En 1961, el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal publicó, acompañando a su libro Epigramas, traducciones de Catulo y de Marcial. Presentamos a continuación algunos epigramas del poeta hispano. Marcial es uno de los referentes del epigrama burlesco, tan agudo, tan maledicente, tan actual.
Marcial
¿Por qué me envías, Pola, estas rosas intactas?
Las hubiera preferido deshojadas por ti.
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Mis epigramas los canta y los ama la Roma mía.
Ando en los bolsillos y las manos de todos.
Pero hay uno que enmudece y palidece y se enfurece:
Y por eso estoy contento de mis cantos.
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Desde una raza nórdica te envío estos cabellos
para que compruebes que los tuyos son más rubios.
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Sólo lo bonito quieres decir, Matón. Di
también lo bueno, y lo regular, y lo malo.
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Sólo admiras a los antiguos, Vecerro,
y no alabas sino a los poetas muertos:
Perdona, Vecerro, pero no vale
tanto, tu elogio, para morirme.
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No sé, Feliz, lo que escribes a tantas muchachas.
Sólo sé, Feliz, que ninguna de ellas te contesta.
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Te ruego, Rufo, que Chione no lea este libro.
Estos versos la hieren, y ella hiere también.
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Comprando todo, Cástor: lo venderás todo.
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Te quejas, Velox, de que escriba epigramas largos.
Tú no escribes ninguno. Los tuyos son más cortos.
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¿Por qué no te envío, Pontifiliano, mis libros?
Para que tú no me envíes, Pontifiliano, los tuyos.
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Cinna quiere aparentar ser pobre: y es pobre.
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¿Qué es lo que dice esa puta? No me refiero
a tu mujer, Gongylion, sino a tu lengua.
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El libro que recitas, oh Fidentino, es mío,
pero por tu mala recitación ya es casi tuyo.
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¿Preguntas, Lino, qué me renta mi villa de Nomenta?
Que no te veo a ti, Lino: eso me renta.
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Hay un notario que ataca mis versos. Quién es
no lo sé. Si lo averiguo, ¡ay de ti, notario!
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El que es pobre, Emiliano, siempre será pobre.
Hoy nadie tiene dinero, sino los ricos.
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Miente el que te llama vicioso, Zolio.
Tú no eres vicioso, Zolio, sino el vicio.
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Aunque tú no publicas, atacas mis versos, Lelio.
O no ataques los míos, o publica los tuyos.
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Cuando te aplaude toda esa turba de toga,
tú no, Pomponio, tu cena es la elocuente.
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Recházame, Gala: el amor que no atormenta
aburre: pero, Gaia, no me rehaces demasiado.
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Quieres que te llamemos poeta, y no recitas.
Te llamaremos poeta, Mamerco; si no recitas.
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Más bella que todas las que son o han sido,
y más bella que todas las que son o han sido:
O sé menos bella o sé más buena mi Catulo.
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De mi tierrita te envío, como ves,
Juvenal, nueces de Saturnalia.
Las otras frutas el dios lascivo
ya se las dio a muchachas alegres.
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