A continuación presentamos un acercamiento a la obra del poeta José Luis Díaz-Granados (1946), indispensable para entender la poesía colombiana actual. El 2008, el XVI Festival Internacional de Poesía de Bogotá lo escogió como Poeta Homenajeado. Sus primeros libros de poesía se hallan reunidos en un volumen titulado La fiesta perpetua. Obra poética, 1962-2002 (2003).
Algarabiónica
Sombra pesada pasada voy a demolerte
a torcerte como a un trapo mojado
para volverte añicos y sacarte luz.
Y no sé cómo eres yo que sé que existes
yo que sé lamer los ríos de ariquipe
escuchar el incienso en locos templos
desbaratar comodidades dominicales
angelicar satanases inverosímiles
ladrar a los perros que aúllan
perecear con el father de las luces
sacrificar un mundo para pulir el universo
nerudiar hasta el fin de mis días
mamasantear y okey y el poder para qué
besarte el bezo allá en el besadero.
Entretanto yo atisbo bonaeréo canto
chiflo diciembro emerjo fantaseo
garcho huelo imagino jodo kirio
locomoto llovizno malbarato
nicaraguo ñequeo oberturo
pajéome quitopesares repentizo
sartrocamío tiro unjo veintinuevo
walquirio xifoido yugulo zarzamoro.
Tu dulce habla, ¿en cúya oreja suena?
Tus claros ojos, ¿a quién los volviste?
Una cosa es California y otra fornicar en Cali
gaudeamus igitur juvenes dum sumus
s’io ti fiammeggio nel caldo d’amore
trágate tu babita atarbancito
omnia mecum porto llevo todo lo mío
conmigo oh misterio descíframe
la gracia no está en orinar
la gracia está en hacer espuma
allí donde tocar es sabrosísimo
cóndor quetzal volvereta crisálida
poema antipoema gobledegook murmurio.
Doncel no yo ni émulo del ídem
en apetencia muda de tu guedeja oscura
todo por tí deidad mujer idolatrada
hurí odalisca diosa proterva o pudibunda
alhaja ágria de bombachos gualdas
fembra descolorida coima de Teusaquillo
adorada mi ninfa presea infanda boba
zagala mía saliva de sílfide peluda
monstruo gacela ménstruo impía la susurra
fámula primorosa de patas provocativas.
Comunícote ahora concubina en potencia
en momentos más inesperados besarete
lugar mancha nombre no acordarme
oh dulces prendas por mi bien halladas
tuyo del alma firmo original y copia.
Alba
Para mi loca vida, al mediodía
un día más día que todos el sol regó la lluvia
y el alba al mediodía aún era alba,
más sutil que un minuto transparente
y más minuto que un océano eterno.
Cisterna pura donde cabe mi ser entero,
mar de rocío que me acaricia incesante,
patria perenne de mi corazón,
jaula donde descansa para siempre mi alma.
Alba-luz, Alba-sol, Alba-marina,
Alba-día, Alba-siempre, Alba-del-alma,
Alba hoy, Alba-azul, Alba-de-julio,
Alba-amor, Alba-esposa, Alba-dormida,
Alba-verso, Alba-única, Alba-mía.
Navío, vasija, cueva, balandra de mis sueños,
gaveta donde guardo todos mis pensamientos,
cofre donde se esconde mi sonrisa,
donde moran mis ansias y mis recuerdos.
Alba, norte presente, norte eterno,
carne mía, mi sombra, mi gemela,
mi compañera loca, mi pulsera,
mi mágico aposento, mi pequeño castillo,
donde habita el amor definitivo.
La fiesta perpetua
Mi historia está llena de silbidos y dédalos,
de voces y de veces, de jodidas preguntas,
de estaciones narradas para un inventario
de cicatrices y de resonancias.
Mi historia es una casa que envejece
con sus recintos intactos. Mi historia
es un cuerpo que habita entre estupores
y una boca que incendia las palabras
cuando bebe el amor. Mi historia debe ser
un banquete,
una fiesta perpetua
donde conviven el duende y el disturbio.
La nueva casa
El exilio es una nueva empresa,
un nuevo oficio.
Los flamantes compañeros
parecen viejos
que acabaran de nacer.
Todo es nuevo.
Hay nuevos modos de reír
y de llorar.
Hay otro estilo
de meter la pata y de cortarse el pelo.
Todo es reciente,
inédito, curioso,
impertinente, extraño, sorpresivo.
El exilio es una casa enjuagada,
con una ventana
y dos puertas.
Habitante del sueño
A Raúl Hernández Novás
in memorian.
Estás allí, te veo, pero no andas
en tu tarde de nítida escritura.
Habitante del sueño, en tu ventana
miras los restos desde cada signo,
desde cada metáfora llovida.
Hablas a quien te lee, fosforescente
noche que a tus alturas amanece
sin término, sin habla, sin pupilas.
En tu poema vibra el dulce ansia,
un solo de silencios que gravitan,
el tiempo circular, las manos limpias,
“de alba ceniza en la cerrada puerta”.
Eres de sol y sombra, eres de nieve
en el verano en que tu mano asciende
hacia la eternidad de la escritura.
Aullido en mí menor
Yo qué sé de quién soy o si soy tuyo.
Al fin ¿de quién es quien en este mundo?
Romeo es de Julieta y ésta de él.
Julieta es de Romeo y éste de ella.
Pero de Shakespeare es Romeo y Julieta
(y de Prokofiev y de todos nosotros).
El príncipe no es de Maquiavelo.
El príncipe es de Blanca Nieves.
(Y de Camila Parker, ¿quién lo duda?).
La familia de Pascual Duarte no es de Cela.
Es de Pascual, como ser Zebedeo
el padre de sus hijos, y ser blanco
el corcel negro del Emperador.
María es de José y de Efraín,
de Agustín Lara y de Jorge Isaacs.
¿Y de quién es la muerte tan temida?
¿De Gabriela Mistral en sus sonetos?
¿De Artemio Cruz? ¿Del padre de Manrique?
¿Es la muerte, del cisne o de un viajante?
Pirandello pudo haber escrito
Seis personajes en busca de autor,
pero en verdad ellos pudieran ser:
Simón, el que ayudó a cargar la cruz.
El confesor de Isabel de Castilla.
La autora de los días de don José Asunción.
Una novia que tuve en Leningrado.
Manuela, la de todos los impúberes
y Joanán, el cacorro de la esquina.
Ay, pero yo estoy triste y estoy solo
y estoy aquí y no estoy en parte alguna.
Mi aullido va de un polo al otro polo
y del fondo del mar hasta la luna.
Yo qué sé de quién soy (o si soy tuyo).
De noche
I
Es un gesto. Es un signo. Un ademán
de querer decir algo (y no decirlo).
Un pensamiento inmóvil, una mueca
de ángel,
un estar y no estar
y estar ahí.
La mirada indagante
o ya perdida
o dos luces de miel.
O dos soles de asombro.
Un gesto, un signo, un ademán
y una certeza dulce de estar vivo.
XIV
Que no vuelva la tormenta.
Pero vuelve
entre sombras y campanas.
Ante el día sin presagios
abdica mi palabra.
XXV
Hice dos casas.
Una era un volcán lleno de uvas.
La otra era una barca con relámpagos.
En el día habitaba la casa de volcanes.
En la noche dormía sobre aguas de luz.
Siempre feliz,
soñaba.
Cuando volvía a la fábula
me embriagaba,
bebía mi quemadura.
Silencio y memoria
I
No tengo miedo, nunca tengo miedo,
Porque está aquí mi padre.
En la sala, leyendo, mi padre.
Entrando por la puerta,
Colocando el sombrero en el perchero,
Saludando a mi madre, mi padre,
Escuchando, escuchándome,
Contemplándome el sueño, mi padre.
2
Hace cuatro décadas se convirtió en poema.
Entre los naranjales y las palmas
Sus manos blancas y orgullosas
Saludaban o se despedían
Y sus ojos melancólicos, rotundos,
Miraban algo escépticos
El fulgor delirante de la tarde.
3
Ahora no sé si duerme en algún sótano
Donde el mar aletea tal vez llamándolo,
O si libra un combate en orbes locos
Mientras su rostro invisible es la semilla
De una nueva estación o de una estrella.
4
Su recuerdo es verano y es océano
Y es arcilla y es nieve y es ciudad,
Y es ese rostro único, esa figura única,
Ese padre que veo entre estas letras
Que me bebo entre lágrimas
Mientras contemplo su sueño
Y me aproximo a él con pasos lentos.
Matrimonios
Me casé dos, tres veces. Fue en el siglo
Pasado. Con cada mujer escribí libros, poemas.
Escribí libros y letrillas. Con cada una de ellas
Bebí y viví rones y estancias. Crucé en navíos
Los insondables lagos, extraviados
De todo el mundo y de nosotros mismos.
Éramos fábricas de sangre y de cansancios.
Éramos a la vez perfumes y batallas,
En danzas de alboradas aún llenas de estrellas.
Me casé dos, tres veces. Y tal vez fui feliz
Porque ahora es de miel y leche puras
La tinta con que escribo estos silencios.
Saudades
(Invierno aún golpeando en primavera).
Viendo y oyendo a Charles Aznavour
En La Habana, al filo de la medianoche,
Mientras estallan olas contra el Malecón,
Veo y escucho sordas oquedades
Y siento vuelos y palpo rupturas,
Tantas, que siento que la noche es sol
De cielos rojos y Bogotá es París
De tiempos idos, tiempos aturdidos
Que ahora son sólo sueños, sólo sueños,
Sólo sórdidos sueños o suspiros.
El eterno retorno
Tantos amores idos y llegados
tantas guerras
ganadas y perdidas,
tantos días, tantas noches,
tantas sonrisas, tantas agonías,
tanta vida, tanta muerte,
evadida en el canto,
para que hoy, solitario,
me prepare de nuevo
a amar y a batallar,
a padecer los días y las noches,
a reír y a llorar,
a vivir y a esperar
la mano de la muerte,
que escondida me aguarda
detrás de cada canto.
El viejo
Pero viejo: te has tragado
tantos lunes y martes en tu vida
y tantos miércoles
bebidos con los jueves,
te has comido los viernes
tirando hasta los sábados,
devorando los domingos,
pero tantos tantos
durmiendo, derrochando,
fumando,
viendo campeonatos de fútbol
o echando cháchara con el vecino
o junto a tu mujer,
haciendo que el amor los haga
o los hiciera,
que el invisible rastro
de tantas aventuras
ha dibujado arrugas en tu rostro,
canas, caries,
pelos de menos, gafas,
gota, ciática, problemas en el hígado,
asma, próstata, gripas,
hasta llegar a esta tarde cualquiera
de un enero en que te miro
contemplar el mundo
—sólo—,
en un paradero de Bogotá,
mirando el infinito,
como un viejo perro ya sin dueño.
Homenaje a Luis Vidales
No hay mañana sin sonrisa.
Jean Sénac.
Al despertar, un pensamiento, sólo un ritmo,
Sin música, sin hambre, sin afán,
Sin minucias ni azar, tan solo un ritmo,
Poesía y algo más. Ahora Picasso,
Ensor, Miró y el Cid de Cromagnón,
El que pintó las Cuevas de Altamira,
Rigen tu día eterno en la memoria.
Viendo estallar la paz en todos los idiomas,
Mientras ruge la guerra
Como un perro infernal y subterráneo
Arraigado en tu propia geografía,
Hieres con la ironía de tu canto
Al sátrapa insepulto que silencia
El canto matinal de las aves del mundo.
Viejo querido, vamos a ver los números
De la estadística en la pobrería
Con Charlot en la película del alba.
Vamos a oír la música que brota
De los hilados de la costurera:
Su eco es una cátedra de júbilo
En la luz matinal de cada día.
Aquí está el libro, el héroe, la célula,
El girasol, la copa, la estadística,
La costurera, una bandera roja
“Y Luis Vidales
Camino de la perspectiva”…
“Las palabras”
El niño Sartre me enseñó su parábola
Una noche, a través de millares
De piedrecitas plateadas.
No cabía en mi cuerpo de diecisiete años
Tanto júbilo claro y oscuro y culminante.
Cada palabra de Las palabras era una piedra
De plata, pero también una gota de lluvia,
Una brasa en la nieve y una uva.
Al amanecer, estaba embriagado de campanas.
Instantáneas de Jorge Gaitán Durán
A la memoria de Pedro Gómez Valderrama.
A Pedro Alejo Gómez Vila.
Años sesenta, un día, una mañana.
Gaitán Durán, amable, me indicó que Gonzalo
González, el director del suplemento,
Estaba por llegar. Siéntese, espérelo…
No sabía él que yo conocía Amantes,
Su mejor libro, y que había jurado
Dejarme barba, como él, cuando fuera mayor,
Y ser viajero del mundo, como él,
Revelador de Sade y de asombros perdidos.
Lo vi, noches después, en la librería
La Gran Colombia, de pie, recostado
Sobre estantes con libros que alumbraban
La estancia, indiferente, hojeando un tomo
De poesías de Quevedo, mientras discutían
Estanislao Zuleta y el psiquiatra Socarrás.
Lo vi una tarde en la Biblioteca Nacional,
Con una joven rubia. Lo vi después
Con otra muchachita en una exposición.
Lo vi junto a Eduardo Cote y Alejandro Obregón
En el Teatro “El Búho”, callado y expectante,
Rojo, sonriente y contenido, frente a una riña
De brasas de todos los colores verbales
Entre Marta Traba y Oswaldo Guayasamín.
Y lo vi un mediodía caminando de prisa
Por la Carrera Séptima, con su gabán azul
Y unas gafas oscuras pequeñas y cuadradas.
Iba con su elegancia descuidada
Repartiendo fulgores invisibles.
Era el emperador de la poesía. Era el rey,
Era el as, era el relámpago
De la eternidad cruzando la ciudad.
Meses después, un día, una tarde,
Manuel, mi hermano, trémulo, agitado,
Me informó que el rey había caído
De una nave sin dios al mar eterno.
En ese instante helado también murió mi infancia.
Datos vitales
José Luis Díaz-Granados (Santa Marta, Colombia, en 1946). Poeta, novelista, periodista cultural y profesor universitario. Fue comentarista bibliográfico de Lecturas Dominicales, suplemento literario de El Tiempo de Bogotá (1979-2000). Ganador del Premio de Poesía “Carabela” (Barcelona, España, 1968); finalista del Premio “Rómulo Gallegos”, por su novela Las puertas del infierno (1985), en 1987; Premio Nacional de Periodismo “Simón Bolívar”, por su entrevista al poeta Luis Vidales (1990); Premio Nacional de Novela “Aniversario Ciudad de Pereira”, por su obra El muro y las palabras (1994). El gobierno chileno le otorgó la Medalla de Honor Presidencial “Centenario Pablo Neruda” (2004). El 2008, el XVI Festival Internacional de Poesía de Bogotá lo escogió como Poeta Homenajeado. Es autor de 28 libros (poesía, novela, ensayo, periodismo, teatro y libros para niños), entre los cuales sobresalen: El laberinto (poesía, 1968-1984); Las puertas del infierno (novela, 1985); Rapsodia del caminante (poesía, 1996); Cuentos y leyendas de Colombia (1999); El otro Pablo Neruda (ensayo, 2004); Los años extraviados (novela, 2006). Sus primeros libros de poesía se hallan reunidos en un volumen titulado La fiesta perpetua. Obra poética, 1962-2002 (2003).