Poesía boliviana actual No. 1: Gary Daher

gary daherPresentamos la primera entrega del dossier “Poesía boliviana actual”, preparado por el poeta Gabriel Chávez Casasola en exlusiva para Círculo de Poesía. Iniciamos con el trabajo del poeta, narrador y ensayista Gary Daher (1956). En 1976 recibió el Primer Premio Jóvenes Escritores y en 1994 el Primer Premio Nacional de Crítica Literaria Walter Montenegro.

 

 

 

 

La orilla del lenguaje

 

Abórtame

Dánae

Ésta es la orilla del lenguaje

 

Me he tocado por todas partes

Y no me convierto en oro.

 

Cómo destruir a tu padre: 

la sangre que engendras tiene impura la tinta de los 

dioses. 

 

Desde tu torre 

cautiverio que soporta toda lluvia 

arrójame al río 

yo me iré con la palabra al mar. 

 

Aquí 

Solitario 

En el agujero fatal de los sueños 

                     (gestación enfermiza) 

los muertos 

Dánae 

ocupando las paredes de tus entrañas 

han descubierto mi ojo desnudo 

su monstruosa formación sin cejas. 

 

Una música mágica llega desde el Asia 

en un Círculo de pequeñas palabras 

lágrimas de imagen 

que bañan tu vientre 

mi cálida esfera limitante. 

 

Los soldados de Minos han entregado las lanzas 

y la tierra se ha cubierto de frases 

uno tras otro los verbos han sido separados. 

Está inmóvil la caballería 

los estandartes apilados 

sobre el lienzo ya no quedan colorantes 

y el negro garabatea las figuras. 

Esto me viene desde el tacto 

cuando tu líquido amado se agita 

y sé que lloras 

la impotencia de los cuadros. 

 

Las salamandras

detrás de las cortinas

te dicen los hechos de los nómadas

sus arrogantes camellos

la arena multiplicada

y bajo la tienda

la húmeda cópula de los amantes

nada es cierto

Dánae

sólo las sombras

que en el fuego traen.

 

Por el crepúsculo se reconoce el horizonte

Una muerte más

¡procede!

la acción será completa

la obra inconclusa.

 

[de Errores compartidos]

 

 

 

II   

 

Hincado sobre las laderas

veo a los tuyos

me veo, Amanecida

y el silencio es una lámina

la radiografía del pulmón perforado

por el que aún respiras

las angustias

como en febrero cuando las torrenteras revientan

y se llevan la ciudad entre la mazamorra

brutal

de las mentiras

y las tejas

junto a las paredes de las casas

arrebatadas por el ritmo de las caderas

cuerpo contra cuerpo

espasmo tras espasmo

hijo contra hijo

y tú sin suceder, Amanecida.

 

 

Después escarbo

con una pequeña rama sobre el limo de la historia

por debajo del barro

donde se encuentran dos ojos limpios como niños

y allí estás

otra vez

gestual

enraizada.

Quisieras la profundidad

hundirte dentro de ese abismo

pero todavía gotea

y los cauces que ha encontrado la lluvia

se ven por todas partes

entonces las vertientes de la montaña son una mano venero

presta a tomar la cumbre

crispada

guardando el sexo interior de la tierra.

 

 

Toda la circunferencia

gira con las manos apretadas

y los hombres derramamos santo alcohol sobre los surcos

a ver si al fin te levantas, Amanecida

brotando entre las peñas

del vientre de las aguas

desde la boca verde y abierta de las selvas

ver tu forma brotar, Amanecida

en la nieve singular

en los lagos misteriosos de sal, Amanecida.

 

 

“Despierta, Daher”

grita el tabernero

mientras golpea las sillas de madera sobre las mesas

entonces veo en las aceras

el amanecer de la cara de los viejos

apretada de arrugas como cañadones

en un solo viento que contiene

los mudos accidentes

todas las geografías

una mancha solar

un espejo en el monte

y ya no queda ni la escondida memoria

de la ciudad que se habría derrumbado

como un vértigo entre la noche

de la que nadie sabe nada

sino que pregunten

aquí o allá 

en todas las encuestas.

 

Ahora ya no se ve

pero las puertas de mis amigos están marcadas

de sangre.

En las calles toneladas de acero

no han podido ser borradas

ni con los detergentes de los demócratas

que han bombardeado dineros

para marcar las paredes

unas detrás de otras

cubriendo las páginas de los diarios

y el universo de las pantallas multicolores.

Arcas e infamia

destinadas a cegar todas las bocas.

 

Aquí que silente una procesión

se levanta entre las tumbas

debajo de los catres

de adentro de los roperos.

Vestidos de adultos

todos llevan copas

han construido una sed de siglos

que no se calmará ni con los ríos

del Amazonas 

reproducidos en los cielos estrellados del altiplano.

Las aguas tienen ruidos

y peces y colores

suben las secretas cachuelas

trepando desde la íntima jungla

hasta la cordillera infinita

que es como el país sumergido

visto desde las nubes

lugar donde moramos

porque nuestro es el aire

devuélvannos el aire

para respirar hasta que las carcajadas revienten

y echemos a reír la suerte

y te reconozcamos al fin

Amanecida

alma nuestra

emergiendo desde todos los rincones

como una inmensa marejada

 

[de Cantos desde un campo de mieses]

 

 

 

Ballena blanca

 

Y aquel descenso hasta la noche púrpura

donde el ojo amarillo y feroz 

que mora el alma

espera y muerde y escudriña

con punta filosa

incesante

 

-¿dónde estás?-

pronuncia la angustiosa voz

 

no la voz estentórea de la vida 

en mis celosos pulmones

sino el viento

viento de fuego

del interior que no cesa

en las cavernas del lenguaje.

 

 

¿Dónde estoy yo mismo?

en qué espacio de mi cuerpo

agitada, olvidada, vendida

hay una pequeña avalancha de delicadas piedras

y el agua las baña con su aliento.

 

Así

desencontrado

-¿dónde vas?-

digo de pronto

 

niña vital

musa de par en par cubierta

flor

ajena a todo tiempo

 

y yo que esperé en vez de entrar

su líquida presencia

su cuerpo inmaculado y descalzo.

 

¿Fuiste tú aquella breve lluvia?

 

nada

solamente quedó 

el ácido severo del amor cotidiano

que nos amarra a los días:

y nos refiere demandas

dinero, arroz, zapatillas sirias

 

y aquella otra mujer

fugaz acaso

mujer de sombra

al acecho de mis actos

no de mi ternura.

 

¿Es éste el modo del camino:

obeso, viejo, aposentado

gente común como todo el mundo?

 

Yo

que un día soñé destruir la roca de Sísifo

sigo empujándola en busca de la cresta

mientras el mar se agita

lidio en la tierra térrea 

en que se enciende

la palabra: esa impostora

el dudoso deleite de la intemperancia

el horror de la cara ante el espejo

y el sudor del trabajo y la vicisitud del desempleo: 

moneda corriente del infierno

 

actor, actor, actor

todo en vano

aguacero y silencio

furia y destino

como una ballena blanca imposible de cazar

he regresado al crepúsculo

inopinado

traslúcido

inaprensible del hombre de cualquier edad.

 

Y mientras tejo las horas

con obras mortales 

humanas

persigo todavía entre las hojas

esa huella

la tímida huella de la íntima hermosa

-no existe mejor razón que la belleza.

Entonces salgo a las calles

soberana la luna

para que turbio de alcohol

finja el ánimo valiente

y al fin

última copa 

trastabillando entre la mesas

pregunte vanamente al tabernero

(deslumbrante ya la luz 

que se rompe sobre la alta claraboya)

si ese rayo que mata

fantasma diáfano

es solamente la mañana

cruel como elegante matrona 

cegadora, repetida, atroz

 

y no mi dama.

 

 

 

Leones encendidos

 

A flor que és, não a que dás, eu quero.

Porque me negas o que te não peço?

Ricardo Reis (Fernando Pessoa)

 

¿Qué es lo que hace hermosa a una mujer?

Su fragancia -dirán

el garbo elegante

esa luz matutina

un gesto inesperado

algo que raya en lo erótico sin dejar de ser inocente

 

Tantos argumentos para señalar al rayo.

Y en medio de aquellas 

la núbil

“hálito de hojas tras la lluvia”

escribí en un anacrónico poema.

 

¿Cómo se dice a través de los versos

a una moza temprana 

que se la desea? –no es amor ese grito áspero-:

(tus manos guardan las caricias de las ciegas

y en la sangre de virgen

vino de fuego y lengua sagrada de Orga).

 

Tal si fuese un trovador medieval

“Apacigua mis leones”

gritaba

porque yo quería que cante

que diga esos versos portugueses

“-tono hipnótico tu cuello

adivinada entrega tus caderas-“

garabateaba para informar que era bella.

 

Y la imaginaba –acaso por su nombre-

un profeta bíblico

capaz de apaciguar a mis leones.

 

Pero

¿qué son mis leones

si no esta enfermedad

por desear lo nuevo

lo puro

lo inteligente

el alma de una poeta

en el espigado cuerpo 

de una novísima hembra posmoderna

desarreglada como al descuido

pero cuidando su traje

y sus labios bien pintados.

 

La flor que eres, no la que das, quiero.

Afirmaba 

parafraseando a Pessoa

a sabiendas que no es ella

a sabiendas que la descalza

será otro tipo de historia

y que las mujeres deslumbrantes

desaparecen

 

cuando el trono de la dama

-esa que nos diste en el antiguo paraíso –dirá Gonzalo Rojas

ocupa todo su espacio

y mis leones desaparecen

entre sus brazos.

 

[de Territorios de Guerra]

 

 

 

Senda elemental

 

Sé que hay un sendero de recónditas piedras

por él asciendo hacia la fuente de aguas

al jardín secreto

 

ya no hay dolor

pero el aire está cargado de silencios.

 

En algún lugar del cielo se produce un refocilo

tiemblo

huele a pan

y hay sonido de campanas.

 

De repente siento miedo

un miedo ancestral

al centro de las cosas

como ocurre dentro de los cementerios nuevos

de tumbas abiertas

de tierra removida

de muertos por llegar

uno a uno desde los pueblos.

 

 

 

 

Narciso

 

En la superficie del agua miro

subir a un ángel de violenta luz

 

en él me espero.

 

¡Ay!

las hojas del otoño flotan

me separan.

 

Ya voy

extraño compañero.

 

 

 

Noticias de la ciudad avasallada 

La ciudad

(esta desdichada ciudad)

sometida durante décadas

bajo dispendio de los epicúreos

hoy se encuentra asediada.

 

Son las blancas huestes que retornan

con sus águilas doradas

gallardas

insignia brillante.

 

Vienen

áscares soberbios

aunque dóciles rumian la guerra

al comando de su Señor

de regreso de las cruzadas.

 

A través de los hierros

observamos

cómo

desde los torreones

se despeñan los enemigos.

 

Un tumulto se ha apretado detrás de las puertas.

Nosotras

prisioneras en las mazmorras

vejadas

lastimadas

esperamos.

 

A pesar de la sed

con parte del agua de ración

limpiamos las duras piedras

del calabozo

fuertemente cerrado

(hay difíciles carceleros por todas partes).

 

La única señal son los tambores

azuzando

 

estremeciendo la tierra

y al horrísono en nuestras sienes.

 

El griterío es un fragor

y la ciudad ya tiembla

como niña esperanzada

mientras su cuerpo de meretriz no sabe

que acaso

sólo en el crepúsculo callen

cuando al fin se pierda

y se gane la batalla.

 

 

 

Carta al Padre    

 

En la casa

los objetos huelen a excremento

de este modo

quién querrá quedarse.

 

Y si uno persistiera

vería con gran incomodidad

que los muebles están fuera de lugar

deshechos y pesados

las ventanas tapiadas

y la misma puerta desvencijada

impeliendo a salir en vez de entrar

pues la casa es un lugar de naufragio.

 

De ahí los grandes esfuerzos que se hacen

por quedarse a velar dentro de la casa

impertérrito

mientras las aves vuelan en el cielo

la hierba crece en el vergel

y la lluvia no deja de regar con su aliento de agua.

 

Por eso te escribo

para revelarte que poco a poco

voy limpiando de inmundicia

nuestra casa

a ver si así un día

-pienso también en el jardín

y en las semillas que sembraste-

habrá de estar dispuesta

engalanada y primorosa

con su alfombra persa

y su alcoba depurada

donde el incienso arda hermoso

y las rosas se abran rojas

esperando tu regreso

iluminado –lo sé bien-

por la bella disposición

que irán a tomar todas nuestras cosas.

 

 

 

De cómo es el paraíso

 

En el paraíso han edificado tu casa

con la misma vieja puerta

y sus conocidos muros.

 

Delatando tu presencia y tu perseverancia

se levanta tal cual la ves cuando regresas

con los mismos faroles alumbrando desde adentro

y hasta la huella de tus pasos

aún marcados en la entrada.

 

Adentro

arrimados a sus rincones

los mismos objetos cotidianos

los muebles

las flores que los adornan

 

-unas lozanas

y otras marchitas

desnudando los pétalos del tiempo-

 

la biblioteca repleta con los fatigados libros

la ventana que da a la avenida

el poderoso árbol de mango

y su natural alboroto de pájaros

mientras un nacimiento

profundamente rosado

semejante al del sol

de todos los días

ilumina tus ojos y la mano de tu amado.

 

El paraíso tiene todo esto

y hasta se podría decir

que allí haces lo que siempre habitaste

en cada acto y en cada obra

rutinarias

a diferencia de su hálito

un manto de amor que cubre todas las cosas

eso que podemos llamar aroma de paraíso.

 

Sólo entonces

de repente

todo cambia

el mundo entero se hace tuyo

eres feliz

–como si alguien podría descifrar esa palabra-

y el cielo nace por todas partes.

 

 

 

La presencia en el jardín

 

Quien no se acerca no conoce

la íntima belleza

la comprobación sublime de la presencia

habitante del jardín

mientras el cirio encendido permanece impasible

y la copa de agua espera.

 

Sólo la profunda humildad mueve

la llave correcta

y el jardín se abre

con sus innumerables fuentes 

sus flores

sus hermosos y esforzados cedros

y esa senda serpentina

que nuestra sandalia huella

paso a paso

por la ladera

 

mientras el águila en el cielo vela

y nuestro corazón golpea

cuidando no manchar la lavada túnica

con la oscura tierra de la ventolera.

 

[de Viaje de Narciso]

 

 

 

Testamento

 

La tarde se oscurece llena de mariposas de oro

como una avalancha de hojas arrancadas al verano.

Así recibo fuerte fin a tu lado en el valle alto

ya se oye a mi muerte, crujiendo, llegar en gran caballo.

 

Nací, Octavio Alas de Cañedo, señor de Lobo Rancho

y hasta donde van nuestras miradas son mías las chacras

también las mujeres de grandes y prodigiosos pechos

y los peones que llevan el trigo en sus espaldas de indio

de mí los caseríos, las sendas, los violentos ríos

entre las quebradas, la miel y los enjambres de abejas.

 

¿Ves cómo son los muchos vientos que arrastran a los hombres?

Nada queda y me queda todo: el mundo se va cerrando.

Abre las ventanas, que entre el alud negro de agua y tiempo

y se lleve mi garganta que cantó por un momento

la navaja de la ausencia, el juego de la palabra

tu piel tan nueva, el reír, y las voces de los muertos.

 

En los nombres que me precedieron, títulos muy nobles

lee Franz, Jaime, Edmundo, José Eduardo, Oscar y Ricardo

don Arturo Borda, ávido por los ácidos de La Paz

cada uno cubierto en la capilla de Santa Vera Cruz.

 

Cuida que éste, aún mi cuerpo, ocupe un lugar entre esa gente

para que las cenizas guarden de mí la inútil seña

de gran fama y tesoros y fuego y memoria y olvidos.

 

Pues nadie conoce cómo será el golpe de la muerte

y uno camina perdido entre los días, chato o grande

escribiendo un papel que luego representa fiero

por ser el mismo que le dijeron, o sea, Octavio

y si no ¿quién puedo ser, mejor que este Alas de Cañedo?

 

Morir creyendo que al cortarse el hilo todo es eterno

las agujas y el sonido de la luz contra mis ojos

el martes que te amé en la casa de la calle Argentina

el abrazo de mi padre, las buenas noches de enero

y sin tocar la luna, vida dada como humo ciego.

 

[de Antología personal y otros poemas]

 

 

 

Datos  vitales

Gary Daher (1956) Poeta, narrador y ensayista boliviano. En poesía, ha publicado Poemas y Silencios (1992), Los Templos (1993), Tamil (1994), Desde el otro lado del oscuro espejo (1995), Cantos desde un campo de mieses (2001, 2006), Oruga Interior (2006), Territorios de Guerra (2007), Viaje de Narciso (2009), además del trabajo poético Errores compartidos (1995), en coautoría con Ariel Pérez y Juan Carlos Quiroga. En novela, ha publicado El Olor de las llaves (1999), El huésped (2004) y El lugar imperfecto (2005). En ensayo, En busca de la piedra y el agua (2005) y en traducciones, el libro Safo y Catulo: poesía amorosa de la antigüedad (2005). Trabajos suyos se han reproducido en diversas antologías, diarios y revistas bolivianas y extranjeras. En 1976 recibió el Primer Premio Jóvenes Escritores; en 1994 el Primer Premio Nacional de Crítica Literaria Walter Montenegro; y en 2004 una mención del Premio Nacional de Poesía “Yolanda Bedregal”.

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