Ofrecemos una muestra de la obra del sonorense, Ismael Serna (Ciudad Obregón, 1982). Serna es escritor y reportero. En 2009 recibió el Premio Nacional de Poesía Sonora 2009. Actualmente es becario del FECAS en la categoría de jóvenes creadores.
Carta de Navegación de Dante
A primera luz de aquella noche, esquivando
ciegos valles sinsabor de la ausencia
dormitaba
en algunos pueblos del cuerpo,
esas distantes
canciones que sorteaban títeres de lluvia se habían
muerto hace siglos,
y en las barrancas donde aullaban
los impenitentes:
mástiles dibujaban algunas sonrisas,
todas las iglesias resonaban sus campanas
a favor de las naciones del pecho,
y no fueron suficientes los
renglones de tu boca;
en círculos donde mi silueta
mudaba mi sangre descompuesta
sólo unos cuantos heridos
me reconocieron,
pero la mayoría eran infames
al cargar en un revolver tu nombre,
tu balas en este corazón tiritan
y no te encuentro en ninguna parte.
Pavese
Tendrá cruzadas las piernas
al filo de la mesa, con su dedo
índice delineando la copa vacía.
Disfrutara verte arrastrando, ansioso
con los nudillos todavía escandalizados
por la sangre, podrá morderse los labios
mientras tú, de bruces con la sombra
acabada de ruinas la carcomes con la
mirada: “tendrá tus ojos”, tendrá tus manos.
Réquiem al forastero
a Marco Antonio Campos
Nosotros los de entonces,
ya no somos los mismos.
Poema XX, Ricardo N. Reyes
A nosotros nos importan las despedidas,
hacemos polvo las dislocadas caderas
del encanto i se nos hunden en el pecho algunos
viejos cristales de los portarretratos sin los
rostros, nos inquieta la forma en que deambulan
las nubes poco antes del amanecer en media
copa sosiega de orquídeas i finales largos;
el feroz silencio de estrellas desaparece cuando
las olas se alzan en quimeras i marineros
desolados lanzando sus manos al adiós,
arrojando a las costas los buques abandonados
de algo llamado amor, eso que algunos tatúan
en guitarras i versos, tragedias i pasión.
Equivocamos de almanaque, le damos vuelta
a las estaciones en trozos de sol sobre la mesa,
fue entonces la promesa del condenado un
desnudo fuego al final del horizonte
del cuerpo, una raíz de dos vientos que no
preguntaron su nombre; la verdad fue, que vestido
con efímeras flores me encontraron sin aliento en
un cuarto de hotel a la mañana siguiente, revisando
entre mis brazos el forense encontró un trozo de tu
respiración a manera de epitafio a tus zapatillas,
i la autopsia fue severa en conclusión: “insomne
por los puentes del destino naufragan los corazones
desfigurados”.
Me ha dado por guardar luto en cada cajetilla
de cigarros, i siempre ha sonado tu rostro entre
las siluetas del otoño; te he rendido culto a tus bocas
que ahora son nada alejada i mía a la vez que te nombro
en otro cuerpo, se hacen cerezas al latido de un par
de huesos sin pecho estas lágrimas, i entre risas i
adioses una espalda de arena que ya ha comenzado
a borrar las caricias encuentra caracoles en tus piernas;
pero regresando al verso, i a casi dos meses de leerte en
las primeras páginas del exilio, creo que ya no importa
despedirse, los otros extraños volvían sujetados entre
senderos donde las cobardes noches jugaban con los besos
perdidos, donde han conocido las traiciones de las
recamaras, donde rebuscando en las fronteras las huellas
se vislumbraron hasta el mar; estos extraños se amotinaron
en el destierro de la memoria, i cuando al fin se hicieron
a la mar los trenes donde ya no estábamos, i comenzaba
a despuntar un “te quiero”, te tomé i en tu cuello mudo
me resigné a murmurarte una silenciosa pregunta:
¿éramos diferentes nosotros?
Te digo adiós y para decirlo,
le he dado vueltas
a los rincones
de nuestras fotos,
a las frases que
dedicaba en mi pared,
a tus labios
de papel,
te digo adiós, como se
despiden algunas estaciones,
como
un solitario bebedor que lleva a su
casa la botella
vacía después que
lo han sacado a punta
de pie del bar,
donde cantaba con
la guitarra de llanto
su destino,
así vas conmigo.
Apología a la Musa en el destierro
A veces pienso que eres como
aquellas canciones, murmuradas
y carcomidas por la polilla,
poco triste, pero siempre sonriendo,
que va,
carcajeando con la muerte,
durmiendo en las banquetas
de las espaldas, arrinconada,
cariñosa, distante,
pero que importa,
todos nos despedimos,
nos dejamos,
tal vez eres como aquel hombre
que iba por el campo de batalla,
fugándose entre las tumbas,
mordiendo las esquinas del corazón,
rasgando la piel con las balas,
tropezando con el miedo,
batiendo con el fusil,
traicionado por sus hermanos,
que arrodillando sobre sus ojos,
frágil como bocanada de agua,
ni una sola bala tenia para él mismo,
ese personaje derrotado,
que ahora sin nombre
sus huesos se
endurecen en la raíces de la
maleza y piedras,
era un sujeto sin problemas,
se dice que
no tenia familia,
un hombre que no debía a nadie,
trabajaba desde
horas tempranas,
y sin falta disfrutaba de las fiestas,
era enamorado, divertido,
su nación era un campo
rodeado con
playas de amaneceres,
nadie reclamó su cuerpo,
ninguno atinó
quién era,
ahora expatriado entre gusanos
y polvo erosionan sus ojos,
ahora,
explícame quien pudo perseguir
y dar muerte
a este extranjero,
quién te persigue entre mis
entrañas,
así eres, poesía,
un barco humilde
sin olas.
Ahora tus besos
de carabelas naufragan
desde mis labios con las
velas quemadas.
a Malena, entre farmacias
y pastillas para el olvido
Dentro del cóctel de ropa vieja,
anciano
recuerdo mareado con el
café cargado de la mañana, se te
escuchó en el
pecho una bolsita de
espejos rotos,
y sus orejas dibujaban
una sonrisa ciega, algunas ocasiones
se digerían antes
de almorzar
las noticias de tus bocas, pero a estas
horas se
han atorado en las aduanas
del olvido, tu cuerpo.
Se acaban las
madrigueras de las flores del verano,
llorando palomas
frescas de nosotros,
un ramillete de crueles canciones,
y
un callejón sin rima
se ha desintoxicado
con las fotografías de tus manos,
Ahora rasgando un
bolero a tu espalda
donde no suena
tu corazón,
te has muerto sin
conocerte y
has arrancado el rostro de esta mujer
con la que duermo sin nombrarla,
la has llenado de
besos y no sabes
que es una maldición tenerla
sobre la mesa,
corazón que no quieres,
que
renuncias,
que
proscribes bajo una
servilleta el labial
y su numero telefónico,
corazón que odias y que descansas
una nota de velas
agotadas de ti,
escondida en no sé que
parte de está cocina
de lujuria, arruinada
por mis bolsillos.
Se cansaron las noches
con nosotros,
nos cantaron una
serenata entre las dos
y tres de la mañana,
cuando aun las victimas
robaban la eternidad al
alba de nocturnos,
sabían a tu nombre,
se alumbraba
tu pelo en la pared que tanto había dibujado
tu mirada, descalzada,
estoy nombrándote
a mi modo, salte de esta recamara de
habanos naufragios
entre las
medias rotas de tus muslos,
márchate
herida por el paladar del balcón,
que te desfilen las piedras con las
que platicas de mi desventura,
riéndote por los escalones,
donde
sorteamos, hasta tirarnos a matar
con el primer beso
que nos ha sabido a alcohol y hielo,
nos
ha ganado este dolor,
que cómplice
es tan tuyocomoyo esperándote.
Se cansaron las mañanas,
y se mudaron
a otro cuerpo.
Datos vitales
Ismael Serna (Ciudad Obregón, 1982). Escritor y reportero; Premio Nacional de Poesía Sonora 2009. Serna es Licenciado en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Sonora. Es Coordinador de dictamen editorial del consejo ciudadano municipal de cultura de Cajeme. Actualmente es becario del FECAS en la categoría de jóvenes creadores.