Foja de poesía No. 224: Gustavo Campos

Gustavo CamposPresentamos en seguida una muestra del trabajo del poeta y novelista Gustavo Campos (San Pedro Sula, Cortés, Honduras, 1984). Estudia la Carrera de Letras con especialidad en Literatura en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula. Es miembro fundador de mimalapalabra.

 

 

De: Habitaciones sordas, 2005

 

 

La vida es un desperdicio de latidos

 No me pondré el espíritu,

la piel, el suspiro, ni la escalera para subir latido a latido a los roces de la

            piedra vida.

Ni el azul abierto del corazón y los restos de barro o estiércol.

Iba a expulsarme del fondo de la sombra,

pero la mujer fugaz, la empleada vieja,

joven acostada en su todavía,

no dice palabras, y

 sus ojos, la cárcel diaria.

Adiós me dice.

Me persuade, me seduce, me hiela.

Imagino la imprudente vida:

bellos rostros,

labios fríos,

lejanos cuerpos blancos,

novedosos fracasos,

mi corazón muerto, ahogándome.

En él entrarían todas las noches.

Una ley natural regiría mi vida:

¡El rechazo!

Jamás podría transgredirse.

No me tiraré como piedra en un agua terriblemente muerta.

Los besos me sobran metido en este horizonte negro.

La fiel sonámbula desnuda me besará cada amanecer,

creyéndome el letal horizonte.

 La vida está abierta como las entrañas de la envidia,

su gula es arte y los cuerpos su eterna redención:

¡Desdichados relámpagos de carne!

 

 

 

 

Desde las extraviadas olas en orden solitario

 

A Sarita

Dejo a la aurora el sufrimiento.

Empiezo: No de zarza ni de plata. No de viento ni de frío.

Con el azul lejano que resucita abismos.

Ya no sombra, jamás aurora.

No nido, no espejo, no recuerdo.

Ni tumba, ni cuervo que se esconde de su graznido.

Jamás cielo, nunca infierno

o lluvia procreando con el fuego, vahos.

Ya no bestia atada a mí.

Crudo, recio.

Sin muertos y vivos ríos,

sin mar que se trague las leyes de los escritos de arena.

Sin relación al adornado rugido que persigue al viento

desde las extraviadas olas en orden solitario.

Ya no órbita de orcos versos. 

Sin amor, con algunas desmerecidas lunas,

sin versos descompuestos, tejidos.

Sin la eminencia irrevocable de los hedores.

Sin la habitual envoltura de las rastreras.

Ni al sufrir,

ni a la noche, ni a los escombros,

ni a dios, ni al olvido,

a ningún poema,

me dejaré.

 

 

 

Está allí, a unas calles, a una cita, a cierto pudor y algunos años

La vida no es muy cierta y el amor son restos del heno eterno.

Rememoro una antigua primavera

y mi corazón construye rocas de las aguas más viejas.

A mi paso hay innecesarios labios.

Al cieno sol sin esplendor lo destino a mi regazo.

Para los versos no soy más que un prisionero.

Si no quiero no voy al cementerio.

La vida muestra las violetas,

el rocío de las doce, la esperanza,

la cerveza;

el silencio no elegido,

la espesura de un suspiro

que se oye como láminas golpeadas por el viento y por las ramas.

Si no quiero ir no voy, aunque se enoje la demencia.

Yo no voy al cementerio más que por acercarme a ella,

verla cruzar sus piernas.

Bebo,

porque sé que cada vez

estoy tan cerca de encontrarla,

porque sé que ella está allí,

a una calles, a una cita, a cierto pudor y algunos años.

La vida no es tan cierta.

Yo sigo al musgo desnudo sobre la fosa.

Busco mohos del amor que siempre me será negado.

He de tener la obligación de morir, de seguir ese camino.

 

 

 

Ya es hora, ya antes he dicho adiós

 

Pienso que es hora ya de despedirme.

Alexander Pushkin

 

El desdichado zorzal canta su última vez desde el abismo:

los pájaros muertos se hacen pesadillas y laberintos…

rígido el azar como un amanecer perdido…

Desdichado, sonámbulo.

No hay melodías, ni camino.

Ya es hora, ya antes he dicho adiós.

Lo he hecho de distintas maneras,

me podrí primero, el corazón:

la más tierna carne muerta.

Lloré por ese abismo en que caí y soy guardado.

Dejé que una tarántula besara mis labios,

besé cucarachas porque ellas no conocieron el amor,

tampoco yo.

Me dejé creer que había muerto.

Que el amor era un laberinto del azar,

que si no besaba a una mujer los gusanos me amarían

y me retuve,

no quise morir por una última esperanza.

Fue divertido creer, soñar, llorar, sufrir, vivir.

Tener el don de crear un cementerio de metáforas.

Fue divertido todo rechazo,

ser repugnante.

Fue divertido desesperarme,

que me dedicaran libros, beber cervezas.

Fue divertido ser amargo,

aburrido,

espantapájaros y espantamujeres.

Ser un fracasado fuego y fracasar mi intento de hielo.

Es hora de llevarme mi último aliento.

Hora de llevarme el cuerpo a un lugar donde no me digan peste.

 Hora de llevarme la ternura

enfurecida de mis gestos,

que esperó volar a otro cuerpo.

Me llevo algunos cuadros bellos de la vida,

para adornar mi habitación oscura y sorda.

Es hora.

Me recibiré oscurecido y pantano,

seré moda entre los muertos.

Mi despedida es mi bienvenida,

aún pueden besar mis huesos

y si sienten algún escalofrío,

será la ternura de una caricia mía.

Adiós.

Adiós a los besos.

A la melodía solitaria y lejana.

Adiós a la angustia que siempre he tenido.

 

 

 

De: Desde el hospicio , 2008

 

 

Desde el hospicio

Me alimento de poetas

que fracasaron en su vida,

de aquellos que prefieren un verso

a los labios de la mujer que aman.

De los que construyeron a la orilla del mar la fe,

como de la soledad su tumba. De aquellos a los que no dije:

las esperanzas son un laberinto disfrazado de atajo.

De a quienes les soplé una órbita de tristezas

y quedaron atrapados

en el centro del misterio, como dentro de un remolino.

De esos me alimento.

Soy bestia: lanzo pecados.

Derribé gigantes en la era de David.

Convertí en monstruos los molinos

y las piedras en pan.

Soy el sol que entra en los humanos,

y después, cuando ha recorrido su cielo,

les deja un monstruo por ocaso.

Escojo, al azar, poetas

y los convierto en tristes o exultantes.

Me alimento de poetas

porque ellos creyeron que me hacían cuando sólo fueron mi

reflejo.

 

 

 

Primeras voces en la oscuridad

La oscuridad hambrienta, al consumir en las entrañas

un lápiz, balbucea:

la muerte,

el gato, el pájaro,

se despiertan desde golpes,

arrojados al lago

tantas veces sobre el frío.

Grita con odio como gota del agua al día,

hasta al fin ahogarse.

Cada verso: gaviotas, zorzales perversos.

Albatros enamorados de gatos negros, no tristes frente al

espejo.

Tienen piedras en lugar de alas y cantan a la noche

martillando a la bondad de la nostalgia.

Son libres como el cuervo, como polvo.

En primavera sólo hay un árbol.

Un pájaro canta solo.

Cuervos, albatros, zorzales, gatos: quemándose un roble.

Caen voces muertas

y muros esperan como ojos sobre el cementerio.

 

 

II

Soy el abismo

que divide cada lágrima.

Les quité el corazón

y deshice el sueño en pesadillas.

Les quité el principio

y dividí en pesadillas el misterio.

 

 

 

 

Balada a los pobres

Siempre tuve cuidado de no tropezar con un herido sollozante,

o que un marginal –cuánto me gusta este adjetivo- me pidiera

ayuda.

Pero yo jamás lo ayudaría

o escribiría algo así como una balada a los pobres…

En un ángulo de la vida lo más importante es ignorarnos

y no debe culpársenos ni llamársenos insensibles.

 

 

 

 

Alguien cruzará la puerta

Bosque errante cómo se llevan los muertos

ninguno despertó visitantes quédense a mi lado

alguien entrará por esa puerta y no se quedará

cómo se llevan los suspiros los muertos

ninguno regresó

visitantes lejanos abran esa puerta ese rostro del río del

insomnio

uno sin oreja abrió de su puerta muchos cuervos como muertas

estrellas

quedaron fijos fluyéndose a sí mismos

una abrió los fuegos con su cabellera

a otro lo acosaban gaviotas

se cerró de pronto todo

bosque cante errante

visitantes lejanos quédense a mi lado

una entró con saludables piedras en las manos en los

bolsillos

otro entró asustado

bosque errante cómo se llevan los muertos

cómo emergen

visitantes lejanos quédense conmigo

abrió un ángel el infierno musical la rebelión de los espejos

yo quise jugar con ella en su jaula bosque errante cómo se

llevan los muertos los versos

cómo los traen cómo los buscan en los mares

alguien entrará por ese imperio de cenizas

a veces se saludan

me derrumban

yo entraré por el umbral de las cenizas

en mis sueños es una sola fecha

están en Argentina en Grecia en Francia en Inglaterra en

Honduras…

me llaman se aglomeran en mi insomnio

desde el Borda una voz fría y sucia

desde Rodez sufre el espíritu al no hallar lugar en la vida

bosque errante cómo

cómo se llevan los muertos mi llanto

por qué regresan al lugar más alto

encerrados en misterio por qué la voz raíz del universo

simpatiza conmigo

cómo me llevan los muertos por qué me vigilan

visitantes quédense conmigo

alguien cruzará la puerta…

 

 

 

 

Confesiones de un pirómano

Me prendí fuego.

Mis vivencias se escribieron.

Dije adiós, adiós…

Pagué por ser besado. Tantas veces.

He envejecido. ¿Es necesario decir algo más? ¿Explicarlo?

Si tan sólo fuera libre, maligno pero libre, frío pero libre,

alegre pero libre, triste pero libre.

Con rocas en las manos puede ser.

Espero una voz, una voz que me elogie.

Espero una mujer, una mujer que me bese.

Coleccioné alas de cuervos como periódicos.

¿Hay algo más importarte que arder?

No sé qué sucederé.

Hay un roble en la calle.

Yo saltaría el muro. Inspeccionaría yeguas viejas.

Las estrellas me enseñan los colmillos, sacan las garras.

Saber que pude ser más que mi remordimiento…

Él siguió fumando

como si el humo dibujara en él una aureola o unas alas

frágiles al viento.                                                                                

 

 

 

Extranjera

 

A una muchacha que supo todo Dante de memoria

W. B. Yeats

Una muchacha que supo todo Dante de memoria

camina del parque al cementerio

y va atenta por las calles,

con su cuello alto mira a todos lados.

Con eterna dulzura y destellos de ironía

llegó al alba,

con cuánta entrega no amó esta tierra.

La había esperado, tan angustioso, que

creí llegar a ella como el galés por los bares del Greenwich

Village,

pero ella

llegó armoniosa

y cruzó las piernas en el más simbolista glamour de todo

tiempo

y entregó una sonrisa a mi sombrío rostro.

Por ella voy de una página a otra, de verso en verso.

Peleamos para sobrevivir en epístolas electrónicas.

La poesía no me salvó, sino su admiración por la poesía.

Sigue caminando en los más tristes veranos,

en inviernos que juegan a treparla;

con el delicado arco de sus pies de mármol camina la

desesperanza.

Por más libre que fuera el adiós, no quiso alejarse.

A ella le está permitido,

no a la poesía, seguir en la memoria de los hombres.

Cómo no amar sus momentos de alegre dulzura y de histérica.

La tristeza será dibujarla con el miedo, con la frialdad de

la melancolía,

gritarla con el caos por pregunta

y la crueldad por respuesta.

Antes que un gallo desgarre la madrugada

la tendré en mis lágrimas.

 

 

Datos vitales

Gustavo Campos (San Pedro Sula, Cortés, Honduras, 1984). Estudia la Carrera de Letras con especialidad en Literatura en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula. Es miembro fundador de mimalapalabra y del Grupo literario “La hermandad de la uva”. Ha publicado los libros de poesía Habitaciones sordas (Editorial Letra Negra, Guatemala, 2005), Desde el hospicio (Editorial Nagg y Nell, Honduras, 2008) y está por aparecer Bajo el árbol de Madeleine (coedición de mimalapalabra editores y Nagg y Nell, Honduras, 2010) y la novela Vidas posibles. Tercer lugar en narrativa con el relato “Los inacabados” en el certamen literario “Premio Hibueras 2006”, auspiciado por las embajadas de Francia, Alemania y España y publicado por la Editorial Cultura de la Secretaría de Cultura, Artes y Deportes en el mismo año. Representante estudiantil de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) en la rama de literatura en el V FESTIVAL INTERUNIVERSITARIO CENTROAMERICANO DE LA CULTURA Y ARTE (FICCUA 2007), realizado en Nicaragua. Representante estudiantil del Comité Técnico de Autoevaluación en el Departamento de Letras de la UNAH-V/S.

 

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