La obra de Francisco Cervantes (1938-2005) brotó de su encuentro con Portugal, sinónimo de cantigas, de la más refinada poesía medieval, sinónimo de Pessoa. En sus versos sintonizó la desgarradura existencial de nuestra época con las dubitaciones del medievo.
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El delirio lusitano de Francisco Cervantes
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Todo texto explicativo o con visos de presentación que intente agregarse a un conjunto de poemas, o es una grave impertinencia o una necedad inútil. No es mi propósito presentar a Francisco Cervantes, ya de suyo reconocido hace años tanto en México como en el resto de América Latina, ni alabar su poesía y menos aún explicarla; al menos eso la vida se ha encargado de enseñarnos: cómo evitar tal clase de tentaciones.
Lo que deseo en estas líneas es asomarme por entre el sombrío bosque encantado de sus poemas, sin antecedente alguno entre nosotros ni posibles seguidores, para decir que Francisco Cervantes y su poesía ocupan mis vigilias e invaden mis sueños hace ya casi veinticinco años. Que su amistad me es necesaria y valiosa, que su intransigencia sin límites, su altanería con los necios y, a menudo, con los que no lo son, ni mucho menos, pero caen de repente en la necedad, que su medioevo, sus caballeros imposibles y reales, su febril delirio lusitano y su cariño de amigo, todas esas cosas y muchas más que no quiero nombrar ahora, hacen que Francisco Cervantes sea para mí un alto ejemplo, imposible de seguir como es obvio, pero de indispensable frecuentación. Gracias a él y a otros, muy contados, espíritus impares y peligrosos, que perpetuamente recrean el mundo a su insaciable imagen y a su intolerable e intolerada semejanza, la vida puede seguir sufriéndose sin náusea mayor ni definitivas escapatorias.
Esto era lo que quería decir al lector de estos poemas para que sepa, al menos, el riesgo que corre al leerlos penetrando en un universo cuya rareza, hermosura y ajena condición, no se dan ya por estos tiempos.
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Álvaro Mutis
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Prólogo a Cantado para nadie (1982) de Francisco Cervantes.
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Combaten dos enemigos del de la inquieta espada
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principiaba la noche
cuando los mandobles empezaron
a dos manos se encontraron
los caballeros a mitad del bosque
haciendo cantar de furor
los filos más duros que la roca
de sus espadas cuyo peso
atestiguaba la nobleza de quienes las empuñaban
las armas de uno negras
y las otras verdes de un verde desesperanzado
y solitario
ambos con el rostro al aire
resoplando por el esfuerzo y el combate
luchaban por algo tan sagrado
como el derecho a ser el primero
por algo tan sagrado
como su honor de caballeros
la noche se fue haciendo espesa
y los mandobles impedían el sueño
a los animales del bosque
y cruzándose tratando de vencerse
pasaron horas de sonoro y destemplado canto
las armas sus fronteras melladas
las manos doliéndoles porque los guanteletes
ni las armaduras protegen manos o cuerpo
del agotamiento cansancio o melladuras
la aurora los sorprendió batiéndose
con sus dos manos sosteniendo su pesado renombre
uno de ellos acaso el que más noches de amor
cerca del combate hubo
cayó mientras su espada callaba
y su armadura al llegar al suelo sonó como la piel vacía de un alma
no se movió ya más
y aquel que a duras penas se mantuvo en pie
supo que el caballero de las negras armas
había muerto sin más heridas
que sus poros que su respiración
que sus noches de amor en su terrible cuerpo.
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De Los varones señalados (1972)
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Aquí principio
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Narro esta historia para escarmiento propio,
yo, conocedor de mi paso escurridizo,
de mi memoria pantanosa,
del álgido transcurrir que nos agota.
Amo la niebla a la que me arrojo
y en la que me sumerjo.
Sin embargo, aclarar es justo
que soy un poco menos rencoroso de lo que deseara,
que todo lo adelgaza el uso,
aun lo menos manifiesto.
Breve soy, sin pecados ni arrepentimientos,
con todas las dudas habidas y por haber
en mi mente que espera la muerte de un instante
porque también es de esperar en un instante la propia muerte.
Ah, también nuestra muerte es ajena,
es nuestra sólo para que nos consolemos.
Narro esta historia para escarmiento propio,
yo, conocedor de mi paso escurridizo.
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De Esta sustancia amarga (1973)
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Cantiga distante
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Ahora es preciso intentar
Un arte tan restringido
Que diréis fue gemido
Mejor aún que cantar.
Si así fuera, pues creed
Ca si de ella tuve tal sed
Ca pronto la hube perder.
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Mas allí hube tanta paz
Y dicha de mi descuido,
Que fui en los amores servido
Y en servicio, fui mortal.
Amor, no pude retener
A quien saudoso mi ser
Destrúyolo, sin querer.
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Para ahora me callar
Necesitara medido,
Tener el dolor sentido,
Y hacerme hacia la mar.
Mas para tal menester
Haré el olvido valer
Por encima de mi ser.
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Cantar que no se pudo evitar
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¿No se dijo ya en otra parte?
Oh, Dueña de la mi suerte,
Teneros es mucho el arte,
Olvidaros es la muerte.
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Si me negáis el descanso
De ello seréis deudora.
Y ni mío ni vuestro, Señora,
Será el corazón que alcanzo
Tan sólo a sentir deshecho
Cuando me destroza el pecho.
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Porque de vos ya precisa
Aun si le das desaire.
Precisa de vos, vueso aire
Y aun de vuesa sonrisa.
Esa más podéis negarme,
Si queréis, en hora mala,
Lo ha de sufrir mi carne
Que aquí se me acaba el alma.
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De Cantado para nadie (1982)
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Ni orgulloso ni humilde
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Dame, Señor, piedad para mí mismo
Y que mi obra te responda.
No espero comprensión de nadie
Pues la máquina humana es limitada
Y no hay otra cosa
Que ajena consistencia de aquello que desprecio
Y de igual manera me desprecia.
Al nombrarte, Señor, me nombro a mí.
No creas que no me entiendo,
Pero antes de regresar a las tinieblas
Es posible que tú quieras que te exprese al expresarme.
Si así fuera, Señor, lo estoy haciendo.
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De El canto del abismo (1987)
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Datos vitales
Don Francisco Cervantes nació en las indias occidentales en un lugar llamado Querétaro en el año 38 del siglo XX. Puso el poder de su brazo al servicio de la poesía y cabalgó por toda la geografía del orbe recibiendo por sus altas virtudes la Orden do Río Branco en grado de oficial por la república del Brasil y también fue recibido caballero del Infante don Enrique por el gobierno de Portugal. Publicó en vida, breves y notables libros de decantada poesía, donde caballeros de inquieta espada, donas en celado, escuderías y armas repulieron los antiguos blasones. Hoy, recogido en su fe, ocupa un lugar bajo la tierra. Dice Cide Hamete Benengeli, en sus prolegómenos a la famosa historia, que después de haber leído, tantos como encontró, libros de caballerías, al afamado hidalgo de la Mancha hubo de secársele el seso, con lo cual su sobrina agradeció a Dios porque su tío no se hubiera contagiado de esa otra enfermedad incurable y pegadiza de ser poeta. Conocemos de otro caballero también llamado Cervantes, quien llenando su cabeza con razones de espadas, lances, donas y cabalgadas, hubo esa terrible enfermedad de la poesía; y era tal la dolencia que mezcló en su descort al menos tres lenguas de la región peninsular, el portugués minhota, el galego y esa lengua de cabreros que el mismo rey de Castilla y de León, don Affonso X desdeñó y que hoy conocemos como castellano.
MB