El ensayista michoacano Pierre Herrera (Morelia, 1986) nos presenta un ensayo en torno al “arte de olvidar libros”. Entre funes y la nada, la literatura. Según Herrera, “el olvido posibilita la distancia determinante para la reflexión”. Pierre Herrera actualmente estudia la Maestría en Literatura Mexicana en la BUAP.
OLVIDAR LIBROS
Cada instante recobrado del olvido se convertía de golpe en una concentración del universo.
SERGIO PITOL, El arte de la fuga
Siempre me he interesado en la infinidad de posibilidades que conlleva el acto de leer; una de éstas, posiblemente la más fructífera, es el olvido como una forma de lectura.
Antes de comenzar debo de confesar que me siento una fascinación hacia el olvido y todas sus manifestaciones: desde el hecho de olvidar algo pocos segundos después de que pasare, lo cual me ha acarreado no pocos problemas y malentendidos, pasando por mi olvido constante de fisonomías que yo alego se debe a mi privada vista, todas las calles que se han perdido en mi memoria y tal vez nunca vuelva a recorrer, hasta llegar al olvido en el que mi vida, y todo lo relacionado a ella, impostergablemente caerá. Me atrae éste concepto tan cercano al vacío pero a la vez me sienta mal cuando pienso en todo lo que he perdido y todo lo que perderé.
La vuelta de Martín Fierro se cierra con las palabras del protagonista al respecto de una de las posibilidades del olvido, aludida durante todo el texto pero sólo hecha implícita al final: “sepan que olvidar lo malo / también es tener memoria”. Aparentemente la figura oximorónica que se crea de la conjunción de una entidad dentro de otra, opuestas entre sí, en este caso el olvido como posibilidad de memoria, produce un desplazamiento de significado que lleva a reconsiderar la primera como una nueva posibilidad de pensar la segunda: el olvido así, se puede asumir como una forma de recordar: la ausencia es significativa en cuanto hace posible tener presente otros elementos.
Se debe tener en cuenta que la capacidad memorística de cada ser humano es limitada, siempre hay una depuración no intencional, que ocurre durante el sueño, de lo que se puede recordar. A parte de este mecanismo la memoria cae en una curva de olvido cuando no se usa la información regularmente o simplemente por el deterioro fisiológico de las células; mas, el factor clave al hablar de memoria es la cantidad de cosas que se pueden conocer, una cuestión ligada al concepto de tiempo: ¿cuántos recuerdos es posible acumular en toda una vida? La respuesta no es alentadora: ni un ápice de la inconmensurable cantidad que existen en todo el mundo.
Si fuera posible dedicarse completamente a leer toda una vida el resultado sería porcentualmente muy bajo en relación a la cantidad total de libros existentes. Stéphane Mallarmé escribe con malestar: “¡La carne es triste, ay!, y ya agoté los libros”; lo cual literalmente es imposible ya que las lecturas nunca se agotan, lo que sí lo hace es el acercamiento personal a los libros, por eso Mallarmé asume que cómo no podrá leerlo todo, lo ya leído representa para él la totalidad de los libros: una cantidad insignificante que lo lleva a pensar la lectura como un acto vano, que sin embargo se debe transitar por ser ésta un espejo de experiencias: el andar por los libros reúne lo personal, vinculado como la memoria, con lo impropio, es decir las palabras.
Roberto Bolaño vuelve sobre la cuestión al definir a la lectura como un acto limitado en su prolongación pero no en su deseo: “los libros son finitos … pero el deseo de leer es infinito, sobrepasa nuestra propia muerte, nuestros miedos, nuestras esperanzas de paz”. La lectura es una actividad que nunca termina; en palabras de Ricardo Piglia, que suspende la experiencia y la recompone en otro contexto. Leer es desdoblarnos a nuevas posibilidades de ser, es descifrar en las vidas de otros nuestro propio destino, es constante interpretación y conexión con otros discursos y recuerdos.
Precisamente la interpretación es para Susan Sontag “la manera moderna de comprender algo”, independientemente de si es un libro, una película, una pieza musical o las pistas de un asesinato; es el proceso de poner el objeto al que se acerca en perspectiva con el mundo, analizándolo y criticándolo: es tomar una postura ante el texto que se observa sin restringir su significación sino amplificándolo con la vida.
La interpretación es la revelación de lo otro, que es siempre lo presente. Y el presente es esa otredad que solventa la interpretación de los objetos y los renueva.
No me imagino una vida como la de Ireneo Funes, el uruguayo con hipermnesia que recordaba todo y era capaz de reconstruir días enteros llevándose la misma cantidad de tiempo para ello; para él el presente se desplegaba intolerable por la saturación de los recuerdos más triviales que terminaron, como él mismo dice, en convertir su memoria en un vaciadero de basura.
La cantidad de datos excesivos a los que está expuesto Funes no le permiten discernir cuáles datos son relevantes y cuáles, dispensables. Algo semejante pasa con la actual sobrexposición de las personas a una enorme cantidad de datos, causando problemas de discernimiento entre todas las posibilidades a su disposición y una dependencia al aparente acceso directo a la memoria colectiva, ésta desperdigada en varios soportes, muchos digitales y algunos físicos.
La memoria colectiva admite cada dato, sin importar su procedencia; por lo que deja la labor de elección al sujeto que acude a ella. Al no poder leerse todo, es necesario trazar un itinerario más o menos fijo de lo que se conocerá, es por eso que en el actual proceder educativo la especialización pide el olvido de otros conocimientos. En el siglo XVIII todavía era posible hablar de personas con un conocimientos en muchas de las áreas del saber humano; ahora ese estado se presenta inviable y obsoleto.
En el cuento de “Funes el memorioso” Borges presenta a un personaje viviendo en el extremo del olvido; lejos de sentir su estado como una virtud, lo asume como un malestar que hace imposible la reflexión, todo el tiempo está rememorando el pasado sin la posibilidad de emitir su juicio al respecto. Es tan grande su memoria que el tiempo que requiere para recordar algo le ocupa a veces más tiempo que el requerido en la acción recordada. Son tantos sus recuerdos y asociaciones entre ellos que no necesita escribir nada, porque el simple hecho de pensarlo es para él suficiente para recordarlo después.
Cada detalle, hasta el más mínimo, implica para Funes una serie de asociaciones que ponen a trabajar a su mente, es por eso que cuando intenta dormir lo hace acostado en dirección al lugar donde no hay casas, imaginando el vacío que hay detrás de los muros de su cuarto.
Borges presenta el caso de la memoria extrema para proferir, en la voz de su narrador, que el olvido es indispensable para la construcción del pensamiento: “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer”.
El olvido posibilita la distancia determinante para la reflexión. La abstracción del pensamiento, sin dunda uno de los logros más importantes de la humanidad, depende mucho de conceptualizar procesos, objetos, ideas. Para una persona a la que le es imposible olvidar no le sería posible llegar a este tipo de pensamiento; para esa persona todo se le presenta en un continuum interminable, único e irrepetible, lo cual de cierta manera es verdad, pero sin la capacidad de generalización y segmentación de la realidad le sería imposible la construcción de pensamiento abstracto.
Es necesario olvidar todas las rosas, despojarlas de todas sus diferencias, que dejen de ser rosas para poder nombrarlas y hacerlas propias por un instante. Todas las rosa no están en la palabra rosa pero sólo así se pueden nombrar.
Las palabras son la abstracción perfecta de la realidad, cajas que esperan ser nombradas para abrirse siempre de forma diferente en la memoria de las personas. Y los libros como dice Borges son una extensión de la memoria, sin embargo, el acto de leer es una prolongación del olvido.
Los significados de las palabras se difuminan en el mismo acto de nombrarlas; más cuando se trata de reconstruir lo que dicen otros. El que bien podría ser el mantra de Ireneo Funes es muy preciso al respecto: “ut nihil non iisdem verbis redderetur auditum”; que podría traducirse como: nada que ha sido escuchado se puede repetir con las mismas palabras. El orden, los términos, su combinación: si alguien pudiera repetirlos tal como otra persona, escribirlos tal como otra persona ¿qué los diferenciaría?
El fin de la lectura no es la repetición, sobrepasa al ser humano convirtiendo un extraño para sí mismo. Fernando Pessoa escribió en su diario:
He sido un lector voraz e impulsivo, y, sin embargo, no puedo recordar ninguna de mis lecturas, tan lejos estaban de mi propia mente, de mis sueños, o, más bien, de los orígenes de mis sueños. Mi propio recuerdo de las cosas, de los hechos externos, es, más que incoherente, indefinido. Tiemblo al pensar qué poco retengo de lo que ha sido mi pasado. Yo, el hombre que afirma que hoy es un sueño, soy menos que una cosa de hoy.
Es de notar como Pessoa olvida los libros, aparentemente, de forma inconsciente y vinculando la imposibilidad del recuerdo con sus sueños. La humanidad sueña las salida de su inconsciente, la materialización etérea de sus miedos, deseos, frustraciones pero casi nunca lo recuerda.
Muchas veces he escuchado y leído grandes relatos de sueños, por lo contrario, yo casi nunca los recuerdo, es tan raro cuando sucede que lo celebro repitiéndolo y repitiéndolo en mi mente. Esas ficciones que olvido a diario, que siempre se me han negado, son uno de los grandes impulsos que tengo para escribir: mi deseo es restituir del olvido las ficciones al que está expuesto mi ser. Mi arte es ser yo, como diría Pessoa.
Sobre la relación entre Fernando Pessoa y sus libros olvidados surge una pregunta: ¿leer significa retención o experiencia? Para llegar a la lectura a partir del olvido es necesario olvidar en plena conciencia. Las lecturas olvidadas son las lecturas que se viven y se asimilan, las que se hacen propias y se pierden en la memoria como el recuerdo de un sueño de otro.
A lo largo de mi vida he leído algunos libros y he olvidado una gran cantidad de ellos. Posiblemente el recuerdo de lo que ahora escribo ya lo haya experimentado en un sueño que no recuerdo, ni recuerde nunca. Y ahora sólo tengo, momentáneamente, estas palabras para compensar ese vacío.