Amor y poesía

Presentamos un ensayo de Rubén Márquez Máximo (Puebla, 1981) en torno al tema del amor y la poesía como derrumbe y salvación. Márquez Máximo estudió la Maestria en Literatura Mexicana en la BUAP. Es autor del volumen de poemas “Pleamar en vuelo” (Alforja, 2008). Actualmente enseña literatura en el Tecnológico de Monterrey campus Puebla.

 

 

 

Amor y poesía: derrumbe y salvación

 

“… polvo serán, mas polvo enamorado.”

Francisco de Quevedo

“A veces la poesía es el vértigo de los cuerpos y el

vértigo de la dicha y el vértigo de la muerte…”

Octavio Paz

 

Para Rosaura

 

¿Qué es el amor? ¿Qué es eso que nos mueve a conquistar reinos y mares, a dar la vida y  destruirla? El amor nos salva, nos condena al patíbulo sin más que lo que somos, un cuerpo que vibra y siente. Es “hielo abrasador”, “fuego helado”, “luz oscura”, “un no sé qué que quedan balbuciendo”. Todas las antítesis y los oxímoros están en él. El amor es la gran paradoja, el misterio mismo. Comprender al otro, devorarlo, sentir su aliento, su distancia, son la misma cosa cuando se ama. Nada nos salva de tanta alegría y tanto desconsuelo. Para los amantes el universo entero puede colapsarse y lo único que importa son ellos mismos. El amor es egoísmo compartido, la reafirmación del individuo a través del otro, negación de lo que somos para encontrarnos. La floración de todos los tiempos está en el instante del abrazo, Paolo y Francesca eternizados en un beso indisoluble. Por el amor morimos, por el amor vivimos. Por el amor creamos la música para encantar el oído del ser amado, nos hacemos de la más bella palabra para penetrar su corazón y estrujarlo. Los amantes son el equilibrio del mundo, principio y fin, fin y principio, espiral que asciende,  gemido primero que guarda su eco en cada encuentro, melodía que sólo termina para ser reinterpretada. El músico ansía la culminación de un movimiento sólo para empezar el otro. Te amo porque te necesito es lo mismo que decir te necesito porque te amo, círculo perfecto, inmenso mar, fulgor luminoso, redundancia que se reinventa.

              El ejercicio poético es adiestramiento en el amor aunque nunca se aprenda mucho, pues en el amor y en la palabra nunca existe un fin, todo es principio. En una palabra, como lo pensara Borges, están todas las palabras: una palabra es siempre el comienzo de otra. El que explora en el cuerpo de la amada explora en el lenguaje, probarla es conocer los significados que ella contiene, acariciar sus formas, sus sonidos, encontrar las maneras de pronunciarse, de ser, para habitar nuestro sitio exacto en este mundo. El poeta une las palabras “mar” y “llama” y toda ella se vuelve “un mar en llamas”. La palabra es la mano que toca, la boca que prueba. El poema es deseo, sentimiento, palpación de los corazones. Si el corazón no vibra no hay poema, cada vez que nos tocamos y las olas se remueven recreamos la historia, la única, la verdadera, pues la poesía no es la suma de los poemas que se han escrito, cada poema contiene la parte y el todo, cada poema como cada beso es absoluto. Los amantes continúan el mismo beso que empezaron cuando se conocieron, su beso es diferente pero el mismo.

              El amor aprisiona pero se trata de un encierro dulce y voluntario al que no podemos negarnos. Ricardo Reis diría: “el amor nos da la libertad de entregarnos a él por nuestra propia voluntad o contra ella”. El amor confina, el amor busca ser libre. Hay palabras que no pronunciamos y las guardamos en el fondo de lo que somos porque no queremos compartir el secreto, la felicidad a punto de escaparse si uno abre la boca. Hay otras que piden salir, soltar las amarras del lenguaje y decir, simplemente decir, probar el mundo con su aliento. Cada nota, cada silencio es la melodía de los amantes y del poema. El amor, como la poesía, está hecho de lo que decimos y de lo que callamos, es prisión sin muros, libertad carcelaria.

              En un principio era la unidad, cada ser estaba unido a su complemento y a su vez esa dualidad buscaba unirse con una nueva parte. Ahora estamos divididos, somos seres incompletos que no pueden vivir por sí mismos, animales políticos como diría Aristóteles. Sin amor no hay polis y sin polis no existe el hombre. La libertad en el amor no existe, es una ilusión, un sueño. La vida es sueño también pudo ser el amor es sueño o la libertad es sueño. El que ama nunca participa de la libertad pues amar implica que te duela el dolor del otro, sentir a través de su piel, respirar su aire. Sólo en el amor somos libres pues nos desprendemos de nosotros mismos, de lo que somos para realmente saber lo que somos. El que ama es libre de sus propias ataduras y se entrega a las ataduras de su amante. En el lenguaje pasa lo mismo, cada palabra está encadenada a otra, no existe una palabra que tenga sentido por sí misma. El poema, al igual que el amor, construye el sentido último que buscamos, intenta comprender la vida y la muerte, por eso, perder al ser amado implica el gran colapso, el fin del tiempo, el fracaso del poema y de todo conocimiento, pues tanto el poeta como el filósofo aman esa presencia escurridiza que nos llama: el amor. Quisiera ser libre de ti pero no puedo, me entrego libremente a la miel de tus sales, a tu parte marina que me ahoga, a la herida que hiere, a tus palabras que me cortan con el filo de diez cuchillos. El amor es la libertad suprema que traspasa barreras sociales, ideales políticos, estéticas y toda ética. La poesía rompe, replantea, revoluciona, busca el ideal social sin fronteras. En el amor no hay bien ni mal, la virtud humana es la ética, la de los dioses es el amor.

              Los amantes no quieren perder el tiempo pues el tiempo los devora. Amar es devorar el tiempo, volverse tiempo, transcurrir y devenir en el cuerpo querido. El amor es la pintura que trata de perdurar pero sabe que el paso de los años la desgasta, de la misma manera las palabras cambian, se desvanecen y no pueden ser las mismas porque su significado se transforma. Sin embargo, siempre son aquello que fueron, contienen su origen, la permanencia de su primer significado que el etimólogo indaga. Los amantes también buscan aquello que fueron en lo que ahora son, envejecen juntos, se renuevan, se rencuentran. El devenir en el lenguaje es devenir en el amor, el encuentro venturoso de los cuerpos crea la palabra, el poema es la manera que tengo para estar en ti cada vez que lo recitas. Si el poema muere, muere la memoria y el amor está hecho de memoria.

              Los amantes parten pero no se dejan, sus pausas son silencios musicales, a veces planeados y otras no, pero al final, en todo concierto yace un nuevo ensayo que nunca termina. Los músicos tocan, lo hacen brillante, erran, no importa, porque llevan la música hasta la misma muerte, son enterrados con sus partituras, con una cuerda, con la nota precisa hasta el final de los tiempos. Cuando los amantes mueren su música sigue sonando, por ello viven Tristan e Isolda. El amor es infinito, encontrarlo requiere dificultades, entrenamiento, conservarlo es el arte supremo. Sólo los dioses aman para siempre en un instante, callan para seguir estando, como fantasmas que rondan. El poeta busca los silencios, se aleja del mundo, le da la respiración y la pausa necesaria al verso, calla, pero su callar es una afirmación, se niega para existir. Eso es el amor, negarse para existir, respirar, oler, tocar, probar a través del cuerpo del otro, derrumbarse de sí mismo para salvarse en el no mismo que eres tu misma.

Datos vitales

Rubén Márquez Máximo (Puebla, 1981). Es egresado del Colegio de Lingüística y Literatura Hispánica de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y de la maestría en Literatura Mexicana por la misma casa de estudios. Sus poemas han aparecido en diversas revistas nacionales como suplementos de la entidad. Actualmente es maestro de literatura en el Tecnológico de Monterrey Campus Puebla. Bajo el sello de Alforja ha publicado el poemario Pleamar en vuelo (2008).

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