Presentamos, en versión de Joan de la Vega, un texto de Jordi Valls i Pozo (Barcelona, 1970), uno de los poetas catalanes más representativos del momento. Ha merecido premios como el Jocs Florals de Barcelona, Senyoriu d’Ausiàs March, Gorgos de poesia y Grandalla de poesia en la Nit Literària Andorrana, entre otros. Es el primer poeta en ostentar el título de Poeta de la Ciutat de Barcelona.
LA CAÍDA DE LA UNIÓN SOVIÉTICA
A Xavier Farré
La ciudad está abajo y el horizonte de un gris claro
empaña el cerro oculto hacia lo ignoto, y muere
allá. ¿Y qué puede haber más allá? Un cielo,
pongamos por caso, plácido, con el sol batiendo límites
inquietos.
Adam Zagajewski piensa en Cracovia,
en la infancia soviética de Gliwice,
con las Oliveres y Can Franquesa en los ojos.
La clara constelación de una Europa en la otra.
No podemos ayudar a hacer florecer
las plantas silvestres. Compruébalo tú mismo:
este descampado salvaje
de Can Zam era mi destino
pero ya no existe. Todo ha cambiado.
Y una parte de mí permanece bajo el cemento.
Así se nos agranda el mundo abierto, la granada
que escogeremos para discernir cada fragmento entregado.
El desorden en la superficie de la mesa
es la insatisfacción de controlar las cosas
que bailan de un lugar a otro, el destripamiento
recíproco de los contrarios que tropiezan fuera.
Observamos cómo ronca la oficina,
la poesía ronca y los ojos del camaleón
te hostigan a velar el sueño de los inmigrantes,
pequeños tesoros que no pesan nada
deforman la estructura de aquellos valses
añorados en una sala de baile vienesa.
Ironía al oído. Ruido de faisanes
entre matorrales. Indiferencia
¿Acaso puede ser de otra manera?
No importa
si la tendencia siempre ha sido la dispersión
y más tarde el olvido, pero nuestra misión
es centrarnos en el presente, lo que pasa
y lo que no volverá a pasar. No importa
si buscamos por las calles el eco de lo que has oído,
siempre será ficción la leyenda. Tampoco,
lo que haces ahora, no condiciona el deseo,
la frustración desciende como un río medio lleno
con lentas cadencias, muy lejos de desbocarse
circunda el delta o deja un limo de tristeza
que con exagerada precisión evocas firme.
Miras de lejos cómo se abre
la vehemencia perenne de los padres,
y cómo se marchita
antes de permanecer sin aroma.
Con qué exactitud devastada
va desapareciendo su firmeza.
A veces sigues el agua, a veces
fijas la mirada hacia delante para no hundirte,
ves rebotar la piedra plana, dos, tres saltos
hasta que pierdes la atención, y de repente, rasante, pasa
el pájaro inoportuno, como pasas tú ante
tus ojos. Alguien de los dos, indiferente, salva
su pellejo. Ese es el vivo. El otro observa y piensa.
El tercero no cuenta, cae como plomo al agua
y hacia dentro baja a la consistencia del final.
Pero aún no es tu momento, quizá
no lo sabrás nunca.
En las islas, las sirenas rezan antes de extinguirse.
Atado al palo mayor las escuchas
y desesperas. La certeza, es inmediata,
pero no lo sabe nadie
hasta que el sonido te abandona.
La ciudad te crece desde dentro
y arraiga en los ojos, debes de entender que es una forma
de morir. ¿Y qué puede haber más allá? ¿Dudas
y polvo?
Dos niveles de confluencia
no pueden mezclarse en el diálogo,
tiran dardos que rebotan
contra los márgenes metálicos de la memoria
y no hacen diana.
El cerebro se desliza en distracciones mínimas
y pase lo que pase lo llena de tiempo para averiguar
cómo funcionan los mecanismos del absurdo.
Como un velo demasiado espeso, ves la forma que regresa.
Somos sólo los mensajeros, pájaros de la noticia,
encarnamos el polvo innúmero y forzamos a la élite
del sacramento a pisar los charcos propios.
El Parque Europa es una guillotina que saja
en dos partes la víctima, parece un truco
de magia. Ninguna de las partes podrá crecer más.
Harry Houdini valoraba las salidas de emergencia,
sabía que el público quiere siempre
que se imponga el coraje al sentido común.
No ha sido fácil permitir que el desinterés
fuese el motivo de la victoria. Los milagros
no salen de la ética estricta, arbitrarios
hacen flotar los nenúfares y ocultan a los traidores
bajo capas de un blanco beatífico, escurridizo.
Siempre vuelves al lugar exacto de la obsesión,
de la conversación inacabada.
Sólo tienen que saltar dos veces o tres, y el ojo
les recordará en la cima del pozo, el eclecticismo
del punto de vista que nunca has dejado de mover.
Aparcas, y dejas las marchas en punto muerto,
automáticamente levantas el freno de mano,
que en el último “crec” fija el ancla con rigidez.
Qué floja es la verdad. La sombra se la encuentra
impasible, la atornilla al fuego, infiel,
todo llama, cuando se arruga al mismo techo que caerá.
Del Torrent de la Llevadora
a la Deu del Joncar. Del Torrent de les Bruixes
a la Font de la Bóta –la ingeniería de los griegos,
la mano de obra íbera–.
Y no es potable el agua de la eterna juventud,
ningún organismo oficial se hará cargo.
El sueño idílico riega desde el ojo del Pollo
las viñas evocadas por Isaías.
Entonces querer refugio desvela tener menos
al descubrirse la nuca fría como único destino.
Los hijos no deseados pasan cuentas
en la calle Victor Hugo Laverne, en el barrio del Pilar,
donde los “sans-culottes” cantaban rumbas
e iban en bicicletas desvencijadas.
La realidad es un rosario que te recubre
de emociones contradictorias con “Los Miserables”.
No tener sueño, pensar la sombra y cómo ajustarla.
Te remueves inquieto, no te han enseñado a comportarte,
por ello, evitas el enigma absoluto y piensas en cosas posibles
que harás tan pronto puedas.
Y en Ca l’Armengol, hablamos de París,
de los boulevards decadentes y la Defense enmarcando los tres arcos de Triunfo.
Europa traducida en formas, en la gestualidad atenta,
la frente ancha, barba blanca y los ojos de escarabajo que acotan
la patria de Gregor Samsa en una habitación oscura
democrática y abandonada,
cuerpo y alma, en el cuerpo.
Romper las alturas para caer bien abajo.
Sólo así lo saben demostrar. No ignoran
que han conocido antes la claridad de la mañana
luminosa y estática como una flor mítica.
Pero los aspiraba hasta absorberlos.
-Siempre llegas demasiado tarde – te dicen,
al oído, como una advertencia.
Fuera sopla el aire, se levanta la falda
de una chica despistada.
El viento se ríe de ti.
Deshacerse de ellos
no ha sido nada fácil, y sólo con la revuelta
consiguen las migajas de lo efímero,
las pequeñas dudas de las decisiones ilícitas,
ya que después de amar se aprende a ser.
Si se hace bien el trabajo,
¿hay que preocuparse por las consecuencias?
¿En qué lado del Vístula se esconde la “intelligentsia”?
Kijowskit, Zelenski, Milosz o Szymborska.
La carcajada de Mandelsman
en los oídos reventados del Gran Hermano Stalin.
Y Sampere con su perro Satán, ante el Besòs domesticado
aún escucha el eco de los fusilamientos al amanecer.
Hay una gran dispersión de cables holgados
que nunca se conectarán.
A veces los veo, se escurren por el fregadero
o huyen por el marco de la puerta. En el espejo
cuando los detecto, ya no existen, vacían
la forma que los ojos imaginan: son miles.
Aquel tiempo de lapso
puede ser el resultado de alguna transacción inoportuna que te ha hecho distraer.
El inicio es un fuego miserable, que enfermo se apaga,
si no hay constancia en la voluntad, si no hay alas.
Después de haber hecho buena parte del monólogo
nos encontramos en el lugar donde habíamos estado siempre,
-Ya ni me acordaba-.
Pero eso será mucho más tarde.
No ha servido de nada haber conocido más detalles,
la desazón la recuperamos cada poco tiempo,
y de una vez, vuelven a aparecer las conjunciones
vitales, solicitadas, entre las brasas de los recuerdos,
cuando la materia consumida vuelve a ser el tronco.
Y la ceniza, las ramitas, las hojas secas.
Así pues, otoño y primavera, dos meridianos
que hacen germinar la oportunidad.
La mitad de un recuerdo verosímil los barre.
Pero no lo sabré nunca, yo sólo los sueño
como hijos de la migaja que da luz, y caen,
de la rama del pianista a las hojas muertas.
Y nos encontramos
para mirarnos de cerca, y reconocernos
en el mismo caos imposible, que es pretérito
de ninguna otra presencia inmediata,
perdida en otro estado de floración.
La ciudad está arriba y el horizonte nos cae encima
por los campos de fútbol provisionales, por la viña.
La ausencia de la ausencia, la añoranza al trote.
Un vagón tras otro en un cambio de vías.
¿Pero cómo definir el color de la transparencia?
En todo caso, merece un alto grado de observación,
como cuando acabas encontrando
los mismos pensamientos de años atrás,
enturbiados por una perplejidad nueva y obsesiva.
No he aprendido nada, aparte de técnica
y una visión más clara de la vulnerabilidad.
La noche lo oscurece todo y una mano discreta
se toma de otra para subir las escaleras
hasta el rellano del ático. Ninguna luz funciona,
y una mano encendida calienta el mundo por primera vez.
Clavarle el diente a la huída de ser ahora.
Recordaremos que fuimos el albedrío, más allá.
La chispa sobre la llama, imperceptible,
en el mismo giro del río donde cambian los grumos en fuga.
Como dos escarabajos que ruedan por el poema
y hacen del proyecto la casa incierta de los huérfanos.
Datos vitales
Jordi Valls i Pozo (Barcelona,25 de enero de 1970) es un poeta en lengua catalana. Aunque nació en Barcelona, ha vivido muchos años en la cercana localidad de Santa Coloma de Gramanet. Presidió la Associació de Joves Escriptors en Llengua Catalana (Asociación de Jovenes Escritores en Lengua Catalana) entre 1994 y 1996, siendo actualmente miembro de la Associació de Escriptors en Llengua Catalana (Asociación de Escritores en Lengua Catalana). De profesión librero, toda su obra ha sido escrita en catalán y aún no ha sido traducida al castellano. Al ganar los juegos florales de poesía de Barcelona en 2006 se convirtió en el primer poeta en ostentar el título de Poeta de la Ciutat de Barcelona.