Presentamos, en el marco del dossier de poesía costarricense, preparado por Gustavo Solórzano Alfaro, el trabajo de Esteban Chinchilla (San José, 1978). Es fotógrafo, músico, productor audiovisual y escritor. Codirige la Editorial Ambigú. Ha publicado el poemario Carpintería (2008). La foto es del propio Esteban Chinchilla.
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Poema I
Sólo se olvidan los hechos,
la secuencia anacrónica
de lo sin sentido,
no lo otro,
no la caricia imaginaria que fue
pertenencia,
no el trabajo lento de las cosa olvidadas,
no el río subterráneo que nos lleva.
Ars
La palabra escrita
es la excusa de la palabra no escrita,
el verso es la excusa de lo ausente,
como cuando vemos la rama que crece
y decimos “esto es la vida”.
Otro ejemplo claro
es cuando alguien describe la lluvia
y llenamos de geografía lo húmedo.
Pero hay algo más
y no sé qué es.
Verbo I
Entre el verbo ser y el verbo estar
falta un tercer verbo,
no contiene posible pretérito
o por el contrario,
es el pasado completo.
Ese verbo se parece a la ficción de un verbo,
como a la ficción de una mañana ya añeja,
en la que dos cuerpos se despidieron para siempre.
Ese tercer verbo se lleva como un signo en el pecho,
en la conciencia,
hace de nuestra palabra
el ajuar o la mortaja,
nos hace.
Uno es ese verbo.
En la noche un faro
Seguramente regreso
a la puerta
por la certeza de lo ido.
Cuando digo la noche,
es similar,
vigilo las raíces,
la palabra Raíz.
Es ahí, entonces y ahora,
donde escucho lo que fue,
lo que forja esta música
perenne.
A Ordem Natural das Coisas
Las cosas comenzaron a andar mal cuando Manchas se escapó de la casa, cuando los pericos abandonaron el árbol de aguacate y se secó por una enfermedad de las raíces, las cosas comenzaron a andar mal cuando tuvimos que enterrar al hermano de mi abuela Aida, que murió tuerto y sin el testículo derecho, entre las ruedas de un tren borracho que cruzaba las bananeras, las cosas comenzaron a andar mal cuando tuvimos que enterrar a Frank con 11 años y con un balazo en las costillas, a Tencha por anciana, al angelito de la hermana ilegítima de mamá en el cementerio de los pobres y al que por morbo vi a través de aquella ventanilla empañada, las cosas comenzaron a andar mal cuando tuvimos que enterrar al abuelo Mando que sucumbió a 78 ladrillos en el pecho, al hijo menor de la vecina, a la abuela Aida, a Mariano, a la abuela Mira que vivió un poco más de 50 años con el abuelo Mando y otros 20 casi sola apopléjica y perdiendo una extremidad por año, a una Laura de pelo triste que me prometió un beso en una loma en Escazú y que murió antes por mala praxis, las cosas comenzaron a andar mal cuando tuvimos que enterrar a Diego que se llevó consigo una metáfora que no me atrevo a repetir aquí pero que se asemeja a la sensación de empujar una caja de madera oscura dentro de una lápida de cemento una tarde de mayo del 2005, a Yenori y los ojos de alguien que la amó con culpa, y a su papá panadero en una metrópoli anacrónica, que la vio morir y al que, con un presagio de meses que cantaban las golondrinas de diciembre -en una ciudad sin golondrinas- enterramos en junio. Las cosas comenzaron a andar mal.
De Carpintería
Rusia con vos
Las grandezas rusas, los palacios, mamá me manda mails, un millón de mails al mes diciendo, estoy sola, pero las grandezas de Rusia me acompañan, el precio de la locura, la ensoñación, mamá nunca irá a Rusia, pero me escribe desde Rusia, me dice que nunca había sentido tanto frío, que yo lo llevaría mejor el tema del clima, que los siembros la vuelven loca en esos jardines, esa es mamá, la que se agacha en el patio haciéndole un tributo a otra que también fue mamá, pero hace una generación atrás, esa no supo de Rusia ni de los caballos ni de las revoluciones de Octubre, tampoco supo si una mayúscula o el misterio idiota de las sílabas, en cambio mamá dio un paso, intuyó que las flores son analfabetas y en un lenguaje superior trajo hijos al mundo, con un remo a cruzar el atlántico, hay que tener fe, eso dice siempre mamá, para que se haga, hay que tener fe, no sé si por terca o por pobre o por loca, o por todo junto, lo único de Rusia que conoce, es la rimbombancia de un ballet con vestuarios desteñidos, pero mamá no ve eso, ve a las rusas delgadas, altas mujeres que añora mamá en su infancia, recortes de un periódico que se han perdido en su memoria rural, el ballet antes, las butacas hoy, en el lobby de un teatro del tercer mundo, mamá intuye que le hubiera gustado conocer los productos del renacimiento, las fuerzas del trabajo que levantaron las joyas arquitectónicas de los siglos, haber dejado de creer en dios, o en esa idea imbécil de dios, hay que tener fe, así es como me escribe desde Rusia, Tito, cuanto me hubiera gustado poderte pagar un boleto a Rusia, vos siempre has sido el hombre de la casa, para vos la carne más grande, el vaso más robusto, y a todo esto yo me quedo flaco, ante las palabras de mamá el silencio, salgo huyendo a buscar el primer árbol y lo zarandeo con furia, pura y dura como cada una de las piedras del metro de Moscú.
Paisaje
La cosa va así:
no sé cómo nombrar este libro,
como si nombrar esto fuera la hipérbole de la hermandad,
no temerle a lo cierto,
pasar del alimento cotidiano al polvo de un paisaje,
saltar por lo sencillo de la imagen de un pájaro blanco que irrumpe sin respeto
a lo que nunca supe,
escribir es escribir lo que no se sabe, por lo demás,
un impulso que tienta definir la sonrisa de alguien,
con la estampa accesible de un nombre propio.
Pero la cosa va así amor: no sé cómo nombrar este libro, susceptible todo desde lo nada,
por eso el tema del clima, árboles totales, victorias contundentes de insectos,
lo que contiene decir un niño ambiguo, para alguien la carcajada, para otro el asco, para alguien más horas claras,
semanas marcadas para siempre nunca.
Al escribir tenemos reservas, al ver de frente tenemos reservas,
al poner el pie derecho pensando en las serpientes tenemos reservas,
al dormir al lado de un desconocido tenemos reservas. Al menos hoy al no saber cómo darle nombre a esto que ha ocurrido, mientras los truenos marcan
distancia y certidumbre.
Trabajos subterráneos
No se puede comenzar si no es por los gritos, por las miradas dislocadas que ven el corral, el suelo manchado, la ignorancia porcina ante las palabras suelo corral, quejas exageradas de un mamífero, no se puede comenzar si no es por decir -que esto es la consecuencia del olor- que odio la madrugada, aunque antes la madrugada era sólo el frío, ahora es el frío la migración action art donde se siega la vida, saga laboral con 300 o 400 finales tristes colgados de una polea con ganchos y cerdos agonizando, de ahí el olor del amanecer, no es un rito el odio, pero parece una misa rara, sacar el cuchillo y sin faena, dios es una farsa, sacrificar a esta manada de carne y decir además el trabajo nos dignifica.
Adeus
Cuando nos separamos,
hay una idea como una fruta que se parte,
no en vano decimos:
yo parto hacia un lugar que siempre
carecerá de tu gestualidad,
un lugar lleno de un presente egoísta,
donde no me verás reflexionando
por qué aquel edificio,
por qué un hombre levanta la voz
y posee a su hembra,
por qué añoro una ciudad que no
es, pero
sí es lo simultáneo,
hombres que ven pasar a una mujer
concretada
en el beso que pudo ser el último,
una mujer ausente de mí.
Pero lo que quiero decir
es que nunca más nos encontramos.
Cuando nos separamos
hay una idea como una fruta que se parte,
siempre otra regresas,
siempre otra vida soy.
Pero nos une el triunfo
de los animales.
Inéditos
Datos vitales
Esteban Chinchilla (San José, Costa Rica, 1978). Fotógrafo, músico, productor audiovisual y escritor. Realizó estudios de Ciencias Políticas en la Universidad de Costa Rica (UCR). Uno de sus cuentos, “Tauromaquia”, apareció en la revista Letra en Ruta, publicación semestral del Departamento de Español de la Universidad de Princeton. Codirige la Editorial Ambigú. Ha publicado el poemario Carpintería (2008).