Presentamos, en el marco del dossier Poesía costarricense contemporánea, preparado por Gustavo Solórzano Alfaro, la poesía de Alexander Obando (San José, Costa Rica, 1958). Es narrador y poeta. Premio Nacional Aquileo J. Echeverría de poesía 2010. Ha publicado las novelas El más violento paraíso (2001 y 2009) y Canciones a la muerte de los niños (2008); el poemario Ángeles para suicidas (2010). Actualmente reside en Estados Unidos
Lee aquí la introducción de Gustavo Solórzano Alfaro a este dossier
Marea baja
Make a tomb
for men and boys…
Allen Ginsberg
Cuando baja la marea
quedan restos de automóviles
sobre la playa, fierros
bañados en plancton y sal.
El muchacho emblanquecido
deambula buscando
latas y vidrios enteros;
y sin embargo,
camina sobre tierra de marisma,
sobre casas barridas anoche
al mar de los huracanes.
Por la playa
va caminando él, Ganimedes,
pantaloneta blanca y sucia,
piernas, llenas de arena.
Encuentra el esqueleto
de un viejo asiento de Chevy
y se imagina,
sentado en él,
cómo hubiera sido ser raptado a otro planeta
por un águila antigua,
por un dios todopoderosa ventisca,
al filo de las ocho
de un jueves cualquiera.
Tal vez asustado,
como anoche;
tal vez invisible,
como ahora.
Contradanza
As I have trod rumorous midnights, too.
Hart Crane
Me decía que su casa estaba
lejos,
ya no sé dónde.
Si hubiera dicho que Puerto Montt
o Aquisgrán
sería indistinto para lo que me
queda de recuerdo;
un cuerpo desnudo, como el suyo,
no tiene otro domicilio sino
yo mismo.
Y esa noche,
hospedado en el vino
bailaba constantemente junto a la ventana.
El overol y el calzoncillo en el asiento
me recordaban a Mille e tre,
a los obreros adolescentes en
los cuartuchos de Verlaine;
Lucien Létinois volteando paja
en una pequeña granja del sur.(1)
Si yo recordara de dónde es,
podría quizá prejuiciar el recuerdo con
el danzón, el trepak o la milonga;
pero no recuerdo su origen
al igual que siempre he supuesto
que lo suyo / era una contradanza,
un baile deshaciendo los pasos hechos;
una forma de viajar hacia atrás
en el amor o la caricia,
como esa noche
junto a la ventana.
Un beso leve en el vaso de licor
que yo sostenía
y luego otro en la pequeña boca;
apenas un suave contacto de labios,
apenas una caricia
sobre la humedad del vino.
Volvía a su danza en medio de las
cobijas y la ropa esparcida,
hasta que horas después,
como un gato ebrio,
se acostaba exhausto sobre mi pecho
a dormir.
Y esa madrugada,
mientras él maullaba suavemente
sobre el lomo gris de la soledad,
yo cerré la puerta
por última vez.
Ducha y adiós
Para Yehudi Ramírez
La brisa entra por esta ventana.
Sobre la mesa
el trago de ron
que no pudiste acabar
mientras decís,
apresuradamente,
que debés trabajar el turno de las ocho.
Me he pasado la tarde
pensando en tu espalda como
en la cuenca más llena de atunes,
porque siempre me han gustado
las bocas azules que saltan y muerden
a la menor insinuación del tacto.
Me ha gustado siempre
el intenso oleaje
que producen tus piernas / en la bañera.
La brisa entra por la ventana
y son ya casi las siete y cuarto.
Me decís que te vas a bañar
y a vestir.
Pienso que debo acompañarte
por deber o por costumbre,
pero te vas al baño
y yo aun no me levanto de la cama.
El agua suena como venida desde
adentro de nosotros
y pienso que deben ser
esos peces que te cubren el cuerpo
cuando te salta el agua encima.
La llave da vuelta con un chirrido
y ya no se oye más el
eco subterráneo en la bañera.
(Si acaso,
una gota o dos
desde el tobillo,
por el aire,
hasta la tina).
Te vestís adentro / y al salir,
ya precipitadamente,
decís adiós con un gesto
de la mano.
Veo que llevás el pelo casi seco.
Antes,
solías llegar tarde.
Cartagena con retrato
Una calle de Heredia en especial.
Ahí, todas las noches, frente a su
pequeña casa, frente a su apartamento
de segunda planta
conversábamos de Colombia o la Luna.
De si Cartagena, con toda su historia
y muerte
sería más grande que nosotros vivos.
De si las palmeras eran las mismas
en ese parque y en la punta de Bocachica;
entonces,
¿qué hacía de aquella ciudad algo especial
y de nosotros un asunto pasajero,
ahí en nuestra banca de 1982
en un parque de Heredia?
No sabíamos que el océano
sí cambiaba de morada
cada medio millón de años,
que los bigotes de su padre eran
cuidadosamente afeitados
por una amiga de Barrio Aranjuez,
porque para nosotros
ahí bajo las palmeras ―aparentemente inmortales―
las cosas eran como eran.
El cambio no se registraba a no ser bajo los pantalones.
Lo demás
permanecía.
Y es que entre los dos no sumábamos
treinta y cinco años.
Él con su pelo oscuro y lacio;
con su padre alcohólico y su lecho muerto.
Yo con mi inglés y mi poesía,
con mi padre lejano y somocista.
No éramos uno ni dos
sino siete más dos:
vulgarmente sexuales
al punto de copular una tarde
en bicicleta.
Empezábamos con el ajedrez
y todas las piezas, peones y reinas,
acababan debajo de la mesa de café.
Una tarde de diciembre quisimos
retocar el mural de su tío en la pared
pero los labios
no hicieron el color necesario.
Y así las noches,
bajo las palmeras en el parque
de Heredia, nos hacían pensar
en Colombia y su gente,
en la ciudad de Cartagena
con sus trescientos años de fortificaciones.
Nos hubiera gustado caminar por sus calles
de balcones y plazas,
imaginando tal vez
como sería
la ciudad de Heredia
/ y sus noches
/ y palmeras.
Vivir solo
Para Rodolfo Álvarez y para Manfred Werther
El supremo hastío, aquel al que la propia
muerte rehúsa su último humo, se retira
disfrazado de señor.
René Char
Eso que llamamos vivir solo
es transitar en un silencioso dirigible
por las ventosas noches de esta ciudad.
Es no tener quien se ventile con tus cartas
esperando impaciente
a que llegués para abrirlas.
Vivir solo es llamar a Manfred
o a Rodolfo
para ofrecerles una noche de juerga
a costas tuyas,
pero sonriente, acompañado,
feliz de ver una mesa servida para dos.
Vivir solo es comer en restaurantes
cuando tenés plata,
y distraerte haciendo la comida
cuando no tenés plata.
Es tratar de convencer a las amigas
de que aún es muy temprano
para tomar el bus,
y llegar a la torpeza de mentirles
respecto a la hora.
Es mordisquear los hombros
de todos tus amigos y amantes
para delimitar el terreno de tu ternura
y para decir hasta aquí, o a veces,
a partir de aquí.
Vivir solo
es no masturbarse de puro cansancio
de masturbarse.
Es encender la tele para oír bulla
y creer ingenuamente
que te están llamando;
sin embargo, este autoengaño
jamás te da resultado.
Terminás pagando más en insomnio
y al final de cuentas
te volvés a encontrar a oscuras.
Vivir solo
es añorar durante nueve meses las vacaciones
para luego no tener con quien compartirlas.
Alguien ya se ha ido para la playa
y otros se irán con sus otros amigos.
Vos solo sos el alter ego urbano,
aquél con quien se comparte una que otra
noche de bohemia libresca;
pero los amigos, la verdadera diversión,
no es miope ni tampoco
se la pasa hablando de Tomasso Albinoni.
Vivir solo es pues,
pasarse las noches
miserablemente agarrado a las barras
de este zepelín silencioso,
esperando distinguir algún conocido
entre esa masa que ya no se acuerda
de vos.
Que te desnombra
desde que vos olvidaste
los ojos de aquella única hembra
que alguna vez te vio con ternura.
Vivir solo es,
a fin de cuentas,
el trauma
de haberla perdido.
Durmiendo con ellos
(sobre textos de Kenneth Koch y Robert Frost)
Para Rodolfo Álvarez
San José:
un sitio,
una ciudad de tentáculos perdidos.
Los zancudos de mayo
revolotean en el calor de la noche.
Hay perros que ladran:
abren el hocico para tragar
entre dientes amarillos y roja lengua
un bocado de aire y humedad.
Pero en mi casa, siempre,
se duerme con ellos.
Algunos lagartos
no cierran las fauces
por temor al olvido y las piedras.
Las almohadas de la luna ya
descienden:
alguna estrella se consume
y envía fragmentos
que debieron quedarse en Aries;
pero en casa, y tras
la lluvia de aerolitos,
quedamos durmiendo con ellos.
Tal vez yo me sienta uno asociado con la noche.
He abierto muchas puertas
para ahogarme luego entre callejones de ciudad.
Por eso,
siempre con ellos:
con los muslos
y miembros exangües como
disfraces de un viejo ropero.
En el pequeño cuarto de la tarde o
mientras en Santiago de Cuba llueva;
mientras las calles frías
alberguen un desafinado amante de Caruso,
nosotros con ellos.
Para cuando aparezca otro afarensis
y las vigas del Maracaná envejezcan de cerveza;
mientras la lluvia de dientes fertilice el desierto,
yo en la playa o en el cine…
durmiendo con ellos.
Tal vez yo soy uno mismo con la noche.
He ido por ahí abriendo puertas olvidadas
cuyos habitantes carecen de nombre.
Y luego,
durmiendo con ellos en los aviones y los trenes;
bajando el Golfo con las manos en la arena
o los pies al quicio de un zigurat.
Levantando el turbante o los anteojos
para distinguir al amigo o enemigo.
Sacando muelas o
dando clases en el Carmen de Parrita.
Haciendo la paz y la guerra en Peñas Blancas
o siguiendo el buque fantasma del Lago.
Porque en San Juan del Norte
los senos y los muslos
se abren a la noche como esporas,
y nosotros, a pesar de la guerra,
dormimos con ellos.
Recordando a Lorca o Rimbaud en patineta.
El pelo lacio y los ojos tristes cuando un poema
en la cocina
se le llenaba de cerveza,
cuando una fulana destrozaba sus sueños
con un NO firme y abundante,
y sin embargo,
dormía con ellos.
Yo he sido uno mismo con la noche.
Abro millones de puertas oscuras
y las cierro ante ojos aterrados.
Por eso un hotel en Nebraska
y otro en San José.
Bajando del tren al perro del guardián
para hacer el amor en el cabús,
y siempre,
durmiendo con ellos.
En San Salvador o Atenas,
sin murallas,
sobre un libro de García Márquez
y a la luz de una candela;
acariciando sus flancos
mientras el fantasma
nos mira desde la puerta,
―y a pesar del miedo―
durmiendo con ellos.
Tocar esos labios húmedos
apenas dibujados por la ventana.
Negar la importancia de T. S. Eliot
y rasgar una guitarra en los balcones del frío.
Porque siempre he sido uno mismo con la noche.
Salgo bajo la lluvia y regreso bajo la lluvia.
Mi casa
está llena de ídolos muertos.
Tengo por tanto al loco de mi amigo
entre los brazos,
succiono los morenos pezones
y duermo con ellos,
siempre con ellos.
Pavarotti en el Lincoln
y nosotros imitando a Verdi y Puccini;
porque San José
no tiene sentido
si no duermo con ellos;
con Sosa de Honduras
y la uruguaya de Tibás.
Abrazar con el calor de
mi mano sus hombros húmedos,
transgredir su pubis
siempre con ellos.
Porque yo soy uno mismo con la noche.
Y un grito desde lejos atraviesa las calles,
pero no para saludarme o decir adiós.
Duermo con todos en las noches de verano
y en las tardes colegiales.
Una taza de leche
y un bollo de pan para el domingo de Pascua.
Decirle detrás de la oreja
que no tenga miedo,
que a todos les pasa durmiendo con ellos.
Por entre ruinas;
sobre las grúas del transporte;
en los baños de los hoteluchos y
bajo las narices de sus tíos,
durmiendo con ellos.
Sin la clara luz de una luna en Málaga.
Sin el ronroneo de las palmeras de Limón
pero durmiendo con ellos.
Porque
San José
es la ciudad;
a veces,
a veces el momento;
y yo,
mirando el viejo reloj
desde esta ventana,
sé que siempre seré uno
asociado con la noche.
Una gata
Una gata es a veces un animal
Una gata tiene cuatro patas y tal vez toxoplasmosis
Una gata entra en celo y le “pide” al macho copular
Una gata grita mucho cuando es poseída porque le duele,
porque lo disfruta, porque lo quiere, porque lo odia,
porque no sabe, porque le gusta, porque tiene una
consciencia que trasciende a millones y millones de
especies
Una gata es a veces otro animal
Una gata tiene las patas blancas y el rabo blanco
Una gata es totalmente blanca, del bigote hasta el rabo,
blanca como las nieves perpetuas de Mons Nix
Una gata es inteligente, más que un sillón, más que una
ballena, más que un chacal
Una gata tiene miedo cuando debe sentir miedo y fuerza
cuando debe sentir fuerza
Una gata brinca el puente de la luna y saluda a Octavio
Paz, brinca de nuevo el puente de la luna, y esta
vez cae rendida a los pies de Vicente Huidobro
Una gata sabe cuándo moverse y cuándo ser una estatuilla
egipcia, sabe cuándo ser de alabastro y cuándo de
barro
Una gata tiene consciencia de quiénes fueron sus
ancestros, de quiénes son sus hijos y quiénes no
serán sus nietos
Una gata es muchas veces una mentira disfrazada de
verdad, es un mito, un símbolo para confundir
incautos y suponer que se sabe la verdadera verdad
Una gata a veces no es genuinamente una gata, es un
nombre, una ciudad, un hombre, algo que se confunde
con otra gata quizá
Una gata es una actitud, un sentimiento una visión de
muerte, puede ser un sentimiento de guerra, de rito
de aceptación, pero lo que una gata jamás es nunca,
es lo que creemos que es…
Una gata… es siempre otra gata
Verrà la morte e avrà i tuoi occhi(2)
(Poema para tres voces)
Cesare Pavese,
in memóriam.
La muerte es siempre una patria.
A. O.
Verrà la morte e avrà i tuoi occhi
perche domani non saremo lo stesso,
io sarò cenere,
e tu sarai la morte,
i miei cereali.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
porque te vestís y desvestís
ante la humedad de mis sueños,
because you have never found
anything better than yourself
beyond the ugly, dry surf of night.
So, death shall come
―and it will have your eyes―,
the eyes of fire abounding
in the plumpness of early decay,
gli occhi di un ragazzo scuro,
taciuto,
guardando la sparizione del suo viso,
come mi guardi quando non faccio niente.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
como siempre viene
cuando camina sobre mi cama,
y me despierta,
sudorosa y sonriente.
E così, ogni tanto,
le stelle passano
―ancora nel giorno―
aspettando la fine del tuo delitto.
Perche verrà la morte e avrà i tuoi occhi
morirò sopra le tue carezze
―come sempre―
da solo e ferito.
And this death too always comes
dressed up in your scars and in my fears
with the backseat
of your blue-brown eyes and my lips
together,
forming a tattered cinema of the strangest fruit.
Verrà la morte, amico,
e avrà i tuoi occhi.
Porque será como siempre ha sido:
la única amante del mundo,
pero tendrá tus ojos…
And this Death shall have all domain…
Verrà la morte…
Y me amará dormido…
Las rondas del Mar Rojo
(letanía sincopada)
… y la Muerte Roja tuvo dominio
ilimitado sobre todas las cosas.
Edgar Allan Poe
el mar dice que no sabe
que no entiende
que no busca que no es el mar
el mar dice
el mar dice que ya viene
me aclara que me busca y me busca
el mar que ya entiende
que ya llega que ya sube
hasta las colinas del sueño
el mar dice que ya llega
que no me asfixie
que no me ahogue
que ni tampoco me muera
porque el mar ya viene
que ya está que el mar ya está
que el mar ya está sobre nosotros
ya sube
ya baja
ya se vuelve sobre sí mismo
y me quita este cigarro de la boca
que ya llega que ya no tarda
que tan pronto pueda
el mar ya casi arriba
que me pida otra cerveza
que ni siquiera pague la cuenta
que le diga a mi amigo hasta mañana
y ponga un marcador
en el último libro que lea
que puede ser un poema
o quizá este poema
el mar no tarda más
el mar ya casi está
por eso pido otra cerveza y una boca:
una de ojos de pescado con salsa inglesa;
ostras de pradera
(para esteban);
curry de la india
(para gera);
y otra de cuanto sexo
sueñe y lea para luis
porque mi amigo el mar ya está por llegar
ya casi llega
y yo pido todas las órdenes de bocas en el bar
mi amigo el mar ya casi llega
y como él promete lo que cumple
abro este delirio personal
en algo de pizarnik y espero
luego voy con un poema de la orozco
o del viejo guaino de cisneros
pero todo es en balde
―bien inútil―
porque el mar no viene ya no llega
el mar rojo
se ve en el ojo del pescador
que ahora viaja
(de nuevo) luna adentro
(mis amigos y mi amante ―todos dormidos― sobre la roja arena)
y el mar
el mar me miente
dice que ya llega
que me pida otro whisky y otra cerveza
mientras él
—ya noche a noche—
se va cansando y aburriendo
en medio
de nuestra loca borrachera
el mar
el mar no llega
porque ya se encuentra
entre los festejantes
de esta comedia
pensé que era una solución ―un amigo― algo como una ambrosía
pero miro su ropa de alcohólico
en desbandada
en delirio
en desazón de espera
que no hace más que pedir cerveza tras cerveza
y ya no tengo aliento para otra cosa:
lo miro directamente a la cara
y lo confronto
lo enjacho
lo malmodeo
lo escupo con la boca y la mirada
y después de eso
yo también
me pido otra cerveza
(el mar
el mar tal vez
ya llega)
Ángeles para suicidas
(poema Goth)
(Debe leerse letánicamente y un poco rápido.)
Por momentos
duermen los ángeles para suicidas
ángeles negligentes
en los basureros del amor
ángeles cuchillas de luna nueva de fuego fatuo
de cartón y contrabando
ángeles para el paralítico enano
y para el gran Botero
maquillado antifaz
de gresca en balde y orinal y mierda
ángeles de Archimboldo
sin sexo bajo la túnica
del maniático F. Bacon
con pene vagina y tetas
contorsiones de triste zarzuela
ángeles para sufrir por dentro
para tener adentro
con caras de Cerbero
para el cuerpo de un efebo
nariz quebrada brazo en llaga hedor de ácido fresco
ángeles pángeles de Marianne Moore
pangolines sin alas ángeles
sueños de viga en viga
sueños de la Moore en una escopeta del IRA
ángeles para el bacanal de invierno
para los bares de San Pedro
entrenados en náutica
perdidos en noches de sangre
dormidos y corruptos pútridos antes de tiempo
ángeles an-ángeles donde los demonios son sueños
de tiempo entero
de alas de velero
atrapados en el cuerpo de un vampiro
que ya no sueña con amar en los puteros
ángeles delfín perdido en el mar de los Sargazos
muñeco desvestido
por una virgen loca
escondida en el metro
ángeles de futbol y futbolín
que no saben violar más allá del tablero
dueños de los miedos
que duermen con el Señor de las Moscas
en Moscú a la búsqueda de un cuerpo
enterrados en las sombras de la nieve
de la muerte al acecho de carroña
carroñeros surcando la tarde moribunda
de agua y barro… de nieve y fuego
del estío esperando mi muerte bajo un limonero
niños pacientes comiendo limones en mi patio
mientras reposan a la sombra de Abadón el Tierno
ángeles solo ángeles sin profesión u oficio conocido
acólitos de Azrael afilando las uñas y la guadaña
de luna embravecida en noches de lobo
de los muertos
de los cuerpos corruptos
de las sepulturas abiertas
de los cadáveres adolescentes
de la grima verde en el borde de los ataúdes
ángeles que ya no tienen cliente
porque reposan en el olvido de las ciudades árticas
en el paraíso de flores de vidrio y casas de vidrio
de noches de tormenta y negra nieve
que aparecen en este poema porque siempre sueñan con la muerte
ángeles para todos los errabundos borrachos y suicidas
pero sobre todo:
ángeles que son santos patrones del olvido
sombras que cubren las tumbas nuestras
con flores blancas viejos poemas
humor vaginal y un poco de vino.
Porque el gran Ángel de la Guarda
siempre es el Ángel de los Sueños.
Azrael nocturno
sombra de Dios
temido entrañable
Señor de los delirios
De Ángeles para suicidas
***
(1) Tras la excarcelación y el abandono de Rimbaud, Verlaine se enamoró de otro joven muchacho, Lucien Létinois. El poeta compró entonces una finca en el mediodía francés y ambos se dedicaron a vivir como granjeros. Pero con tan mala suerte para el escritor, que el chico, a los pocos meses de iniciado su bucólico idilio, contrajo tifoidea y murió en los brazos de Verlaine. De ahí en adelante el poeta se dedicó a vivir el resto de su vida borracho en un putero de París.
(2) Verso de un poema de Cesare Pavese, quien se suicidó en 1950.
Datos vitales
Alexánder Obando (San José, Costa Rica, 1958). Narrador y poeta. Premio Nacional Aquileo J. Echeverría de poesía 2010. Ha publicado las novelas El más violento paraíso (2001 y 2009) y Canciones a la muerte de los niños (2008); el poemario Ángeles para suicidas (2010) y la compilación La gruta y el arcoíris. Antología de narrativa gay/lésbica costarricense (2008). Actualmente reside en Estados Unidos.