Rubén Márquez Máximo (Puebla, 1981) nos presenta un ensayo sobre la pintura de Balthus titulada La chambre (La habitación). Bajo la mirada del erotismo, la religión y la melancolía se enarbola la interpretación del cuadro como un instante sagrado que configura el discurso poético. Márquez Máximo es autor del poemario “Pleamar en vuelo”.
La chambre de Balthus: erotismo, religión y melancolía
“Vida, ¿qué puedo yo darte
a mi Dios, que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarte?
Quiero muriendo alcanzarte,
pues tanto a mi amado quiero,
que muero porque no muero.”
Santa Teresa de Jesús
La mirada de Acteón y Tiresias
Balthasar Klossowski de Rola, mejor conocido como Balthus, es un genio sin precedentes en la historia de la pintura del siglo XX. Con un estilo inconfundible se ha convertido en el pintor de la inocencia femenina que seduce por su espontaneidad transformándola en un instante de lo sublime. Pocas obras resultan tan fascinantes y misteriosas como las suyas. La chambre representa la profundidad de su genio pictórico. El erotismo religioso, como lo plantea Georges Bataille, conforma el ambiente total de la obra y la carga de una fuerza que nos deslumbra. Vida y muerte, luz y sombra, deseo y desfallecimiento, lo privado y lo público son algunos de los contrarios que convergen en la escena construyendo un instante de lo sagrado.
En Las lágrimas de Eros de Bataille, la experiencia erótica se origina a partir de la conciencia de la muerte. La exaltación amorosa se prolonga y toca cimas altas de la existencia porque sabemos que moriremos. El amor vence a la muerte y para ello morimos en la entrega amorosa. Por otra parte, el eros y el thanatos, son considerados desde tiempos antiguos estados o acciones prohibidas por ser incomprensibles. El acto amoroso y la muerte no se miran, mirarlos es trasgredir la intimidad que ellos albergan. La muerte en esencia es llanto, pérdida; y el amor alegría, comunión, sin embargo, ambos términos se funden por lo que la muerte despierta al eros y el eros rememora a la muerte. Tanto el llanto como la risa, son energías que nos desbordan del mundo ordenado de la razón: la muerte y el amor son siempre sucesos que pertenecen a la esfera de lo inesperado.
Esta ruptura del orden nos lleva a otra idea básica del pensamiento de Bataille: la trasgresión. El erotismo es ante todo trasgresión y la trasgresión implica necesariamente una prohibición. Precisamente, la conciencia de la violación de una ley permite experimentar la conciencia erótica. El erotismo se construye viendo lo prohibido, lo que se esconde y está negado a la contemplación. Pensemos en Acteón tocando la virginidad de Diana con la mirada cuando ésta se estaba bañando. Sus ojos violaron la intimidad de la diosa y su castigo fue la muerte. De la misma manera, Tiresias pierde la vista por ver desnuda a Atenea. Ambos personajes trasgredieron la prohibición y participaron tanto de la dicha como de la desventura, del eros y del thanatos. Por consiguiente, el erotismo se articula como una discreción develada.
Esta trasgresión implica entonces conciencia del instinto, la fuerza de Apolo y de Dionisio trabajando juntas. Sin conocimiento de la prohibición no hay trasgresión. El erotismo es un juego, un cálculo de la mente y las pasiones. Por ello, en la pintura de La chambre aparecen de forma simbólica dos elementos en la escena: un gato y un libro, el instinto y la razón. Pero resulta importante notar el círculo que se forma: el gato, instinto animal casi divinizado, está encima del libro, la razón humana, sin embargo, su mirada introspectiva nos regresa al instinto preciso y meticuloso: al cálculo y al misterio.
El sentido trágico de Eros
Tanto Eros como Dionisio son dioses trágicos. Implican la alegría del vino pero también su caída tras la desaparición de la cordura. El fundamento primitivo de Eros está en el culto a Dionisio a través de las fiestas dionisiacas que eran momentos de gran fulgor amoroso y desenfreno de toda prohibición. Eros se encontraba al servicio de Dionisio porque el vino le daba el arrebato necesario para cumplir la trasgresión. Recordemos además, que la tragedia griega, la danza de los machos cabríos, estaba dedicada al dios afeminado. En su origen, la enseñanza del cultivo de la vid viene acompañada de la muerte. Cuando Dionisio le enseña a Icario a producir el vino no hace más que traer la desgracia tanto a él como a su hija Erígone. Icario da de probar el vino a unos pastores que primero se alegran en demasía y después se quedan dormidos. Al despertar matan a Icario porque creyeron que los quería envenenar. Dionisio, por su parte, embriagará a Erígone para seducirla y abusar de ella. Cuando regresa a la conciencia su alegría se ha convertido en vergüenza por sentirse deshonrada ya que su entrega amorosa fue a partir del engaño. La alegría y la violencia son la contradicción trágica de Eros y Dionisio, deidades del arrebato.
El cuadro de Balthus plantea la figura de Erígone, una adolescente embriagada en el éxtasis que la lleva al desfallecimiento. Dionisio la ha tocado, la ha poseído, y por ello, la ha dejado en ese estado. Desde esta observación, la escena representa toda la configuración de un rito, de un instante de lo sagrado, pues existe una evocación a la ofrenda. El sillón es la piedra de los sacrificios donde la joven yace en actitud de víctima que se brinda. Erotismo y religión recobran su conjunción primera. El cuadro se va complementando cuando nos percatamos que la joven se ofrenda al Sol. La luz que entra por la venta, en ese momento de inconciencia, la hace suya, y con ello, el Sol se alimenta recreando el instante sagrado de la renovación: vida y muerte se reúnen. El personaje misterioso con cuerpo de niña pero rostro de adulto que descorre las cortinas simula al sacerdote que ofrenda a la víctima y la luz es el filo del metal que la penetra.
El enigma erótico-religioso de la obra se observa a partir de la contradicción entre el placer y el dolor, formulado también en otras expresiones artísticas como la escultura de La transverberación de Santa Teresa de Bernini o en los poemas místicos de poetas como San Juan de la Cruz: “¡Oh llama de amor viva, / que tiernamente hieres / en mi alma en el más profundo centro..!” De la misma manera, en los pueblos prehispánicos la víctima experimentaba el placer de morir para darle vida al sol por medio de su sangre. Con esto se podría justificar porqué la mujer tendida en el sofá es una adolescente que probablemente entregará su virginidad. Esa ofrenda de sangre, muerte en un principio, también es el origen de la vida. El acto amoroso es en esencia reproducción del acto religioso: éxtasis, ofrenda y sacrificio.
Melancolía. Luz y sombra
La melancolía es uno de los cuatro humores del alma, el más peligroso para la Edad Media porque va sumiendo el espíritu en una completa pesadumbre. Se trata de una gran posesión, de una experiencia del abandono, del dejarse navegar a la deriva. Sin embargo, en el Renacimiento con el grabado de Melancolía I de Durero, y posteriormente en el Romanticismo, la melancolía va adquiriendo un carácter sublime, es decir, el estado ideal del artista. El melancólico contempla, conjuga su mundo interior con el exterior, desea lo imposible, lo distante, el horizonte que se aleja, y por ello, cae en un gran sopor que lo deshabilita de la acción mundana para refugiarse y construir en la introspección. El poeta colecciona ausencias pero esa pérdida de lo querido lo hace poseer al objeto con mayor fuerza y claridad en su mundo interior de donde nacerá el poema. El estado melancólico, igual que el erotismo, proporciona nuevamente tensiones entre el deseo y la imposibilidad, por lo que la existencia se debate entre el ser y el no ser. La cercanía de Balthus con Rilke nos da cierta pauta para encontrar un Balthus inmerso en esta configuración del espíritu romántico partícipe de la posesión y la pérdida.
La melancolía, deseo y desfallecimiento, ha sido descrita también como la conjunción entre luz y oscuridad. La chambre se encuentra inmersa en esta luz sombría que irradia todo el ambiente. Si la cortina estuviera cerrada resultaría muy fácil adivinar la oscuridad casi tétrica del lugar. Sin embargo, está corrida y la luz del sol irrumpe las sombras revistiendo de una belleza inquietante no sólo el cuerpo de la joven sino también de la habitación entera. El sol que simboliza vida se funde con la oscuridad del interior que es representación de la muerte. Esta mancha de luz cobra gran importancia en la composición porque está representando lo divino y lo siniestro, es decir, el sentimiento de lo sublime según Kant, por ello nuestra fascinación y repulsión ante la escena.
Por otra parte, la desnudez deslumbrante de la joven contrasta con la vestimenta del ser pequeño que ensombrece el momento. Este personaje oscuro, con cuerpo de niña pero con cara de adulto, es quien deja entrar la luz del sol, luz que ilumina pero hiere hasta llegar al desfallecimiento. La composición forma un círculo mágico, sagrado: la oscuridad se ilumina y la luz se oscurece. La unión de los contrarios del pensamiento poético florece de manera misteriosa, pues devela y oculta. La luz de la melancolía nos aborda entonces y toca fibras del alma, haciendo sonar una música con tonalidades de Satie.
La esfera de lo íntimo
Sólo en lo privado somos verdaderos. La intimidad de los amantes o la propia construye la esfera de la libertad donde la desnudez del cuerpo y del alma florece y brilla. La chambre es el espacio de la introspección por antonomasia, el círculo mágico del rito más primitivo de la especie. Sólo cuando se cierra la puerta, como lo anuncia el bello poema de Carlos Pellicer: “Que se cierre esa puerta / que no me deja estar a solas con tus besos. / Que se cierre esa puerta / por donde campos, sol y rosas quieren vernos…”, los amantes pueden ser. La mirada hacia adentro reconstruye nuestro origen, nada hay afuera que no existiera antes en el interior.
La chambre de Balthus seduce nuestra mirada y la invita a romper con la intimidad de la joven que yace frente a la ventana dando su desnudez pero sobre todo, la intimidad de su sexo. El cuadro conmueve porque lo propio de ella donde se concentra la vida es aquello que ofrece al mundo, recordando el argumento de La consagración de la primavera de Igor Stravinski donde una joven baila extasiada hasta caer muerta, brindando así su vida a cambio del renacimiento de las flores. Este acto de entrega encierra parte del secreto del pensamiento poético. La poesía es un develamiento de la intimidad, la palabra desnuda el secreto ajeno para hacerlo propio. Por ello, con el poema nos sentimos extraños y arraigados al mundo.
La mirada poética trasgrede la prohibición pero esta ruptura se da como un descubrimiento, una epifanía donde las cortinas que antes estaban cerradas se abren para mostrar el camino al instante sagrado, por medio de esa luz que entra e irradia parte de la intimidad del cuarto e ilumina la oscuridad femenina, siempre oculta y sólo ofrendada a través del amor. La escena recuerda el cuadro de El origen del mundo de Gustave Coubert pintado varias décadas atrás, sin embargo, La chambre pese a su evidente revelación del secreto nos coloca como observadores aún en la distancia. Somos invitados que miran la intimidad de la joven pero de perfil, nunca de frente, es decir, no se ofrece a nosotros a diferencia de la pintura de Coubert sino al mundo que está afuera de la venta, a la luz del sol que la hiere y la desfallece. La joven de La chambre es intocable para nosotros, su entrega implica un acto sagrado de muerte y renovación que sólo podemos observar a cierta distancia siendo dichosos y desdichados por desear la imposibilidad, cubriéndonos en ese instante por una luz extraña, la luz de la melancolía.
Referencias
Bataille, Georges. Las lágrimas de Eros. España: Tusquets, 2002.