En esta entrega de Arte Poética, Mario Meléndez nos ofrece el trabajo del poeta puertorriqueño Iván Silén. Es poeta, narador y ensayista. Se ha acercado a la filosofía y a través de un ejercicio neobarroco, ha comenzado a sacudir la seudoconciencia burguesa de la posmodernidad gracias a una nueva brecha de pensamiento: el “silenismo”.
El minotauro de Kristo
o el año 2003
Sueñen, poetas,
haraposos del alma de Dios,
cretinos del deseo,
ambiciosos de la muerte,
y beban y canten y miren de mis manos; sueñen.
Os invito cabras, cabrones, cabroncitos,
a comer la santa Cena
de la carne de Dios,
del inconsciente de Dios
y a publicar conmigo el día postrero.
Yo nací oscuro
de la vulva de la muerte.
Nací muerto, incandescente, altivo
de la risa de la madre,
ebrio en el amor de la cadáver
(yo que anduve, soy,
yo decadente, Dandy,
terrorista,
loco,
petulante,
sabio y
fracasado de amor en las caricias).
No tengo nada que ofrecerte del mundo,
no tengo nada que ser del mundo,
ni un dedal, ni una aguja,
ni una pistola, ni un violín,
sino este dolor de muela,
este dolor del falo
como un clavo atravesado en la garganta,
como una espada atravesada en el oído.
Yo quise escribir
como un cretino
que sueña
demokráticamente
en los arrecifes.
Pero estaba prohibido por Dios.
Dios me había prohibido ante los hombres.
Y Dios me llamaba:
“Yván Soledad, fantasma mío,
carne mía, cruz mía.”
Pero estaba prohibido ante la muerte,
aunque ésta cantaba
sirenas
contra la soberbia de Ulises
que sueña ser héroe de San Juan…
Yo quería una red,
un pedazo de ser,
una hostia, una campana,
pero estaba prohibido
el placer de la mariposa negra.
Estaban prohibidos los amigos,
porque a cada estupidez
el Minotauro abría los ojos
y rugía dragonamente
contra los siervos de la poesía y
oían desde el coro que la suerte era gris
en las esquinas confusas de la muerte.
Sólo tengo, sólo me queda
este dolor que orina
y esa palabra que duele,
que aúlla loba parida
en las entrañas de los dioses.
Esta palabra loba
que anda entre los subways,
entre los senos de las mujeres hermosas
como una geisha
en los burdeles.
Esta palabra como una madre hipotecada
(que orgasma en los secretos
y copula en los silencios d’espalda,
de perfil, de sed,
al borde del disparo):
navajas mohosas
que Dios vende
en el mercado de las pulgas
contra todos los poetas del yanquismo.
¡Padre mío, que estás en la locura,
santifícame, orgásmame, úngeme!
Porque yo vivo aterrado como un santo
que pasa ebrio, cantando,
por las sombras del ojo
de la aguja, de los ojos
de las vulvas,
amarillas, azules
y violetas.
Yo paso pánico, furioso,
como una monja
delante del asesino deseado.
(Yo leo como un negro ciego que pide limosna.)
Como una niña que ha tomado
la guagua equivocada
para soñar el cielo…
Yo sólo anhelo a Dios en las esquinas.
En la vulva de l’amada,
caracol del cielo,
gimiendo por la risa o por tus hostias de mujer
te oigo, Dios,
en las palabras pequeñas, añejas
como risas, como rosas de lata
como angustias de moho
en las paredes, Rumi,
de tus canciones.
Yo amo estos sueños inciertos,
como un asesino.
Yo amo ese Dios que orina
contra las copas del templo,
contra las copas de Jerusalén,
y contra el fetichismo de las mezquitas
y contra la costra de la sangre
de las mujeres en lunas
asesinadas por los musulmanes
y por los cristianos.
¡Os invito, poetas,
rebélense en nombre del amor
contra el cielo y la tierra
a publicar la muerte
(la vergüenza, la traición,
el odio de ustedes
sulamitamente
en la nave de los locos
que levitan
en el deseo
de tocar el odio,
el oído, el inconsciente
de Dios
como una vulva)!
Yo colecciono los clítoris de pan
de las estatuas de ustedes.
Los gatos azules de las monjas
de ustedes:
en las gavetas inciertas
de los sueños mohosos de ustedes,
en la sombra vulgar de mi padre
y en la sombra reluciente de mi abuelo,
de mi caballo blanco incierto
oscuro de otoño,
en la isla de Patmos,
do Visnú pasa en el enano verde de la noche,
do Visnú pasa en el pez falo de Pan,
do Visnú canta nabimente
en el reino de los hombres
(¡oh, Tláloc!,
¡oh, Dyonisio!,
¡oh, Kristo!)…
Yo pasé delante del espejo de la muerte.
Yo tengo Mala Suerte
como una madre
que me lleva y que me trae
en el sinsabor de los amigos
que publican hermosas ediciones de oro
y los críticos los masturban
por fama en el mes de julio
delante de las puertas de l’Academia.
Yo sólo escribo debajo de l’arena
(un ataúd, una cerveza, un mar),
un vidrio,
un alacrán,
un sueño,
una sed, una ceniza, una farfalla,
en la madera d’extraños ataúdes
el nombre mío de Israfil
ebrio, Henoc,
distante
esquizo,
anunciando
que Cristo
ha resucitado de los muertos.
E io vampiro
como un Cristo cojo, inclemente, airado,
como una farfalla
que reparte la lengua
entre los niños que matricidan,
que corren, aúllan y
mastican amapolas,
espinas y pompones
en el sueño americano
(cabroncitos de Dios, ¡despierten!)
d’esas madres de trapo
que los visten
y los cantan y
los envían al infierno.
Las muñecas más oscuras que las madres,
las madres más oscuras que la muerte,
más cremadas,
ahumadas, cocidas…
Esas madres imposibles
como la ira
que llorara Jesús,
marihuanamente solo
clavado a una rosa lila,
a un denario roto…
Madre, he ahí tu muerto;
he aquí tu sombra, hijo,
porque Cristo se ha sublevado
anarquistamente
como un salmo de David,
y se ha sublevado como un niño
mirramente
que brinca la tablita y
peregrina,
en el columpio de la cruz.
Cristo se arroja en su Volkswagen encendido,
molotov al hombro,
como hojas de otoño,
como lluvia de mar en las espumas,
como la sed de mar
en los espejos,
aúlla la cruz
altoparlantemente:
Yo conozco los nombres de todos mis amigos
que no acudieron cuando estuve triste,
ni llegaron cuando estuve solo
ni me dieron amistad
cuando tuve anhelos,
ni me dieron sed
cuando tuve hambre,
ni me dieron de comer
cuando tuve insomnios,
ni me dieron de soñar
cuando estuve muerto.
Y ellos te preguntarán, Señor:
¿cuándo lo vimos triste o solo,
sediento o paranoico?
¿Cuándo te vimos nostálgico y furioso,
desamparado y risueño?
Yo conozco los nombres de todas las moscas
que rondaron mis poemas:
bienaventurado el poeta
que no plagió la muerte, ni registró la muerte,
ni anduvo en los poemas del otro poeta.
Bienaventurado el que no desea su auto,
ni la espada de su fama,
ni la mujer oscura de su amigo,
ni el anhelo podrido de su elogio,
ni su taza de arroz mezquinamente,
ni su saliva envenenada
ni la orgía de sus noches de bodas.
Enterradlo,
picadlo
en las latas de salmón molido,
en los paquetes de condones,
o en las hostias amarillas y duras
de los sacerdotes pedófilos
que rezan delante de las mariposas molidas,
machacadas
cuando yo esté
delante de vosotros
con ametralladora pulida,
con niños pulidos
y abra fuego
artaudsianamente
contra ustedes
y abra el sello azul, y
abra el ángel rojo,
y el caballo bermejo del otoño abra
(una noche del eclipse
–un eclipse de la noche–)
y t’escupa Dios, lector, por cobarde,
por pasivo,
por tibio,
por cabrón,
mientras los judíos cantan
un sabbat
fascista
contra los puertorriqueños
y los negros.
Yo creo, blasfemo santamente,
yo bendigo a la pluvia
como a este dolor de muelas,
como a esta fiebre de otoño,
este miedo, este pavor,
como a esa nieve que cae
detrás de tus ojos enamorados…
como esa muerte tuya
y esta muerte mía que lloran
en las palabras duras del poeta,
y en las palabras tiernas de los muertos.
Yo me sublevo, Cristo.
Me sublevo, amor, enamorado de la vida,
de la muerte altiva que se enamora de tu carne
y me visto delicado,
me plancho,
me almidono
como si la muerte me hubiera
caído de las rosas,
y el cielo
me hubiera caído
de los labios de l’amada.
He aquí, minotauramente,
yo estoy delante del Hades y clamo
por el héroe mío
que nos ha de salvar de la costra,
de la maldad, de los burgueses.
Yo t’escribo con mis uñas,
te hurgo el corazón
con est’alma que canta y
te llamo a que me oigas
(en las palabras violentas del amo
–en las palabras tiernas del odio–),
mientras brincas el tiempo
aliciamente,
en los columpios inciertos,
en los caballos de ajedrez que bermejan
la hora en que Cristo orina
contra las vitrinas de Broadway.
Oh, yo te invito, poeta,
navideñamente, porque
os ha nacido un Terrorista en la ciudad de Belén,
yo te sublevo con mi voz de ángel
(de buzo, de astronauta, de gígolo),
una mañana de otoño
no caerá la nieve de tus ojos;
yo te invito a divagar,
entre el insomnio y la noche,
este sueño de amor
yo te clavo las navajas
de oro enamoradas
contra tu confort de mierda.
Yo te invito a soñar como semen,
yo te invito cristianamente,
como a esas hostias o a esas moscas,
o a esos nombres o a esos amigos
(que no quebraron su cáliz a la hora del amor,
ni su cuchara a la hora del odio)
que se burlan y pitan
y coronan la cabeza de Cristo
o la cabeza de Yván Soledad
en las palabras dulces del silencio,
en el tema del amor enterrado
(entre el cenit y el nadir,
entre el ocaso y el alba)…
Yo os invito, poetas,
a beber la risa de mis manos,
a comer la Cena de mi miedo,
cuando el Minotauro se subleve en Cristo
(y cuando Kristo se subleve en Tauro
entre los besos
con una espada,
entre las vulvas como una espada,
yo os invito, entre el orgasmo,
como la espada del amor
contra la espada del odio).
26 de diciembre del 2002
Nueva York
Señor, no me lleves a Vieques
Señor, no me lleves a Vieques,
no me lleves a Vieques, Señor,
porque m’están esperando
en l’angustia de †u nombre
y en tu camisilla verde
que he puesto a secar en las ventanas
también m’esperan.
No me lleves a Vieques, porque me duele
la rodilla izquierda de mi alma.
No me lleves a Vieques,
porque me han robado
las muñecas viejas
y no han llegado todavía
las muñecas nuevas de †u nombre.
Líbrame de andar en el valle
de la sombra de tu nombre.
Y házme’l niño que soy,
transfórmame en el Cristo que ando,
alquílame en el Jesús que presto a
las prostitutas y a los publicanos.
Y joróbame, así, quasimodamente
en medio del columpio donde ríes,
todo es humo y todo es sed,
y aféame en la orilla de la chiringa del lago,
do humo y
jeremíame a la espina dorsal
de tu esqueleto.
Por tu padre te lo pido,
por tu madre te lo ruego,
y por el tío que no tuviste, Señor,
también te pido,
(¡oh, temible Dios de mi blasfemia!),
no m’envíes a escupir sobre las redes de botes
ni sobre las escupideras de las mujeres desnudas
me hagas escupir mariposamente,
ni aún en los cáliz mohosos
donde orinan los niños.
¡Todo es humo, Señor, todo es humo!
No me fuerces jobmente,
y no me yvanes
que me orino de miedo
al pensar que soy tu voz prestada,
alquilada, hipotecada
en medio de gentiles y creyentes.
No m’empujes,
porque no volveré a pasar contigo
por las noches de Halloween
d’espalda a los concejales
que vienen a Vieques a vender la mierda.
Líbrame, Señor, de los mentecatos,
y te pido, en medio de la náusea, que
me ampares de la loca Pataki
en la caja de zapatos de su muerte.
Líbrame de Sila-Magdalena
en los burdeles del ELA.
Y líbrame de la mierda,
de la televisión,
de la radio, del humo,
de las entrevistas:
y no me m’exhibas
ni me busques como al poeta que soy.
No me dejes boxear con Trinidad en los espantos
de las letrinas de los templos olvidados,
ni siquiera en el espanto
del ángel de Job a mi derecha,
ni ganar el campeonato de Miss Universo
junto a tu madre y tus hermanas.
No me regales tu traje de Novia
(junto a las rosas de papel de humo)
los Viernes Santos de la demokracia falsa.
Ampárame, Señor, ungido yo, en calzoncillos,
de tus fotos en los estanques del cielo
y que nada, como Tú, ni nadie,
pueda seducirme
aristoloquiamente
en el olor de las rameras de Gedeón,
ni en el temor de los maricones del Condado.
ni siquiera santa Teresa seducirme pueda
mientras reza, orgasma y juega,
con los curas más jóvenes,
más símiles,
que vienen a Vieques primero que yo,
antes que yo,
hermosos,
gallardos,
exóticos.
Y no me dejes levitar,
ni rezar, ni ayunar
delante de las muchachas
que se arreglan los pantis delante de los diáconos.
Y líbrame del fetichismo de los ángeles
(líbrame de la paranoia de Gabriel,
de Charlie, santo como yo,
mejor que yo,
pluscuamperfecto,
hebreo,
cananeo o cananita–
y de Pablo VI
jugando dominó contra tu nombre–).
Líbrame d’esta misazul,
d’esta misa rosa,
de’este diptongo
que me quema el pene en medio de las rosas.
Esta misa Tuya
que me arde el alma en medio
del orgasmo, Señor, cuando te beso con tu boca
delante d’estos hermanos pequeñitos
que no saben,
qué carajo estoy diciendo
místicamente aquí, oscuro
(de mariposa a rosa–d’espejo
a máscra que mira–),
delante de ti, en medio de tu taxi
a la hora de tus sueños.
Porque ya murmuran azucenamente,
murmuran espinas y rosas,
cactus murmuran, eructa rosas,
cultivo un cuchillo blanco
delante de mí y no saber qu’estoy ungido
en tu palabra, qu’estoy equivocado
antes del tiempo, después del tiempo, y
no sé en dónde ando. Pero ellos
ya te interrogan delante de mí:
“¿qué carajo está diciendo
el poeta místico de Ti?”
Y yo igual, desorientado,
te pregunto, Jesús,
en esta noche de insomnio:
¿qué carajo estoy diciendo?
Porque aunque sé, finjo, y aunque finjo, sé,
qu’era yo el que deseaba
venir con tu pata de palo de sueño,
sincero, oscuro, amanecido.
Pobre d’espíritu, rico, soy,
adinerado de angustias, soy,
Judas de Ti,
anduve y lunes y caminé domingo
sidista de tu carne, yo,
sifilítico de la fe, yo,
andariego,
vértigo tuyo,
sinestesio,
amante tuyo,
legendario,
oscuro,
metáforo de tu noche de amor,
noche clara de sombras,
noche santa de muerte: eso eres Tú, Señor,
espantosamente cierto
espantosamente oculto,
aquí en medio de la fiebre,
en medio de la luna
d’esta medianoche del día de Vieques.
¡Todo es humo, Señor!
¡Espantosamente humo!
En medio de los ciegos, y
de los sordos de luz y de los gordos de sed,
testimonio de qu’existes doy
auroriarmente antes que yo,
antes que’l tiempo
nebulosamente
me alumbrara.
Antes que los poetas te inventaran
creía en ti como un niñito
que se ha cortado el pene:
sed de Dios en la sangre derramada tengo:
agua atormentada de la sed,
espejo derramado de sed,
tiempo adormecido de la sed,
sed adormecida de más sed
como el cielo que cae sediento
d’estrella a estrella en la cascada
(cascada a cascada: las estrellas):
Domingo de Ramos,
humo de humo,
entro a Ti moliendo rocíos,
moliendo sed,
moliendo niños,
loco de ceniza, mariposo,
ala negra, de l’ala blanca,
seducido de auroras
(poema a poemo:
madre a patria): seducido y
seduciéndote de verbos a verbo, muerto,
como si fuera posible
soñar contigo debajo de la lengua,
soñar contigo debajo de la tumba
do te paradojo, y te llamo y te aúllo,
delante de los tanques
en el olor más oscuro de los besos.
Un día de verano mortal
Somos †ú y yo, Jesús,
delante de las bombas enemigas.
Yo te vi jesúsmente, Yván,
de la espalda del tiempo,
clavado de la mano de Dios
en la sombrilla podrida de María.
Borracho como si andara un lirio
brevemente,
lloviendo sonidos en las margaritas del mercado
de las mujeres de Vieques,
robustas, asesinas de tedio,
oscuras en la luz de los gemidos:
sulamitas de senos duros,
de albas duras, redondas, de sed
redondas de visiones, lujuriosas,
cristianas, nymphómanas,
epidérmicas,
yo te vi, cabroncito,
detener a la nación
más poderosa del mundo
con los pescadores de Vieques.
Eres increíble, Señor, con tu celular a cuestas,
caprichoso como una metáfora
que porta a su contrario,
vanidoso Eres de ti y cojonudo, como yo,
me detuviste, Tú,
en la frontera de Nueva York
hasta que te dio la gana.
Buscaste en cada palabra mía,
en cada cangrejo tuyo
qu’escupo en tu ojo vivo tu saliva
para que cante, como canto, insomniamente,
delante de tu pueblo.
Para que cante, así, de agrio,
deforme y duro y diga:
que todo es humo y todo es sed:
ni un sólo marino más delante de Vieques,
o cien o mil marinos con los ojos rotos
en las cunetas de Vieques.
Pero no m’empujes, Señor, ve despacio,
que tengo fiebre y tengo miedo,
y tengo dudas azules y dudas verdes
a la hora en que Cristo
brinca la cuica conmigo
en el columpio de tu iglesia.
Evangelisame y ayúdame a ser †ú
en tus palabras como las langostas
que bajan del cielo.
Porque tengo miedo del miedo,
y tengo miedo de la sed,
y miedo del éxtasis tengo
miedo de levitar como levito
en el subeibaja de tu alma y,
así, cuando caiga extraviado
en las galerías del templo,
en las visiones del templo
pueda besar tu boca de rosa
con mi rosa cortado, herida y muerta
Líbrame del infierno de ser real
porque tengo miedo de la visión
que late por la casa,
miedo que respira tengo,
miedo que sueña y que adereza
en †u caja de zapatos.
Y tengo más espanto en tu ternura
paradójicamente solo,
que más espanto tuviera que de tu risa
en la distancia que me roza de Ti
y en la cercanía infinita de tus labios.
Tengo pánico de mi palabra
en la comisura amarilla de tu lengua:
merluzas verdes, de las merluzas muertas.
Estoy delante de tu tiempo y sudo tu piel desnuda.
Delante de ti desmayo
con corbata y todo,
porque miro y veo y oigo
como forjas la vida y la muerte,
y como forjas el espanto
de mi boca.
¡No me fumes, Señor,
no me marihuanes, ni m’enroles,
porque m’espera ya
l’angustia de †u nombre!
¡Señor, m’está doliendo tanto
el Cristo que me diste
que no sé cómo morir de tu propia vida,
no sé todavía cómo morirme de tu nombre!
¡No me envíes, Señor, a Vieques,
qu’estoy temblando aún en tus visiones!
Perdónalos
Ha muerto la luz en la ceniza de la tarde
y ha muerto el amor en las paredes del moho.
El hombre pide un café y piensa
en su vida oscurecida por la borra del cielo.
Es la misma voz de siempre
que se levanta oculta en el espejo. Es
la voz queda, monótona, rasgada que dice:
perdona este día, Señor, y perdona
también esta oscuridad y este viento de otoño.
Perdona a los que hablan de mí fabulosamente,
a los que me traicionan
día tras día, tras año, tras siglos,
ocupando mi lugar, y mi palabra, junto a los peces,
a los que me calumnian fugaz,
secreta, vulgarmente,
en los cuartos cerrados,
en los teléfonos sucios,
en los baños contaminados.
Perdona a la Medusa promiscua en los pasillos del Hades.
Perdona a Helena arrugada, canosa,
en la Plaza de Lluvia, y a las muñecas de loza,
pobrecitas de sí, sin rostro,
sin uñas, sin pisadas.
Perdona a los que me envidian este anónimo,
los que roban la fama tuya en el poeta,
los que te espían desde el amigo en mí,
y dicen ser como Tú eres, y nunca han sido y
se alimentan de moscas
y alacranes
y cangrejos,
y arañas
y ratas.
¡Tantas alimañas para forjar el alma!
Perdona a los conferenciantes del diezmo,
a los que no me saludan
para sentirse superior al poeta.
A los que no te publican para sentirse
superiores a los ángeles.
A los que no contestan enclenquemente tus misivas,
mis epístolas, tus papiros
mis esquelas,
tus anuncios:
el correo electrónico de tu muerte.
¡El suicidio es la ternura de los dioses!
Perdona esta vida tan sola que me diste.
Estos amigos que no tengo y perdona
también tu vida tan irreal a veces, tan incierta siempre.
Perdona mi camisilla sucia y mi costilla blanca,
no se venden en las casas de empeño.
Perdona el miedo de ser yo,
el miedo de tus besos
como un Cálao amarillo y negro.
Oscuro como los canarios
que sueñan en las tapias y
amarillos como los ojos de las madres.
Perdona a los sueños
de la Tercera Dimensión
por brindarme tantos insomnios,
tantas angustias, tantas carcajadas.
Perdona cuando me río de noche por los sueños
y cuando me río despierto de los sueños.
Perdona a la muerte, ¡tan terrible!,
por darme tantos versos y
perdona a la vida, jorobada de espejos,
por obsequiarme tantas muertes.
¡La ternura es la belleza de los locos!
Perdona este poema
por ser tan fofo, e idiota y presumido.
Perdónalo por los odios que levantará
y porque no sabe lo que dice
y porque desatará
crisálidamente
todas las lenguas que te leen en mi sed,
en mis versos y que anateman contra Ti
el tiempo de la sombra de esta agua
(ruiseñores ahorcados + ruiseñores
con alambres de púas
–rucios de tiza y de ceniza–)
en la sombra de tu Ley
detrás de las pisadas infames
esas mariposas del corazón enamorado.
Perdona al pintor,
jorobado, casi-Cristo-feto-como-yo,
arruinado en las pinturas que no trajo del Hades.
Perdona a los cien que callaron
cuando tacharon mi nombre
(a los culpables y a los inocentes).
A la Antimusa de la envidia, perdónala también,
¡qué carajo!
(si las palomas que beben de mi sangre) y
los idiotas beben en mis telas ocultas,
en mis huesos,
en mis huellas,
en mis deseos.
Perdona los falsos “curadores”
(polichinelas del falo de Cristo)
que no pueden clavar ni ser clavados
en su propia cruz.
Perdona también al ensayista
(que los ensayistas escupen),
perdona su gula,
su anorexia,
tu lombriz,
tu oruga,
perdona lo que dice él con tanta belleza,
perdona que lo ame, así,
y me burle de él en las letrinas del templo
como si fuera Hegel cualquiera,
un Platón, o el mismo Nietszche.
Perdona las uñas que se come,
lo esencial que defeca,
y que se masturbe, martes,
hermenéuticamente,
con una soga do yace a la puerta del viento
como si fueras Tú mismo
colgado de las astillas del tiempo:
pisando las rosas, amores que dejas
magdalenamente
porque no sabía
(Sísifo chorrera arriba,
escalera de escape abajo, este sueño,
este incendio, este aerolito de ser),
no sabía, no sé,
que la vida pudiera ser de este tamaño.
No me juzgues, Señor, en mis amigos,
tan blanquitos, tan riquitos, tan honrados,
que te oran como monjes de cristal,
como brujas de vidrio,
como arena de Novia,
colados, sodomisados,
antes de tiempo,
antes de ahora,
antes de nunca
(do el viento arrojaba gris,
los sueños,
en los portales de las casas).
No importa que ellos escondan mis poemas
debajo de tu sexo y debajo de tus hostias.
No importa todavía que oculten
mis ensayos filosóficos
en los sartenes del templo.
Ni importa que claven tus cuentos
pornográficamente
en la pared
del río del bautisterio
donde Garcilaso de la Berga
calmó su sed de aristocracia.
Todo es inútil, Señor,
todo es la fiebre y me lavo la cara en un sartén.
Todo es
esta agua agria de Loco que les doy estultamente
a tus amigos,
a tus locas,
a tus lesbianas, este pan,
a tus esquizos, este vino,
a tus presos, a tus juanes,
para que enloquezcan este sueño de otoño.
Esta felicidad, esta mañana que me diste
estrepitosamente ivana,
en las esquinas de Brooklyn,
do está prohibido orinar
y defecar hostias,
ruiseñores,
fetos ivanos,
fetos inútiles,
fetos de Cristos,
do está mi cuerpo partido en esta mesa,
partido en estos versos
en mi memoria de Ti,
en tu voz de mí cuando dices:
¡tomad, comed
esta es mi mirra!
***
Perdónalos, Señor, porque ellos son todavía
los que edifican el exilio como Hades,
que ellos son los que construyen el sarcófago
en esta mañana de otoño.
En esta tarde judía de viento
donde luzco mi abrigo largo,
mi abrigo Artaud,
y mi abrigo loco.
Perdona este poema
que ellos leerán impúdicos, contemporáneamente,
leerán indiferentes en una tarde cualquiera,
y lo leerán, así, paranoicamente,
entre una sombra larga
y una sombra corta
de serafines cojos,
porteñamente Te leerán
más allá del Sur,
más allá de las esquinas rosas
donde Borges orina en el callejón de los conventos.
Perdona los peces de mi alma, Señor,
y perdona los nautas que he hundido
en el mar de este poema y los perros de piedra
que aúllan
como luna del mar
que he quemado de azul
en el corazón de las promiscuas.
Perdona esta taza de café
que se ha podrido de amor sobre tu mesa.
Perdona por no ser el poeta que me diste,
ni este lírico, ni este símil de mí,
ni esta ternura y ni esta ira de madre enamorada
en los balcones donde corren tus toros.
Perdona aún,
que entre Tú y yo,
cuando estemos ausentes el uno del otro,
mi revólver,
como una carta,
como una rosa de amor,
como un destino
te señale con mi dedo de Caín.
Perdóname, Señor, abelmente
en este poema que se pudre de amor,
en este suicidio que no ha podido acontecer jamás
en la muerte de Dios
que el espejo porta
ivanamente contra el cielo!….
¡Ten piedad de mí, Señor, no te acuerdes de mí,
no te suicides otra vez contra mi muerte!
Los Plagiadores del Tiempo
o: El Conde de las Greñas
Que nadie llegue a tiempo,
y que nadie pregunte
por qué la noche cayó
sobre Iván Silén de esta manera.
Que nadie sea como yo en este sueño,
porque un cielo negro gira en mi cabeza
y canta nautamente como Ulises.
Hoy que tengo miedo de decir
lo que el poema dice desfachatadamente.
Hoy que no quiero, Borges,
publicar ni siquiera la sombra mía
(para ver al que se roba
el hilo de la costura del tiempo).
Porque la luna está deshilada
sufriendo en los aleros,
y el sueño deshilado, obvio,
padece en las palabras,
cuando el Relojero
que finge y
simula horas,
Nãvi,
laureado remotamente vampiro
cercano, sigiloso,
maldito, sutil, Borges,
amigo mío, cabroncito,
miente y mientes de las horas,
mientras la noche cae
de lluvia en lluvia,
como luces de bengalas
y-el-ojo-de-la-vela-vela-
el-viento-cantando-
del-nao-che-remotamente-
acompañado-rema-con-la-muerte,
porque el otro,
Navigator,
esa infinidad de Egos,
quizás tú mismo, Borges, que sueñas
jeroglíficamente solo,
como si fueras alephmente
el copiador de la nebulosa
donde Dios deambula debajo
de mi llanto;
do aquél otro, españolo,
mascaradamente
al extravío del rostro,
al tropiezo del rostro
finge e insomnia en los espejos,
que solamente espía syringamente
lo que en el suelo escribo.
Estoy delante de ti y tú lo sabes
y abro el azogue para buscar
remotamente en el origen
y hallo el sustantivo “Iván”
en la palabra “navi”
donde Ulises loco, languilargo,
se enfrenta a los espejismos
de las lunas.
Sólo queda el espía de
los jeroglíficos que en el remo sueña,
para luego, de nauta a nauta,
como un servus,
o como astronauta
hacer del tiempo trampa,
hacer de la muerte hilo,
y de lo abyecto esa pose del Aëda
en donde plagia polvo de estrella
el pergamino mío…
Porque a punto de colapsar enana blanca
estoy
más limpio que el “asesino” tuyo,
más oscuro que Dios
a la sombra del átomo,
apolillado en los folios de Pessoa
(donde se oye la queja vulgar de Dyonisio a mi poema),
de aquél qu’esquiva la queja de la envidia,
en los papyrus del Dios enamorado,
narcómanamente,
fugaz, explosivo en el “Big-bang”
de un soneto inconfundible de amor
en los oídos tuyos.
He allí el rapsoda españolo
del largo navigo del tiempo,
distante, vestido de homo,
aunque espantoso,
pintando las uñas a los muertos,
haciendo rizos a las muñecas
oliendo perfumes en las estatuas,
buscando fetos in filo suo,
Orfeo pendet,
a la vara,
clavado como los fetos del “black hole”,
como las muñecas de Dios deshechas
(¡Oh, Lesbia,
no me codicies
ni siquiera como Deus!),
porque las olas del delirio me arrastran
y las sombras de las’ombras en lo eterno
fugaz de siempre
el mar te bate contra tu propio
tocador de criminal
do gime la noche de amor
como Eco en los espejos del Traidor.
****
Escupe, tú, ahora, Borges, con tu guadaña rota
de papyrus y de caña, el otro,
escupe tu saliva, ahora, contra el Dios
papyramente
y bebe tu ceniza
porque el nao del aspa-astilla,
el nao del alba a la gaviota,
al nãvigum,
al ala,
te arrojan contra las astas
de los hombres
y donde ese espacio que vuela curvo
se estrella contra el navi de Dios…
do naufragamos.
La noche te queda inmensa
en el espacio y
el Piloto te queda más inmenso todavía,
como quien desconoce la muerte,
porque en el crepúsculo del dios,
las novias del puerto,
avevo una vez,
un enclenque como el angelus,
llenito, barrigón,
en los espejos del amante,
do cantas peces
escorbutamente
polvo de estrella,
¡oh, Nenia, dolor mío!,
al ala derecha de los Girondinos
como si hubieras
besado a las sirenas por el sueño.
Pero todo es falso en lo cierto del día,
nada es cierto en la oscuridad
de la provincia del aéreo,
con su manita dorada, aquel poeta infame,
(que-anda-la-luz-oscura)
que plagian los kotex manchados de las niñas
como si hubieran visto astronautas
en las astillas de los nãvãlis,
o en el esplendor de los ocasos
hubieras visto el rostro mío
de nauta o de poeta.
A los lejos, Borges,
mi confesión de hombre para ti,
para la historia-hoy,
porque nadie puede crascitar tanta mierda sobre ti
sin que haya sombras.
Ningún crítico podrá decir tanta heces de nuevo,
como esa excreta de los-canes-rosados
de Buenos Aires,
la Horrible,
del-tiempo-cuerpo-del-espacio
(al-espacio-cuervo-del-tiempo),
como si Ulises estuviera iluminado de vulvas,
te espío el ojo del tiempo que me espía,
y escribo contra el corazón de Dios
(este ritmo del poema que me enloquece,
esta metáfora
que me exaspera
–esta cuica de Dios,
esta peregrina del Hades
que me fastidia–)
y escribo y tacho
a mitad de la astilla del tiempo
“Los plagiarios” míos
que no te mereces, porque
los escribas creen que somos lo mismo,
porque sudo sanguis debajo de la luna d’este eclipse
esta sangre de sida de hilo de pez añejo,
deshilada la vena mía del alma que late,
do el navío de Dios golpea a Júpiter
y da
y da y da y mata,
(¡oh, Rosa del cuento
paralela a mis cuentos,
yo te niego y yo te afirmo!
Y sólo yo puedo besarte en la frente,
así como escupo en la frente
criminal del Españolo,
del yanqui
y de todo invasor, cultural, anémico,
decadente
que desee sodomizar al ángel,
a Macchu Picchu,
a las muñecas de plata
en cada sueño de cera,
en cada sueño de plata.)
Los críticos hieden sexualmente en el poeta
(¡Hosana a aquél,
¡oh, Conde de las Greñas!,
que viene
en nombre del Señor!)
contra la costra del alma
estos sobres de Juan
todavía cerrados por mi mano,
esos pergaminos a la dextra de Iván
de la isla de San Juan,
siete meses más joven de la hora 2000,
donde Soy, ivanovishmente,
quien debo abrir las copas
de los que buscarán la muerte
en las fronteras del tiempo
y la muerte les será negada.
La muerte, que sabe del ritmo
del viento vacío del espacio,
por donde se oye el “Claro de luna”
y las sonatas sin pares de los acordes,
do recuerdo que soy yo,
como si estuviera loco,
y no tú,
hijo de Dédalo,
quien poetamente
escupe el tiempo
contra los copleros del nao.
Es la rabia delicada,
como cálaos ciegos,
como Hermes cojos,
como Casandras mudas
que a la sombra de la Vía Láctea
(¡Oh, Baudelaire canta contra la furia del Albatros!)
oigo gemir los ángeles de las alas quebradas,
en donde fluyen las flautas de las flores
y de olas mágicas y
de esos asteroides,
de Dios,
que giran en las fiebres,
el escorbuto blanco de las piedras,
contra el ojotuerto del que espía
en la inmensidad de los delirios
el tiempo negro del tiempo blanco.
¡Oh, sambuca, canta,
arpa mía,
contra el delirio del cielo!
Musamente sé yo mismo,
y sé tú misma,
como si las citas del amor fueran fatales
en la epidermis de Dios
todo el tiempo posible
en donde me canso de ser
esta huida, esta venida,
este orgasmo.
Desgarra, entonces, el Tierno de la sombra
y da con mi lira, Delirante, tú,
el tiempo
y da y da
y mata,
angustiado de muerte,
y toma con mi falo la hoz de orquídea,
más delirante aún,
¡oh, sangre de los soles!,
tiempo curvo del cáliz,
vulva curva, espacio,
como si mi bicho de rosas golpea contra las astillas,
contra el clavo de polvo golpeara,
contra el alfiler golpeo,
¡Oh, Cristo, copiloto de mi abismo
no me dejes caer
y da, y da, y da,
contra esta espina de luz
do la sangre sema
tiempo negro
en la mirada paranoica del Testigo!
****
Estoy extenuado, a la deriva de los días
estoy cansado de morir
este sitio di Dio
do scribo
el tiempo plagiado
a la salud del loco que grita:
“¡tiempo, Sirenas, tiempo!”
como si hubiera visto tierra,
o mujeres ciegas, bellacas,
frenéticas de amor junto al salitre
de las lunas verdes.
¿Qué podrías decir, entonces, Borges,
a mitad de la asamblea de los muertos?
¿Qué podrías decir, tú, ¡oh, Dyonisio!,
como un
Marat cualquiera
a mitad de los cuchillos?
Porque yo odio tus pasos detrás de las ratas
que sueñan en el viento la tormenta de los aerolitos,
y sé que oyes en mí
el hedor de Dios
que te cautiva
como si estuvieras masturbado
por Dios
en la Tercera Dimensión
de los sueños.
Oye ahora, tú, amigo mío,
la mano a mano que me debes,
el silencio infame de los críticos
que al cielo van y a la mierda vienen
a buscar agua bendita
el día de fiesta prohibido,
el día del Taxi clausurado,
la verdad tuya,
el ser tuyo,
este remo de aguas de tu plagio de tiempo
(no tú, Borges, el otro,
el cualquiera, el de turno infame, fugaz,
aerolitamente al borde de la muerte)
oyendo este Domingo de Ramos,
donde Manuel, Ramos Otero, plagiara
Las mariposas de alambre
que te obsequio
desde el desprecio
como si buscaras en mí
al rapsoda de la ciudad del polvo que has ocultado
anda-luzmente
quevedamente oscuro,
ninfamente infame en los cometas fallidos,
los que le faltan a tus sueños.
Como si buscaras, dyonisiamente, entonces,
casi alados
sobre el Dios que escupes
lo que has perdido en la carne
y en las siluetas de las naves.
Dios me está besando hoy
espacio curvo en las palabras
violentas del amor,
como si yo fuera
su propia carne viva a quien me besa de sombras,
con las sombras,
en las sombras iluminado,
porque tanto esconderme,
de tanto censurarme críticamente
tenía que aparecer un 1999
con mi voz de cántaro roto
sidistamente hasta el rosa del tuétano
estas tres de la mañana
do Dios me anuncia,
como un letrero enorme de octubre,
los pasos sigilosos
de aquél que pilotea a mi lado
el odio de El,
la náusea de Deus,
y el horror con que escribo
estos “Plagiarios” de la nenia y de la historia.
****
Estoy a mitad del canto, Borges,
y he de cantar aunque el crítico no quiera…
He aquí, entonces, que me escondieron
y me petrificaron
en la bodega de los barcos aéreos,
para que nadie mirara
mi voz de sirena petrificada a mitad del espacio.
Ni oyera nadie mi voz de ángel fañoso
que sueña entre las piernas,
que rezo,
santificado,
¡Oh, Tú, Señor, del cielo y de la tierra!,
no me entregues a mis enemigos,
ni a los críticos me entregues,
apártame siempre,
guárdame en tu silencio, censúrame, Tú,
para que no pueda tocarme la censura de los hombres!
****
Aquella hoz mohosa de mi siega,
(…había una vez, entonces,
de cuyo tiempo no quiero acordarme…)
aquella guadaña de sangre
que las muchachas descalzas,
frenéticas de luna,
(codiciadoras del Aleph del sexo)
en el tocador de la Muñeca de la muerte
buscaran ahora, o buscaran después,
las mariposas del tiempo deshecho
y del tiempo recobrado.
Este es el abril de lata que parece octubre de cobre,
y este es el octubre de lata que vuelve
para parecer abriles de vulvas.
Este es el acto de escupir contra ti,
dyonisiacamente,
porque te equivocaste al crascitar,
en la revista Atlántica
“que nos encantaría pasar una noche con Lorca”.
Este es el abril de los octubres que pasan
(el viejo odio de Unamuno contra Darío y
la vieja actitud del imperio español
en el imperio yanqui),
y la vieja biblioteca del cielo encendida,
apolillada de brumas,
hechas roca,
retintas de acqua
que van a la guerra cósmica,
como tú,
Circe de Marte,
porque no entendiste,
(¿cómo podías entenderlo?),
la-Kyoto1-de-la-Muerte que el tiempo trafica
en los caballos bermejos.
Si turista del cielo, tú, ajeno,
no entendiste el sistema
¿cómo presumías, entonces, hablar de las almas rotas
en la ciudad del Universo por llegar?
Todo fue la confusión, el caos, la maldad,
cuando los coperos
te ofrecieron la soledad de los nichos.
Te brindaron también el ahora
de las grandes naves de Dios,
que los poetastros robaran
locamente enamorados
d’El miedo del Pantócrata
como monjas sifilíticas
(Luz, tú también, ¡Oh, Brutus!,
plagiaste el cofre de oro
–todos ávidos, y tú más ávida aún, de ser Navi,
todos sedientos de poseer el cántaro de Dios:
los eunucos, los Jesús, los profetas,
“El solista de Carlos V”,
Los Narcisos Negros,
La casa de Ulimar–)
que vigilan los furis de los límites del tiempo
y de los límites séquito.
El hurto fue fácil, permitido
por los conserjes y los copistas
en los ovnis vacíos de Dios
donde los vates,
de las manos doradas
se acusaban
unos a otros
delante del Pantócrata del nicho
que no llegó a la Luna,
ni Andaluz, las cuatro son
veinticinco y otro plagio,
y un plagio más
que la crítica ignora,
porque yo poseo los muertos,
iluminando en los confines del cielo,
porque quisiste ahogar
a Filí-Melé astronautamente
en los casilleros del olvido, pero no pudiste,
porque no te estaba permitido.
¡He aquí
(asesinos, censuradores, borgistas),
el poeta sigue hablando con los dioses!..
****
No me hables, entonces,
apocalípticamente del caballo amarillo
ni de la gravedad del sueño me hables,
porque pterodáctilamente
puedo mostrarte los confines del Hades
y tú no puedes mostrar
absolutamente
nada,
¡Oh, Dyonisio!
Hoy que la noche quiso ser gris,
como un disparo en la boca de la vida
(como el suicidio de Goytisolo),
en la soledad de las rosas desiertas,
como mariposas de gases
que desgarran las lenguas de los ángeles eclípticos
y se desgarran la historia real
(la historia del traidor–de tantos–
y del héroe–de tan pocos–)
que quisiste escribir
envidiosamente
(de los poetas de la ciudad,
un 24 de diciembre)
en las paredes del tiempo
lo que solamente era mío
y tú dijiste que era de otro.
¿De quién es ese espejo
do se confunden los críticos a mitad del espacio?
¿De quién son estos caballos bermejos
en los confines del polvo?
¿De quién es esta patria
que yo canto y levanto?
Entonces la noche quiso ser gris,
porque una cosa es lo abyecto
del alma de “Dios”,
y otra cosa es lo yerto de luz,
lo abyecto de “El gran criminal”
que me combate
en los burdeles de enero,
porque el Dandy,
ciego, tanteante,
en el “trucco” del Piloto,
tardíamente y remoto,
aquél que no se parece al placer
de las muñecas ninfómanas
que codician el tiempo
mortuorio del Demiurgo.
¡Oh, el Infractor de los “comics”!
¡Oh, el Escribidor-Eunuco de la apariencia del espacio!
Quisiste escribir, ¡oh, Frígida!,
sobre lo abyecto del alma,
pero el tiempo de Venecia, quizás Saturno,
se llenó de Polvo cósmico
de telarañas,
de alacranes
donde las nuevas estrellas
eran la misma podredumbre
de las añejas estrellas del agua.
Era el polvo,
los ascensores del suicidio,
era la muerte de los astronautas “homeless”
que navegaban el después,
y nunca llegaron felices a la ahora
de la Biblioteca de Borges,
ni al después, narcisonegro,
de la Biblioteca de Iván.
Era también la luz de los pinos
(ratas y taxis metafísicamente amontonados por mí,
los que tú tomaste gratuitamente
para tus versos)
una mañana de abril,
una tarde de octubre
una noche que dio y un día que dio,
y Dios, ni de día ni de noche,
ni apocalípticamente
en los sauces y en las sombras de las sombras,
en lo remoto mismo
como si fuera la misma huella del ser
irrepetible,
reflejándose en el agua astillada,
mariposamente caída,
reflejándose contra el cielo quebrado,
a otro cielo más roto,
más distante,
más universo expandido,
como si tú y yo fuéramos los mismos
pero es imposible que seamos,
¡Caricatura mía!,
porque te falta el cielo y el Infierno
en los laberintos míos
y en los laberintos tuyos…
****
¡El poeta todavía habla con los dioses!..
Los buitres tuyos, entonces, andariegos, locuaces
y el Cálao,
solitario mío,
no pueden volar juntos bajo el mismo cielo,
porque la belleza de uno no se parece
a la ceniza del Hades
y la belleza del otro,
lánguida, idiota, mercanciada
y oscurecida en el sida,
se parece a la belleza del limo
de los copistas del Limbo.
Te hago un favor, oh, Eco,
aunque día de Borges,
aunque lo abandone un poco,
aunque me ría de él rosadamente
con el Narciso que te mira,
mientras remas naufragamente en el corazón de “Dios”
como la-imagen-de-otro-Ego-meus
del universo repetido mío
do contemplas en tu mano
el rubí del rey burgués que finge la mujer
eclipsada de tus lunas y eclipsada
en los cisnes darianos de vidrios azules,
cristal de roca
del cielo mago-azurro,
amarillos y verdosos,
do-contemplas-los-culos-de-los-niños-rotos
en las lámparas de tus vírgenes locas
mientras sueñas climateamente
para huir de los bosques encendidos del tiempo
do mi flecha apunta el corazón
de los plagiarios.
****
¡Oh, mar siniestro, bate azul y bate verde!
¡Oh, navío, ruge rojo contra los vientos lilas
de las velas viejas,
desgarradas,
deshechas, rotas,
do la luna fofa, anémica
tísica se sumerge en mí
para que la Kyoto del Universo brote
de orquídeas y pompones y esmeraldas
contra la otra ciudad del otro Universo
y de la escorias
donde los taxis plagiados
ivanamente
no se parezcan
a las naves de mis versos
do el Nauta, corazón de Dios,
enamorado,
astuto,
afile teseamente
la misma muerte
cuando, tú, pises el filo eterno de la luna.
Es necesario que la noche caiga sobre ti
como un asteroideivano,
añejo,
niuyorkinamente solo.
Es necesario que la noche del polvo
viaLácteamente-eclipse,
se repita
en los últimos exágonos
do la Tierra no existe
para darte denariamente y llenarte
las manos,
los labios
tu pene y tu pena
de Latonas y latas,
de Dianas y selvas,
de Minervas y canes,
cuando amontonas poetas,
como ratas
en los potes de embutidos,
para que no se oiga en ti
corazón de telarañas,
girando girondinamente
hacia el ojo de Andrómeda.
Para que no hieda en ti
el eclipse del corazón caduco,
ni vean tampoco el Aposento Alto
de tu falsa fístula
de Cristo.
¡Qué caramente vendías el espacio!
Qué horrible, para ti,
fue vivir debajo del Amigo,
del-paraguas-para-semen-de-tu-padre,
do aerolitos de yemas y claras
anunciaban dragones en mi alma.
¡Qué terrible, ese padre
abriéndote la Rashomon2 de la Osa Mayor,
y los retretes orfeamente abandonados
mientras, tú,
¡oh, seudo-Buzo!,
equidistante,
como el rapsoda del San Juan de la Maguana,
como el cretino de la kodak,
pantagrueleabas años de luz
contra la orgía de “Dios”,
y escribías,
vulvamente
roto de la luz de los años rotos,
balen,
rebuznen,
que se rompió la fuente del tiempo,
en el corazón
del Nauta
contra los lirios haraposos de la dicha.
Hoy no debes tocar los grilletes de Dios
que te contagian,
porque la lluvia cae anónima contra la lluvia
y contra el puente húmedo de Dante,
como las sombras del sueño
por el sueño de las sombras,
do tú,
mefistófelesmente
plagias al revés
plagias al derecho,
con la voz de las sirenas roncas de tiempo,
cantando fañoso, fofo,
en el corazón de Dios
(la legión que soy contra las sombras,
el ego que soy contra los ángeles,
el abismo de Ulises contra los dioses)
paso, e ivano
ligeramente otro,
extravagantemente & solo,
a ver si Penélope faxea
cartas de amor,
y postales de odio…
No sé si
soy el otro que a mi lado
clonamente
mete su pan de ADN
en la Santa Cena de mi olvido.
No sé si soy el Ego del otro mismo ajeno
en los universos simultáneos
del AlterEgo
que irremediablemente,
publica lo que escribo como suyo,
para que, tú,
¡Oh, seudo-Buzo!,
augurio mío, a pesar tuyo,
canalla meus,
manyes de mi mano el limo del gesto oscuro,
siniestro, incandescente,
que te sostiene en tu desierto
de ser “famoso”
debajo del semen del abismo de tu padre.
****
¡Ah, eso era imposible,
porque no
hubieran podido escalar la Vía Láctea
como si soñaran yiddishmente
los aullidos de Macchu Picchu
en la escalera de Jacob,
o los escalones apolillados del ser
contra el ángel sin par de la Nicotina!
No pronuncies, deuteronómicamente, entonces,
¡oh, acróbata de la velas!,
las palabras doradas
y en el pico la Flor, porque
el ser que te aplasta contra los versos,
la espina dorsal de la rosa blanca se te clava
falamente
(tecatamente)
en la rosa negra de tu estatua, o
contra ese Dios azul
que tú traficas espejamente,
que mejor que yo,
casi sombra,
do portas conmigo el ataúd,
una noche de abril inmensa,
interminable,
do la lluvia de octubre,
jorobada,
anuncie los judíos errantes del exilio.
Una noche temible de octubre,
como si fuera una noche de abril.
****
Era mejor morirse en las auroras curvas del tiempo,
y no haber venido
de Testigo injuriado,
vilipendeado,
inalienado
a comer mi propia carne de Astronauta,
con los propios prójimos
que escriben
palimpsestamente
contra mí,
cuando Dios se pierde en las ambulancias de Iván,
o cuando Dios plagiado de sí,
casi enemigo suyo,
oscuro, criminalmente,
me empuja a padecer
épocamente
los plagios de los “amigos míos”,
del coro meus,
¡oh, Grecia!
en los puertos, en las estaciones,
de los teatros desiertos,
o en las paradas grises del espacio,
como un taxista oscuro, curvo
de la misma gravedad de los que mueren
y esperan al Pasajero-Yo, de blanco,
inmaculado,
puro,
casto,
en el tiempo gris-oscuro de la noche.
Este es el sonido de mi voz,
este soy yo grabado
egamente azul
equidistante, muerto, y no me basta ser
lo suficientemente Dios.
Este es el tiempo luz de Deus
contra mí mismo
y no me colma
ni me mirra, ni me escasa, ni me añeja,
este poeta infinito
contra los colores del cielo.
Pero también,
óyeme, tú,
que lees incrédulamente,
El es todavía,
el mismo Rapsoda de siempre,
universal,
primitivo,
incestuoso,
vidente,
mágico,
matricida,
sacerdotal,
que ha puesto su silla junto al abismo de Dios.
Este es el sonido de los años luces,
entre tú y yo,
cuando estemos ausentes el uno del otro,
como el color extraño de la muerte
en las estatuas del cielo
que cantan
“¡Hosana,
hosana,
hosana,
el poeta está otra vez entre nosotros!
¿A dónde, entonces, te escondiste, DesAmado?
¡Oh, Santa Teresa del Falo!
¡Oh, San Juan de las Vulvas!
¿Qué larga la noche de luz del ataúd oscuro,
casi golpeando dráculamente
contra el culo?
¡Oh, que raros astronautas, todavía húmedos,
sudando sangre,
esperma,
ardiendo de lunas, y de soles muertos,
afiebrado contra el gallo de siete espuelas
y siete ojos.
Afiebrado-contra-altos-del-coro-de-Apolo,
afiebradas corcheas rotas y
calurosos gemidos del polvo redondos de la muerte
en clave de fa
do el disparo es bello
en las lágrimas fortuitas de Ivanós
(o el gemido nuestro–¡oh, muertos!–
siniestros navegantes de Ivanoskar,
que en la clave de Sol del tiempo
amontonadas las lágrimas de los años luces
de Dios se acumula,
aborbotones y se pudren
poco-a-poco
como si lo estuviéramos besando
por la boca).
¡AY, que nadie venga, entonces,
que nadie diga,
caballo blanco en la montaña,
que nadie hurte,
ni sepa, ni mee,
caballo negro de la mar,
al horizonte mío,
do el sentido de la muerte rota
que mis poemas exhiben,
sin el adjetivo criminal
sea de luz y
sea de sombra.
Porque no he de ser eternamente este Ivanoculto
(o este Naviculto, este nauta de Deus,
violento
próximo, esquizo,
prójimamente ajeno)
que se hospeda emmanuelmente
en-las-traiciones-de-los-amigos
donde moralmente lo despojan:
alexismente mea,
teamente roto,
josémente meus,
amicus paranoico deshechos,
contra ese Iván Ivanovish ,hijo de Ivanós,
que porta la camisa de fuerza del poema,
loco y pazzo,
esquizo, atado,
a la soga del poema,
a la paloma del poema,
al mar del poema,
al odio del poema,
al grito del poema
del alaluz a la otranoche,
alamar,
alamuerte,
ala-la-lá-de-la-eclipse,
de-la-gaviota-a-la-galaxia
al ala-de-notte-del aspa,
la, la, la, lá,
la, lí, la lí,
al-día-del-polvo,
al rascantán de San Juan,
al ráscate de mí
en la espalda de Deus,
o al alalá de la muerte,
a la-sombra-de-las-sombras
(¡Pater nuestro, amicus!)
en los documentos falsos del espacio,
de los papiros rotos de Dios
del Hermenauta
que tantea el libro de limo
sobre el libro de moho
de la Biblioteca de Babel iluminada
y futura.
No he de ser jeroglíficamente
este Ivano-del-tiempo
que vende pintas de sangre a las estatuas,
en los hospitales de Brooklyn vende pan
y vende agua,
para poder comprar las ediciones de Borges,
o las ediciones más oscuras
de Kafka
en la librería siniestra del Kastillo.
Estoy cansado de lidiar con el tiempo,
con los secretarios de la muerte.
Hastiado estoy de lidiar
con los burócratas
de la belleza que escupo
rimbaudmente,
porque ésta es la historia,
y no hay otra,
infame de los días,
que dice lo que todo el mundo ignora
universalmente
de la POESÍA
y nadie quiere decirlo ivanamente
porque en las palabras chochas no hay poetas,
porque en las cloacas
de-los-bichos-de-los-versos
nadie quiere hablar de sí
con la ternura de los locos.
Este es el espacio infinito y no hay otro.
Este es el tiempo,
esta la carne de Dios y no hay otra.
¿Quién hizo, entonces,
explotar el “Big-bang?
¿Quién estaba Oculto en la materia concentrada?
Esta es la historia fatal de lo real que no se escribe,
como el sueño donde no mientes los ángeles,
detrás del Testigo
de la Tercera Dimensión del tiempo
y delante de nosotros,
los espejos,
lo posible,
lo infinito,
porque estamos,
como tú,
¡oh, Héctor!,
poblados de traiciones.
Pero está también la noche de Dios,
girando en las espinas rotas,
o en las rosas de los espacios de la Esquina Rosada,
do giran las estrellas de años de luces incompletas
a la velocidad de la muerte…
Tu voz está delante mí
y delante de ti está mi voz,
como un choque inevitable,
como un delito eterno de la cita,
como la muerte del tiempo
que el coro canta,
más oculto,
más remoto,
más delirante que Dios,
huyendo como Iván
del palimpsesto d’ellos,
y huyendo todavía
de las amantes remotas,
inéditas, pálidas de luz,
pálidas de lluvia,
deldesamor,
delosodios,
delasaguas,
delosbesos,
delamar,
como un disparo azul sobre la frente.
Es el sonido de las alas rotas del Astronauta meus
apocalípticamente caído
en los cálaos
que acuden
lapidariamente
Icaros-de-Sida
a sembrar los sonidos grises,
prepúsicos,
semosos,
en la rueca donde se teje tu horca,
¡oh, examigo, del cielo
y del infierno!
Son los oráculos que chirrian por el cielo,
son los labios que
cantan, los que maldicen,
los que poeman,
unos contra otros,
para evitar los espacios dobles del placer,
el fuego curvo de la carne,
do Dios se hace mirra de la eternidad
y quiebra de luz, y rosa, y semen
en los labios telarañas
del Aëda de las sombras
en do sangran de Dios toda la patria,
y sangran de Dios todo el poeta,
en los acordes,
en los atrechos del universo,
do se quiebran los vientos del espejo,
como si el tiempo estuviera
lleno de grietas.
Es el sonido de la muerte,
¡oh, canta poeta, contra el cielo!
¡Canta, Rapsoda, canta contra el Infierno!
portando,
arrastrando,
picando,
los poetas por el sueño.
Es el hedor de las madres,
es el sueño de la muerte,
es la vigilia misma,
es el estilo remoto que me busca y no me haya,
como si fuera Venus
la que se hospeda por la muerte,
en esas Prosas Profanas
de Los plagiarios,
mostrándole al Poeta,
en el cónclave de los dioses,
los acordes de la muerte
donde debe sentarse.
Como un disparo d’azul sobre la frente,
en aquella mañana de octubre,
con aquella taza de té,
el poeta volverá a sentarse de amor junto a los dioses.
Datos vitales
Iván Silén (Puerto Rico, 1944). Poeta, ensayista y narrador. Maestro sin escuela, Silén se desplaza no sólo hacia la filosofía en donde ya es problemático y “antinietzscheano”, sino hacia la pintura misma en donde sus cuadros neofigurativos (esa mezcla de Cristo desnudo y mujeres “pornográficas”) han comenzado a sacudir la seudoconciencia burguesa de la posmodernidad y han empezado a abrirle una nueva brecha al “silenismo”. Esta ansia del renacimiento-neobarroco-de-la-libertad, o del “yo”-roto, esa furia del alma, como él la llama, lo ha lanzado a profundizar, o a “bregar”, con esa prosa lírica que no termina por abrirle esa posibilidad latinoamericana que él encarna para todos nosotros. Ha publicado los siguientes poemarios: Los poemas de Filí-Melé (1976, 1981), El miedo del Pantócrata (1981) y La poesía como libertá (1992) con el que obtuvo el premio Pen Club de Poesía de 1993. También ha publicado los ensayos: El llanto de las ninfómanas (1981), Nietzsche o la dama de las ratas (1984), La rebelión (1995) y Los ciudadanos de la Morgue (1997). Actualmente ha terminado una antología de pensadores latinoamericanos y españoles que se titula: Nietzsche o el ocaso de los lirios (inédita). Obsesionado por la posibilidad que la prosa le ofrece, también ha publicado las siguientes novelas de lo-Cristo: La biografía (1984), La casa de Ulimar (1988), Las muñecas de la calle del Cristo (1989) y su libro de cuentos Los narcisos negros (1997). Ha publicado además dos antologías de poesía. La primera con Alfredo Matilla titulada Los poetas puertorriqueños–The Puerto Rican Poets– (1972); y Los paraguas amarillos–los poetas latinos en Nueva York– (1983). Actualmente trabaja en dos libros titulados: Casandra & Yocasta (poesía) y Los caballos de plata (cuentos).