El poeta yucateco Marco Antonio Murillo (Mérida, 1986) ha publicado “Muerte de Catulo” bajo el sello de Catársis Literaria El Drenaje, dirigida por Adán Echeverría. Es miembro de la Red Literaria del Sureste. Obtuvo el primer sitio en el premio nacional de poesía Rosario Castellanos de los juegos florales universitarios UADY.
Confesión de inicio
Vuelvo al poema pero no comprendo
su escritura de párpados y ríos
que me llevan del sueño por tu piel.
Vuelvo y no habla: qué injusto que tu aliento
no venza su prisión de luz y sílabas
y no tome la forma de mi muerte.
Más que presagio, extensión de mi espíritu.
Tal vez mañana o nunca
de mis ojos adivines:
cómo al verte prisionera
te salieron alas:
EL SOL se pone cada tarde y sale al día siguiente, pero nosotros, cuando se nos apague la vela, dormiremos una noche sin fin.
Tomé estas palabras prestadas para ti,
en lugar de decirte
una botella inscrita, un barco de periódico,
o un cadáver lanzado a la deriva.
Y es que nunca me hubiera preguntado
cómo es posible que la suma de todo lo vivido
se resuma en una imagen sepia;
cómo es posible que de algún muro de la plaza,
entre ilegibles garabatos y grafitos,
haya tomado todo lo que un día
quise decirte y no pude.
Ahora recuerdo cada una de esas líneas
sagradas, intactas casi
como el agua efímera del Tíber.
Por su préstamo, no ruego el perdón de los dioses.
A fin de cuentas, las palabras escritas en los muros
terminan borrándose
por el sol y nuestros ojos; ya sólo queda
devolver en ruinas
todas aquellas cosas que nombramos.
Al amarte, yo mismo me he nombrado:
Roma, 56 a.c.
Y has de vivir como si eterno fueras.
Y has de morir como si fuera nada.
Rodolfo Alonso.
Escribo
este último epigrama.
Porqué ponerle título.
Lo escribo no
para que me admiren
las generaciones
que vendrán.
Tampoco para amarte
cuando ya me haya ido.
Sino para que el tiempo
el tiempo
que logré derrotar
después de treinta y tres años,
se detenga, y los días
que sigan a éste, siempre
sean el día de hoy:
LA QUISE hasta descubrir que su talento
no se limitaba al arte de la cama: en secreto
escribía canciones y era mejor que yo.
Al morir, me legaste todo. La envidia
y el amor por tu nombre hicieron
que lo echara todo a la misma llama
con que todavía te deseo. No
todo está perdido: un leve descuido,
o más bien un absurdo instinto de supervivencia,
quiso que mi memoria guardara
una de tus canciones:
El sol se pone cada tarde y sale al día siguiente, pero nosotros, cuando se nos apague la vela, dormiremos una noche sin fin.
Te traicioné y después lo hice conmigo.
Aunque sea por otros crímenes,
estoy a punto de pagar, y no me quejo. Ya escucho
el sonido de jaulas abrirse y la piel
de otros traidores desgarrarse
ante la presencia del tigre. Tu deseo
se ha cumplido, moriremos juntos
Crónica final
Cuánto me entristece ver que esta mañana en la antigua ciudad derrumban las últimas estatuas, los últimos templos para levantar rascacielos, árboles que no darán fruto sino sombra.
Las crónicas lo constatan, hoy son el único documento que ha quedado de aquella ciudad.
Cuánto me entristece ver que el amor, el odio, la paz y otros grandes sentimientos y palabras son sólo envolturas, colillas que se amontonan en las acequias.
En contra del presagio de los profetas, ves arder tu casa, sus cenizas también se perderán en la noche de los siglos.
Cuánto me entristece verte escribir con un dedo al aire, creyendo que al final podrás salvarte del fuego: