Galería de Armas: Los dineros de Dios de Gonzalo Martré

Gonzalo Martré

En esta ocasión, en nuestra Galería de Armas presentamos el libro Los dineros de Dios, del narrador hidalguense Gonzalo Martré (Metztitlán, Hidalgo, 1928) y publicado originalmente por la Cofradía de Lectores “La Tinta Indeleble” en el año 2000. En esta entrada, compartimos con ustedes el primer capítulo de esta magnífica narconovela.

I. VAMOS A TABASCO

Una mañana de principios de abril, después de hacer mis ejercicios matinales en el Spa del hotel Executivo de Culiacán, donde vivo, bajé a presenciar el desfile de reinitas que acuden todas las mañanas a la academia comercial ubicada al otro lado de la calle y luego desayuné en la cafetería situada en la planta baja.

Como siempre, me puse a leer los periódicos locales en las amplias butacas del lobby para saber cuanto había empeorado la situación económica del país, no porque me angustiara, soy más solvente que algunos bancos, sino porque era espectador involuntario de la crasa ineptitud de nuestros gobernantes, incluyendo al desgobernador de Sinaloa, el gordo Vega.

Hacia las diez recibí un llamado telefónico de larga distancia y subí a mi suite a contestar.

La llamada venía de Villahermosa, Tabasco, y fue muy breve. “¿Habla el ‘Niño Perdido’?”. Asentí. “¿Está usted disponible?” Lo estaba, hacía por lo menos tres meses que no me caía una chamba al menos regular. Había rechazado varias por no ser de mi nivel ni de mi especialidad. “¿Puede viajar a Villahermosa?” Sin duda, viajar me apasionaba, y si era por cuenta de otros, más. “Lo esperaremos en el Hotel Viva, tiene usted reservación a cargo de Financiera Pochitoque para este domingo y puede pasar a recoger su boleto en Mexicana, boleto de ida y vuelta, por si no nos arreglamos en los términos de su trabajo.” Allá estaré” prometí y colgué dando las gracias por el llamado.

Tenía curiosidad por conocer el sureste, que no fuese Cancún, a donde había ido varias veces. Si el trabajo no me convenía podía permanecer por esos rumbos en calidad de turista. Sin embargo, la intuición me chistaba al oido que iba a ser un buen trabajo, tan bueno como aquel de la droga robada que tanto dinero, mujeres y emociones me deparó.

Seguía siendo el mejor en mi especialidad: agente libre, como les llaman en el deporte profesional a los independientes, especialista en la localización de personas u objetos desaparecidos. Ideal para quienes no deseaban tratos con la policía, sea cual fuese su motivo.

Me gustaba Culiacán. Mujeres bonitas, muy bonitas, medio ambiente no contaminado, policía en extremo corrupta, dólares en abundancia y amigos bien colocados en todos los medios. No soy culiche, soy de El Roble y por eso me dicen “El Niño Perdido”; aunque mi verdadero nombre casi nunca lo uso, adopto aquel que exigen las circunstancias de mi profesión.

Compré licencia de conducir, tarjetas de visita,credencial para votar y credencial del Seguro Social; en todas constaba que era agente de ventas de “Appleton Computers”, y también obtuve una tarjeta de crédito “básica” por una cantidad no mayor de veinte mil pesos, a nombre de Jesús Malverde Chandler; lo de Chandler lo inventé porque además de ser un fanático de Raymond, doy, como buen sinaloense, medio tipito de gavacho y, lo de Jesús Malverde, por ser en Sinaloa el santo patrono de los mafiosos. No por que lo sea yo, únicamente por afinidad selectiva.

De compañero de asiento en la conexión de México a Villahermosa me tocó un chaparrito flaco, muy chaparrito y muy flaco, hablantín y contador. Su nombre: Oscar Vidal, contador de una editorial en México y quien iba de vacaciones a su terruño. Me informó que abril era el mes más caluroso en Tabasco debido a que es el último mes de secas, la cosa andaba ahí por los cuarenta y cinco grados centígrados a la sombra. Me recomendaba guayabera, no ese trajecito, que por muy ligero que fuese iba a botarlo al primer día que pusiera un pie afuera del hotel. Me dijo donde podría encontrar las mejores guayaberas al menor costo: en los portales de Madero; el doctor Zedillo, me aclaró, recomienda que no se compren cosas en las tiendas de los hoteles, porque las dan al doble, es mejor donde me indicaba porque ello incentivaría mi ahorro personal y por ende, el ahorro interno del país, así, cuando el sexenio terminara, el doctor tendría en donde meter la mano, no que el enano grotesco le había dejado las arcas vacías. ¿Y luego él, en qué libro va a leer?

Tomé muy en cuenta eso de las recomendaciones del doctor Zedillo que incluían me alojara en el Hotel Manzur y no en el Viva, pero como quien pagaba no era yo, me fui al Viva. Oscar me dio su tarjeta. Estaría un mes en Villahermosa, me anotó su teléfono. Llegamos a Villahermosa en la tarde y no sentí el calor, porque del aeropuerto subí a un taxi con aire acondicionado que me dejó en el hotel Viva. Amablemente llevé a Oscar conmigo y le di instrucciones al taxista para que lo dejara en su casa.

No pude hacerme una idea de la ciudad porque el taxi nunca entró en ella, de la llamada carretera internacional había un desvío pequeño al hotel, situado en la orilla de una bellísima laguna llamada de “Las Ilusiones”. Mi equipo de trabajo venía en dos fuertes maletas por las cuales pagué sobrepeso y aunque, según Oscar, el doctor Zedillo recomendara viajar con el mínimo de equipaje, mis herramientas eran indispensables.

Traía yo un cuerno de chivo de fabricación especial, ligero pero muy resistente y con cargadores de 60 tiros cada uno. Cuatro granadas: dos de fragmentación y dos incendiarias; un bazooka, esposas reforzadas, una cadena con púas para ponchar llantas, una soga para escalar, cinta adhesiva para amordazar, mi estuche de la verdad, una pistola Luger 9 mms con silenciador acoplable, un rifle de precisión con mira de láser, un interceptor de teléfonos fijos y otro para celulares, ésto último comprado recientemente en Chicago junto con un curso para su uso que me salió en un ojo de la cara (Zedillo no lo aprobaría, de saberlo Oscar); mi propio celular de larga distancia y otros artilugios más. No desempaqué, pues aún no sabía si entraría en campaña, aunque ,como ya lo señalé, me latía que sí.

No cabía duda que yo no era ninguna garantía para el ahorro interno del país, porque me compré tres guayaberas yucatecas, supuestamente de lino y con 120 alforzas cada una, en una tienda del hotel que me costaron 500 pesos por pieza.

Luego pedí un taxi y ordené que me depositara en el centro. Me dejó en la llamada “Plaza de Armas”, el viejo centro de la ciudad, frente al añoso Palacio de Gobierno. ¡Entonces supe lo que era abril en Villahermosa! El sol ya se había metido pero yo comencé a sudar como marrano en el asador. Bueno, tendría que acostumbrarme a este clima, así que tomé el asunto con calma y me puse a recorrer la parte vieja de la ciudad, de Plaza de Armas al Parque Juárez y, a las dos cuadras la guayabera habíase mojado y se me pegaba en la espalda. Terminado el pequeño paseo sauna paré un taxi y volví al hotel.

Me bañaba a las ocho de la mañana cuando recibí la primera llamada. El licenciado Fernando Baeza solicitaba desayunar conmigo en el hotel; mesa reservada a su nombre, cuando yo bajara él estaría ahí.

Ahí no estaba. Llegó con media hora de retraso. Tendría unos 34 años, estatura mediana, delgado, ojos claros, pelo ralo y claro, sonrisa pronta, maneras untuosas y guayabera de algodón, blanca. Nos presentamos, platicamos del tiempo y luego me dijo que tenía órdenes de llevarme al museo al aire libre de “La Venta”, situado a tres minutos de ahí en auto.

-Un magnífico museo arqueológico y antropológico, el más completo del sureste, un lugar ideal también, para platicar -recomendó Baeza.

Eran las diez y el calor llenaba el paisaje, pese a ello, fuimos a pie (¿sería también recomendación del doctor Zedillo para fomentar el ahorro personal y luego el interno?), tardamos diez minutos y nos ahorramos veinte pesos.

Recorrimos algo de los senderos a cuyos lados los enormes monolitos olmecas y mayas eran desgastados a conciencia por el inclemente clima tabasqueño. Una bella forma de perder esos testimonios milenarios. Junto a una enorme cabeza olmeca , Baeza entró en materia.

-Represento a la Financiera Pochitoque, lider de las empresas en su ramo en todo el sureste. La Financiera invirtió una fuerte suma en un cuadro clásico como primera adquisición para el futuro Museo de Arte Jamal, que será el mejor del sureste. Nuestro asesor financiero y guía moral y espiritual, el padre Jacques Cheverny de la reverendísima Congregación de María, asesoró la operación de compra y traslado hasta esta ciudad. El cuadro será develado en el vestíbulo de la Torre Maridaje en una ceremonia pública ya anunciada para  el próximo cinco de mayo. Al recibir el cuadro, procedente de Europa, el padre Cheverny, quien entre otras cosas conoce mucho de obras de arte venecianas, notó que era falso y humildemente lo regresó a la Fundación Jamal, institución cultural subsidiaria de Financiera Pochitoque, encargada de comprarlo. La Fundación considera haber sido víctima de una estafa de enorme cuantía, toda vez que pagó por el cuadro ciento veinte millones de dólares- Baeza hizo énfasis al citar la cantidad, pero a mí no me asombró la cuantía en juego, sino que un pinche cuadro pudiera costar tanto-. Puesto que esperaba una exclamación de asombro, no quise decepcionarlo y emití un largo silbido de admiración.

-Debe de medir por lo menos cincuenta metros de largo por diez de ancho -calculé sinceramente.

-Creo que no es tan grande -corrigió Baeza- el caso es, que la Fundación Jamal desea recobrar el cuadro original, a como dé lugar. Para ello, está dispuesta a erogar el cinco por ciento de su valor total.

-La compañía de seguros que lo aseguró me daría el diez por ciento, no el cinco -afirmé, espantándome de un brazo el primer mosco de un ejército que cargaba contra mi persona, exclusivamente.

-La compañía que lo aseguró es Aseguradora Juchimán, del Grupo Financiera Pochitoque del Sureste.

-La que sea, mis honorarios son el diez por ciento del valor del objeto a recuperar y un anticipo del dos por ciento. No trabajo por menos de eso -y comencé a sacudirme incesante e infructuosamente los moscos.

-Eso representa doce millones de dólares. Tus honorarios son muy altos.

-Eso ustedes lo sabían cuando me llamaron. ¿O no? -plaf, plaf, los moscos me picaban a través de la ropa.

-¿Qué garantía tenemos del buen uso del anticipo? -aceptó tácitamente Baeza -dos millones cuatrocientos mil dólares es una suma considerabale.

-En este tipo de trabajos todo es a la palabra. La garantía es mi palabra. En el lejano caso de fracasar, haré un estado de cuentas de lo gastado, si sobrevivo, pero no habrá devolución. Quien quiera que haya sido mi recomendante, sabe que así trabajo y que se toma o se deja. Bien pueden ustedes acudir a la Policía Judicial Nacional o a un despacho privado de detectives.

-Ningún cuerpo policiaco es confiable. De encontrarlo ellos, el cuadro iría a parar a alguna colección particular, vendido en una bicoca. No sabemos de que algún despacho privado de detectives tenga la capacidad y discresión, sobre todo, discresión tuya.

-Entonces…¿estamos con el diez por ciento?

-Estamos.

-Adelante con los faroles.

-¿A qué cuenta abono el anticipo?

– A ninguna -plaf, plaf- esto es contante y sonante. Y ya que nos pusimos de acuerdo, larguémonos de aquí, que me están comiendo vivo los cabrones moscos.

En medio de una nube de moscos que solamente a mí me picaban, salimos del parque museo y nos trepamos en el primer taxi que pasó. Baeza me recitó un cuarteto que maldita la gracia que me hizo:

-Tabasco, tierra de moscos,

agua color de cagada,

una gente hija de puta,

¡y un calor de la chingada!

-¿No que Tabasco es un edén? -recriminé tallándome la espalda en el asiento del coche.

-Para nosotros Malverde, para los tabasqueños. Mañana en el desayuno a las nueve, te haré entrega del anticipo, y te daré datos adicionales para que comiences tu pesquisa.

-Pues hasta mañana Fernando -me despedí y entré corriendo al hotel, pues ya otro escuadrón de moscos venía en picada sobre mi adolorida persona.

En el cuarto me restregué todo el cuerpo con loción y ya un poco descansado, marqué el número del contador Vidal, pues quería saber quién o quiénes estaban atrás del Grupo Financiera Pochitoque Pochitoque del Sureste.

Quedamos de vernos en el bar del hotel Manzur, porque de encontrarnos en el hotel Viva, él tendría que tomar un taxi y, el doctor Zedillo desaprobaba el uso de taxis, por eso nos veríamos en el mero centro y luego me llevaría a comer al Club de Pesca.

A la una de la tarde llegué puntual. Mi nuevo amigo arribó al cuarto para las dos. La puntualidad -anoté mentalmente- no era una característica de los tabasqueños.

¿Qué vientos me arrojaban a ese edén maravilloso?

-Represento a las computadoras Appleton para todo el sureste -expliqué.

-¿Qué no es esa una marca de ron? – marcó extrañado’.

-El Grupo Appleton tiene una división de computadoras -aclaré.

Oscarito pidió la primera de una serie de cubaslibres con Appleton dorado, que fue bebiendo sin dejarlas calentar.

Luego nos trasladamos a comer, pero “Ocár”, -en ese grandioso edén se acentuaba su nombre y se suprimía la “s ” según noté cuando varios amigos pasaron a saludarlo, bebieron un trago con nosotros y emigraron-, cambió de idea y viendo que no hacía gesto de desagrado ni por las cubas que él bebía, ni por las numerosas que obsequiaba a sus amigos, pronto a medios chiles, señaló la conveniencia de ir a Saloya a que yo probara el famoso pejelagarto, platillo único en el mundo. Y nos metimos a un taxi, porque Saloya distaba unos diez kilómetros de la ciudad, por la carretera a Frontera.

Saloya estaba a la orilla de un río y no era un restaurante, sino un conjunto de fondas de palapa. Entramos a una donde “Ocár” fue recibido con cariñosos “Qué milagro que llegas ‘ijoeputa” y otras lindezas del florido vocabulario tabasqueño.

Se hizo traer un gran pejelagarto asado. En nuestras barbas le quitaron un palo que lo atravesaba a lo largo y nosotros tuvimos que descascararlo con los dedos. Lo acompañaba una salsa de chile amashito macerado en limón con cebolla morada.En mi vida había comido cosa tan buena.

-Cada vez hay menos- apuntó “Ocár” chupándose los dedos. Porque estos ‘ijoeputa de Pémex han contaminado ríos, lagunas, esteros, arrollos y hasta a su chingada madre, exterminando guaos, pejelagartos, pochitoques, armadillos, pijijes, lagartos y todo cuanto se mueve en selva, sabana y pantanos.

– ¿Y la jipiteca Carabina, qué? -reclamé pronto.

-A esa, como a todos los que se ocupan del medio ambiente, ya le llegaron a su precio.

Cuando vi que “Ocár” había arribado a su nivel óptimo, pregunté:

-¿De quién es la Financiera Pochitoque?

-Del hombre más rico del sureste, Marcos Jamal Cebiche. En el Café Casino se dice que está financiado por los narcos, porque hace diez años, lo único que tenía Jamal eran deudas y averiguaciones previas por fraude.

-¿Y qué me cuentas del padre Cheverny?

-¿El francés? Es la eminencia gris de Jamal. Hasta para cagar lo consulta.

-¿Cómo llegó a este paraíso?

-Sepa el carajo. Pero si vas a venderles computadoras, olvídate de ellos, no te recibirán, tienes que hablar con David Gurabo Gutiérrez, el segundo hombre más rico del sureste y el que da la cara al público en las empresas del grupo.

-¿Es también prestanombres de los narcos? ¿Lavador de dinero?

-No, ese fue político importante y lo que tiene lo robó en el noble ejercicio de sus funciones y con el agio.. Como todo buen priísta que se aprecie; según las nauyacas del Café Casino.

-¿Nauyacas? -indagué desorientado por el regionalismo.

-Sí, sierpes cuatro narices, parientes de las cobras aclaró arrojándole una bocanada de humo a una gigantesca cucharacha que en esos momentos cruzaba la mesa.

No le saqué más a “Ocár” y regresamos a Villahermosa. Aún intentó llevarme al Club de Pesca, el lugar más bohemio de la ciudad, pero dije sentirme mal y eludí por esa vez la visita.

Desperté en la madrugada. Por la sed terrible que sentía, deduje que debían ser las consecuencias de haberme embriagado con ron Apletton. Tenía el paladar tan seco, como el interior de uno de esos cráneos blanqueados de res que se ven en los desiertos de Sonora.

Me levanté de la cama, fui trastabillando hasta el lavabo y abrí la llave del agua fría. Cuando tendía la mano hacia un vaso, miré el espejo que había en la pared. ¡Estaba para el arrastre!

Corrí al servibar y me metí de golpe dos miniaturas de whisky rebajado con agua. “¡Dios, como sabe mal esto!”, exclamé. Pero cinco minutos después ya no sentía en la boca aquel sabor a nido de ratas de albañal que hacía un momento casi me hace vomitar.

A las siete de la mañana “Ocár” me hablaba por teléfono. “Lo mejor para la cruda es un menudo tabasqueño”. Asentí. “Te espero en el mercado Pino Suárez”, ahí sirven el mejor.

Por supuesto, cuando llegué no estaba, pero olí las fondas y pedí lo recomendado por “Ocár”. Muy distinto al menudo norteño, diferente a la pancita del altiplano, pero con el mismo efecto reconstituyente. “Ocár” nunca llegó y volví al hotel.

Obviamente, Fernando no llegó a las nueve, sino a las diez.

Yo sólo tomé café. A las once sólo quedábamos él y yo en el comedor, por lo cual podíamos hablar libremente.

-Quiero las características del cuadro -exigí, para comenzar.

-El cuadro es de un italiano llamado Gorgonio y no es más que un tipo medio en cueros en medio de un paisajito furris. Mide ochenta centímetros de ancho por 90 centímetros de largo.

Apunté:

-¿Tienes una foto suya?

Me la dio:

-Aquí está. Como tú ves, no es la gran cosa. No comprendo como puede valer más de cien melones de verdes, pero así es.

Coincidí:

-¿Cómo les bajaron esta cosa?

-Hay una tipa, Pamela von Steadt, que se dedica a comprar cuadros de esos por encargo. El padre Cheverny sugirió a la Fundación Jamal que la compra del cuadro sería una inversión extraordinaria para el Grupo y un orgullo para el futuro museo.. Nuestro director general, el licenciado Marcos Jamal, aprobó la sugerencia y preguntando a ciertos coleccionistas de arte amigos suyos, supo que la persona indicada para la compra era la señora von Steadt, quien por su trabajo cobraría cinco por ciento de lo que se pagaría.

La señora trajo personalmente el cuadro desde Venecia hasta Villahermosa y lo entregó a nuestro director general. El día de la entrega recibió el cuadro nuestro guía espiritual el padre Cheverny, pero no se entretuvo mucho con él porque estaba saliendo a Francia a donde había ido para un asunto familiar. El cuadro venía acompañado de sus respectivos certificados de autenticidad y quedó depositado en la casa del licenciado Jamal hasta el regreso del padre Cheverny, quien indicaría el sitio donde debería quedar en exhibición mientras llegaba el bendito día de ponerlo en el futuro museo.

Cuando el padre Cheverny regresó y lo vio, no quedó satisfecho. Algo descubrió, que no vimos nosotros, que le disgustó del cuadro. Mandó traer a un valuador de Londres quien declaró que el cuadro era una copia excelente, pero copia al fin, del original de Gorgonio y que no valía arriba de cien dólares.

Reclamamos a la señora Von Steadt pero ella sostuvo haber entregado el original y de ahí no la sacamos. Creemos que ella nos dio el cambiazo o dio el pitazo de su ubicación para que otro efectuara la sustitución, de cualquier modo ella debe saber quien lo tiene, porque el cuadro, que venía con todo y marco, nunca salió de la sala del licenciado Jamal, y tú serás el encargado de sacarle el auténtico de entre las verijas, si es necesario -terminó contundentemente su larga explicación Fernando.

-No parece tarea difícil. Parece tan sencilla, que creo ustedes mismos podrían haberlo hecho.

-El padre Cheverny es enemigo de esos líos y no desea que sus amigos se inmiscuyan en tan desagradable asunto. Por eso te hemos contratado, Malverde. Aquí tienes tu anticipo -otorgó poniendo una gran bolsa de pan en el centro de la mesa. No lo toqué, quería saber más :

-Ustedes saben bien como localizar a la señora esa, quiero su domicilio, su teléfono, su oficina.

-Por lo pronto, ella vive en Cancún, aquí tienes el domicilio de la villa donde se aloja y su teléfono. También una foto suya reciente -informó Fernando y me tendió un sobre, que tampoco abrí.

-¿Tiempo para entregar el trabajo? -inquirí casi escupiendo  el espantoso brebaje que ahí llamaban café.

-Antes del cinco de mayo, por lo del anuncio de su develación- puntualizó Fernando, dando por concluido el desayuno de trabajo.

Nos despedimos. En mi habitación conté el dinero. Sabía distinguir a un kilómetro de distancia entre un dólar falso y uno bueno. Todos los billetes eran auténticos. Luego saqué la foto de la corredora de obras de arte. No sé por qué me había hecho la idea de hallar una arpía y lo que vi fue un cuero. Era nada más su cara. Rubia, de ojos azules, joven, facciones delicadas pero con un matiz sexy fascinador. Si el cuerpo estaba de acuerdo con el rostro, el trabajo se hacía doblemente atractivo. Salí a alquilar el mejor coche que hubiese en Villahermosa: un Mercury Mystique de dos asientos, y en él, después de comer, tomé rumbo a Cancún.

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