: La ensalada y salpicón / hizo fin: ¿qué viene ahora? / la morcilla, ¡oh gran señora,/ digna de veneración! // ¡Qué oronda viene y qué bella! / Qué través y enjundia tiene! / paréceme, Inés, que viene
para que demos en ella // (…) Alegre estoy, vive Dios; / mas oye un punto sutil. /¿no pusiste allí un candil? / ¿Cómo me parecen dos? // Pero son preguntas viles; / ya sé lo qué puede ser: / con este negro beber /se acrecientan los candiles.
Baltasar de Alcázar, poeta petrarquista como muchos de su época, en su producción de sonetos, se comporta como todo lo contrario, haciendo no sólo descripciones físicas de personajes, como los sonetos Una mujer que se llamaba blanca y deseaba serlo, donde comienza por relatar la belleza de la dama hasta convertirla en un verdadero horror, sino también de sí mismo, como se puede ver en el poema La gota, que no sería gratuito, ya que el 16 de febrero de 1606, Baltasar de Alcázar muere por complicaciones de esta enfermedad. Entre las grandes aportaciones de Baltasar de Alcázar a la poesía, se encuentra la experimentación de nuevos modelos estróficos tanto en epigramas como en la creación de sonetos rimados en consonante, donde incluso se permite hacer referencia a la construcción de éste y su utilidad. Pero su más grande aporte, se encuentra en la décima, siendo de los primeros en utilizar la llamada décima Espinela con pausa tras el cuarto verso: abba:accddc.
La variedad métrica de Alcázar, no sólo queda en las figuras antes mencionadas, también se interesó por la copla novena (antecedente de la Espinela), enigmas, perogrullada y disparate, figuras retóricas utilizadas en el Siglo de Oro.
Baltasar de Alcázar fue uno de los grandes poetas españoles del Siglo de Oro. Nos dejo no solamente su ingenio y gracia, no sólo su humor y su ironía, sino también infinitas enseñanzas acerca de la construcción del verso y el poema.
Dalí Corona
La cena jocosaEn Jaén, donde resido,
vive don Lope de Sosa,
y diréte, Inés, la cosa,
más brava de él que has oído.
Tenía este caballero
un criado portugués…
Pero cenemos, Inés,
si te parece, primero.
La mesa tenemos puesta,
lo que se ha de cenar junto,
las tazas del vino a punto:
falta comenzar la fiesta.
Comience el vinillo nuevo
y échole la bendición;
yo tengo por devoción
de santiguar lo que bebo,
Franco, fue, Inés, este toque,
pero arrójame la bota;
vale un florín cada gota
de aqueste vinillo aloque.
¿De qué taberna se traxo?
Mas ya…, de la del Castillo
diez y seis vale el cuartillo
no tiene vino más baxo,
Por nuestro Señor, que es mina
la taberna de Alcocer;
grande consuelo es tener
la taberna por vecina.
Si es o no invención moderna,
vive Dios que no lo sé,
pero delicada fue
la invención de la taberna.
Porque allí llego sediento,
pido vino de lo nuevo,
mídenlo, dánmelo, bebo,
págolo y voyme contento.
Esto, Inés, ello se alaba,
no es menester alaballo,-
Solo una falta le hallo:
que con la priesa se acaba.
La ensalada y salpicón
hizo fin: ¿qué viene ahora?
la morcilla, ¡oh gran señora,
digna de veneración!
¡Qué oronda viene y qué bella!
Qué través y enjundia tiene!
paréceme, Inés, que viene
para que demos en ella.
Pues, sus, encójase y entre
que es algo estrecho el camino,
no eches agua, Inés, al vino
no se escandalice el vientre,
Echa de lo trasañejo,
porque con más gusto comas,
Dios te guarde, que así tomas,
como sabia mi consejo.
Mas di, ¿no adoras y aprecias
la morcilla ilustre y rica?
¡Cómo la traidora pica;
tal debe tener especias!
¡Qué llena está de piñones!
morcilla de cortesanos,
asada por esas manos
hechas a cebar lechones.
El corazón me revienta
de placer; no sé de ti.
¿Cómo te va? Yo, por mí,
sospecho que estás contenta.
Alegre estoy, vive Dios;
mas oye un punto sutil.
¿no pusiste allí un candil?
¿Cómo me parecen dos?
Pero son preguntas viles;
ya sé lo qué puede ser:
con este negro beber
se acrecientan los candiles.
Probemos lo del pichel,
alto licor celestial;
no es el aloquíllo tal,
ni tiene que ver con él.
¡Qué suavidad! ¡Qué clareza!
¡Qué rancio gusto y olor!
¡Qué paladar! ¡Qué color!
¡Todo con tanta fineza!
Mas el queso sale a plaza
la moradilla va entrando,
y ambos vienen preguntando
por el pichel y la taza.
Prueba el queso, que es extremo
el de Pinto no le iguala;
pues la aceituna no es mala
bien puede bogar su remo.
Haz, pues, Inés, lo que sueles,
daca de la bota llena
seis tragos; hecha es la cena,
levántense los manteles,
Ya que, Inés, hemos cenado
tan bien y con tanto gusto,
parece que será justo
volver al cuento pasado.
Pues sabrás, Inés hermana,
que el Portugués cayó enfermo…
Las once dan, yo me duermo,
quédese para mañana.