El poeta Leonardo Iván Martínez (DF, 1982) acaba de publicar el poemario “El huerto y la ceniza”, bajo el sello del Instituto Mexiquense de Cultura. Según el crítico Armando González Torres, en este libro “se despliega una poesía luminosa e intensa, que profesa una contagiosa fe en el lenguaje”. Presentamos aquí algunos poemas del volumen y el prólogo de González Torres.
De fe y oficio
El huerto y la ceniza de Leonardo Iván Martínez ofrece un conjunto de poemas donde se combinan el entusiasmo y frescura de un primer libro con la madurez y pausa de un oficio largamente cultivado. Ciertamente, en este libro se despliega una poesía luminosa e intensa, que profesa una contagiosa fe en el lenguaje. Por supuesto, no se trata de una fe ingenua o convencional, sino que está basada en un amor y conocimiento acendrado del idioma y la tradición.
Así, al lado de una poesía indudablemente referencial, enraizada en la experiencia interior y el mundo afectivo, es posible apreciar soltura rítmica, agudeza visual y una gran variedad de recursos poéticos. Por lo demás, las emociones suelen ser tamizadas por la ironía, el homenaje, el pastiche y otras manifestaciones de diálogo, como puede observarse en el deslumbrante poema “Lo que fablé con León de Greiff siendo yo caballero bretón”.
Hay en este libro una preferencia por el registro vital, la expresión directa y la transparencia de la emoción, y el autor comparte momentos afectivos, ritos íntimos, evocaciones musicales o literarias directas, pero la sencillez y espontaneidad del trazo no anulan la profundidad. En este ejercicio de memoria se observan dos virtudes principales, primero, una cadencia musical que se ha forjado en las más variadas fuentes del verso desde los clásicos de la lengua española hasta los boleros o el rock y, por el otro lado, la concepción de la poesía como una comunión, como una celebración del amor, los afectos familiares, las causas justas y los momentos inolvidables. Se trata, pues, de un libro orgullosamente sentimental, que enlaza forma y temperamento, credo estético y biografía y que retrata tanto a un hombre bueno como a una fina inteligencia poética.
Armando González Torres
Anunciación del Rarajípame (1)
A Carlos Montemayor, in memoriam
Por la tarde partirás corriendo entre la sierra
hasta que la bola de madroño vuelva a ser la tierra
[entre tus pies,hasta que se entere el tiempo que no vale cuando apuesta
que el venado corra más que tú,
que los vientos se sacudan en las cuevas
las espinas de la hierba montaraz,
o que ocultes la mirada en los maizales
temeroso de la flecha envenenada.
Es esa bola roja que pateas
una vena tierna del sol
nacido de los campos entre monte y monte,
rama pintada al fuego,
enraizada entre la piedra:
una brasa y madera sin refugio,
un astro que has hundido en el empeine
para ungirte de un áureo paso en la montaña.
(1) Rarajípame significa “corredor” en lengua rarámuri. El juego de rarajípari
consiste en correr por la sierra mientras se patea una pelota hecha con madera
del árbol de madroño. El juego se puede prolongar horas y días enteros pero no
gana el que llega a una meta, gana el que resiste más que el rival.
DICEN QUE LA MUERTE
Dicen que la muerte anda tras mis huesos
Si es así la espero, pa darle sus besos.
Rockdrigo González.
Blues por Janis
Observo en soledad tu música, Janis
y mis pupilas se dilatan,
se vuelven largas nubes de heroína,
cabalgando en un Mercedes Benz.
Kurt Cobain envuelve Seattle
Con la amargura de un vaso de whisky
amanece Seattle sin tus pasos.
La pesada sombra de tu mujer
ha cincelado con la escopeta
el epitafio de un rubio niño
que por las noches
olvidaba cepillarse la melena.
Londres y su purple haze
Una guitarra y el secreto de la muerte.
Una cuerda en la lengua
y el hedor de vómito en la boca,
entre los dientes
seducen la neblina de Londres.
Jimi ha muerto y su guitarra muda,
se mece en la neblina púrpura del Támesis.
Jim en Père-Lachaise
Hoy no te oí en Alabama.
Hoy no te oí en la Florida
ni tus cantos se escucharon en Vietnam,
ni en las aulas, allá en Berkeley.
Hoy el sollozo de tu madre en la cocina
se mezcla con la luz de un par de lunas calcinadas:
una con cerillo de napalm,
la otra con el beso de una bomba en el vientre de la tierra.
Pero no te equivoques,
no te hablo de la muerte,
yo te hablo de la flor que se ha incendiado
injertada en tu silencio.
[ofrenda]
No se quiso pintar los labios
porque decía que cuando muriera
su boca sería una fruta amortajada
en vanidad perpetua.
No se quiso poner las medias
porque sus hilos oprimían los poros
por donde asomaban los duendes
bienhechores de caricias.
No se quiso calzar tacones
porque los pies y la columna
torturaban en noctámbulo reclamo
su erguida silueta en apariencia.
No se quiso maquillar los ojos
porque su mirada era un anzuelo
tejiéndole bufandas a los ríos oscuros.
No quiso sostener sus pechos
con prácticos corsés de moda
porque su piel buscaba
la firmeza en otros lados.
Tampoco quiso amanecer despierta
porque su ofrenda con la noche fue
la sencilla claridad de una mujer
y un simple repicar de alientos en tormenta.