Presentamos a continuación una reseña de Cecilia Urbina sobre la novela El Cerco, de Juan Antonio Rosado (D.F., 1964), JUS, 2008. Ha publicado, entre otros libros, La literatura erótico-teológica de Juan García Ponce y otros autores en un contexto universal, 2005; Juego y Revolución. La literatura mexicana de los años sesenta, 2005; Entre ruinas, poenumbras (poemas y aforismos), 2008
El Cerco de Juan Antonio Rosado
La infancia y la adolescencia ofrecen una fuente rica en anécdotas, frustraciones, afectos o rencores perdurables. Son también el origen de vastas construcciones literarias: el roman-fleuve en el estilo de Romain Rolland o Roger Martin du Gard, el largo trayecto detonado por la magdalena y la memoria involuntaria de Proust, los reclamos a la educación y su labor represiva de Joyce, las críticas sociales disfrazadas de humor de Mark Twain, las estampas de crueldad de Bronte. En ellas es la infancia el punto de partida para relatar la vida: es el momento que da las claves de lo que sucederá después, o aquél al que se regresa una y otra vez en busca de esas mismas claves, para que expliquen los cómo y porqué de la vida de los personajes y de su momento en la historia.
El cerco de Juan Antonio Rosado inicia con escenas de una infancia feliz: “mirábamos el jardín, el verdor intenso del pasto con sus dos higueras, su naranjo, su limonero y aquel árbol gigante que nunca supimos nombrar porque no daba frutos pero en cuyas ramas los niños competíamos a ver quién llegaba más alto”. Los elementos para las aventuras infantiles están ahí, en “esa casona laberíntica que ocultaba escaleras tras puertas secretas, cuartos debajo de cuartos, corredores que daban a corredores cada vez más estrechos y misteriosos…” Aventuras infantiles y quizá no tanto; ¿estamos ante una novela gótica, con fantasma rondando por las noches, o de misterio, con algún emparedado tras las puertas secretas, un tesoro o, tal vez, policíaca, para aprovechar esos cuartos debajo de cuartos y sembrar ahí el cadáver? Es un inicio para interesar al lector y extraviarlo al mismo tiempo; nada de todo lo anteriormente dicho sucede en este libro. Juan Antonio Rosado aborda un tema de infortunada y latente actualidad: el narcotráfico. Pero no se limita a él; habla también de los conflictos familiares, de los efectos del ambiente y la educación, de las múltiples corrupciones que inciden en el tejido social de una comunidad.
En una novela polifónica, cuenta la vida de una familia de clase media inmersa en un esquema complejo. En esa casona tan idílicamente descrita por uno de sus moradores, conviven una tía solterona y dos matrimonios con sus hijos: una de las parejas es estable y la otra, víctima de un esposo y padre en perpetua situación de crisis económica y personal. El trayecto paralelo de estos dos grupos permite comprender las razones de lo que cada uno de los personajes va relatando. Sin una clave específica que indique quién habla, se arma poco a poco el rompecabezas de este conglomerado en el que hay víctimas y culpables, en parte involuntarios.
Sergio es el joven observador que hace la descripción de la casa y de esos primeros años cuando la urdimbre familiar ofrece aún un espejismo de armonía y se podría pensar en un futuro en común. Su apreciación sensata de lo que le rodea incluye a su primo: “Ahora que recapacito, después de tantos años, opino que Marcos fue una víctima, un chico sensible que sólo necesitaba aceptación, integrarse a un grupo sano y tener proyectos creativos…Yo era el único primo al que Marcos le tenía confianza…íbamos a la misma secundaria y me tocó ver cómo empezaron a dizque a extorsionarlo a la salida”. Y ese juicio se convierte en una triste profecía. Marcos, el muchacho con un defecto físico que lo acompleja, hijo de un hombre propenso al alcoholismo y a la búsqueda de esa vida fácil que no resulta tanto, sigue los pasos de su padre y se involucra con personajes de dudosa, o más bien cierta, conducta.
Juan Antonio Rosado dibuja un panorama ominoso del ambiente que rodea las escuelas mexicanas: represión, intolerancia, actitudes corruptas de maestros y directores en complicidad con los francos delincuentes que buscan muchachos susceptibles de ser reclutados al narcotráfico en pequeña y gran escala. Es un alegato efectivo porque lo hace a través del relato, en primera persona, tanto de Sergio, el testigo, como de Marcos el protagonista. Cada uno da su versión de lo que ve o lo que hace, del proceso mediante el cual un adolescente cae en la tentación de unirse a la delincuencia.
Los relatos polifónicos presentan el problema de la diferenciación de voces, el peligro de caer en un juego de ventrílocuo en el cual varios individuos hablan de la misma forma para decir cosas distintas. Rosado lo resuelve mediante tonos y lenguajes diferentes, establece de manera clara no sólo la personalidad sino el pensamiento de sus protagonistas. Y hablo en plural porque hay equivalencias en la jerarquía del elenco: no necesariamente en la longitud de los párrafos que cada uno pronuncia, sino en el peso que ejercen sobre la trama. Si la voz de Sergio joven y Sergio adulto es educada y objetiva, la de Marcos cuenta su iniciación y paulatino descenso a través de una autojustificación no exenta de angustia; por el contrario, el diario de Marcos padre está escrito en un tono descarado, de una cierta vulgaridad y sobre todo evidencia esa ilusoria postura del “ahora sí” en la que suelen caer los individuos atrapados en situaciones, tanto internas como externas, que ya no pueden controlar.
Hay otras voces, más esporádicas, y un narrador omnisciente que redondea la atmósfera con un punto de vista a distancia. Si hay polifonía, se da también un juego de tiempos: los episodios de la vida de los protagonistas están relatados sin orden cronológico, el pasado se contempla desde el presente, éste se describe en diálogos y acción. Un ir y venir no sólo de los hechos sino de la perspectiva de cada uno de los involucrados. Y los presentes se acumulan para culminar en el drama de una juventud desperdiciada.
¿Qué nos dice El cerco? Creo que el título de la novela es muy significativo; habla de la trampa que poco a poco se va cerrando alrededor de los jóvenes vulnerables y critica un ambiente que lo propicia. Establece una acusación contra el medio familiar y escolar que, lejos de apoyar, precipita a esos jóvenes a la búsqueda de satisfactores ausentes en su casa y de dinero obtenido por medios delictivos.
En un largo capítulo (denominado con cierta ironía El comal y la olla) un tanto sorpresivo porque cambia el tono y ritmo de la novela, Juan Antonio Rosado nos sumerge en la dialéctica; dos personajes, Ricardo y Aurora, padres de Sergio, tiempo después de los acontecimientos que los personajes atestiguan o protagonizan, se involucran en una discusión un tanto hostil acerca de los pros y contras de la legalización de las drogas. Son el vehículo para transmitir una serie de argumentos bien documentados y, por último, frustrantes: ninguna conclusión se alcanza en este ir y venir por los laberintos del pragmatismo, que busca soluciones reales, y la moral, o supuesta moral, que defiende los pretendidos valores de la sociedad.
En esta plática conyugal que deja entrever un substrato de animadversión más allá de las consideraciones teóricas, se alude a un planteamiento también más allá del problema circunstancial: ¿es el Estado responsable de la conducta privada de los ciudadanos? ¿Tiene el derecho de legislar, y sancionar o castigar, dicha conducta? O es el ámbito de lo privado, mientras no incida en la seguridad de los demás, un territorio inviolable al que ningún sistema tiene la facultad de penetrar. Preguntas que se quedan en el aire, como se han quedado en el mundo actual en flagrante ignorancia de la experiencia histórica que habla de las consecuencias de prohibir, en vez de prevenir, aquello que muchos desean y que los lleva a buscarlo en el territorio de la ilegalidad bajo la luz seductora de lo vedado. Si la década de los años veinte vio el nacimiento y la proliferación de grupos que se enriquecieron y adquirieron poder con el contrabando de alcohol, éstas últimas han visto lo mismo, magnificado de manera brutal, sin que nadie considere las alternativas a la represión. Tal vez porque esa luz seductora se mimetiza con otra, más poderosa aún, la del dinero. Ése en parte es el argumento que Juan Antonio Rosado sugiere, de manera lúcida, en voz de su personaje con la esperanza de hacernos pensar.
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Juan Antonio Rosado. El cerco. México: Editorial Jus, 2008.
Datos vitales
Juan Antonio Rosado (D.F., 1964) ha publicado los libros En busca de lo absoluto, 2000; Bandidos, héroes y corruptos o nunca es bueno robar una miseria, 2001; El Presidente y el Caudillo. Mito y realidad en dos novelas de la dictadura: La sombra del Caudillo, de Martín Luis Guzmán, y El Señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias; El engaño colorido y otros ensayos literarios, 2003; Erotismo y misticismo. La literatura erótico-teológica de Juan García Ponce y otros autores en un contexto universal, 2005; Juego y Revolución. La literatura mexicana de los años sesenta, 2005; Entre ruinas, poenumbras (poemas y aforismos), 2008 y la novela El cerco, 200, entre otros. Fue becario en el programa “Jóvenes creadores” del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) durante los periodos 1997-1998 (en ensayo) y 1999-2000 (en cuento). En 1998, la UNAM le otorgó la medalla “Alfonso Caso” por el mérito académico. En septiembre de 2000, fue ganador del Premio de Ensayo “Juan García Ponce”, otorgado por el Instituto de Cultura de la Ciudad de México.