Domingo de Resurrección y el primer poema de la lengua española

Miquel Barcelo comodín 4Dámaso Alonso, quizá el mayor crítico de poesía en la historia de la lengua española, escribió algunas palabras en torno al primer texto escrito en español. Se trata de un fragmento que aparece en las glosas de San Millán de la Cogolla. Es una oración. De algún modo, como lo hace ver la revista Poetry de febrero de 2012, una oración es también un poema.

 

 

 

Esta lengua que uso, por la que a cada instante vierto mi pensamiento y mi corazón, ¿cuándo sonó por primera vez en España?

La dificultad estriba en que hasta los aledaños del siglo XIII se escriben en latín más o menos correcto lo mismo los documentos que las historias. Ese muro artificial nos tapa lo que detrás ocurre. Sabemos que un siglo antes la lengua hablada había ya producido nada menos que el Poema del Cid (pero la copia que nos lo conserva es tardía). Desde época muy anterior, los documentos en latín dejan filtrar a veces la realidad de lo que se hablaba: algunas palabras del romance diario se escapan de la pluma que quiere escribir latín. Ni faltan tampoco quienes anoten sobre los documentos latinos la traducción al vulgar de algunas palabras que ya resultaban difíciles de entender. A tales anotaciones llamamos glosas. Estudiando esas glosas y esas faltas, ha podido Menéndez Pidal rastrear la lengua que vivía en España entre los siglos X y XI: genial reconstrucción que nos honra a los españoles, pues no tiene par en la ciencia moderna.

Pero el rastreo es siempre por palabras sueltas o muy cortas frases. Sólo una vez, entre las glosas del monasterio de San Millán de la Cogolla, atribuidas al siglo X, hay un trozo que se puede decir que casi tiene ya estructura literaria. El monje estaba anotando un sermón de San Agustín. En las  palabras finales le ha apretado la devoción dentro del pecho. La última frase latina (dos líneas y media) la ha traducido íntegra. Sin duda le ha parecido seca: la ha amplificado (hasta doce líneas cortas), añadiendo lo que le salía del alma. He aquí este venerable trozo (publicado por Gómez Moreno y por Menéndez Pidal), que es, por hoy, el primer texto, no podemos decir que de la lengua castellana, pues hay algún matiz diaIectal, pero sí el primero de lengua española:

 

Cono ayutorio de nuestro dueño dueño Christo, dueño Salbatore, qual dueño yet ena honore e qual dueño tienet era mandacione cono Patre, cono Spiritu Sancto, enos siéculos de los siéculos. Fácanos Deus omnipotes tal serbicio fere que denante ela sua face gaudiosos seyamus. Amen

 

O sea, en castellano de hoy: «Con la ayuda de nuestro Señor Don Cristo, Don Salvador, señor que está en el honor y señor que tiene el mando con el Padre, con el Espíritu Santo, en los siglos de los siglos. Háganos Dios omnipotente hacer tal servicio que delante de su faz gozosos seamos. Amén».

El primer vagido de la lengua española es, pues, una oración.

¿Qué balbucen por primera vez el francés, el italiano? Es el año 842. Junto a Estrasburgo se reúnen dos nietos de CarIomagno, Luis el Germánico y Carlos el Calvo, y forman contra otro hermano un tratado de alianza. Luis jura en lengua francesa, para que le entiendan los súbditos de Carlos; y éste en alemana, para ser comprendido por las huestes de Luis. Estos famosos juramentos nos han sido fielmente transmitidos, y en ellos tenemos el primer balbuceo del período francés, un siglo, pues, anterior, al del monasterio de San Millán. Pero trasladémonos ahora a Italia, a la región de Nápoles. Es el año 960 y en Capua están, delante del juez, el abad de Montecassino y un tal Rodelgrimo. Discuten por unas tierras, y el abad prueba la posesión por treinta años mediante tres testigos que repiten una misma fórmula de juramento. Todo el documento está en latín; pero los testigos juran en vulgar, y su jura­mento es el primer testimonio de redacción italiana (si se prescinde de una adivinanza, más latinizante, de la región Norte).

Tres primeros murmullos de tres grandes lenguas, cuya literatura llenará el mundo. Y miro, y pienso si habrá sido casualidad. ¿O no es, más bien, que tenía que ser así, porque de lo que está lleno el corazón habla la boca? España, Francia, Italia … i Oh, no!: no ha sido casualidad que las primeras frases francesas que conservamos sean militares y políticas (genio de Richelieu, glorias de Austerlitz). Ni que las primeras italianas miren a los bienes materiales (recuérdense las burlas contra banqueros genoveses, en nuestras letras clásicas, pero no se olvide tampoco cuánto oro de Venecia hay en los cuadros de Tiziano). Y no puede ser azar, no. O, si acaso lo es, dejadme esta emoción que me llena al pensar que las primeras palabras enhebradas en sentido, que puedo leer en mi lengua española, sean una oración temblorosa y humilde. El César bien dijo que el español era lengua para hablar con Dios. El primer vagido del español es extraordinario, entre los de sus hermanas. No se dirige a la tierra: con Dios habla, y no con los hombres.

 

Dámaso Alonso

 

 

 

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La revista Poetry de febrero de 2012 reúne a varios poetas de la tradición nortemaericana para pensar la relación entre el poema y la oración, más aún, entre la fe y la poesía. Ya Borges, citando a Bernard Shaw, recordaba que las obras que vale la pena releer son aquellas que estuvieron dictadas por la musa o, quizá debiera decirse, por el Espíritu Santo.

 

Jericho Brown (2011 National Endowment for the Arts Fellowship for Poetry):

La esperanza es lo contrario a la desesperación. No es tan cómoda como la certeza y es menos certera aún que el anhelo. Sólo la mente creativa nos permite hacer uso de la esperanza.

Los poemas no nos piden entender, del mismo modo en que normalmente nosotros no compendemos la posibilidad de un Dios en el mundo.

Quizá este sea el problema con la poesía: no se trata de lo que nos enseñaron que se puede hacer con las palabras. Yo quiero que los poemas signifiquen algo, pero también pienso que significar algo no es el punto final de la discusión sobre poesía… ni sobre fe.

 

Kazim Ali (1971, musulmán. Su último libro The Fortieth Day):
Orar es hablarle a alguien que conoces y que no es capaz de responderte, así que se te permite ser lo más honesto que puedas ser.

Para mí hay un parecido entre el poema y la oración, que no es tanto dar gracias, suplicar o alguna otra actividad consciente sino que es la actividad más inconsciente que puede haber dentro de la meditación o el sueño.

 

C.G. Waldrep (Su último libro es  Your father on the train of Ghosts)

Especulo que (el poema y la oración) son como dos apartamentos adyacentes en el mismo edificio: cuando estás en uno no tienes acceso directo al otro pero si escuchas con cuidado podrás percibir sonidos, a veces sordos, a veces agudos, provenientes del otro lado del muro. Eso siento acerca de la oración cuando leo o escribo poesía, acerca de la poesía cuando estoy orando.


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