En el marco del dossier de cuento chileno actual preparado por Reinaldo Marchant, presentamos tres textos breves de Roberto Galles. Es autor de los libros “El Sarolímido”, poemas y cuentos (1975), y “Epiménides”, relatos (2005). Presentado en diversas antologías nacionales y extranjeras como asimismo en textos de estudio.
Antimateria
El ser y la nada son lo mismo.
Hegel
De distintas maneras.
Ferrater Mora
En el estudio de su casa, acodado sobre su antiguo escritorio de noble madera, vuelto hacia la ventana atravesada ya por las primeras penumbras, aquel profesor semirretirado, algo anacoreta, en medio de evocaciones de su vida académica reconsideraba el tema que más le fascinara: la antimateria. Esa concepción que da pábulo para suponer la existencia de un anticosmos y un antimundo simétrico respecto de este pero al revés, como un negativo fotográfico en el que las antipersonas y todos los seres comenzarían su vida con la muerte para terminarla con el nacimiento.
Contemplaba la famosa ecuación E = mc2 y la relacionaba con la otra posterior pero no menos válida: E = -mc2.
Su vocación por la física iba mucho más allá de lo profesional convirtiéndose en una sed primordial y un hambre de certeza que lo hacía oscilar entre el estudio de las partículas más íntimas de la materia y el estudio de las galaxias, los cuásares, las supernovas, las nebulosas, pulsares, los agujeros negros, el Big–Bang y las leyes del caos.
Lo abrumaban los inmensos volúmenes de espacio vacío que hay entre los cuerpos astronómicos, lo que se repite proporcionalmente en el ámbito de los átomos, electrones, positrones, quarks y en partículas cada vez más infinitesimales que la ciencia no cesa de descubrir confiriéndole a la materia una condición fantasmal.
En memorias y artículos se había arriesgado a plantear sus propias conclusiones postulando que la materia, en buenas cuentas, no es más que una concentración o modificación del espacio, es decir del tiempo. Ese tiempo que según San Agustín no existe, siendo indefinible porque no tiene género próximo superior salvo el concepto, o sea la idea, algo impalpable como la nada. Pero una nada especial, plena de potencia. Con todas las posibilidades latentes.
Salvo entre algunos alumnos, sus tesis no tuvieron acogida o la tuvieron escéptica y si algún colega en su fuero interior concordaba, no se atrevía a reconocerlo para no ser reputado de ingenuo.
–Tal vez podrías intentar dar un respaldo matemático a tus teorías –recordó que le dijo una tarde uno de sus amigos a la altura del segundo jarro de cerveza, en el bar habitual.
–Claro que sería lo ideal pero lamentablemente lo que pretendo tiene matices que rebasan lo netamente científico y matemático. Además hay cosas que no siempre es posible reducir a ecuaciones como es el caso de lo biológico y la misma teoría de la evolución por ahora –contestó sopesando las palabras.
–Quizá habría sido mejor para ti que te dedicaras a la filosofía –acotó otro asistente.
–O a la religión –aventuró un tercero que llevaba ventaja en los sorbos pero que lo apreciaba sinceramente después de una larga amistad.
–Sí, yo comprendo que es difícil tomarme en serio contestó el profesor con un dejo de tristeza.
–Pero la intuición también tiene sus derechos y sus logros –fue otro comentario con ánimo consolador.
–Al igual que el azar –también se escuchó aquella noche.
–Además la física se tropieza cada vez más con la metafísica –observó alguien.
–Claro, y tampoco se podría hacer ahora metafísica de espaldas a la física. Digamos a la ciencia.
–Los presocráticos en un nuevo nivel siguen vigentes –agregó el mayor de los presentes.
–Pero lo más probable es que me esté debatiendo hundido en mis propias tautologías –dijo el catedrático con gesto de desaliento.
–¿Qué es eso? –preguntó el más joven del grupo.
–La repetición de lo mismo de otras maneras, o sea algo que no agrega nada intrínsecamente nuevo. Lo que demora un tanto más en evidenciar su obviedad.
–Ah.
–Entonces brindemos por las tautologías– propuso un químico alzando su jarro que rebalsaba la cerveza.
–¡¡¡Salud!!! –exclamaron todos. Luego pidieron comestibles que comenzaron a engullir vorazmente. Hasta que, algo calmada el hambre, reanudaron su tema.
–¿Y puedes integrar la vida en tus hipótesis?–
El interrogado permaneció en silencio como tratando de ordenar sus ideas, lo que era arduo después de lo ya bebido. Respiró profundamente transparentando indecisión y dudas.
–No sé, me cuesta hilvanar y no quiero hablar más de la cuenta. Estoy algo mareado.
Pero parecía que la tentación era grande.
–Estamos en confianza.
–Bueno, para empezar acepto la evolución de los organismos vivos, pero yendo más allá creo que eso es una constante, un atributo de la materia total esa capacidad de evolucionar.
–¿Cómo es eso? ¿Acaso insinúas algo así como el panteísmo o el hilozoísmo?
–Quizás, pero lo que sospecho o creo es que no puede estar nada actualizado en el consecuente que no haya estado potenciado en el antecedente. El antecedente del hombre es el primate, de este los mamíferos, los peces, los vertebrados, remontando, para abreviar, a los protozoos y organismos más rudimentarios en los que de alguna manera ya estaba potenciada toda la cadena evolutiva.
Había comenzado vacilantemente pero luego se explayó con más decisión. Hizo una pausa como recapitulando y para darse más valor.
–Parece que eso no es todo lo que podrías decir. Termina no nos dejes a medias.
–Mmmm, claro. Bueno piensen que el único antecedente en que se puede potenciar la materia viva es la materia inerte.
Hubo reacciones de todo tipo, incluso silenciosas y conatos de discusiones.
–Ya, ya –dijo el compañero biólogo–. O sea crees que la materia viva es consecuencia de la materia
inorgánica.
–Sí, es más fácil creer eso que creer en un azar fisicoquímico que es una total antiprobabilidad.
–¿Incluyes la conciencia en la materia inerte?
–Sí. O la intelección o intención
La charla se estaba volviendo demasiado solemne así que luego de debatir un rato siguieron alegrando la noche hasta embriagarse todos incurriendo en chistes, canturreos y declamación.
–Ya que luego hay que partir, como despedida deberías leernos un poema tuyo que andes trayendo o dinos de memoria alguno.
El profesor accedió a pesar de que sabía que con ello dañaba aún más su credibilidad.
Luego de que él leyera una arrugada hoja, pagaron la cuenta y se despidieron para partir todos en diversas direcciones.
Al finalizar esos recuerdos lamentaba haberse franqueado excesivamente con sus colegas en aquella velada. Mas ahora, recogido en su amado escritorio, volvía una vez más a cavilar la inquietante relación entre causa y efecto que es tan importante para entender o manejarse en la realidad. Y la diferencia inmensa que existe entre la alternativa de que las causas provoquen los efectos y la alternativa de que los efectos susciten las causas.
Asimismo lo preocupaba profundamente la disyuntiva de si el antimundo es el otro o es éste. Igualmente si la separación es una cortina transparente, extensible y flexible o un espejo de dos caras. Sin embargo lo que más le perturbaba era el dilema entre asumir que la creación venga desde el creador o aceptar que la creación va hacia Dios.
Fatigado por las reminiscencias, los análisis y las dudas, el hombre fue asaltado por la sospecha de que la iluminación no es otra cosa que pasarse al otro lado de esa abstracta ventana, espejo o puerta. No obstante rechazó inmediatamente esa digresión porque le aterraba el espectro de la locura. Su modestia le impedía compararse con Newton pero sabía bien de sus años de demencia y alucinaciones.
Sintió un súbito deseo de mirarse en el alto espejo de esa acogedora habitación. Era como una necesidad de reunirse de alguna manera consigo mismo. Se irguió y dio unos pasos hacia el muro.
Frente al cristal, después de unos minutos, impensadamente, sus labios comenzaron a moverse para decir su último poema.
Yo soy el tautólogo
el paradojal tautólogo
afirmado en el marco de la ventana
o del espejo
mirando a veces hacia adentro
y a veces bajo el sol y la lluvia
mirando hacia las antinomias
del panorama
o a veces solamente mirando
el marco mismo de la ventana.
Soy la aporía constante
que se desplaza sobre el techo
que yace debajo del subterráneo.
Pienso siempre en ese retrato esférico
por cuyo interior peregrinan
mis innumerables perplejidades.
Empantanado en hermosas falacias
todo en mis palabras es petición de principio
aunque palpe la madera, el metal y la tela
y la carne
buscando incesante la consistencia
la pretendida solidez
y la continuidad de la materia.
Pero aunque al violín
no se le agreguen nunca más nuevas cuerdas
de todas maneras quizás aún pueda deducir o intuir
la escondida y profunda melodía.
Junto a ese espantapájaros soñoliento
afirmado en la ventana
ése que pretendía ser teleólogo
y sólo pudo diluirse entre los espejos obvios
y las cadenas enredadas de la tautología.
Se sentía algo así como hechizado y succionado por el espejo. Quedaba poca luz en ese espacio pero suficiente para que el profesor captara en el cristal su imagen de cuerpo entero. Le complació percibir que se mantenía bien sin mostrar muchos cambios, pese a todo lo ya vivido. Con la salvedad de una única huella o marca. Notó que con los años, en forma gradual, sus cabellos iban perdiendo inexorablemente su blancura.
Microcuentos
Persecución
Entre el semisueño del alba lo vi levantarse sigiloso, calzarse mis zapatos, ponerse mi traje, tomar mi maletín, abrir la puerta sin hacer ruido y salir a la calle.
La somnolencia me hizo reaccionar tardíamente pero de todas maneras comencé a seguirlo.
–¡Eh, espere, se lleva mis cosas! –le grité.
Él apuró aún más su marcha.
A veces creía alcanzarlo pero, a causa de las aglomeraciones, de la tortuosidad de algunas callejas, o debido a su rapidez y mi cansancio, de nuevo se alejaba hasta perderlo totalmente de vista.
Cuando él volvía un tanto la cabeza me parecía reconocerlo aunque lo más frecuente era encontrarlo del todo extraño.
Esa noche regresé tan fatigado a mi lecho que de inmediato me dormí. Sin embargo, desperté muy temprano. Entre la semioscuridad de esa hora pude verlo allí en mi habitación todavía durmiendo el semisueño del alba.
Me levanté sigiloso, me puse los zapatos, el traje, tomé el maletín, abrí la puerta sin hacer ruido, salí a la calle y caminé rápido.
–¡Eh, espere, se lleva mis cosas! –gritó alguien poco después a mis espaldas, pero ya lejos.
Yo hice como que no oía y apuré aún más la marcha.
Pesadilla
Una noche soñaba que había muerto.
Cuando desperté, pude comprobar que el sueño era realidad.
–En tal caso no tiene objeto que continúe despierto –me dije y volví a dormirme.
Desde entonces sólo sueño que estoy vivo.
Datos vitales
Roberto Galles, chileno, autor de los libros “El Sarolímido”, poemas y cuentos (1975), y “Epiménides”, relatos (2005). Presentado en diversas antologías nacionales y extranjeras como asimismo en textos de estudio. Publicado y traducido en revistas universitarias de diversos continentes. Estudios jurídicos, comerciales y de filosofía.