Presentamos algunas ideas estéticas del psiquiatra suizo Carl Gustav Jung (1875-1961) en torno a la poesía y a la obra de arte. En una época de incertidumbres en la que la “utopía” es nuevamente la búsqueda de algún sentido, el pensamiento de Jung parece ser uno de los caminos para abordar, desde otras perspectivas, el poema y la crítica de la poesía.
No puede negarse que la creación de una obra de arte se produce en condiciones psíquicas similares a las de la neurosis.
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Símbolo significaría posibilidad e insinuación de un sentido más amplio y elevado, más allá de nuestra capacidad actual de comprensión.
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La obra abiertamente simbólica, con su lenguaje rico en intuiciones, ya nos advierte: estoy diciendo algo más de lo que realmente digo; mi “sentido” va más allá.
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La obra simbólica estimula más o, por decirlo así, penetra más en nosotros y rara vez nos permite disfrutar de un placer meramente estético, mientras que la obra manifiestamente no simbólica se dirige más directamente a la sensibilidad estética al permitirnos una visión armoniosa de la perfección.
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Según Gerhart Hauptmann: Hacer poesía es hacer sonar tras las palabras la palabra primigenia. Traducido al lenguaje psicológico, nuestra primera pregunta sería: ¿a qué imagen primigenia de lo inconsciente colectivo puede remitir la imagen desarrollada en la obra de arte?
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Toda relación con el arquetipo, ya sea vivida o meramente citada es “conmovedora”, es decir, actúa; pues libera en nosotros una fuerza más poderosa que la nuestra propia. Quien habla con imágenes primigenias habla como con mil voces, aprehende y supera, y al tiempo eleva aquello que designa desde lo singular y lo efímero a la esfera de lo que es siempre, encumbra el destino personal transformándolo en destino de la humanidad, liberando así también en nosotros esas fuerzas benefactoras que desde tiepos inmemoriales han permitido a la humanidad escapar a los peligros y soportar la noche más larga.
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El proceso creador, en la medida en que podemos siquiera trazarlo consiste en una vivificación inconsciente del arquetipo y en un desarrollo y conformación del mismo hacia su plasmación en la obra acabada. La conformación de la imagen primigenia es en cierto sentido una traducción al lenguaje del presente, con lo que, por así decir, vuelven a abrirse todos los caminos que conducen a las fuentes más profundas de la vida, que de otro modo nos estarían vedadas. Aquí radica la relevancia social del arte: siempre trabaja en la educación del espíritu de la época, pues convoca a esas figuras que más faltan al espíritu de la época. Desde la insatisfacción del presente, el anhelo del artista se retrae hasta alcanzar en lo inconsciente la imagen primigenia propicia para compensar del modo más eficaz las carencias y la unilateralidad del espíritu de la época.
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La gran poesía, que bebe del alma de la humanidad, no se explicaría en mi opinión correctamente si se quisiera remitir a lo personal. Pues allí donde lo inconsciente colectivo pugna por hacerse vivencia y se funde con la consciencia de la época, acaece un acto creador que tiene que ver con la época entera, pues la obra constituye entonces, en el sentido más profundo, un mensaje para los contemporáneos.