Teratoma, cuento de Elisa T. Di Biase

Elisa T. Di Biase

A partir de uno de los tumores más singulares que afecta a los seres humanos, Elisa T. Di Biase (Ciudad de México, 1981) configura el siguiente relato. Di Biase es egresada de la UNAM y ha sido columnista de El correo de Oaxaca y editora de la página web de la revista Este país

 

 

 Teratoma

Vas a decir que  soy demasiado nervioso. Y es cierto. Pero no te atreverías a afirmar que estoy loco. No podrías. Sabes que mi percepción y mi sensibilidad son extraordinarias, que ningún presentimiento me defrauda jamás y que soy, si acaso, dolorosamente lúcido. También podrías achacarlo a mis lecturas. No tengo que explicarte que suelen influirme tremendamente porque sé que lo ves, que se nota que me cambian, que me poseen, que hablo con sus letras, como si ellas me pensaran. Pero no. Esa noche acomodé el libro en la mesita y, en el instante en que apagué la luz, supe que se había abierto. No era una idea que hubiese penetrado en mi mente ni lo había leído en ninguna parte. Era, simplemente, el ojo dentado cerca del corazón.

Es injusto que sigas pensando que padezco un mal psiquiátrico, que es inverosímil que semejante criatura (¿puede llamársele así si mira, si tiene dientes?) me habite. Pero te equivocas. Los médicos lo vieron por primera vez cuando yo tenía siete años, a través de un ultrasonido. Así se explicaron mis frecuentes sofocos y esa opresión en el pecho que he sentido siempre. Se llama teratoma y no se sabe a ciencia cierta si es un tumor o un gemelo absorbido en las primeras fases del crecimiento. Tumor embrionario lo llaman también. Algunos de ellos  tienen columna vertebral, dedos, pelo. El mío es un amasijo de tejido con un globo ocular y dientes. No me lo extrajeron porque sus raíces son profundas y dicen que  se trata de un brote benigno,  que no vale la pena el riesgo de someterme a una operación tan invasiva. Benigno, ¿estás leyendo bien? ¿Cómo podría un ojo con dientes que no se sabe si es un brote de deformidad propia o simplemente otro alojado cerca del corazón de uno ser benigno? ¿Qué cosa podría ser más invasiva que eso? A estas alturas, la extracción, de cualquier manera, me resulta simplemente imposible.

No, no puedo explicarte cómo lo supe abierto; fue una certeza de moneda que cae, pero, desde aquel instante, su imagen y, peor, la imagen de mí en su pupila sanguinolienta y rodeada de dientes deformes, no ha dejado de atormentarme. Imposible dormir. A la misma hora, todas las madrugadas, me despierta el hielo de ese ojo abierto clavado en el pecho. Lo veo de un velado azul y de una agudeza de buitre. En la noche nos sentimos, nos vigilamos en un silencio que se hace una misma nata con la oscuridad y que ocasionalmente rompen, para mi sobresalto, el grito o la risa de algún paseante o los crujidos de los circuitos de la televisión apagada ¡y, entonces, cómo huyo de mirar la pantalla en gris y de encontrarme con el reflejo de mis ojos aterrados que me han parecido tantas veces los de otro que, para revelar su independencia, en cualquier momento hará una mueca siniestra que no sea la mía! Son momentos espantosos.

Pero son peores los días que las noches. Poco a poco los  ha ido invadiendo también  hasta el punto en que he dejado de ser yo. Su mirada ha  despojado mis gestos de toda naturalidad. A través de su lectura perenne me descubro ridículo, ordinario, lleno de lugares comunes. Más que la protuberancia de su existencia, me oprime la certeza de su ironía. Me obliga a rectificar mi postura a cada momento, a pensar y repensar lo que voy a decir; ha llegado el punto en que corrijo la gramática de mis monólogos internos, pues hasta esos están siendo representados siempre para un público cíclope y bestial, feroz en su displicencia.

Lo más horroroso es cómo me ha alejado de todo, cómo me he ido quedando solo con él, incapaz de actuar en el mundo normalmente, incapaz de no ver las cosas a través de su mirada opaca. Su retina es el vidrio que me separa de la vida. Me he convertido en su cautivo y en un monstruo colocado en un pedestal en el que se observa y se observa ser observado hasta la más angustiosa locura. No es el árbol sobre el camellón o la chica linda de la minifalda lo que percibo sino mi reflejo en ese ojo inmisiricorde mientras los miro y ya no me atrevo a decir que el árbol es árbol o que la chica es linda por miedo a resultar vulgar o risible, a equivocarme, a no elegir el adjetivo adecuado. La chica, el árbol, la acera, los coches, el cielo, se me escapan tras un muro que ahora veo cada vez más oscuro a fuerza de teñirlo de arañazos y sangre. Todo es intocable. Me he salido de los engranajes de lo humano y estoy solo hasta el mismo terror. Se me ocurre, como un presentimiento helado, que quizá soy un invento del tumor, su pesadilla.

Pero esta noche ha sido distinto. Como siempre, me despertó su frío y nos quedamos suspensos, sosteniéndonos en vilo en el espanto. Como todas las noches, oía mi propia respiración agitada temiendo el desdén de su pupila, y lo insulté previendo su juicio ante lo vulnerable de mi circunstancia, ante  lo corriente de mis imprecaciones, de mi postura que a tantas otras recordaba y que, sin embargo, carecía de sentido. Pero esta vez ha pasado algo distinto: pude oír, pude sentir mi corazón y, por un instante, fui uno con su latido. Me reconocí y me inundó un celo terrible de sus dientes y de sus pestañas (¿tenía unas pestañas arácnidas o sólo me las imaginaba?) habitándome. Supe que esta taquicardia es lo último que tengo que perder.  No puedo permitir que mi corazón lo alimente a él también; somos siameses del mismo ritmo, frutos del mismo parto monstruoso, él es mi parásito o acaso yo el suyo y eso tiene que terminar.

Perdóname, tiemblo, titubeo, pero debo aprovechar estos minutos en los que me poseo todavía, en los que soy todavía, y este latido y esta muerte aún me pertenecen; di a quien pueda interesarle que no busco que me comprendan, sólo tal vez un poco de compasión.

 

 

Datos vitales

Elisa T. Di Biase nació el 26 de diciembre de 1981 en la Ciudad de México. Cursó la carrera de Lengua y literaturas hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, el Máster en Arte y literatura en la Universidad Complutense de Madrid y, actualmente, se encuentra inscrita en el programa de Doctorado en estudios interculturales y literarios en la misma institución. Sus líneas de investigación literaria son el erotismo místico en la poesía contemporánea y las imágenes literarias de la Ciudad de México posmoderna.  Ha trabajado como columnista de opinión en el semanario El Correo de Oaxaca, así como en la edición del sitio web de la revista Este País. Tendencias y opiniones.  Además, organiza actividades de difusión e intercambio cultural, como la lectura de poesía “Allende los mares: poesía joven de México y España”,  transcrita y publicada en la Revista Punto de Partida (mayo-junio 2010) o el Congreso Internacional “Cien Años de Peter y Wendy”, llevado a cabo en marzo del presente año en la Universidad Complutense de Madrid.

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