Poemas por la paz

El poeta José Vicente Anaya nos presenta una brevísima antología de poemas por la paz. De César Vallejo a Diane Di Prima y de Ángel González a Langston Hughes, estos poemas son respuesta al estado de constante angustia, al Estado de excepción, al terror y la guerra.

 

Poemas por la paz

(selección de José Vicente Anaya)

 

 

 

Paz

 

Pasamos entre tumbas.

Ahí estaban

vencedores y vencidos,

juntos,

sin que les importara.

 

La oscuridad en que están

no les ha dejado ver

de quién fue la victoria.

 

Langston Hughes

(trad. JVA)

 

 

 

 

Guerra

 

La vejez de los pueblos.

El corazón sin dueño.

El amor sin objeto.

La hierba, el polvo, el cuervo.

¿Y la juventud?

 

En el ataúd.

 

El árbol solo y seco.

La mujer como un leño

de viudez sobre el lecho.

El odio sin remedio.

¿Y la juventud?

 

En el ataúd.

 

Miguel Hernández

 

 

 

 

El día que te besé…

 

El día que te besé, la última cucaracha

se murió. Las Naciones Unidas

abolieron todas las cárceles. El Papa

admitió a Jean Genet como miembro

del Colegio de Cardenales. La

Fundación Ford, con gasto enorme,

reconstruyó la ciudad de Atenas.

 

El día que hicimos el amor, el dios Pan

volvió a la Tierra. Eisenhower dejó

de jugar al golf. Los supermercados

vendieron mariguana. Y Apolo leyó

poemas en el parque Union Square.

 

El día que retozaste en mi cuerpo

las bombas se disolvieron.

 

Diane di Prima

(trad. JVA)

 

 

 

 

Ejército Expedicionario de los Estados Unidos

 

Colgaremos en la pared un rifle oxidado, corazón.

con ranuras onduladas y escamitas de óxido.

Durante la oscuridad una araña tejerá su nido plateado

en el hueco más tibio de ese rifle.

También habrá óxido en el gatillo y en la mira.

Ninguna mano pulirá ese rifle colgado en la pared.

Los dedos índices y pulgares, distraídamente,

apuntarán, por pura casualidad, cerca del rifle.

Se hablará de las cosas medio olvidadas

con el deseo de olvidar.

Le dirán a la araña: sigue, sigue, estás haciendo

muy buen trabajo.

 

Carl Sandburg

(trad. JVA)

 

 

 

 

Tristes guerras

 

Tristes guerras

si no es amor la empresa.

Tristes, tristes.

 

Tristes armas

si no son las palabras.

Tristes, tristes.

 

Tristes hombres

si no mueren de amores.

Tristes, tristes.

 

Miguel Hernández.

 

 

 

 

Guerra

 

Todas las madres del mundo

ocultan el vientre, tiemblan,

y quisieran retirarse

a virginidades ciegas,

al origen solitario

y el pasado sin herencia.

Pálida, sobrecogida

la virginidad se queda.

El mar gime sed y gime

sed de ser agua la tierra.

Alarga la llama el odio

y el amor cierra las puertas.

Voces como lanzas vibran,

voces como bayonetas.

Bocas como puños vienen,

puños como cascos llegan.

Pechos como muros roncos,

piernas como patas recias.

El corazón se revuelve,

se atorbellina, revienta.

Arroja contra los ojos

súbitas espumas negras.

La sangre enarbola el cuerpo,

precipita la cabeza

y busca un cuerpo, una herida

por donde lanzarse afuera.

La sangre recorre el mundo

enjaulada, insatisfecha.

Las flores se desvaneces

devoradas por la hierba.

Ansias de matar invaden

el fondo de la azucena.

Acoplarse con metales

todos los cuerpos anhelan:

desposarse, poseerse

de una terrible manera.

Desaparecer: el ansia

general, naciente, reina.

Un fantasma de estandartes,

una bandera quimérica,

un mito de patrias: una

grave ficción de fronteras.

Músicas exasperadas,

duras como botas, huellan

la faz de las esperanzas

y de las entrañas tiernas.

Crepita el alma, la ira.

El llanto ralampaguea.

¿Para qué quiero la luz

si tropiezo con tinieblas?

Pasiones como clarines,

coplas, trompas que aconsejan

devorarse ser a ser,

destruirse piedra a piedra.

Relinchos. Retumbos. Truenos.

Salivazos. Besos. Ruedas.

Espuelas. Espadas locas

abren una herida inmensa.

Después, el silencio, mudo

de algodón, blanco de vendas,

cárdeno de cirujía,

mutilado de tristeza.

El silencio. Y el laurel

en un rincón de osamentas.

Y un tambor enamorado,

como un vientre tenso,  suena

detrás del innumerable

muerto que jamás se aleja.

 

Miguel Hernández.

 

 

 

 

En el principio

 

Si he perdido la vida, el tiempo, todo

lo que tiré, como un anillo, al agua,

si he perdido la voz en la maleza,

me queda la palabras.

 

Si he sufrido la sed, el hambre, todo

lo que era mío y resultó ser nada,

si he segado las sombras en silencio,

me queda la palabras.

 

Si abrí los labios para ver el rostro

puro y terrible de mi patria,

si abrí los labios hasta desgarrármelos,

me queda la palabra.

 

Blas de Otero

 

 

 

El ejército

(fragmentos)

 

En los labios torcidos de los bardos

veo las guerras mitológicas.

Guerras que exprimen lágrimas;

glorifican la iniquidad;

ahogan los quejidos con discursos heroicos

y al mundo, en su plena infancia,

le sacan canas.

Guerras enloquecidas

que destierran al búfalo apacible,

cercenan al cerdo y

acribillan al cisne como si fuera alfiletero.

Guerras que se beben el jugo

de las zarzamoras

y aplastan los sembrados.

Guerras, guerras, guerras.

Guerras que roban el tiempo sagrado

del Paraíso de Dios…

 

¿Cómo es posible querer al ejército?

¡Las palomas gritan!

Nadie desea ver a un joven muerto

(excepto el ejército).

Un balazo en el corazón

nunca separa a un joven de otro

(excepto el ejército).

¿Quién puede querer al ejército

lleno de cascos?

)el ejército).

 

El ejército no se retira

del campo de batalla;

se pone de rodillas

ante los jóvenes muertos

y luego se burla

ante el vaho de sus bocas

repletas de pólvora…

 

Gregory Corso

(trad. JVA)

 

 

 

 

Después de la guerra

 

Un día

después de la guerra

si hay guerra

si después de la guerra hay un día

te tomaré en mis brazos

un día después de la guerra

si hay guerra

si después de la guerra hay un día

si después de la guerra tengo brazos

y con amor te haré el amor

un día después de la guerra

si hay guerra

si después de la guerra hay un día

si después de la guerra hay amor

o alguna manera de hacer el amor.

 

Jotamario

 

 

 

 

Recuerdo de infancia

 

Hoy el periódico traía sangre igual que de costumbre

venía chorreando como la tráquea de un ternero

sacrificado

he visto chotos cabras vacas durante su degüello

bajo el agujero del cuello una orza se va llenando de

sangre

los animales se contraen en sacudidas cada vez más

nimias

de pronto ya no respiran por la nariz ni por la boca

sino por la abertura que la navaja hizo en la tráquea

en la cual aparecen burbujas a cada nueva respiración

a menudo parece que están completamente muertos

y no obstante aún se agitan una o dos veces suavemente

ahora sus ojos ya no miran tienen como una niebla

un teloncillo de color indeterminado que recuerda al

ceniza

entonces el carnicero se incorpora con las manos

manchadas

y procede a desollar y trocear al animal cadáver

para después pesarlo venderlo en porciones hacer su

negocio

 

 

hoy el periódico traía sangre lo mismo que otros días

acaso unos cuantos estertores más que de hábito

pero cómo saberlo hay países que no especifican

por ejemplo el departamento de estado no da las cifras

de sus bajas

únicamente les agrega apellidos

bajas insignificantes bajas ligeras bajas moderadas

 

 

hoy el periódico traía sangre en volumen considerable

y mientras leo pacientemente civilizadamente el intento

de justificación de esos destrozos escrito de sutil manera

recuerdo vacas cabras chotos la gran orza en el suelo

y recuerdo imagino pienso que unos cuantos carniceros

continúan desollando troceando pesando a sus básculas

haciendo su negocio mediante esos pobres animales

sacrificados

 

Félix Grande

 

 

 

 

Redoble fúnebre a los escombros de Durango

 

Padre polvo que subes de España,

Dios te salve, libere y corone,

padre polvo que asciendes del alma.

 

Padre polvo que subes del fuego,

Dios te salve, te calce y dé un trono,

padre polvo que estás en los cielos.

 

Padre polvo biznieto del humo,

Dios te salve y ascienda a infinito,

padre polvo, biznieto del humo.

 

Padre polvo en que acaban los justos,

Dios te salve y devuelva a la tierra,

padre polvo en que acaban los justos.

 

Padre polvo que creces en palmas,

Dios te salve y revista de pecho,

padre polco, terror de la nada.

 

Padre polvo, compuesto de hierro,

Dios te salve y te dé forma de hombre,

padre polvo que marchas ardiendo.

 

Padre polvo. sandalia del paria,

Dios te salve y jamás te desate,

padre polvo, sandalia del paria.

 

Padre polvo que avientan los bárbaros,

Dios te salve y te ciña de dioses,

padre polvo que escoltan los átomos.

 

Padre polvo, sudario del pueblo,

Dios te salve del mal para siempre,

padre polvo español, padre nuestro.

 

Padre polvo que vas al futuro,

Dios te salve, te guíe y te dé alas,

padre polvo que vas al futuro.

 

César Vallejo

 

 

 

 

Cuando muere un amigo

 

Cuando muere un amigo

el salmón no embarnece.

El trigo no sirve de alimento.

Y al sufrir sólo se logra

que la pena se agrande.

Un apetito nos chupa de la mente colores desteñidos

cuando el último crisantemo

de bronce se marchita en la nieve.

Algo, vehementemente, desagua

al día.

Una herida familiar

se reabre

al picar una muela.

Un gigante rojo

se torna estrella Nova.

Y, en el cielo, un espacio vacío

se cuela

por el Arco de Orión

durante una noche

que se abre tanto

como un ojo desvelado

que mira fijamente.

En esta lucha contra el dolor

la fatiga derrumba. Se nos cierran los ojos.

Y al amanecer nos devuelve

a la pena

que miramos sin parpadear

hasta quedarnos

ciegos.

 

Marge Piercy

(trad. JVA)

 

 

 

 

El campo de batalla

 

Hoy voy a describir el campo

de batalla

tal como yo lo vi una vez decidida

la suerte de los hombres que lucharon

muchos hasta morir,

otros

hasta seguir viviendo todavía.

 

No hubo elección:

murió quien pudo,

quien no pudo morir continuó andando,

los árboles nevaban lentos frutos,

era verano, invierno, todo un año

o más quizá: era la vida

entera

aquel enorme día de combate.

 

Por el Oeste el viento traía sangre,

por el Este la tierra era ceniza,

el Norte entero estaba

bloqueado

por alambradas secas y por gritos,

y únicamente el Sur,

tan sólo

el Sur,

se ofrecía ancho y libre a nuestros ojos.

 

Pero el Sur no existía:

ni agua, ni luz, ni sombra, ni ceniza

llenaban su oquedad, su hondo vacío:

el Sur era un enorme precipicio,

un abismo sin fin de donde,

lentos,

los poderosos buitres ascendían.

 

Nadie escuchó la voz del capitán

porque tampoco el capitán hablaba.

Nadie enterró a los muertos.

Nadie dijo:

“Dale a mi novia esto si la encuentras

un día.”

 

Tan sólo alguien remató  aun caballo

que, con el vientre abierto,

agonizante

llenaba con su espanto el aire en sombra:

el aire que la noche amenazaba.

 

Quietos, pegados a la dura

tierra,

cogidos entre el pánico y la nada,

los hombres esperaban el momento

último,

sin oponerse ya,

sin rebeldía.

 

Algunos se murieron,

como dije,

y los demás, tendidos, derribados,

pegados a la tierra en paz al fin,

esperan

ya no sé qué

—quizá que alguien les diga:

“Amigos, podéis iros, el combate…”

 

Entre tanto,

es verano otra vez,

y crece el trigo

en el que fue ancho campo de batalla.

 

Ángel González

 

 

 

 

Los heraldos negros

 

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma… Yo no sé!

 

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

Serán talvez los potros de bárbaros Atilas;

o los heraldo negros que nos manda la Muerte.

 

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones

de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

 

Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como

cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

 

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

 

César Vallejo

 

 

 

 

 

Guerra

 

Combatieron en el sur del castillo.

Ahora sus cuerpos desamparados,

detrás de la muralla, son el alimento

de los buitres.

 

Poema chino anónimo, dinastía Han,

c. 206 a. C. (trad. JVA)

 

 

 

La oscuridad no puede ahuyentar a la oscuridad, sólo la luz puede hacerlo. El odio no puede ahuyentar al odio, sólo el amor lo puede hacer. El odio multiplica el odio, la violencia multiplica la violencia, el endurecimiento multiplica el endurecimiento; todo esto en una espiral descendiente de destrucción… La cadena del mal —el odio provocando odio, las guerras produciendo guerras— debe ser rota o nos sumergiremos en el oscuro abismo de la aniquilación.

Martin Luther King Jr.

Esta entrada pertenece a nuestra columna Alforja, y fue publicada en 2012 como respuesta tras los seis años de terror en México.

Octavio Paz

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